Don Ramón y doña Úrsula
Peculiaridades sexuales de un matrimonio de maduros.
Don Ramón y doña Úrsula, de 67 años él y 55 ella, vivían en una ciudad del norte muy fría, por lo que en invierno apenas salían de casa, sólo fuese por lo necesario. Se pasaban el día hablando de su joven hijo, Raulito, que tenía 18 recién cumplidos. Era el primer invierno que el chico no estaba con ellos, ya que se fue a estudiar arquitectura a la capital. Era un chico tímido, pero muy buen estudiante. Sus padres lo habían sobreprotegido siempre.
Don Ramón y doña Úrsula contrajeron matrimonio siendo ya bastante maduros, además de la diferencia de edad evidente entre ellos comprendida. Justo a los nueve meses de la boda nació Raulito. Las relaciones sexuales de este matrimonio se centraron prácticamente en la concepción de su hijo. Después, nada. Sin embargo habían mantenido inquietudes sexuales peculiares en la intimidad matrimonial. Don Ramón tenía manías que pudieran parecer extrañas a cualquiera, pero con las cuales doña Úrsula aprendió a convivir. Por ejemplo, el buen hombre acumulaba pelos del coño de su señora en un frasco, obteniendo una cantidad ingente al cabo de los años.
Por raro que parezca compartía esa afición secretamente a espaldas de su mujer con otros dos jubilados del barrio y los tres se reunían al menos una vez al mes para destapar cada uno su frasco y hundir el olfato en el aroma de las esposas de los otros. No era difícil que estos hombres acabasen masturbándose mientras evocaban a las esposas de sus amigos, por cierto las tres de generosas curvas y condiciones para el sexo aún aceptables. Otro de los delirios de don Ramón era que su esposa le lamiese de vez en cuando el ano. Al principio ella fue reacia, pero con los años olvidó reparos y adquirió pericia. También se acostumbraron a que ella le hurgase el ano a su marido con el dedo gordo del pie. Don Ramón pedía a su esposa que tendiese su ropa interior femenina para secarla bien a la vista de un solterón que vivía enfrente de ellos.
Eso también excitaba a don Ramón. Antes de marcharse a estudiar Raulito, su padre compró un reproductor de dvd y hizo que el chico le explicase bien el funcionamiento. Con el joven fuera del hogar, don Ramón sólo compró películas pornográficas para pasar el invierno entretenido. Las veía delante de su mujer sin escrúpulos manoseándose el pene descaradamente, mientras doña Úrsula tejía para su hijo algún jersey de lana. Ambos se miraban y sonreían. De ese modo vivían el sexo.
Por otro lado ella tenía sus propias particularidades acordadas de forma tácita con su marido. Así si él coleccionaba vello púbico, ella pedía a su esposo que trajera a casa revistas eróticas de las que ella recortaba exclusivamente las fotografías de los penes erectos de los personajes masculinos de la publicación, guardando aquello en una carpeta en la que tenía cientos de estas imágenes. Desgraciadamente para ella, esta afición no la compartía con nadie.
Eran dos viejos con bata invernal de estar en casa, entretenidos frente al fuego de la chimenea y con más pensamientos que acción. Doña Úrsula era de mente retorcida y algo calenturienta que le llevaba a pensar siempre lo peor de la gente, y si el frutero le recomendaba comprar determinados plátanos, ella pensaba que era un cerdo que se le estaba insinuando a través del ofrecimiento de la citada fruta con forma fálica, o a lo mejor le estaba sugiriendo el muy pervertido que los utilizase para introducírselos en el coño. Nada más lejos de la verdad, lo que pasa es que luego ella llegaba a casa y no dejaba de darle vueltas a la cabeza y sentía cierta excitación, incluso cierta tentación de masturbarse, pero nadie sabrá nunca si lo hizo, ni tan siquiera su marido, porque eso era algo muy íntimo para ella.
Continuará