Don Esteban el profesor

Hola me llamo Alan, tengo 22 años. Estoy estudiando ADE y soy un emo total. 1,60 de altura 51 kg cuerpo aniñado, todo suave, sin ningún pelito feo por ningún lado. Lo mío me cuesta. Y esta es la historia de como conocí la sumisión y me hicieron ver aspectos de mi homosexualidad que no conocía

Hola me llamo Alan, tengo 22 años. Estoy estudiando ADE y soy un emo total. 1,60 de altura 51 kg cuerpo aniñado, todo suave, sin ningún pelito feo por ningún lado. Lo mío me cuesta. Tengo una gran pelazo rubio con un flequillo que me tapa mi cara, pero casi rapado por uno de los lados y por la nuca. Si me tapo la cara no es porque sea feo, yo me veo bastante bien: nariz prominente, labios finos, ojos dulces y azules. Soy un sumiso encantador, me encanta que los hombres me hagan de todo. Cuanto más oso, peludo y bestia mejor.

En mi pueblo todos me conocían, encontrar sexo era muy fácil. Creo que sé que soy gay desde antes de que me salieran los dientes y seguro que ya se la chupaba entonces a alguien. Pero la vida da muchas vueltas. Mi familia y yo nos tuvimos que mudar por culpa del trabajo de mi padre y lo que iba a ser una etapa universitaria loca y salvaje se convirtió en aburrida y burguesa vida familiar. Es cierto que salgo algunos viernes y sábados y que conozco gente, pero no tengo un sitio, ni la libertad de llegar a mi casa a la hora que yo quiera. Además, mis padres organizan casi todas las semanas mega planes de ocio sano y políticamente correcto.

Supongo que por esta razón mis notas empezaron a bajar. Mi madre preguntó a las vecinas si conocían alguna academia o algo, y todas le enviaron a nuestro vecino de rellano, Don Esteban. Era un hombre mayor de unos 45 años o así, alto 1,80 o más, fuerte, cada uno de sus brazos era como una de mis piernas. Habíamos coincidido en el ascensor a veces y era un hombre correcto, con una voz profunda y de muy pocas palabras. Mi madre arreglo 3 clases a la semana, pues el tal don Esteban era maestro de todo, un “lumbreras” con muchas carreras, profe de un instituto y también daba clases en la universidad.

La verdad es que mejoré mis notas, el profe sabía lo que se hacía. No me dejaba ni respirar, me machacaba clase tras clase, el muy mamón me cogió la medida enseguida y sabía que me encantaba que me dieran caña y que incluso que me humillaran de vez en cuando. La pena es que solo lo hacía intelectualmente, me empecé a enamorar. Deseaba que llegase cada clase solo para verlo, me encantaba su voz, sus dejes, me ponía malo con su cercanía. Y cuanto más rendía más caña me metía y yo más me enamoraba.

Así pasaron los meses, ya casi había perdido la esperanza de que aquel macho me destrozara el culo a pollazos. Pero un día de los de primeros de verano subí directamente de la piscina de la comunidad solo con el bañador, un mini bañador súper ajustado de competición que remarca mi culito respingón y deja a la vista todo mi cuerpo aniñado. Bueno pues, ese día la lección fue diferente. Como aun iba mojado me puse la toalla alrededor de la cintura, no era una toalla muy grande parecía una minifalda con una raja enorme en uno de los lados, enseñando muslamen. Así llamé a su puerta, al verme se le abrieron mucho los ojos. Yo pasé hasta la mesa de comedor y me senté, él se sentó a mi lado como de costumbre, pero estaba empalmado. La toalla a modo de minifalda tapaba lo justo y a él se le iban los ojos hacia abajo todo el rato. Creo que ese día fui al servicio más veces que nunca, solo para ver cómo me comía con los ojos cada vez que yo me paseaba de aquí para allá.

Fue una tarde muy divertida y me dio una gran idea para hacerlo saltar sobre mí lleno de deseo sexual. Así que me dirigí a un centro comercial y me compré una minifalda a cuadros, unas medias blancas, una blusa también blanca, añadí al lote un tanguita negro que ya tenía para ocasiones especiales. La tarde en cuestión me presenté en su casa, normalmente vestido y le pedí permiso para ir al aseo. Allí me cambié y me pinté un poco los labios con un rojo chillón. Cuando salí, no estaba en la mesa, estaba en su despacho hablando por teléfono. Así que me senté y empecé a hacer los ejercicios como si tal cosa. Al rato llegó y se sentó a mi lado. No decía nada, y yo me moría de la vergüenza. Pero seguí haciendo los ejercicios. Todo era mejor que levantar la vista y verlo. Después de lo que pareció una eternidad, por fin carraspeó y dijo:

—¿Esto es por mí o es que tienes una fiesta de disfraces?

—S… sí —dije tartamudeando muy nervioso.

—¡Emm! ¿Sí es por mí o sí es una fiesta?

—Por ti, claro. Es que el otro día… como te gustó lo de la toalla, había pensado… ya sé que es una estupidez… me pareció una buena idea… en mi cabeza parecía mejor… lo siento… me cambiaré ahora mismo… por favor, no se lo digas a mis padres, ¡Ay, Dios mis padres! —creo que empecé a llorar. Él seguía callado y de repente dijo:

—Bueno ya que es para mí levántate y déjame ver.

Me levanté y le enseñé el modelito. No me atrevía a mirarlo a la cara, solo miraba el suelo. Él me fue indicando que adoptase diferentes posturas.

—¡Vaya! Mírate estás hecha toda una estudiante, aunque con esos labios pareces una putilla.

—Sí —dije sin saber muy bien que decir.

—¿Vas a contestar a todo que sí?

—Sí —dije esta vez sin vacilar.

—¡Perfecto! —Dijo y añadió en tono socarrón: —¿Entonces quieres que te convierta esta tarde en mi putita y te reviente a pollazos?

—Sí.

—¿Y creen que te mereces tener mi polla en tu culo?

—Sí.

El cabrón, estaba jugando conmigo. Estaba mareándome a preguntas para humillarme. Él permanecía allí sentado disfrutando del espectáculo. Y yo estaba hecho un mar de nervios, y encima cada vez estaba más empalmado. Por fin se levantó. Se me acercó de forma suave. Se me acercó por detrás y me olió la nuca. Mientras me rozaba con sus dedos las piernas en el límite de los que tapaba la falda. No dejaba de insultarme entre susurros y yo cada vez la tenía más dura. De repente me cogió de los pelos y me arrastro hasta el dormitorio. Al llegar me tiró al suelo y me dijo que no me levantase.

Se desvistió poco a poco. Era portentoso, desde aquella posición era enorme, un gigante cubierto de pelos. Tenía una polla de unos 20 centímetros, gorda muy gorda, la mayor que jamás hubiese visto. Mi culo no estaba preparado para aquello y lo sabía; pero eso solo me ponía más cachondo. Cuando acabó de desnudarse me volvió a coger de los pelos y me levantó hasta que me puse de rodillas. Tenía su polla a unos dos centímetros, pero como no me soltaba el pelo no llegaba. Tenía la boca abierta, deseaba aquella polla en mi boca. Alargué la lengua y la roce, estaba deliciosa. Acto seguido me escupió en un ojo y me dio un tortazo. Que me dejó tirado en el suelo.

—¿Ves lo que me haces hacer putita? No puedes hacer eso sin pedir permiso.

Tenía razón y yo seguía empalmado. Me cogió con suavidad del suelo y me tumbó en la cama. Me acarició todo el cuerpo. Mientras me decía que si era una putita buena lo íbamos a pasar bien, pero que si no me iba a enseñar buenos modales. Yo contestaba a todo que sí. Me quitó la blusa suavemente disfrutando de mis pezones, sus manos y su lengua me tenían en éxtasis. Pasó a mis piernas y me quitó las medias de entre besos y caricias. Joder cuando me levantó la falda y acarició el tanga no pude más y me corrí.

No sé de donde salió la correa, pero me dio tres correazos en el culo que estuve dos días sin poder sentarme. Otra vez estaba en el suelo y dolorido. Me ordenó que me fuese, que era una puta mala y egoísta. Supliqué de rodillas. No sé si lloraba por el dolor de los correazos o por las ganas que tenía de ser totalmente poseído por aquella mala bestia.

Lloré sobre su polla y por fin me la metió en mi boca. La chupé con avidez, ni siquiera tuvo que obligarme a hacerle garganta profunda. Era la mejor polla que jamás me había comido. Me dejó hacer y me esmeré al máximo solo quería hacerle ver el cielo. Me dijo que parase y paré en seco. Le supliqué para que me dejase llegar hasta el final. Me dio permiso para seguir, pero me advirtió que si se me escapaba una sola gota me molía a palos. Seguí chupándosela. Le comía los huevos y saboreaba cada centímetro de aquella polla con mi lengua. Cuando noté las primeras sacudidas le volví a hacer garganta profunda y se me corrió en el esófago directamente. Estaba cargadito, porque me metió como 6 o 7 andanadas de deliciosa leche. No se me escapó ni gota.

Aquello le gustó, porque como premio empezó a besarme y a tratarme con delicadeza. Me sentó en su regazo y me acariciaba todo el cuerpo. Aún llevaba el tanga puesto, pero mi polla había escapado de él hacía tiempo. Me lo arrancó. Empezó a chupármela, mientras sus manos seguían acariciándome todo el cuerpo. Yo dejé caer la cabeza hacía atrás, y así quedé colgado. Totalmente a su merced. Nuevamente empecé a llegar al orgasmo, pero esta vez empecé a suplicar. Después de un rato me dejó correrme. Le llené la boca, la cara, mi abdomen… Le pedí permiso para limpiarlo con mi lengua y me dejó. Aquello era el paraíso.

Cuando hube terminado me indicó que me acostara en la cama boca abajo con las rodillas fuera. Él se agachó un poco y puso mis rodillas a la altura de sus hombros, las agarró fuerte con sus manos y se levantó. Mi culito quedó a la altura de su boca y empezó a chupármelo y a dilatarlo con su lengua. Al levantarme mi cara quedó a la altura de su polla y me a volví a meter en la boca. La quería bien grande y bien dura en mi culito. Aunque no cupiese, me daba igual, solo quería ser taladrado por aquella polla.

Al rato me puso en la cama a cuatro patas, como las perritas. Como lo que soy una perra. Escupió tres o cuatro veces en mi agujerito y me embistió de un solo golpe. Sin preguntar, sin esperas, sin dilatar. El dolor más terrible del mundo era aquella polla en mi culo, mis entrañas ardían como si tuviese un volcán dentro. Se me caían los lagrimones y chillé mucho, porque me puso una mano en la boca. Poco a poco el dolor fue pasando y empezó a moverse. De repente el dolor empezó a transformarse en gusto y mi culo empezó a hacer disfrutar aquella polla. Cada embestida era brutal y me llevaba al cielo.

Cambiamos de postura, se tumbó en la cama boca arriba y yo me senté sobre su polla cara a cara. Empecé a cabalgar sobre aquella polla. Su cara de gusto no tenía precio, solo quería darle placer. Pronto se me puso dura, sin tocármela ni nada, solo del vaivén de mi cabalgadura. Le pedí permiso como tres veces para correrme y no me dejó, siempre me decía que esperase. De repente dijo: —¡ahora! Y fue como un interruptor, me corrí como nunca. Mi polla escupió unos 10 lefazos o más, lo llené todo y las sacudidas fueron brutales. Justo lo que él estaba esperando, mi culo se estrechó y eso provocó que se corriera. No puedo describir con palabras el gusto que me provocó notar su corrida en mi culo, era como magma dentro de mí; pero un magma deliciosos que me ponía el vello de punta y no podía dejar de tener escalofríos.

Me dejé caer sobre él y lo bese con pasión. No podía dejar de besarlo y acariciarlo. Él se quedó dormido y al poco rato yo también. Cuando nos despertamos nos duchamos y me volvió a empotrar en la bañera. Desde entonces las clases son mucho más interesantes, de hecho tengo un fondo de armario permanente en su piso, me encanta que me folle vestido de chica.