Doña Adriana, no contratarla hubiera sido un error

Sentí miedo pero sabía que aquella mujer lo estaba haciendo intencionalmente. El espectáculo era por demás excitante. La mujer abierta de piernas con unos calzones que apenas le cubrían aquel pelambre impresionante...

Honestamente no me gustaba esa sirvienta y se lo hice saber a mi entonces esposa. Fui muy claro y le dije que esa mujer no me gustaba porque tenía una sonrisita muy pícara, además ya le habían dicho a ella que la mujer era de "cascos muy ligeros", así se le dice en México a las putonas.

Al final, a mi esposa lo que menos le importaron fueron mis súplicas, ella solamente pensaba en quien le hiciera el aseo del hogar y no le importaba la reputación de aquella persona. Y no es que yo me quiera hacer el "santito" simplemente que no me gustaba que en mi hogar y con mis hijos viviera una mujer con mala fama.

Lo que más me sorprendió es que durante las primeras tres semanas esta señora se comportaba muy bien; muy decente y ya hasta me había dado vergüenza de haberla juzgado mal.

Doña Adriana, así se llamaba esa mujer era una señora de 34 años de edad, por aquel tiempo mi esposa tendría 32 y yo 33 años. La verdad es que no era mucho la diferencia en las edades pero ella si se veía mayorcita.

Estaba casada con un campesino de más de cincuenta años y había ido a trabajar a la ciudad para ayudar –decía—a su marido... Más alta que yo y que mi cónyuge, doña Adriana era una mujer blanca de color, pelo cortito como de muchachito y eso sí con muy buenas caderas y muy buenas nalgas, piernas duras y, como les decía, con una sonrisa pícara.

Como yo comía sólo ella siempre se hacía presente y me platicaba de su familia. Jamás me interesaron sus temas pero jamás logré deshacerme de ella y ella insistía en decirme que su marido casi no le hacía caso, que se sentía abandonada, y fue subiendo el tono de la plática cada que me quedaba callado hasta llegar a decir que ya no tenía sexo con su marido y que ella era una mujer muy fogosa.

Con todo y lo candente que resultaba la plática siempre terminaba por fastidiarme, me paraba y me iba a mi cuarto...

Como mi esposa siempre llegaba más tarde esa noche yo llegué muy cansado del trabajo y me llamó la atención que la puerta del cuarto de doña Adriana estaba abierto y con las luces prendidas.

Pensé asomarme para saludarle y decirle buenas noches pero, para mi sorpresa, la sirvienta estaba "profundamente dormida" acostaba sobre la cama con la falda subida y mostrando las piernas y los calzones, en esos momentos sentí que se me subió la sangre, por un lado me molestaba tal atrevimiento pero por otro lado me encontraba super excitado. Mis hijos estaban ya dormidos y con la puerta cerrada y además en cualquier momento llegaba mi mujer.

Sentí miedo pero sabía que aquella mujer lo estaba haciendo intencionalmente. El espectáculo era por demás excitante. La mujer abierta de piernas con unos calzones que apenas le cubrían aquel pelambre impresionante. Me dieron ganas de hacer mil cosas pero con los nervios de punta apenas alcancé a bajarme el cierre del pantalón sacarme la verga que tenía bien parada y ahí mismo masturbarme y me la estuve jalando a la altura de su bello púbico hasta que salió la leche y le salpiqué las piernas y la vagina que apenas si cubría aquel minicalzón.

Luego, tras despertar de la calentura apagué las luces, jalé la puerta y salí corriendo presuroso de ahí. Me dio vergüenza y me puse a pensar que hubieran pasado si mis hijos hubieran abierto la puerta.

Esa noche le hice el sexo a mi mujer desenfrenado, como poco veces se lo hacía, pero con aquella imagen que no podía quitarme de la mente... esas piernotas y aquellos pelos y luego la imagen de mi leche cayéndole sin que dijera nada, sin moverse un solo momento.

A la mañana siguiente ya no pude verla igual. Me había prendido y en mi mente sólo había un solo objetivo: ensartarle toda mi verga y verla gozar. Pero tampoco quería modificar de la noche a la mañana mi comportamiento.

Doña Adriana sabía a que hora llegaba yo a la casa y naturalmente al sentirme llegar montaba todo el teatro. Siempre por "pura casualidad" la encontraba dormida mostrándomelo todo, situación que nunca vio mi esposa porque cuando ella llegaba la puerta ya estaba bien cerraba.

Durante una semana y media yo también aprendí a manejar la situación. No me atrevía a lanzarme sobre ella porque de verdad me daba mucho temor pero, a cambio, ya cerraba discretamente la puerta y le ponía seguro por si acaso llegaban mis hijos, incluso, la tercera vez que la hizo se mostraba boca abajo y llegué al grado de acariciarle de manera muy discreta aquel precioso y enorme culo. Esa vez no me masturbé apenas si la toqué, apenas si la disfruté y salí huyendo del cuarto.

Dos días después por la noche, esperaba verla, y es que ya se me estaba haciendo costumbre pero nada... Resulta que cuando subí las escaleras me di cuenta que mi recámara estaba prendida (luz) así que decidí no hacer ruido y me asomé y ahí estaba doña Adriana hojeando un revista pornográfica que yo tenía oculta en un portafolios que estaba a un costado de la cama.

  • Buenas noches doña Adri ¿se le ofrece algo?

La mujer se quedó impávida, no me esperaba tan temprano y entiendo que me había estado esculcando (revisando, husmeando) mis pertenencias porque esa revista la tenía muy bien oculta por mis hijos...

¡Ay don Argel, bu, bu, buenas noches!... estaba aquí haciendo algo de limpieza pero ya me voy a dormir...

No sabía que hacer... dejó la revista en el suelo y salió de inmediato a su recámara, y apenas si alcalzó a decir, "discúlpeme y con permiso"...

Al quedarme sólo alce la revista y vi las escenas que ella estaba viendo: SEXO ORAL... Mujeres rubias mamando vergas descomunales de negros musculosos...

Por principio no sabía que hacer pero luego tomé una decisión:

Toqué la puerta de doña Adriana... Con mucha vergüenza (creo) abrió la puerta, entré a su cuarto y le dije que necesitaba hablar con ella pero al mismo tiempo cerré la puerta del cuarto y le puse el seguro... Ella se sentó en la cama y me dijo que escucharía atenta pero la verdad es que me bajé el cierre del pantalón y le mostré la tremenda verga que traía para ella.

Doña Adriana quedó descontrolada. Me veía a la cara y veía aquella verga bien parada que parecía explotar... No hicieron falta más palabras: me acerque a donde ella y ella tomó mi excitado instrumento y se lo introdujo en la boca... agggg... agggg.... mmmmmmm que cosa tan rica.... Doña Adriana la traía muy atrasada y mamaba con una ansias que apenas si pasados los tres o cuatro minutos me vine en su boca.... Los dos estábamos muy calientes... No le dije nada, la voltié y le hice el sexo de perrito, la coloque de "cuatro" y le estuve bombeando. ¡Cuánto había deseado ese momento! Sentía sus nalgas contra mis piernas y era algo realmente delicioso...

En ese momento doña Adriana terminó por calentarme aún más cuando me dijo:

¡Don Argel, Cójame por el culo, deme por el culo! ¡Por favor!

No me lo pidió dos veces y le hice el "paso de la muerte"... Se lo saqué de la vagina y se lo coloqué en el ojete. La verdad no me importó si le dolería o no... simplemente se lo metí de un solo empujón, suave eso sí, pero de un solo empujón.

El miedo de que nos pillara mi esposa nos hizo terminar rápido, cuando todavía tenemos candela por delante....

Después de esa noche... Entendí que no haber contratado a doña Adriana hubiera sido un gran error... Por fortuna no lo cometí y me la seguí cogiendo durante meses... Fue una amante deliciosa...

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