Don Venancio y su mujer

Fue delicioso estar con su mujer pero estar con él fué increible...

Don Venancio y su mujer

Algunas historias había escuchado de Don Venancio pero necesitaba encontrar un trabajo para juntar algo de dinero y me estaba ofreciendo la oportunidad de ayudarlo sólo por las tardes para poder estudiar en las mañanas, así que no podía desaprovechar esa oportunidad.

Los primeros días todo transcurrió con normalidad, Don Venancio era una persona de trato muy agradable y me enseñó los deberes que tenía que cumplir en su negocio, realmente eran pocos pero laboriosos, así que desde que llegaba hasta que me iba siempre tenía algo que hacer, acomodar los productos la estantería, llevar pedidos a domicilio, atender a la gente, en fin, todo lo que se hace en un pequeño minisuper. Así que cuando recibí mi primer pago me sentí satisfecho, no era mucho dinero, pero era mas o menos lo que necesitaba para poder tener mi vida social, vamos, no se requiere de mucho dinero cuando estás en la preparatoria.

Transcurridas las primeras semanas Don Venancio me comenzó a tener mas confianza y ya me dejaba que me encargara de algunas cosas adicionales, hacerle mandados personales e incluso me dio las llaves del negocio para cerrar la tienda. Precisamente fue en uno de esos mandados que conocí a su mujer, una señora de 38 años, sumamente atractiva y que sabía lucir sus encantos. El favor que me pidió en esa ocasión fue que la acompañara a la casa porque ya era muy tarde y él tenía que esperar a que le surtieran algunos productos de la tienda.

La señora tenía una charla muy amena, así que en el camino a su casa se ganó mi confianza y cuando llegamos parecíamos viejos amigos. Sin embargo, cuando subimos las cosas a su departamento algo impresionante ocurrió. Al subir ella delante de mi por las escaleras la corta falda que usaba se levantaba ligeramente y comencé a fijarme en sus piernas y casi sin proponérmelo podía contemplar sus muslos y el nacimiento de sus nalguitas. Pero al llegar al último escalón vino lo mejor, se agachó para poner la bolsa que ella llevaba en el piso y sacar las llaves del departamento y pude apreciar como un diminuto calzoncito blanco se perdía entre sus nalguitas.

  • Bueno, ya llegamos, sólo son tres pisos pero cansan – me dijo ella mientras abría la puerta.

  • No, yo no me cansé – le respondí mientras colocaba las bolsas que yo traía enfrente de mi para evitar que se notara la erección que me había provocado.

  • Eso lo dices Tú porque estás jovencito… pasa y deja las cosas en la mesa de la cocina – me dijo y añadió - ¿Qué edad tienes?

  • 17 años, señora – le respondí mientras ella acomodaba algunas cosas, así que le pregunté - ¿quiere que le ayude con eso?

  • Sólo si me dejas ayudarte con "eso" – me respondió ella suspendiendo lo que estaba haciendo y fijando su mirada en el bulto que se me había levantado al frente del pantalón.

  • ¿A qué se refiere, señora? – respondí nervioso.

  • A esto… creo que si yo fui la causante, yo debo solucionarlo ¿no lo crees? – me respondió ella mientras bajaba el cierre de mi pantalón y metía su mano para extraer mi pene.

  • Pero… señora… don Venancio… ahh – gemí al sentir como se apoderaba de mi verga.

  • Vaya pero si ya estás bastante desarrolladito para tu edad, nene… por mi marido no te preocupes, él debe estar haciendo lo mismo en estos momentos… - y sin decir mas se puso de rodillas y comenzó a mamarme la verga.

Las sensaciones eran deliciosas. Mi novia me la había mamado varias veces pero no se comparaba con la manera de hacerlo de esta mujer. La manera en que la recorría con su lengua, desde los cojones hasta la cabezota, la manera en que se la metía y sacaba por completo de su boca. Me sentí en las nubes hasta que no aguanté más y comencé a eyacular. Mi leche fue devorada con ansiedad por ella, ni una gota se desperdició.

  • Lo… lo siento señora… - le dije sintiendo algo de culpa.

  • No te preocupes… pero ahora quiero que me hagas lo mismo… - me dijo mientras se sentaba al borde de la mesa, levantándose la faldita y haciendo a un lado su calzoncito.

  • Pero… es que… yo… yo no sé… - le dije, pues jamás le había comido el coño a nadie.

  • No te preocupes nene, acerca esa silla y obedece a mi dedo – me dijo ella en tono autoritario.

Me acomodé entre sus piernas y comencé a seguir a su dedo con mi lengua. Tenía un coñito moreno y lleno de vellos. Admito que al principio no me atrevía pero poco a poco fui tomando confianza y comencé a lamerlo con verdadero deleite. Pronto noté que le gustaba que le acariciara su chochito mientras le clavaba un par de dedos, sus gemidos la delataban y pronto me di cuenta que mi pene estaba nuevamente erecto. Quería ensartarla pero no sabía si accedería, así que me comencé a acariciar la verga.

  • Ay bebé… que rico lo haces… ahora cógeme… méteme la verga y hazme gozar – me ordenó nuevamente.

No me lo tuvo que decir nuevamente, simplemente me paré y mi verga quedó justo a la altura de su coñito. Bastó un empujón y por fin estaba dentro. Inicié un mete y saca acelerado y la consecuencia fue que no aguanté mucho ese ritmo, comencé a venirme dentro de ella muy pronto.

  • Ay bebé… no me vas a dejar a medias, así que vuelve a mamar – me dijo y la obedecí.

La sensación de comerle el coño después de habérmela cogido era una sensación rara, el sabor era incluso diferente, era evidente que estaba probando mi leche mezclada con la de ella y me gustaba. Lo disfrutaba y la hacía gozar. Y como recompensa vinieron sus gemidos y un arqueo de espalda me indicó que lo había conseguido.

  • ¡Bebé! ¡Qué gran mamador resultaste! Te apuesto a que si se lo haces a tu novia terminará dándote las nalgas jejeje – se rió mientras se acomodaba el calzoncito y se bajaba de la mesa.

  • Creo que mejor me voy, señora – le dije mientras me acomodaba la verga dentro de los calzones y me despedí.

En cuanto salí del edificio me sentí mas tranquilo y tomé conciencia de que había dejado mi virginidad entre las piernas de esa mujer. Por fin lo había conseguido, por fin había superado las masturbaciones que me hacía mi novia con sus manitas o con su boca. Me sentía como un semental que acaba de cumplir su función. Aunque por otro lado sentía culpa por haberme cogido a la mujer del hombre que me había ayudado. Aunque algo que dijo su mujer me generaba curiosidad "él debe estar haciendo lo mismo en estos momentos". ¿Acaso Don Venancio le era infiel a su mujer? No, él era muy respetuoso con la gente y nunca había visto que se le acercara otra mujer.

Pero bueno, me prometí a mi mismo no volver a ponerle los cuernos a ese hombre y seguir con mi rutina en el trabajo, pero resultó imposible, aunque trataba de evitar que me enviara con su mujer para ciertos mandados no siempre podía evitarlo y terminaba entre las piernas de su mujer metiéndole la verga o mamándole el delicioso coño.

Las clases terminaron ese semestre y le pedí a don Venancio que me permitiera cambiar el horario para tener las tardes y noches libres, pero él me dijo que no le convenía porque era por la tarde cuando le hacía falta, pero que cuando tuviera necesidad de salir temprano le dijera y no habría ningún problema en que me fuera siempre y cuando le repusiera el tiempo, lo cual me pareció justo y acepté.

Cierto día mi novia fue a buscarme al trabajo para ir al cine. Yo había olvidado que habíamos quedado para ese día y no le avisé a Don Venancio con anticipación. Afortunadamente mi novia ese día se había puesto una camisetita ombliguera y unos shorts de mezclilla que se amoldaban perfectamente a la curvatura de sus nalgas, permitiendo apreciar lo ricas que las tenía, así que cuando se la presenté a Don Venancio sólo dijo:

  • Caramba niña, este muchacho me había dicho que eras preciosa, pero se ha quedado corto… ¿van a ir a algún lado? – preguntó sin dejar de mirarle las piernas.

  • Este… de eso quería hablarle señor… - le respondí y me hizo una seña de que lo acompañara a la bodega.

Ya estando a solas me dijo – que buena está tu novia… yo en tu lugar no estaría perdiendo el tiempo… mira nada mas que nalguitas… ufff con todo respeto chaval… anda vete y no la hagas esperar.

  • Gracias señor, trataré de regresar a tiempo para ayudarle a cerrar – le dije mientras recibía una nalgada y pensaba que ese hombre era un sátiro por la manera que había mirado a mi novia y la manera en que se expresó de ella, pero a la vez me sentí orgulloso de tener a esa chava como novia.

Nos fuimos al cine y la verdad es que no íbamos a ver la película. De hecho, la película que escogimos era muy mala y sabíamos que no habría mucha gente y podríamos disfrutar de las caricias que ambos acostumbrábamos.

  • Oye, ¿es cierto lo que dicen de tu jefe? – me preguntó mientras esperábamos a que apagaran las luces.

  • ¿A qué te refieres? – le pregunté sabiendo mas o menos por dónde iba la pregunta.

  • Pues ya sabes… dicen que "le hace agua la canoa"… o sea, que le gusta "nadar de reversa" – me respondió ella con una sonrisa.

  • Ah… te refieres a que si le gustan los hombres… jajaja – me reí mientras la abrazaba.

  • ¿De qué te ríes? – me preguntó un poco más insistente.

  • Pues no lo creo, de hecho creo que le gustaste… no te diste cuenta como te miraba las piernas… y además me comentó que tienes unas nalguitas muy ricas – le respondí mientras aprovechaba para meter una mano bajo su camiseta y extendiendo la otra palpé su redondo y firme traserito y añadí – y creo que tiene toda la razón.

Las luces ya se habían apagado y la proyección había iniciado. Mientras que nosotros también habíamos comenzado a recorrer nuestros cuerpos con las manos. En cuanto me saqué la verga y la dejé en libertad, ella comenzó a acariciarla con sus manitas, pero lo mejor era lo que seguía, su vicio era mamármela y gracias a la esposa de don Venancio ahora disfrutaba más esa caricia. La posición en la que estaba me permitía meter mi mano bajo su short y poder acaricias sus nalguitas y clavarle un dedo en su culito. Me encantaba disfrutar de esa caricia y ansiaba que llegara el día en que pudiera cogérmela como lo hacía con la mujer de don Venancio. Pero hasta que llegara ese día, había que disfrutar lo que me daba y vaya que lo hacía, disfrutar de esa boquita y hacerlo en silencio mientras mi verga arrojaba la leche contra su paladar era todo un reto.

Al salir del cine la llevé a su casa y me dirigí a la tienda. Al llegar pensé que se me había hecho muy tarde pues ya estaba cerrado, pero se veía la luz encendida así que decidí tocar, pero no hubo respuesta. Pensé en irme pero alcancé a escuchar voces, así que decidí abrir con mis llaves. Entré y me dirigí a la bodega, pero antes de entrar me detuve al escuchar unos gemidos. Me acerqué con cautela, los gemidos continuaban y cuando por fin me pude asomar me llevé la impresión más grande de mi vida, recargado en la estantería estaba mi jefe, con los pantalones y los calzones en los tobillos mientras que detrás de él, completamente desnudo, estaba un hombre moreno, delgado pero con los músculos bien definidos, sobretodo los glúteos que se tensaban a cada empujón que le daba a mi jefe, sí, era cierto lo que decían de él: le gustaba la verga.

Estaba a punto de salirme pero los gemidos de placer de aquel hombre al que tanto respetaba y la visión de ver al otro hombre, tan varonil, cogiéndoselo sabroso me generó la curiosidad de ver como terminaban. Oir frases como "Ah que rico culito" o "Dámela toda, más, más… papacito" me excitaban como ninguna otra cosa y casi sin darme cuenta me saqué la verga en completa erección y comencé a masturbarme. Ahí estábamos tres hombres disfrutando del placer homosexual, ellos cogiendo y Yo mirándolos. Entonces llegó el final, varios gemidos y la tensión de aquel cuerpo moreno y varonil fueron los precursores de su eyaculación. Se quedaron unos instantes inmóviles y yo aproveché para acomodarme la verga y salir sin hacer ruido.

Decidí esperar en la esquina a que salieran y al cabo de unos minutos salió el enculador de don Venancio, y ya vestido lo reconocí de inmediato, era el repartidor de los productos lácteos que vendíamos en la tienda. Jamás lo hubiera creído de él, su fama en el barrio para ligarse a las chavas era conocida, pero lo acababa de ver gozando con las nalguitas de mi jefe y no había duda alguna. Mi curiosidad había quedado satisfecha, así que me fui a casa. Esa noche tuve los sueños más extraños y eróticos de toda mi vida, sueños en los que aparecían mi novia, el repartidor, don Venancio y su mujer.

Al día siguiente traté de que todo volviera a la normalidad, sin embargo cada que miraba a mi jefe llegaban a mi mente las imágenes de la noche anterior. Lo malo era que esas imágenes me provocaban tremendas erecciones que eran difíciles de ocultar y en un par de ocasiones don Venancio se dio cuenta de que lo miraba.

  • ¿Acaso me veo raro? – me preguntó con curiosidad y se dio una vuelta para que lo mirara.

  • Este… no, señor… es que ando distraído – le respondí mientras él sonreía.

  • Ven, necesito que me ayudes voy a bajar unas cajas – me ordenó y se metió a la bodega mientras yo lo seguía y ya adentro añadió – necesito que detengas la escalera con las dos manos.

Él subió un par de escalones mientras yo detenía la escalera. Su trasero quedaba justo a la altura de mi rostro y por primera vez puse atención en esas nalgas. Don Venancio era un hombre de 45 años pero muy bien conservado principalmente su trasero me parecía excesivamente paradito. Entonces ocurrió algo que me sacó de mis pensamientos, él bajó la escalera con unas cajas y por la posición en que me encontraba sentí el roce de su trasero contra mi verga. Nos quedamos inmóviles un momento. Era una sensación que no me desagradaba, por el contrario, sentí como mi verga se erguía de inmediato.

  • Vaya, parece que tu novia no te da el ancho jejeje – sonrió mientras me restregaba el redondo trasero contra mi paquete.

  • ¿Eh? No… discúlpeme, señor – le dije mientras él posaba su mano sobre mi creciente bulto.

  • No te preocupes, a tu edad yo era igual de caliente - me dijo mientras que su mano ya se había colado por el frente de mi pantalón y añadía – mmm ¿quieres que te ayude?

  • No… no… me tengo que ir – le respondí reaccionando hasta ese instante.

Salí de la tienda a toda prisa. No sabía bien qué había ocurrido, pero lo que me preocupaba era que me había agradado. Las imágenes de ese hombre siendo enculado venían a mi mente pero no era aquel moreno quien se lo cogía, ¡era yo!

Pasaron algunos días sin que tocáramos el tema. Yo iba a trabajar pero me limitaba sólo a eso, evitaba cualquier plática con don Venancio y trataba de ir a todos los mandados para evitar estar a solas con él. Así que en uno de esos mandados me pidió que le llevara algunas cosas a su esposa. De inmediato recordé a la señora, pensé en la posibilidad de que tuviéramos una deliciosa sesión de sexo una vez más, pero ahora pensaba que seguramente ella hacía eso porque su marido no se la cogía, así que con esos pensamientos en la cabeza me dirigí a su casa.

  • Hola nene, hacía mucho que no venías… mira lo que te tengo preparado – me dijo mientras se desnudaba.

Yo no podía quitarle la vista mientras se quitaba la ropa. Sobretodo me fijé en sus redondas y apetecibles nalgas. La visión de don Venancio recibiendo la vergota de su amante me hizo desear el culito de su mujer. Nunca había disfrutado del culito de esa mujer y mi verga respingó de inmediato. No perdí el tiempo y me desnudé de inmediato. Me acerqué por detrás a ella y le restregué mi verga entre las nalgas ansioso de que me correspondiera… ¡y lo hizo!

La sensación de ese apretado culito oponiendo ligera resistencia ante el embate de mi verga era deliciosa. Me encantaba sentir como se estremecía ella en mis brazos mientras mi verga se alojaba por completo entre sus nalgas.

  • Ay nene, que rica verga tienes… mmm… me encanta sentirte en mi culito… ahh… - gimió ella mientras iniciaba un ligero mete y saca.

Lo estrecho de aquel agujerito me encantaba y en unos pocos minutos estaba arrojándole mi leche en su interior. Pero la imagen de su marido siendo enculado volvió a mi mente y mantuvo mi erección al máximo. El bombeo que le daba a su culito era vigoroso y ella parecía disfrutarlo tanto como Yo. Sin embargo no pude evitar otra nueva eyaculación y mi pene comenzó a perder firmeza.

  • Ay bebé hoy si venías con ganas… hace mucho que no me la clavaban en el culo como lo has hecho… - me dijo ella mientras le sacaba la verga del culo.

  • Sí señora, tenía ganas de darle por ahí… es que tiene unas nalguitas preciosas – le respondí.

  • Pues ya sabes que son tuyas cuando quieras – me dijo ella mientras se ponía el calzoncito y añadía – además me encanta que me den por el culo, es muy rico.

  • ¿De verdad? – le pregunté mientras me ponía los calzones y me sentaba a su lado.

  • Sí mi niño, es un placer delicioso, mi marido me enseñó a disfrutarlo y no sabes cuanto se lo agradezco – me dijo suspirando.

  • ¿Don Venancio se la coge por el culo? – pregunté admirado.

  • Sí, él es un experto en el sexo anal, casi no lo hacemos pero cuando lo hacemos ufff, me hace gozar muchísimo – respondió ella.

Claro que don Venancio sabía de sexo anal, yo mismo lo había visto meneando las nalgas mientras aquel morenazo se lo culeaba. Seguro le aplicaba a su mujer las mismas técnicas que él tanto disfrutaba.

  • ¿Y a poco no le duele que se lo metan por ahí? Digo, es que es un agujerito muy chiquito – le pregunté.

  • Claro que no, es muy rico, ¿acaso no te gustó? – me revirtió la pregunta.

  • Claro que me gustó, bueno, a mi no, o sea, a mi nunca me la han metido, quiero decir que me gustó metérsela a usted – respondí completamente confundido pensando en mi jefe y su macho.

  • ¿Y a qué viene tanta pregunta? ¿no estarás pensando en probarlo, o si? – me miró inquisitiva.

  • No, como cree, sólo era curiosidad, es que usted se veía tan excitada que… - me detuve al sentir su mano hurgando bajo mi calzoncillo.

  • ¿Quieres que te de el beso negro? – me preguntó ella mientras acariciaba mi verga.

  • ¿Qué es eso? – le pregunté ingenuo, mientras ella sonreía.

  • Pues es una caricia muy rica que le puedo hacer a tu culito para que te des una idea de lo rico que se siente – me dijo ella mientras se deshacía de mi calzoncillo.

  • No lo sé, ¿duele? – le respondí pero ella me hacía que me girara para quedar boca abajo.

  • Anda, confía en mi y verás lo rico que se siente – me dijo ella mientras separaba mis piernas y se acomodaba entre ellas.

  • Está bien, ¿qué tengo que hacer? – le pregunté con curiosidad.

  • Nada, sólo levanta tus nalguitas así… - dijo ella mientras metía una almohada debajo para que mi trasero quedara ligeramente elevado y añadió – relájate y disfruta.

Entonces ella comenzó a acariciar y besarme las nalgas. Las separó con sus manos y fue el momento en que su lengua hizo contacto con mi culito que me sentí indefenso. Su lengua recorría las orillas de mi culito y presionaba ligeramente en el centro. Era una sensación deliciosa, pero aún faltaba lo mejor, su lengua poco a poco consiguió abrirme el agujerito.

  • Ahhh… - gemí al sentir esa invasión y apreté mis nalguitas.

  • Tranquilo bebé… ¿te gusta? – me preguntó mientras continuaba esa deliciosa caricia y añadía - ¿quieres que te meta un dedito?

  • No, por favor no… - le pedí mientras ella introducía un dedo en mi indefenso agujerito y continuaba la caricia con su lengua.

A continuación me metió otro dedo e inició un mete y saca delicioso. Sin darme cuenta, impulsaba mis nalguitas ligeramente hacia arriba buscando esa caricia y entonces vino una propuesta mas atrevida.

  • Bebé… ¿te gustaría sentir un vibrador? – me preguntó ella sin dejar de clavarme sus dedos.

  • No, eso no… - respondí de inmediato y ella me clavó un tercer dedo haciéndome gemir de placer.

  • Anda, sólo la puntita, verás que te va a gustar – me insistió, sabiendo de antemano que me tenía en sus manos.

Entonces sacó un vibrador metálico del buró y me lo enseñó, no era muy largo y mas bien era delgado así que simplemente apoyé mi cabeza en la cama y me dejé hacer. Al principio ella sólo pasaba el aparato por la orilla de mi culito, mientras con su lengua comenzaba a ensalivarlo. Después me clavó un par de dedos y finalmente sentí la presión de aquel frío instrumento de placer.

  • Sólo la puntita… ahhh – alcancé a decir, pero ella comenzó a meterlo poco a poco.

Eran sensaciones sumamente placenteras las que recibía mi culito y nada iba a hacer Yo por evitarlas. Pronto tuve dentro de mi todo el instrumento y ella me dijo que era su turno.

  • Bueno nene, dejémoslo adentro y ahora encúlame otra vez – me pidió ella y sin dudarlo la obedecí.

Le separé las nalgas y sin mayor preámbulo le metí mi verga. Me sentía extraño pues al mismo tiempo que metía y sacaba mi verga de su culito, mi culito alojaba aquel instrumento que tanto placer me daba. El meneo semilento nos proporcionaba mayor placer a ambos pero conforme nos acercábamos al clímax lo fui acelerando hasta que perdí el control y volví a vaciarme en su apretado agujerito. Nos quedamos quietos unos momentos pero aquel vibrador seguía produciéndome escalofríos. Por fin nos separamos y me lo saqué del culo.

  • ¿Qué te pareció bebé?... Ahora entiendes lo que se siente, ¿verdad? – me dijo ella mientras me quitaba de las manos ese instrumento.

  • Fue delicioso, pero… - no sabía que decir, realmente lo había disfrutado y comprendí en ese momento a Don Venancio, así que mi confusión era mayor, porque aunque lo hubiera hecho con una mujer era a mi a quien se habían cogido.

  • Seguro piensas que ya te volviste marica jejeje – rió ella como si leyera mi mente pero añadió – mira, todo lo que hacen un hombre y una mujer es "normal", claro que si a ti te atraen los hombre pues eso ya es otra cosa.

  • Pues no sé que decir… me encantó, pero me gustó mucho meterle la verga por el culo – le respondí y ella silenció mis labios con un beso.

  • Claro que sí, bebé… para mi eres todo un hombre, un semental que coge delicioso, así que no te preocupes – me dijo ella tranquilizándome y dando inicio a una nueva sesión de sexo.

Después de aquel encuentro con la mujer de don Venancio todo cambió. Comencé a fijarme de manera casi obsesiva en las nalgas de hombres y mujeres. Mi verga respingaba en cuanto veía un trasero redondo y firme. Y sin duda alguna el trasero de Don Venancio poseía ambas características, lo cual no me desagradaba y a él parecía que le agradaba en exceso pues cuando podía me rozaba el paquete con sus nalguitas o me ofrecía vistas sumamente agradables. Así que sólo fue cuestión de tiempo para que mi acercamiento con don Venancio llegara a un punto sin retorno.

Ocurrió cierto día que había quedado con mi novia para ir nadar. Como era mi costumbre, le pedí permiso a don Venancio, quien sólo me pidió que a mi regreso pasara al negocio para ayudarle a cerrar. No me agradó mucho la idea pero terminé aceptando.

En la piscina sucedieron varias cosas. La principal fue que mi novia estrenó un bikini rosa pequeñísimo que cubría sólo lo indispensable y mientras estábamos en el agua podía meterle mano por todas partes. Adicionalmente pude deleitarme la pupila con tantos cuerpos en trajes de baño, siendo los traseros de chicos y chicas el principal punto de admiración. Pero un detalle fugaz, fue quizás el hecho más importante y fue el contacto accidental en la piscina con el firme trasero de un chavo de mi edad, pues aunque duró unos cuantos segundos hizo que mi pene respingara de inmediato, consiguiendo una sonrisa y un saludo de ese chico.

En fin, creo que todo eso me hizo llegar algo excitado al negocio. Así que al verme en shorts con una notoria erección, Don Venancio debió intuir que era un momento propicio para hacerme una proposición.

  • ¿Qué tal les fue? ¿y tu novia? – me preguntó.

  • Pues bien, mi chava ya se quedó en su casa… ¿ya quiere que cierre? – le pregunté con la esperanza de poder salir rápido.

  • Sí, baja la cortina y cierra la entrada mientras voy acomodando las cosas en la bodega – me respondió mientras cargaba unas cajas y se metía a la parte de atrás del establecimiento.

Un tanto molesto porque me imaginaba que iba a tener que quedarme mas tiempo a ayudarle me apresuré a cerrar la entrada. Después me dirigí a la bodega y lo encontré colocando algunas cajas en los anaqueles, una por una y con la mayor calma del mundo.

  • Sólo hay que acomodar esas cajas y nos vamos – me dijo y añadió – ayúdame con la escalera.

Era algo tarde y ya me quería ir, sin embargo, volvió a ocurrir lo de la vez anterior. Cuando subía su trasero quedaba a la altura de mi cara y cuando bajaba me lo restregaba ligeramente contra mi verga consiguiendo que poco a poco se fuera irguiendo. Y Yo, a diferencia de la vez anterior, no hice el menor intento por alejarme, estaba caliente y tenía ganas de probar ese trasero que me ofrecía constantemente.

  • ¡Joder! ¡Pero vaya que estás empalmado! Mejor Tú acomoda las cajas y yo te detengo la escalera – me ordenó mientras acariciaba el bulto que se había hecho demasiado notorio al frente de mis shorts.

Al notar que no me apartaba y que por el contrario, comenzaba a acariciarle el trasero con una mano simplemente sonrió, se arrodilló frente a mi y me bajó los shorts, liberando a mi verga de su prisión. Por unos momentos quise retroceder, pero cuando sentí sus labios rodeando mi verga supe que no había regreso. Así que decidí dejar que ese hombre que tanto me había ayudado disfrutara de mi verga mientras yo disfrutaba con las caricias que me brindaba con su lengua y con sus labios.

  • ¡Te quiero dentro de mi! – dijo mientras se incorporaba y se quitaba los pantalones.

No le respondí, sólo lo hice que se apoyara contra la mesa mientras le bajaba los calzoncitos y dejaba al aire libre aquel vigoroso y varonil trasero. Me gustaba sentir en mis manos esas nalgas duras. No pude evitar palmearlas mientras restregaba mi verga contra su culito.

  • ¡Métemela ya! – me ordenó y lo obedecí.

Con gran facilidad conseguí ensartarlo. Mi verga se deslizó en su culito con relativa facilidad por lo que sin mayor preámbulo inicié un mete y saca que poco a poco se fue acelerando hasta alcanzar un ritmo en el que ambos estábamos acoplados a la perfección, los apretones de sus nalguitas eran deliciosos, me encantaba sentirlos mientras se la sacaba. Era una sensación quizás mas rica que la que me producía el culito de su esposa, me encantaba y me lo cogía con más fuerza. Los gemidos se hacían cada vez más intensos y me fue imposible contener, lo afiancé por la cintura y en una embestida final bañé sus intestinos con mi leche.

  • ¡Ay cabrón! Coges bien sabroso… ¿Quién te enseñó? – me preguntó Don Venancio mientras se sacaba mi verga del culo.

  • Nadie, nadie… es que usted tiene un culito bien sabroso – le respondí recordando que su mujer había sido mi maestra.

  • ¿Nos echamos otro? – me preguntó mientras me acariciaba la verga y orgulloso de mi verga que se volvía a erguir, acepté.

Don Venancio estaba preparado, pues sacó una colchoneta y la extendió en el piso. Yo de inmediato lo quise acomodar "en cuatro" pero él me detuvo.

  • Ahora quiero disfrutar de tu verga a mi ritmo, acuéstate – me ordenó.

Mirando al techo comprendí las ventajas de que sea un hombre quien te mame la verga, sabía exactamente por donde pasar la lengua, y en consecuencia, mi verga nuevamente alcanzó una erección total. Entonces vino lo mejor, él se colocó a horcajadas sobre mi y despacio fue introduciendo mi pene entre sus nalguitas. En esa posición él controlaba todo. En cuando la tuvo totalmente dentro de su agujerito comenzó a remolinear el trasero a un ritmo delicioso, ese hombre me estaba masajeando la verga con sus nalgas de una manera increíble. Nuestras miradas no se separaban, ambos estábamos disfrutando y fue el momento adecuado para que no me opusiera a una caricia que jamás había pasado por mi mente: el beso de otro hombre. Quise evitarlo pero él con gran facilidad separó mis brazos mientras sus labios se posaban sobre los míos, quería evitarlo pero algo dentro de mi cedió y su lengua se enroscó con la mía. Fue electrizante y sumamente excitante, a tal grado que no pude contener mi eyaculación y nuevamente regué sus entrañas con mi leche. Sin embargo, el meneo de cadera continuó por algunos instantes al igual que el beso. Nos quedamos tendidos en la colchoneta por algunos minutos sin decir palabra alguna, en mi mente algo de confusión quedaba pero la mayor parte de la confusión se había disipado, sabía que el sexo anal me había gustado y que así como podía gozar con una mujer, podía disfrutar con un hombre.

  • Ya es un poco tarde, me tengo que ir – le dije a Don Venancio mientras me vestía.

  • Es cierto, mañana acomodamos lo que falta y… si quieres, podemos repetirlo – me dijo mientras se ponía sus calzoncitos que apenas le cubrían las preciosas nalgas.

  • Sí, claro... – le respondí sin darme cuenta que acababa de convertirme en el amante de Don Venancio.

Durante las siguientes tres semanas me lo cogía a diario, excepto los días que Don Venancio recibía a Tomás, el repartidor de lácteos, pues era evidente que no iba a desaprovechar esa otra verga y a mi me convenía porque me dejaba descansar. Todo iba viento en popa, incluso me habían dado un aumento de sueldo y Don Venancio me había comprado algo de ropa, principalmente calzones y shorts con los que iba a trabajar y que a él le excitaban. Pero a la cuarta semana ocurrió algo inesperado, un problema familiar hizo que Don Venancio tuviera que salir de viaje con su mujer durante varios días y me pidió que me encargara del negocio. Aún estaba de vacaciones y no tuve inconveniente en hacerme cargo. Todo marchó bien los primeros días pero el problema se presentó cuando me tuve que quedar a recibir la entrega de productos lácteos. Ya me había explicado Don Venancio que los llevaban por las noches y que era necesario esperar a Tomás y me pidió que le dijera que no iba a estar ni esa ni la semana siguiente.

  • Hola… ¿y tu jefe? – me preguntó Tomás mientras bajaba las últimas cajas que traía en la camioneta.

  • Tuvo un problema y va a estar ausente dos semanas, pero me dejó encargado el negocio – le respondí mientras le ayudaba a acomodar las cajas en el refrigerador de la bodega.

  • Bueno, eso significa que no va a haber propina jejeje – se rió y discretamente se acarició el paquete por encima de los pantalones, generándome una cascada de pensamientos obscenos en un instante.

  • No, no me dijo de ninguna propina – le respondí en tono de ingenuidad pero sabiendo a qué se refería y mirándole discretamente el bulto que se formaba al frente de los pantalones.

  • De cualquier manera ya terminé el recorrido, ¿quieres que te ayude a acomodar todo? A tu jefe siempre le echo la mano – se ofreció con una sonrisa de lado a lado, recorriéndome con la mirada de arriba abajo y hasta ese momento caí en la cuenta que me estaba haciendo la plática, pero sobretodo sabía que me miraba con lujuria.

  • Bueno, si quieres, sólo déjame cerrar de una vez la cortina – le dije mientras él despedía al chofer con la camioneta y se metía a la bodega para terminar de acomodar las cosas.

  • Vaya que está haciendo calor… al menos Tú andas en shorts – me dijo en cuanto entré a la bodega y lo ví con la camisa desabrochada, mostrando su sudoroso abdomen de lavadero y mirándome las piernas.

  • Sí está haciendo mucho calor… vamos a acomodar esto para irnos ¿va? – le dije mientras me excitaba con su mirada.

  • Órale, de una vez – respondió y arrojó su camisa a la mesa y comenzamos a acomodar todo el producto que había llegado. Labor que entre los dos hicimos rapidísimo.

  • Listo, ya quedó, pues muchas gracias por la ayuda… yo me quedo para acomodar aquellas cajas – le dije en tono de sufrimiento y esperando que me ayudara. Sí, ya sé que eso es una forma de coqueteo y en ese momento no entendía que lo estaba haciendo pero la respuesta fue clara.

  • Si quieres te ayudo, pero estoy sudando hasta por las orejas, ¿te molesta si me quito los pantalones?... es que siento que se me pegan

  • me dijo y sin esperar respuesta comenzó a desabrocharlos.

  • Sí, claro, como Tú quieras… y gracias por ayudarme – le respondí mirando como se quitaba los pantalones, quedando solamente con unos calzoncitos pequeños y de un rojo intenso que parecían estar a punto de reventar por la parte frontal.

A mi mente vinieron aquellos recuerdos de la vez que lo ví desnudo de espaldas mientras se follaba a mi jefe y comencé a excitarme más. Comenzamos a acomodar las cajas y el bulto que se formaba al frente de su atlético calzoncillo se iba haciendo cada vez más grande, incluso me parecía que la cabezota de aquel miembro se asomaba ligeramente por encima del elástico. Recordé las sensaciones que me había provocado la mujer de Don Venancio cuando jugó con aquel vibrador en mi culito y apareció un extraño deseo de sentir un pene real entre mis nalgas.

Él me miraba insistentemente cuando me agachaba y admito que me gustaba sentir esa mirada. En varias ocasiones nuestros cuerpos chocaron pero fue con la última caja que ocurrió lo que era inminente - Déjame ayudarte con esta que es la mas pesada – me dijo mientras me "ayudaba" desde atrás, repegando su cuerpo al mío y forzándome a sentir su palpitante miembro contra mis nalgas.

  • Uf… gracias, por fin terminamos – le dije mientras soltábamos la caja, pero sin que él se separara de mi.

  • ¿Te han dicho que eres un niño hermoso? – me preguntó mientras me abrazaba y acariciaba mi trasero ligeramente.

  • ¿Qué dices? – le pregunté y me giré.

  • Eso que oíste… pero sólo es un comentario, no quiero que te molestes – me respondió y se sentó en la mesa.

  • No, no me molestó… es sólo que nunca me lo habían dicho – respondí sintiendo que me ruborizaba y añadí – pues Tú también estás muy… muy… bien.

  • ¿Tú crees? – me respondió de inmediato y brincando frente a mi se dió una vuelta modelando su cuerpo varonil tan bien formado.

  • Sí, es cierto – insistí y aludiendo al bulto que era notorio en exceso añadí – luces muy bien aunque esos calzoncitos te quedan un poco chicos.

  • Pues sí un poco, pero cuando uno tiene una verga como la mía siempre se verán chicos… - dijo acariciando su paquetote y me lanzó un reto

  • Tú te ves muy bien en esos shortcitos pero creo que si te quedas en calzoncitos lucirías mucho mejor.

Me quedé pensándolo unos instantes pero el ambiente era propicio. Ambos estábamos excitados y Yo había iniciado un coqueteo sin medir las consecuencias. Así que me quité la playera y dándole la espalda me bajé los shorts despacio quedándome sólo en calzoncillos, ofreciéndole una visión que parecía agradarle en exceso.

  • ¿Sigues opinando igual? – le pregunté mirándolo a los ojos y la respuesta no se hizo esperar.

  • No, creo que cambié de opinión… me gustas mas así – me dijo mientras sus manos se apoderaban de mis nalguitas y me plantaba un beso que me hizo sentir por las nubes.

Instintivamente quise detenerlo pero su habilidad en esas circunstancias era notoria, sentir aquel enorme y palpitante bulto restregándose contra mi verga resultaba sumamente delicioso. Terminé abrazándolo y correspondí a ese beso, vaya que me gustaba lo que estaba sintiendo. Sin embargo, creo que lo mas rico fue cuando sus manos se metieron bajo mis calzoncitos y sus dedos comenzaron a hurgar en mi culito.

  • Por favor, detente, no lo hagas… ahhh – supliqué pero uno de sus dedos se había clavado en mi estrecho agujerito.

  • ¿A poco eres virgencito? – me dijo mientras se separaba de mi.

  • Sí… bueno no… no lo sé… - le respondí confundido – o sea, nunca me han metido una verga.

  • Vaya, vaya… me va a tocar estreno… mira lo que te vas a comer – me dijo mientras se quitaba los calzones y me mostraba una verga descomunal semierecta.

  • No, mejor ya vámonos – le dije un poco atemorizado, pues mentalmente comparaba ese falo con el vibrador que me había metido la mujer de Don Venancio y simplemente no había comparación.

  • Tranquilo niño, te prometo que vas a gozar de lo lindo – me dijo tomándome entre sus brazos, volviendo a besarme en los labios, en el cuello, en el pecho, mordisqueando mis tetillas y haciéndome estremecer de placer.

  • Por favor… detente… - supliqué pero era demasiado tarde, él ya estaba de rodillas frente a mi y bajaba mi calzoncito para liberar mi verga en completa erección.

  • ¡Qué vergota tienes, niño! – exclamó y comenzó a mamarme la verga.

La habilidad para mamar era enorme pero además, sus manos jugaban inquietas con mis nalguitas y el roce de sus dedos con mi culito era sumamente rico. Así que fue sólo cuestión de tiempo para que mi verga comenzara a expulsar mi leche tibia en su boca.

Se puso de pie y nuevamente me besó. El sabor de mi leche en su boca era evidente y me agradaba. En ese momento sólo deseaba una cosa: corresponderle de la misma manera. Me arrodillé frente a él y comencé a lamerle la verga desde la base hasta la cabezota, la introduje parcialmente entre mis labios para iniciar una mamada que terminó de alistar aquel enorme pene.

  • Mamas muy rico pero ahora ven, apóyate aquí para comerte el culito – me ordenó señalando la mesa y lo obedecí de inmediato mientras él sacaba de su bolsa un sobre de plástico con lubricante.

  • Mejor no, si quieres te la mamo y te vienes en mi boca – le sugerí, pero él simplemente me separó las piernas y se arrodilló para iniciar esa caricia que tanto había disfrutado con la mujer de Don Venancio.

Ese chico sabía lo hacía con su lengua. Le ofrecí ya sin ninguna reserva mi agujerito y él lo aceptó, su lengua y sus dedos comenzaron a hurgar dentro de mi agujerito al tiempo que me iba untando el lubricante en la orilla y en el interior. Mi verga se había repuesto y no pude evitar acariciarla.

  • A ver niño, sólo relájate, hummm… - me dijo él mientras intentaba meterme la cabezota de su verga.

  • Ay… no… mejor no… - le supliqué al sentir como dilataba mi culito aunque levanté mis nalguitas un poco más pues en mi interior ansiaba sentir aquel trozo de carne dentro de mi.

  • ¿No?... ¡Cómo no!... – y un firme empujón consiguió que aquel enorme pene comenzara a entrar en mi agujerito.

  • Por favor… está muy grande… ayyy… no me va a caber – le suplicaba mientras aquel delicioso falo se abría paso en mi conducto anal hasta que un cosquilleo entre mis nalgas me hacía notar que su pubis comenzaba a hacer contacto conmigo, por fin me la había clavado toda.

  • Ves como si entró todita, siéntela toda, siente como palpita, ahora vas a gozar – me dijo dejándola dentro de mi por unos instantes, sin movimiento alguno, dejando que mi agujerito se acostumbrara al grosor de semejante vergota y entonces comenzó a remolinear sus caderas para iniciar una verguiza que jamás olvidaríamos.

Comenzó un mete y saca semilento que acompañaba de caricias a mi verga, y Yo comencé a corresponder instintivamente con un meneo de mis nalguitas. No lo podía creer, tener el juguetito de la mujer de Don Venancio en mi culito era una cosa pero tener esta vergota entrando y saliendo de mis entrañas era riquísimo, era una sensación inexplicable que me hacía gemir y decir cosas que nunca imaginé.

  • Así papi, así, cógeme, rómpeme el culo… - exclamaba mientras empujaba mis nalguitas contra aquel miembro que tanto placer me daba.

  • Eso es putito… ahora sabes lo que es un macho – me decía él mientras me seguía nalgueando y aceleraba el ritmo de sus embestidas.

  • Ahhhhhhhhhhhhhhh – gemí al no poder contenerme y comencé a venirme nuevamente mientras él continuaba el bombeo.

  • Ahora vamos a hacerlo de otra manera – me dijo mientras me sacaba la verga.

Acomodamos la colchoneta en el piso, me colocó boca arriba, "piernitas al hombro" y sin mayor preámbulo me volvió a ensartar.

  • Ay papi… que gorda la tienes… ayyy que rica – gemía mientras él comenzaba a cogerme cada vez con más fuerza.

Sentía mi culito ardiendo, pero me encantaba ese roce, era mi primer macho y quería que se viniera dentro de mi, que me bañara las entrañas con su leche ardiente y que me hiciera gozar más. No tuve que esperar mucho, él buscó mis labios y mientras me besaba, en una embestida profunda y vigorosa lo pude sentir, era la primera vez que sentía como respingaba una verga dentro de mi al arrojar su leche una y otra vez. Podía sentir como escurría en mis entrañas esa leche tibia. Ambos nos quedamos inmóviles por unos momentos, sólo besándonos, hasta que aquella vergota fue perdiendo dureza y fue extraída de mi estrecho culito.

  • Creo que tu culito ha sido el más rico que me he cogido, lo tienes bien cerradito y sabe dar apretones bien sabrosos – me dijo Tomás mientras se acostaba a mi lado.

  • Tú eres el primer macho que me mete la verga… y me gustó mucho, pero… - le dije mientras pensaba en la posibilidad de que me hubiera convertido en homosexual, o sea, una cosa era que yo me culeara a Don Venancio, pero otra muy distinta lo que me había hecho ese chico.

  • ¿Pero qué? ¿Qué cosa no te gustó? – me preguntó insistente.

  • Es que… mi novia… o sea… ella me gusta mucho y

  • Ah pues por eso no te preocupes – me interrumpió – Yo estoy casado y el que te haya cogido no significa que deje de gustarme mi mujer.

  • Pero es que tu vergota… tan grande… tan gorda… me gustó mucho… - le dije mientras comenzaba a acariciarle la verga para volverla a poner erecta.

  • Ya bájale que parece que te hubieras enamorado jajaja… mejor dale una mamadita y nos echamos otro palo – me dijo mientras me acercaba a su verga.

Tener nuevamente esa vergota entre mis manos me permitió admirarla aún mas, sentir como crecía dentro de mi boca era una sensación deliciosa. Pronto estuvo nuevamente lista para el combate y su dueño lo supo.

  • Ponte en cuatro para disfrutar de tus nalguitas – me ordenó y de inmediato obedecí.

Mi culito estaba dilatado lo suficiente y ese delicioso pene no tuvo mayor problema para alojarse dentro de mi. Sin embargo, él no comenzó el mete y saca de inmediato, sino que nuevamente esperó unos instantes para hacerme sentir su verga en toda la extensión. A continuación se apoyó sobre mi y mordisqueándome la oreja inició el mete y saca semilento que tanto me había gustado, así que no tuve mas remedio que corresponderle con un meneo de mis nalguitas y sus respectivos apretones.

  • Ay papi que rica la tienes… ahh – gemía mientras él continuaba jodiéndome a su ritmo.

En esta ocasión fue una cogida lenta pero igualmente deliciosa. Me la metía y sacaba por completo, recargando todo el peso de su cuerpo sobre mi. Al grado que terminamos cogiendo completamente acostados hasta que me volvió llenar el culo de leche. Nos quedamos unos momentos sin decir palabra, sólo mirando al techo.

  • Tú naciste para la verga – me dijo y añadió – si quieres te puedo presentar con unos amigos.

  • ¿Unos amigos? ¿Para qué? Con tu vergota me basta – le dije mientras comenzaba a vestirme – además no soy puto.

  • Es broma… no te enojes – me preguntó mientras se acomodaba la verga en los calzoncitos.

  • ¿Crees que ya soy puto? – le pregunté preocupado.

  • No, para nada, es mas para que no te preocupe eso te voy a confesar algo… a tu jefe me lo cojo desde hace mucho tiempo y él sigue cogiéndose a su mujer sin ninguna bronca – me dijo y abrazándome por detrás añadió – oye y cuándo repetimos.

  • Pues cuando quieras… - le respondí y quedamos para la siguiente semana.

Ese chico me había hecho estremecer y aunque era difícil de aceptar, creo que me gustaba. Sin embargo mi novia también me gustaba mucho. Con el tiempo pude comprobar que me gustaba dar y recibir, con hombres y mujeres, así que jamás olvidaré a Don Venancio y a su mujer, quienes me iniciaron en este mundo de la bisexualidad.