Don Paolo

Mi vida trasncurria de lo mas normal y yo me habia alejado de las infidelidades pero la vida siempre te da sorpresas inesperadas y todo vuelve a empezar.

Don Paolo es un señor de unos setenta años, italiano de pura cepa, viudo, vive en una casa quinta en las afueras de la ciudad, es propietario de una empresa metalúrgica de la que fue fundador y después de la muerte de su esposa lo delegó todo en manos de su único hijo. El hijo  -de quien a futuro será mi paciente-  es un conocido mío  y me pidió si podía yo ser su médica de cabecera porque el hombre ni siquiera quería salir de la quinta, estaba muy solo y deprimido y que además de mis honorarios se iba a hacer cargo de mis gastos de traslado etc.

Si bien en mi primer día me costó llegar hasta casi me pierdo, recibí, valga la redundancia una buena acojida por parte de la ama de llaves de Don Paolo, Elsa era el nombre de esta mujer. El lugar era hermoso, césped cortado al ras, piscina, plantas y flores por todo el lugar, la casa se ubicaba bien en el fondo.

Don Paolo estaba en su cama y cuando ingresé a su habitación me dijo – lo recuerdo como si fuese ayer- Ma que bella es usted-  me acerqué y pasándole la mano le dije  “soy la doctora Rodríguez, Marcela Rodríguez,  usted debe ser Don Paolo, mucho gusto en conocerlo, a partir de este momento seré su medica personal, llámeme Marcela por favor”

Procedí al chequeo de rutina como tomar su presión arterial, escuchar sus latidos, etc., todo normal, se quejó de un dolor abdominal por lo que decidí inyectarle un Reliverán, le di la espalda para cargar la jeringa y sentí una mano que se apoyó en mi nalga. Traté de disimular, era mi primera visita a este paciente nuevo además padre de un allegado a mí, lo pasé por alto al tema, lo tomé como algo sin querer.

Hablando con Carlos, su hijo, me comentó que el viejo estaba muy contento conmigo, que por así decirlo le caí bien, a lo que le respondí “es un poco manolarga tu padre, me tocó el culo hoy” – bueno rubia no te enojes, yo si fuese el viejo también lo haría-  y hablando de hacer quiero que le dediques más tiempo por favor, cancelá turnos con tus pacientes pero quiero que lo reanimes a mi papá, sacalo a caminar, vayan al shopping no sé, pero sacalo de su encierro te lo pido por favor Marce, devolvele las ganas de vivir.

Al otro día me presenté en la quinta, previamente recibí un llamado de mi paciente pidiéndome que lo acompañe a hacer unos trámites y que venga vestida con ropa informal, así fue, un pantaloncito gris de jean, camisa blanca y sandalias. El viejo me esperaba y elogio mi puntualidad, me ahorré el hecho de manejar porque salimos en su auto que tenía un chofer propio. Al estar en el centro bajamos, lo tomé del brazo y cual marido y mujer caminamos, es más, era una linda sensación el hecho de sentirme ficticiamente la mujer de aquel hombre de negocios al que muchos reconocían y saludaban.  Aprovechamos y tomamos el subte y como me generó cierta confianza me hice la tonta cuando me apoyó desde atrás. Se me fue la mano con los roces, no sé si fueron demasiado sugestivos o será que al viejo le gustó el jueguito de tener una mujer más joven a su lado, el hecho es que sentí una erección de su parte, aunque pienso que eso venia ya desde el momento de la caminata, bajamos en una estación y noté una mancha húmeda en su pantalón volviéndome a hacer la distraída.

Desde aquel día Don Paolo tenia erecciones todo el tiempo que yo pasaba en la quinta, quería que fuese su acompañante terapéutica y hasta me propuso que me mudase a su morada. Le expliqué de mi situación sentimental, que estoy casada y tengo dos hijos pequeños.  Ese día estábamos solos, Elsa fue al centro a pagar impuestos.  Mi juego consistía en no darme cuenta de nada como en aquella vez en que me metió una mano. Nos sentamos en el living a ver televisión, cuando una mano se posó en mis muslos, lo dejé jugar, subió un poco mas hasta llegar a mi entrepierna y  me masturbó un buen rato, me humedecí de la forma más inocente y cuando estaba por llegar al éxtasis me contuve y me levanté raudamente.

Me paré frente a su cara danlole la iniciativa, “déjeme sacarle la bombacha Doctora solo eso” exclamo con voz entrecortada y se lo concedí. Los tiempos cambian, quizás se quedó en sus tiempos de juventud en que las mujeres usaban bombachas de algodón grandes y con puntilla pero yo tenía puesta una tanga negra que se había mojado con mis jugos íntimos en ese instante.  Me la sacó como pudo, la parte de atrás era más pequeña y al bajármela quedó toda enrolladita, se la llevó a las narices y la olfateó.  Con sentirla se masturbó un instante mientras yo frotaba mi clítoris ese frenesí de olores íntimos de su medica le provocó una feroz eyaculación adentro de sus pantalones otra vez.

Decidí usar la sugestión para reanimarlo: “Don Paolo usted es un egoísta, mire como me dejó” y lleve su temblorosa mano a mi entrepierna húmeda. “Le pido unas lamiditas” y para resucitarlo de su acabada le puse el clítoris en la boca, mi olor a hembra para ese entonces ya lo habían trastornado, estaba entregado a mis deseos, le removí tanto pero tanto la concha en la cara que lo llené de mis jugos, su corazón latía a mil.  Finalmente no pude resistir más el enorme placer que me producían mis refriegues al tener a ese hombre completamente entregado a mi dominación, y estallé en su rostro obligándole a beber los jugos de mi acabada, hasta que luego de la aplastada final de mi concha sobre su boca, me quedé quieta, recuperando la respiración. El pobre seguía lamiendo y lamiendo allí abajo.

Me desmonté de su cara y sentándome sobre sus muslos con las piernas abiertas, encontré entre ellas su terrible erección. Y pude constatar a que punto de enardecimiento lo había llevado con mis frotamientos abusivos. Ese pito  parecía a punto de explotar, si bien no era muy grande no pude resistir la tentación y comencé a frotarlo lentamente, hacia adelante-atrás arriba-abajo corrí por completo el prepucio.

Y continuaba con mi lenta paja, ambos mirábamos mi mano subir y bajar al compás de sus jadeos, y eso me acrecentaba la calentura, además el hecho de que al pajearlo a él también estaba masturbando a mí. Así que yo también comencé a jadear y de pronto salió un lechazo camino al techo.  El pobre no había podido resistir más mi lujuria y había acabado otra vez, todo transpirado y con el corazón a punto de estallar. Me higienicé y me fui, me invadió tal culpa que al día siguiente le presenté mi renuncia.

Esa misma tarde me pidió que fuese a la quinta, cancelé todos los turnos para que podamos aclarar tranquilos lo sucedido y fui. El estaba solo sin el personal que le servía, así que fue una excelente oportunidad para aclararlo todo.  "Marchella, (así me llamaba bien a lo italiano)  estuve pensando en lo que hicimos..." "¡En lo que me hizo hacer!" corregí. "¡Usted es un hombre muy lujurioso y jugó conmigo como se le dio la gana! ¿Y sabe que es lo peor de todo? Lo peor es que me gustó,  nunca tuve orgasmos tan intensos Don Paolo, no sé cómo seguirá esta relación entre Usted y yo pero queda claro que el trato Medica-Paciente se nos fue de las manos, así que tomé la firme determinación de renunciar, ¿lo comprende?”

Me levanté dándole la espalda fingiendo mi enojo deseaba que captase mi deseo de “venga por mi Don Paolo, hágame suya”. Al segundo transcurrido lo tuve detrás de mí y otra vez con su método de estimulación vaginal me dejé llevar por mis deseos.

Me frotaba y frotaba, yo tragaba saliva plenamente excitada estaba dispuesta a ser penetrada allí en ese instante.  "¿Le puedo pedir un favorcito...?" dije con voz plenamente entregada. "¿cuál favorcito Dra. Marcela?" "Quiero que me de algunos besos en la cola, pero solo si Usted lo desea, claro...". Obviamente desde que me conoció supe que era lo que más deseaba hacerme y lo sentí posar sus manos en mí con su respiración rebotando en mi piel. Yo lancé un suspiro largo. "Asíii... papito... me gusta mucho..." Y seguía ondulando mi culazo para mantener atrapado su interés. Este señor no tenía como distraerse de mi culo en esos momentos. Comencé a hacer movimientos  para darle ocasión de besarme más cerca de la zanja. Y él besaba todo lo que le ponía a su alcance y me fue bajando la tanguita despacito como a mí me gusta. Seguro que si en ese momento le pedía que me cogiera el orto no iba a tardar ni un segundo en metérmela. Pero quería excitarme aún más. Yo seguía con mi culo terriblemente tirado hacia atrás, bamboleándolo como si se tratase de un sensual strip tease. Y al verlo tan entretenido salían de mi boca jadeos y gemidos. "¡ummm Don Paolo usted lo hace muyyy biennn…. Sabía que me haría desinteresadamente este gran favor!”. Me sonreí maliciosamente. Su pene en plena erección. ¡Claro, lo había calentado demasiado, y la erección no se le bajaba! Seguí con mis suspiros, quejidos, jadeos y exclamaciones, para mantenerlo bien caliente y obsesionado con mi culo. Pero me pasé. El tano estaba hecho una furia. "¡Ma que Doctora ni doctora, quiero enterrarte la poronga  en ese orto...!" Y me enterró su duro y parado pene hasta el fondo. Lo sentí entrar fácil y comenzó a darme duro. Como yo estaba  muy caliente acabé enseguida, pero él tenía todavía para rato. Y siguió serruchándome el orto a gusto y piacere. A los cinco minutos vino mi segundo orgasmo. Sus jadeos aumentaron y siguió con su serruchada cada vez más frenética. Yo empecé a tener las sensaciones más locas y perdí todo control. Lo tenía enloquecido con  mi culo, mi soberbio culo recibiendo lo que más me merecía. Y cuando acabé por tercera vez en medio de temblores, apretándole su aparato, sentí como el pito escupía chorros de semen en mis entrañas. Quedó abrazado a mi espalda con su pija todavía enterrada un mis intestinos, hasta que poco a poco se fue derrumbando, un ruido extraño hizo su pene al salir como cuando se destapa una botella de champagne y con su respiración todavía agitada lo dejé hecho una piltrafa.

Desde esa vez el italianísimo Don Paolo y yo nos veíamos cuando yo estaba necesitada de “atención”. Con la excusa del control médico regresaba a su quinta a hacerle los chequeos, claro está que coordinábamos día y hora para que estemos solos entonces se liberaba del personal. En cuanto a lo netamente sexual a decir verdad no duraba casi nada o ni llegaba a penetrarme pero a mí me gustaba juguetear con él y hacerlo feliz por un rato. Se había aficionado a mi gran culo y me lo chupaba de diversas maneras. A veces me hacía tender boca abajo y hundía su cabeza entre mis nalgas, aferrándose con sus manos a mi cintura, para poder enterrar mejor su cara entre mis glúteos. Tanta pasión me podía, y tuve los más memorables orgasmos por lamida de orto que pueda recordar. Otras veces jugábamos a que era mi perrito,  me hacia parar e inclinar la cintura sacando el culo y se ponía en cuclillas y comenzaba a besármelo y besármelo, llenándome de besos que me ponían a mil, era un perrito muy morbosón, olfateaba con locura el traste de su ama, obviamente me invadía la calentura que me desprendía el pantalón, me bajaba la bombachita y allí comenzaban las escarbadas cada vez más apasionadas en el interior que terminaba cogiendo con su lengua hasta que me hacia acabar como una hembra en celo. El sabía abusar de mí hasta dejarme agotada sin necesidad de penetración alguna. Otras veces me hacía acostar de espaldas, con las piernas levantadas y me comenzaba a lamer entre las nalgas, mientras sus manos me estimulaban el clítoris. O me hacía acostar de costado y me lamía el interior con un entusiasmo, con  devoción, esa posición era “la fosa del mecánico”.  Era muy creativo y siempre se le ocurrían nuevas formas de comerme el culo. En verdad que le gustaba mucho mi gordo y redondo traste y en cuanto a mí cada vez que podía me daba una escapada para que juguemos.-