Don Gonzalo (2)
Joven casada se convierte en amante del hombre que la forzó.
Don Gonzalo, parte II.
Muchos me han preguntado qué pasó después de esa primera vez, en que don Gonzalo ingresó casi a la fuerza a mi casa y, aprovechándose de un momento de inicial debilidad de mi parte, terminó haciéndome suya incluso en mi propio lecho, para beneplácito y gozo de mis más oscuras y hasta entonces totalmente desconocidas fantasías. Y como muchos suponen, la respuesta a tal pregunta no podía ser otra que una larga serie de encuentros furtivos (y otros no tanto) durante los cuales dimos rienda suelta a una lujuria que nos consumía cada día más y cuyo único alivio, al menos para mí, era sentirme deseada, dominada y sometida a los caprichos y placeres de ese hombre y, sobre todo, ser poseída por él. Y es que me encantaba sentirme mujer sumisa ante ese macho demoníaco que desprendía tal fuerza erótica que me provocaba una inquietante excitación de tan sólo presentir su cercanía, haciéndome disfrutar cada encuentro incluso de antemano, mientras me preparaba y vestía como a él le gustaba, imaginándome a priori los placeres que iba a experimentar al entregarme nuevamente en sus brazos para que me hiciera el amor. Si, amor porque si bien él tan sólo me culeaba a su antojo yo en cambio le hacía el amor porque era amor lo que había llegado a sentir por él, la clase de amor que una hembra sólo puede llegar a sentir por el macho que la llena y la hace sentir plena, vital y feliz, que la hace levantarse cada mañana con una sonrisa en la cara, que va más allá de la calentura momentánea o, al otro extremo, el amor cariñoso que sentía y seguía sintiendo por mi esposo y era también pasión, pasión fuerte y descarnada, era sentirme dispuesta a todo con tal de poder estar a solas con él, de sentir su mirada, su olor, su calor, su cuerpo sudoroso encima mío, poseyéndome, penetrándome y sometiéndome a su poder, e incluso a la humillación de los descarados comentarios que me susurraba al oído mientras me colmaba de placer regando con su semilla lo más profundo de mi vientre Sí, indudablemente también era pasión!Era una locura, no lo puedo negar, y en esa locura llegábamos a descuidar incluso la discreción y cautela que mi condición de mujer casada requería y, en una ocasión, estuve a punto de ser descubierta por mi marido en pleno adulterio.
Fue un día sábado, poco después de declararse una falla en el refrigerador y ante la cual, mi santo esposo no tuvo una peor ocurrencia que consultarle al mismísimo Don Gonzalo por si conocía algún servicio de reparaciones en las cercanías, recibiendo como respuesta un cínico "no se preocupe amigo Rodolfo, que yo mismo se lo arreglo esta tarde" Al enterarme de lo convenido casi me da hipo, se me erizó la piel y con la voz entrecortada y nerviosa me deshice en reclamos contra esa medida, aduciendo que ese tal Don Gonzalo me causaba muy mala impresión y que preferiría no tenerlo en casa, que probablemente no tendría idea de efectuar reparaciones, etc. , etc. , más Rodolfo me calmó diciendo que no me preocupara, que todo estaría bien. No niego, como ya expliqué más arriba, que la sola presencia de Gonzalo me aceleraba el pulso, más aquello ocurría en la confianza de estar a solas con él sin testigos indiscretos y/o en el secreto de mi mente, y por lo mismo, la idea de tenerlo tan cerca estando acompañada por mi marido no me era precisamente agradable y me generaba sentimientos mezclados. Para hacer peor las cosas, Gonzalo me llamó al celular (utilizando nuestro método de sólo dos rings para que yo lo llamara en caso de estar disponible) exigiéndome, con esa voz que dominaba mi voluntad, que me preparara para él vistiéndome con la lencería de seda que un día habíamos compramos juntos más algún vestido vaporoso y los zapatos de taco alto que tanto le gustaban! Mi indignación no podía ser mayor, era obvio que el muy maldito estaba disfrutando de toda la situación, imponiéndome su voluntad como acostumbraba hacerlo con el morbo adicional de ponerme en una situación límite, pues, cómo diablos iba yo a poder justificar ante Rodolfo el cambiarme de ropa a media mañana y usar tacos en casa en un día sábado sin tener la costumbre y ni planes de salir siquiera por la noche? Mis negativas ante tal solicitud no parecieron ser muy convincentes para él, mucho menos mis promesas y juramentos de que esa tarde no iba a suceder nada de lo que él se imaginaba, pues sólo recibí una risotada como respuesta seguida de una lluvia de amenazantes e insidiosos comentarios que me obligaron a cortar, nerviosa, la llamada me quedé un rato en el baño, desde donde había hecho la llamada, mirando angustiada el techo, tratando de ordenar mis pensamientos y, sobre todo, mis sentimientos. Pues aún aceptando el hecho de que desde hacía rato me había convertido, sin lamentarlo en absoluto, en una mujer adúltera y que le era infiel a Rodolfo, ¿cómo podría llegar a ser tan descarada? Nunca tan puta pues y mucho menos estando él allí mismo, un mínimo de respeto aún le guardaba, no, no podía llegar a suceder nada, sin considerar el riesgo adicional de ser sorprendida in fraganti en los brazos de mi amante No y punto. Además, cómo podría justificar siquiera el vestirme bastante sexy, como él me había pedido, justo ante la llegada de un eventual completo extraño a quien además aparentaba despreciar? Y sobre todo, porqué diablos me preocupaba más por evitar cualquier sospecha de parte de mi esposo que de evitar la situación en si misma, en especial considerando que ya había tomado una firme decisión al respecto? Hmmm. . . me sobresalté al darme finalmente cuenta de que, a pesar de toda esa filosofía moralista, no podía escapar al morbo que me producía la situación y una nueva llamada de Gonzalo seguida de un cosquilleo, ustedes imaginan donde, me indicaron que ya era hora de prepararme para lo que vendría más tarde.
Durante el almuerzo con Rodolfo traté de parecer de lo más normal y cariñosa, y mientras le hacía algunos comentarios sobre lo cansado que se veía mi pobrecito y de lo bien que quizás le vendría una buena siesta, simulé con éxito una caída de vino en mi ropa. Me levanté como espantada, y en realidad lo estaba pues había arruinado una prenda muy querida, más era un pequeño precio que pagar por la perfecta ocasión de poder cambiarme de ropa. Partí presurosa al dormitorio y luego de desnudarme por completo, descolgué del armario un veraniego vestidito blanco muy asentador, tomé los zapatos de taco alto que hacían juego y volví al comedor a rellenar la copa de vino de mi amado esposo, vestida con el atuendo con que mi amante quería verme pero, desobedeciendo sus indicaciones sobre la lencería de seda, llevando coquetamente tan sólo unas gotas de perfume en todos aquellos lugares que habitualmente habría ocupado mi ropa interior!
Gonzalo llegó poco después del postre y fue Rodolfo quien le abrió la puerta mientras yo terminaba de lavar los trastos en la cocina. Verlos entrar juntos me produjo un tremendo escalofrío por la espalda, mis dos hombres estaban allí mirándome, Rodolfo guapo y apuesto como siempre, Gonzalo con su brutal corpulencia, una sonrisa irónica y triunfal dibujada en su rostro y esa mirada como de toro enrabiado que desataba en mí todo tipo de sensaciones aparentando un total desinterés hacia el recién llegado, salí de la cocina para dejarles hablar a solas sobre el asunto técnico, dirigiéndome al lavabo para simular encargarme del lavado rutinario cuando al cabo de un rato Rodolfo se asoma diciéndome que se iba a tomar la siesta que yo le había sugerido y pidiéndome que me preocupe de no dejar solo mucho tiempo a Don Gonzalo, pues quien sabe qué se podría echar al bolsillo, recordándome que no sería la primera vez que un técnico se llevaba algún recuerdo.
Al cabo de unos minutos, que a mi se me hicieron eternos, salí del lavabo y fui al dormitorio para asegurarme que Rodolfo dormía profundamente, lo arropé adecuadamente con una frazada liviana y luego de darle un sentido beso en la frente me fui al tocador para refregar mi piel con crema humectante, retocarme un poco con lápiz labial y salí de allí en busca del macho que me esperaba.
Al acercarme a la cocina vi que Gonzalo me esperaba apoyado contra el refrigerador semiabierto mientras se refregaba con descaro en la entrepierna me detuve justo bajo el dintel de la puerta, desafiante, como para dejarle ver a través de la delgada transparencia del vestido la sugerente silueta de los contornos de mi cuerpo y mis piernas, y sin decir palabra, mirándolo fijamente a los ojos, deslicé lentamente los tirantes de mi vestido por sobre los hombros para dejarlo resbalar hasta el suelo y quedar así, exceptuando mis tacones, completamente desnuda para él. Su mirada me dijo sin duda alguna que mi coqueta jugada había logrado el propósito de encenderlo al máximo, me acerqué a él contorneándome como gata en celo y, recordándole que no teníamos mucho tiempo, alcé mis brazos para abrazarlo tiernamente y acerqué mis labios a los suyos para consumar con un beso largo y húmedo la más perversa de las traiciones que hasta entonces había imaginado posible.
Su lengua gruesa y húmeda no tardó en llenar toda mi boca, sus manos no tardaron en recorrer los encantos femeninos que mi cuerpo le regalaba y las mías tampoco tardaron mucho en rescatar de su prisión ese oscuro objeto de deseo que ahora apoyaba su orgullosa dureza contra mi vientre. Gonzalo se bajó presurosamente los pantalones y me empujó hacia abajo para que le besara la pichula, rito inequívoco de dominación del macho sobre la hembra y que yo aceptaba sumisamente pues pocas cosas me causaban mayor placer; al cabo de un rato en que le besé con ansias su virilidad entera incluyendo sus peludos huevos y sin dejar de recorrer con besos toda su entrepierna, se sentó en una silla y me atrajo hacia sí con fuerza obligándome a abrir las piernas por sus costados para quedar al final deliciosamente penetrada a horcajadas sobre él, ordenándome moverme mientras él se deleitaba con mis tetas y mis desvergonzadamente erguidos pezones. Así estuvimos amándonos con furia no sé por cuanto tiempo, lo que sí recuerdo es que cuando mis fuerzas ya se agotaban y mis pezones ya estaban doloridos de tanto ser mordisqueados lo sentí crecer vibrante en mi interior y, abrazándome con fuerza a sus hombros y mordiéndome los labios para matar mis gemidos, me ensarté hasta el fondo en su pichula al tiempo que lo sentía regar toda su semilla en mi vientre que lo recibía con gozo y agrado, acompañado todo esto de un orgasmo tan intenso que me nubló hasta los sentidos es que culear con él era sencillamente lo más exquisito que había conocido y así se lo hice saber picaronamente con un beso cálido de agradecimiento antes de separarme de él para vestirme apresuradamente, haciéndole ver que hiciera lo mismo pues Rodolfo ya podría despertar.
Más él no se movió de la silla y haciéndome un gesto con el dedo me hizo volver a su lado para que le besara su miembro hasta dejarlo limpio, algo que ya era habitual entre nosotros. El problema es que mientras le besaba con sumo placer su virilidad, ésta recobró vida propia y con ella, las ganas de mi hombre por hacerme suya de nuevo Desoyendo mis reclamos y súplicas, Gonzalo simplemente me forzó a apoyarme boca abajo sobre la mesita y colocándose detrás de mí y separándome las piernas, me levantó la falda y, luego de rozarme su gruesa y ya tiesa pichula por mi vagina como para humedecerla, la apoyó en el ojete de mi culo y empujó con fuerza para desflorarme por donde nunca antes ningún hombre había logrado entrar. La sensación de dolor desapareció rápidamente mientras le sentía entrar más y más quemándome las carnes por dentro con un ardor que no conocía, todo era nuevo en ese momento, los movimientos, las sensaciones, incluso sus palabrotas soeces pues me decía que por fin me iba a dejar bien culeada por todos lados como se lo merecía una mujer tan puta mientras yo le respondía entre jadeos que sí, que me gustaba como él me la metía, que no dejara nunca de hacerme suya, etc. ,en fin, todas esas guarradas que siempre nos dedicábamos mutuamente mientras nos amábamos hasta que un ruido de puerta nos trajo violentamente a la realidad de que no estábamos solos Gonzalo se subió como pudo los pantalones y se tiró dentro del refrigerador mientras yo, vestida al fin y al cabo, arreglé como pude mi peinado y me quedé allí simulando hacerle preguntas al técnico sobre el estado del aparato justo cuando Rodolfo asomaba por la puerta, aún somnoliento, para inquirir sobre lo mismo