Don santos, el curandero 11 (final)

Ultimo capitulo del relato del viejo curandero....

DON SANTOS, EL CURANDERO 11 (FINAL)

El tiempo fue sucediéndose. Las cosas cambian. Algunas para bien otras para mal. Otros son cambios de la misma vida simplemente. Así fue que Clarita fue creciendo y se fue convirtiendo en una mujer infartante. El viejo seguía atendiendo, a todos los que llegaban por alguna cuestión. Por supuesto la ayuda de Clara y la mía se hicieron cada vez más necesarias.

También se había sumado al equipo nuestro Julia. Ella se vino a vivir aquí y era la única que dormía en la cama con el curandero. El había pasado tiempo sin dormir con nadie en su cama. Pero desde que había conocido a aquella chiquilla eso fue cambiando.

Todos éramos relativamente felices. En una medida justa. La que la vida nos pone por delante.

Nos habíamos convertido en una especie de familia. De vez en cuando también venía a visitarnos el padre de Julia. Que había vuelto a formar pareja, pero de vez en cuando se hacía unas escapadas a la casa para sentir sobre todo la piel de Clara. Aunque todos nos habíamos acostado con todos. La armonía era una regla. Todos disfrutábamos del sexo sin reparos y sin vergüenza, que era lo principal.

__¡Que raro que nadie se haya levantado todavía!__ razonó Clara recién llegada a la cocina desierta.

__¡Es raro!__ comenté. Buscamos los utensilios y comenzamos a preparar el desayuno.

__¿Anoche quedó el padre de Julia?

__¡Un rato, se fue a la madrugada!__ contestó Clara. En eso se escuchaba como un sollozo, mezclado con murmuraciones. Detuve lo que hacía y aguce el oído.

Por el pasillo semi oscuro venía Julia tomándose la cara, nos miró y sus ojos estaban rojos.

__¡No despierta!

__¿Qué pasa?¿Quién no respira?

__El…don Santos

__¡Se murió!__ exclamó Clara con horror. Corrimos a la habitación. Entramos. El viejo estaba con la cara al cielo. Los ojos cerrados en paz. Ya no respiraba. Estaba enfriándose. Julia lo había notado cuando despertó. Quien sabe cuanto tiempo llevaba el hombre sin respirar.

Clara lloraba al costado de la cama. Arrodillada en el suelo. Yo me senté en el otro lado. Julia volvió a entrar. Y se quedó parada delante de la cama hecha un trapo.

Nuestro mentor había muerto. A cada uno de nosotros a su manera nos había ayudado y sacado de la calle. Todos le estábamos agradecidos. Nunca lo olvidaríamos.

Lo despedimos por la mañana siguiente. Todos estábamos abrumados. No sabíamos que hacer. Adonde ir. Dejaríamos todo. Nos marcharíamos de allí. ¿Adónde?.

En ese día nos fuimos a dormir callados. Casi sin comer.

Al otro día el sol brillaba muy fuerte. Julia estaba haciendo el desayuno.

__¿Y qué haremos ahora?__ preguntó ella.

__Aún no lo sé Julia. Veremos. Creo que debemos seguir unidos

__¿Tenía familia, hijos?

__No tenía a nadie en el mundo. Éramos su familia.

__Entonces podemos quedarnos.

__Seguro que nos quedaremos, el tema es que haremos.

__¡Buen día!__ saludo Clara.

__¡Hola como estas! ¿Dormiste bien?__ preguntó Julia

__Sí bien, bien. ¿Ustedes?

__Yo bien__ dijo ella

__¡Yo también __comenté. Desayunamos casi en silencio.

__¿Entonces?__ dijo Clara

__Yo digo que nos quedemos y que sigamos haciendo lo que hasta ahora.

__¿Como?__ pregunté

__Que sigas tu como el nuevo curandero

__Una nueva generación

__¿Les parece?—así fue en que me convertí en el nuevo don Santos. En el nuevo curandero. Los días fueron pasando. Y el nuevo legado me fue quedando cómodo. Clara y Julia me apoyaban en todo lo que hacíamos. Mucha gente empezó a ir y venir por aquella casa. Atendíamos a todos lo que necesitaban, tal cual nos había enseñado el viejo.

Muy rara vez estábamos solos. Siempre andaban  rondando hombres, mujeres, chicos, de distintos extractos sociales. Profesiones u oficios distintas. Los ayudábamos a todos. En su medida. La fama de nuestra casa se había expandido por toda la provincia y aledaños.

Así mismo volvían aquellos que alguna vez pasaron por ahí. No siempre porque algunos vivían muy lejos. Pero en su mayoría volvían.

El señor obispo pasó un día por la casa. Solo había pasado una vez por allí.

__¡Hijos como están he querido pasar a saludar después de su perdida!

__Monseñor se lo agradecemos tanto__ dije yo

__¡Don Santos era un amigo!

__El hablaba muy bien de usted

__Era un hombre muy sincero y muy caritativo

__¿A usted lo ayudo mucho?__ preguntó Clara

__Sí, sí por supuesto

__¿Quiere beber algo monseñor?__ preguntó Julia, a lo que el hombre respondió que solo bebería un vaso de agua. Ella fue a traer el agua.

__Bueno hijos míos debo retirarme

__¿Como monseñor ya se va a ir?

__Debo continuar mi recorrida hijo

__Quisiera que viera algo que quiero mostrarle, como un gesto de agradecimiento…

__Bien, bien hijo, ¡Muéstrame!__ el hombre de la iglesia volvió a tomar asiento. De pronto entraron Clara y Julia vestidas con brillos. El hombre sonrió. Se acomodó mejor. De pronto ellas giraron sus cuerpos y quedaron de espaldas. Los atuendos que llevaban puestos no tenían parte trasera y dejaban al aire sus espaldas hermosas y sus  lindos culos sabrosos. El obispo sintió que se desorbitaban sus ojos. La cara se le volvió bordo. Ellas contoneaban sus culitos. Se fueron acercando al hombre que empezaba a transpirar goloso.

__¿Le gusta lo que ve monseñor?__ pregunté

__¡Me encanta hijo mío, me encanta!__ la baba le chorreaba por la comisura de los labios. Las chicas llegaron cerca de el. Sus manos acariciaron las colas desnudas. Frescas. Estaban perfumadas y el perfume seducía, embriagaba. El hombre ya se mojaba la frente. Las gotas le caían gruesas. Sus manos pellizcaban los culos. Las chicas reían, seducían, bailaban. Le movían las caderas. El hombre se volvía loco. Acercó su cara  a ellas y besaba las nalgas. Pasaba su lengua larga por allí. Las mordía con ardor. Las fregaba con apretujones . el obispo besaba las nalgas y el ruido de esos besos se hacían oír.

Para ayudar fui quitando las ropas de monseñor. El me dejo hacer. Acaricié sus tetillas. Monseñor no largaba los culitos de las bravas chicas. Que se habían quitado el resto de las ropas y solo estaban con sus tanguitas puestas. La vergota del obispo estaba de forma descomunal. Las chicas se arrodillaron ante el y se la metían en la boca alternándose. El obispo se recuesta en el sillón y gemía. Las dos amazonas comían aquella pija y lo hacían retorcerse.

__¡¡Ohhhh, hijas mías!!__ gemía el hombre alzado y con la vara dura

Yo en tanto besaba el cuello de aquel religioso. Mordía las tetillas. Las lamía y chupaba con pasión. Las bolas del hombre eran deglutidas con fruición. Eran grandes y Julia  y Clara jugaban con ellas. En tanto de vez en cuando se cruzaban sus lenguas en besos jugosos. Yo le buscaba la boca al obispo y le chupaba la lengua larga. Lentamente fui quedando sin ropas. Mi verga alzada fue alcanzada a la boca del hombre. El obispo la miro y la metió en su boca. Chupaba sin reparos, este hombre si sabía gozar de su vida religiosa. Con sus manos acariciaba mis pelotas y además hincaba ya un dedo en mi ojete jugoso. Clara lo trepó y acomodándose se clavó su vergota hasta el fondo.

__¡¡Ohhh hija mía, así, clávatelo, oh, ahh, ahhh!!!

Clara empezó a cabalgar al hombre. En tanto Julia besaba su agujerito. Lo llenaba de saliva. El obispo ya me tenía ensartado con dos dedos jugando dentro de mi. Con sus manos me pajeaba ardorosamente. Julia se puso de pie y ahí el obispo vio la tremenda erección que portaba ella.

__¡¡Ven hija mía, ven déjame probarte!!!

La verga de Julia fue tragada sin descanso. El obispo lamió. El hombre tragó. Succionó. En tanto Clara saltaba sobre la vergota del obispo. Lo sacudía y lo vaciaba. El hombre acababa a los gritos. Sin dejar de comer la pija dura de Julia. Clara se quedó un momento quieta sintiendo en su interior la verga del religioso que latía dentro de su conchita caliente. Sentía resbalar y como caía la leche entre sus piernas. Aún estaba dura.

__¡Estoy tan caliente!¡Ustedes me han puesto así!!¡Ven criatura, ven aquí!!!__ diciendo esto. El obispo tomo la carita de Julia y la beso profundamente. La colocó en cuatro contra el respaldo del sillón. Abrió sus nalgas y metió allí a su larga lengua sedienta. Julia gimió al sentir el latigazo. El obispo escarbó un momento en aquel agujero. Luego acercó su cabeza plena y con restos de leche. La verga se fue perdiendo en el culo de la chica. El hombre penetró totalmente. Empezó a moverse dentro de Julia que gemía y se aferraba con ganas al sillón. Penetrada hasta las bolas, el religioso iba y venía en aquel jugoso culito. En tanto Clara se había aferrado a mi herramienta y la chupaba desaforada. Yo sobaba las nalgas del obispo. De vez en cuando le daba algún fuerte golpecito y el obispo estallaba en gritos y gemidos. El hombre alcanzaba la verga de Julia y la meneaba. Sin dejar de hundir su vara en el agujerito de la chica. Besaba la nuca de Julia que se retorcía. Clara chupaba mi culo insaciable y me cogía con los dedos. Yo largaba mi leche en la boca de Clara. Me aferraba a sus hombros. Largaba mi líquido y ella tragaba. El obispo también acababa en el culito de Julia que se movía y giraba su cara para besarse con monseñor que a esta altura caía sobre la espalda de la chica. Julia sentía como la leche se escurría entre sus nalguitas. El hombre detrás de ella bufaba y sacaba su pija de aquel culito. El hombre se dejaba caer sobre el sillón agotado. El sudor le caía por la barriga y por la frente de forma copiosa. Julia y Clara se besaban. Julia tomaba los pechos de Clara y los amasaba y se los metía en la boca. Los pezones de Clara se alzaban duritos, álgidos. Monseñor y yo mirábamos como esas chicas jugaban entre ellas. Los dedos de Julia se internaban en su cuevita y los de Clara se insertaban en el agujerito mojado de Julia. Las dos gemían y se besaban.

Así seguimos disfrutando de la visita en aquel día del obispo, que en su tiempo fue amigo de don Santos, el curandero nuestro mentor, creo que fuimos dignos discípulos.-