Don Gonzalo

Joven casada se rinde a la lujuria.

Me encontraba haciendo las labores habituales de casa esa mañana de verano, poco después de que mi amado esposo partiera a su oficina, cuando sentí el timbre de la puerta de nuestra vieja casona. Corrí presurosa a abrir, pues pensé que sería mi esposo que se habría olvidado de algo y abrí la puerta rápidamente de par en par haciéndome a un lado como para dejarlo entrar, cuando veo en el dintel la gruesa figura de don Gonzalo. El era un vecino de mediana edad que vivía dentro del pequeño pasaje a dos casas de la nuestra, un tipo sin oficio conocido y muy grosero además, pues cada vez que me veía se me acercaba para lanzarme piropos al pasar haciéndome notar lo mucho que yo le atraía, comentarios que si bien en un comienzo no hacían más que inflarme el ego como a toda mujer, con el tiempo se fueron haciendo más y más vulgares llegando a hacerme abiertas proposiciones deshonestas.

Estos encuentros en el último tiempo ya no eran nada agradables y me dejaban muy nerviosa además pues el tipo no tenía muy buena reputación en el vecindario y su aspecto físico era casi atemorizante, por lo que yo volvía rápidamente a casa sin hacer demostración alguna y me encerraba con doble pestillo, asustada de tan sólo pensar que pudiera intentar algo más. Y sin embargo, mujer al fin y al cabo, no voy a negar que en algunas ocasiones el escuchar sus comentarios de grueso calibre al pasar me produjeron una cierta excitación, la que en un principio obviamente contenía sin más pues era una mujer felizmente casada pero con el pasar del tiempo noté que se me hacía más difícil ignorar y a la que terminé dando rienda suelta al encontrarme sola y a salvo en casa. En tales ocasiones el recuerdo de sus palabras y las situaciones a las que se refería me despertaban una lujuria desconocida para mí y terminaba tumbada en la cama acariciándome entre las piernas mientras me imaginaba siendo sometida por él, o peor aún, imaginándome estar con él mientras hacía el amor con mi esposo, lo que no dejaba de avergonzarme pues amaba profundamente a Rodolfo y por ningún motivo del mundo le habría traicionado, mucho menos con un espécimen tan despreciable como aquél; y sin embargo, el morbo que me provocaba ese sujeto se hacía cada vez más y más fuerte, llegando a reconocer yo misma que deseaba fervientemente que él se atreviera a pasar del dicho al hecho para hacerme suya de una vez por todas, como única forma de aplacar esa lujuria que ya no podía controlar.

Al ver que la puerta se abría de par en par don Gonzalo no se hizo esperar y entró a viva fuerza cerrando rápidamente la puerta tras de sí mucho antes de que yo pudiera reaccionar a hacer nada producto de la sorpresa de no encontrarme con Rodolfo sino con este otro hombre que tanto me excitaba y que ahora estaba parado frente a mí con esa mirada lasciva que me hacía tiritar de deseo pero también de nervios y miedo; y de pronto me dí cuenta de que estábamos solos el y yo en casa y de que su presencia allí sólo podía tener un motivo, por lo que armándome de valor le pedí que se fuera de ahí en ese instante, más mi voz no sonó demasiado autoritaria que digamos por lo que no me hizo mucho caso.

Se me fue acercando lentamente mientras yo retrocedía entre asustada y sintiendo de nuevo esa lujuria que su mirada fija y penetrante me provocaba, más ya no tenía espacio por donde escapar por lo que se me fue encima, me oprimió con su enorme y sudado cuerpo contra el muro del vano, rodeó mi cintura con su fuerte brazo para atraerme más a él mientras con su mano libre comenzaba a recorrer mis encantos mientras yo me debatía en febriles reclamos y esfuerzos por zafarme, más al sentir de pronto entre mis piernas las mismas sensaciones que yo me hacía sentir al pensar en esta misma situación, un leve jadeo involuntario de placer se escapó por mi garganta y me di cuenta que mi cuerpo lo deseaba tanto como él a mí, por lo que al sentir su boca buscando la mía, entreabrí mis labios para regalarle un beso largo y húmedo, haciéndole ver que ya podía hacer tranquilamente lo que quisiera conmigo.

Lo que siguió a ese momento clave, en el que me entregué sin condiciones a ese hombre, al que en otras circunstancias ni siquiera hubiera saludado, fue un morreo descarado de parte de ambos, me besaba y manoseaba y mordía y pellizcaba por todas partes haciéndome gozar como no recordaba, y en ese afán de respiraciones entrecortadas y gemidos varios, yo misma le bajé el cierre de su marrueco para buscar con mis manos lo que más quería en ese momento, la verga tiesa y dura de mi macho, quedando absorta ante su enorme magnificencia y a la que dediqué mis mejores caricias y besos.

No tardamos mucho en quedar ambos desnudos y nos fuimos casi corriendo al dormitorio donde me tumbé sumisamente en mi cama invitándole a montarme, abrí mis piernas alrededor de sus caderas al tenerlo encima y tan sólo de ver su tiesa y orgullosa pichula menearse en el aire mientras se acercaba erguida a mi vagina para violarme, me sobrevino un orgasmo que me obligó a abrazarle para pegarme a su sudoroso cuerpo con fuerza y deseo mientras sentía cómo me metía su gruesa virilidad hasta el fondo de mi vientre. Y así, abrazados cual adolescentes enamorados, comenzó a culearme con fuerza y rudeza, no me lo habría imaginado de otro modo, y me decía cosas soeces al oído que lejos de molestarme me calentaban más y más, y en cada metida y sacada mezclábamos sus jadeos con mis gemidos en un coro que apenas apaciguábamos cuando su enorme lengua inundaba de saliva mi boca, buscando y saboreando y robando hasta la última gota de dignidad matrimonial que me quedaba para poseerme a cabalidad. No sé cuánto tiempo estuvimos culeando así, abrazados y acariciándonos mutuamente en todas partes, mis pechos y pezones colorados de tanto mordisqueo, mis piernas rodeándolo por la cintura como para que no se me escapara ni dejara de metérmela toda entera, hasta que sentí que su hombría crecía palpitando en mi interior y sus movimientos se hacían más fuertes y profundas y en un último empujón me la clavó tan adentro que me arrancó otro orgasmo más fuerte incluso que el anterior y nos abrazamos apretadamente, como con furia, mientras sentia cómo mi vientre vibraba entero mientras era regado con la cálida simiente que don Gonzalo me regalaba a borbotones y que yo recibía agradecida con gozo y satisfacción. Y luego nos sumió ese riquísimo estado de relajo total, nos fuimos soltamos de a poco mientras nuestros cuerpos se desentrelazaban pidiendo aire y descanso, él se salió de mi y se recostó a un lado, yo me acurruqué coquetamente junto a mi hombre y mientras le abrazaba alrededor de su enorme panza le confesaba al oído lo maravilloso que había sido ser poseída de esa manera.

Y al poco rato, ya descansados y pasadas las emociones y las ansias de ese nuestro primer encuentro, don Gonzalo se dio vuelta quedando encima mío y mirándome directo a los ojos con esa sonrisa medio sádica que le caracterizaba comenzó a decirme cosas como que él sabía muy bien que yo, a pesar de todas mis ínfulas de gran dama y de los continuos desprecios, en el fondo no era más que una putita caliente deseosa de ser tratada como tal, pero que nunca se habría imaginado que yo iría a responderle de la forma tan sensual y morbosa en que lo hice, dejando incluso que me culeara ahí mismo, en mi propia cama matrimonial. No me pregunten porqué pero a pesar de que en ese momento comenzaba a sentir en el fondo de mi alma vergüenza por mi proceder y una enorme pena y culpa por la traición que había hecho a mi amado esposo, sus palabras y el calor de su presencia física junto a mí volvieron a encender mis sentidos y con la mirada más coqueta que pude le rogué susurrándole al oído que quería que me la metiera de nuevo...