Don César

Te cuento como llegué a ser la puta perra, hija de la chingada que soy.

Don César

¿Qué cómo fue mi inicio en esto?... ¿Cómo llegué a ser la puta, perra que soy?, pues te cuento.

Hace unos años, y durante las vacaciones escolares de verano, trabajé en una boutique de ropa casual, lo hice para no aburrirme en casa, y no tanto por la plata. La boutique estaba ubicada cerca de mi rumbo, y se vendía ropa para dama y caballero. Era un local con dos cortinas de hierro, atendida por un chico (que era el vendedor), yo de cajera y el dueño que llegaba a cubrirme a la hora de la comida y se encargaba de cerrar por las noches.

Abríamos a las diez de la mañana, entre Sebastián (el vendedor) y yo fregábamos el piso, se limpiaban los aparadores de cristal, se sacaban los carteles de publicidad, se acomodaba la ropa por tallas y medidas y poníamos caritas radiantes para animar a los clientes a comprar. Sebastián era un chico muy divertido, pues casi siempre los clientes terminaban cediendo ante su locuaz insistencia a comprar; y se pasaba justo en la entrada de la tienda invitando a los transeúntes a pasar. Era un chico delgado, con una melena brillante, de 23 años y siempre escuchando a The Doors , en su desgatado walkman y hablando de futbol .

El dueño, don César, era un cuarentón de más del metro ochenta, moreno, sin bigotes ni barba, gordito y muy inquieto; ni guapo ni desagradable. Hablaba y caminaba muy rápido, siempre daba la impresión de tener prisa. Además de esta tienda, tenía dos más, donde había hasta tres o cuatro chicas, según fuesen las ventas. Este señor no me resultaba ni agradable ni antipático, quizá porque me acostumbré a verlo sin sentir más que una figura económica.

Como dije antes, entraba a las diez de la mañana y justo a las dos de la tarde, llegaba el dueño quien me cubría el lugar, haciéndose cargo de la caja registradora, y me iba a casa a comer. Regresaba a las 3:30, y continuaba trabajando. Sebastián comía ahí mismo, pues llevaba su lonchera. Entre las 8:30 y las 8:45 de la noche, se cerraba la tienda (según fuese la clientela). Sebastián bajaba las cortinas y ponía los candados y se iba, yo me quedaba a hacer el corte de caja con don César.

A raíz de la semana y dándose cuenta que yo era una chica de fiar, él hacía el corte de caja, por lo que llegaba un poquito antes de las 8:30 y se encargaba de hacer las cuentas del día; anotaba todo en una libreta y solo me requería para firmar la cantidad del día. Cuando comprobaba que todo estaba en orden, me daba la salida diciendo que conmigo todo era bien rapidísimo, puesto que acomodaba cada factura y cada nota y las registraba en la libreta. A veces salíamos juntos y nos marchábamos cada quien por su lado, o él se quedaba a hacer una especie de inventario.

El caso fue que una noche después de hacer las cuentas, me dijo:

Hacen falta dos mil pesos; ¿los tomaste tú?… -, me quedé con cara de what , porque yo no los había tomado.

No señor, permítame… -, dije y me situé en la caja.

Sumé todo, conté y reconté el dinero; efectivamente, hacían falta dos mil pesos. Me fijé si no se habían caído, pero no; tampoco tenía la costumbre de guardar el dinero más que en la caja registradora. Pensé en Sebastián, pero siempre había sido un chico lindo conmigo y jamás me iba a causar un problema así. El caso es que todo apuntaba hacía mí

Yo no los tomé, señor… -, dije con voz nerviosa.

A mí no me vas a ver la cara de pendejo-, me dijo don César echando chispas. – Aparece ese dinero o llamo a la policía y te acuso de ratera

Por favor señor, no sé que pasó… -, dije llorando.

Me lo das por las buenas o quieres que te registre-

Sin esperar respuesta, descolgó mi bolsita de mano y la vació en el mostrador, mi lápiz labial y mi polvera rodaron hasta caer al piso; abrió mi cartera de mano y solo encontró monedas sueltas, ningún billete… Me veía con una mirada que quería traspasarme, se fijó en cuatro cajas de cartón que contenían blusas de una clienta que a última hora no las compró; de inmediato las bajó del entrepaño que estaba justo atrás de la caja donde también poníamos el teléfono y las esculcó; nada

¡Mira hija de la chingada, más te vale que me des ese dinero o te parto tu madre!... –

¡Pero don César!... -, dije sin terminar de hablar, puesto que me dio una bofetada que me hizo ladear la cara y caer sentada sobre una mesabanca que nos servía de escalera.

Quítate el suéter-, dijo; .se muy bien donde se guardan ustedes el dinero.

Hice lo que me pidió y sollozando me puse de pie delante de él, quien de inmediato me subió la playera amarilla que llevaba dejando al descubierto mi brasier blanco. Sin siquiera desabrochármelo, me lo levantó y mis senos firmes y boludos saltaron ante sus ojos; percatándose así que no tenía ningún dinero. Me agarró un pezón y me lo retorció, haciéndome gemir:

¿Dónde lo tienes, cabrona?... –

Se lo juro don César, que yo no lo tomé… -

Empezó a registrarme por atrás, metiendo la mano en los bolsillos traseros de mi pantalón de mezclilla, y de paso, agasajándose con mis nalgotas. Intentó registrarme por delante, pero como mi pantalón era bien apretado, no lo consiguió. Tomó el teléfono y pensé que era para llamar a la policía

Por favor don César, se lo juro que no tengo ese dinero… -

Él siguió marcando y yo me hinqué abrazándole una pierna y sollozando; haciéndole ver mi sinceridad y mi inocencia. Aún estaban mis tetas de fuera, y el pezón que me había jalado quedó apachurrado y me latía, estaba más abultado que el otro y rojísimo

Martín-, dijo a través del teléfono. – Tengo un problemilla, así que encárgate de cerrar y mañana hacemos cuentas… ¡Ah!, y avísale a Miguel que también cierre y nos vemos mañana… -, dijo y colgó.

Yo continuaba sollozando, afianzada a su pierna. Inconscientemente subí mi mano para incorporarme, rozando por accidente el bulto de su bragueta, descubriendo que la tenía parada. Me quedé helada, pues si bien había visto el miembro masculino en revistas y películas, nunca había tenido una en verga en vivo. Fueron unos segundos en que me quedé fuera de órbita, cuando un tirón de pelo me hizo reaccionar:

Ven acá hija de la chingada-, me dijo don César, que se sentó en la mesabanca y me acomodó atravesada en sus piernas.

Quedé con mi redondo culo hacía arriba, pantaleando por la sorpresa, y prensada por sus fuertes brazos. Una fuerte nalgada se estampó en mi trasero y sentí ese rico ardor que te causa cuando te nalguean. Me apretó una nalga con fuerza, al tiempo que volvía a insistir sobre su dinero. Sinceramente creía que no era para tanto, pues en dado caso que yo hubiera sido la que lo hubiese tomado, no le daba derecho a tratarme como lo hacía, pero algo estalló en mí que de inmediato me sentí humillada y súper excitada. Sentía la boca reseca y un nudo en la boca del estómago; los escalofríos de placer me recorrían la espalda, y mi puchita la sentía encendida; máxime cuando hundió sus dedos en mi entrepierna pero por encima del pantalón; tocándome la vagina y mi ano.

Continuó nalgueándome y apretándome el culo como le venía en ganas, y hasta bajaba la mano izquierda para apretarme una teta causándome un insoportable dolor de placer. Yo me retorcía sobre sus piernas a cada nalgada que me daba, pero no deseaba que se detuviera por ningún motivo; ahí fui donde comprendí que lo mío era ser sumisa… Cuando le ardió la mano de tanto nalguearme, me hincó en el piso y me jaló de los cabellos, quedé con la cabeza hundida sobre su pubis, sintiendo la enorme verga que palpitaba sobre mi mejilla derecha, aún sobre la tela del pantalón. Apoyó su firme bulto sobre mi cara y me agarró del pelo para restregarme su enfurecida macana por sobre todo el rostro

A esas alturas ponía hacer conmigo lo que quisiera, pues prácticamente me tenía a su merced. Y cuando sintió que acomodaba mi carita sobre su garrote para que pudiera restregarme su falo a placer, comprendió que yo estaba dispuesta a todo.

Me vale madre lo que te hayas robado, perra; pero hoy vas a chingar a tu madre, pues te voy a coger… Hoy te reviento el culo, cabrona… -

Por favor, soy virgen… -, dije, imaginando que hasta ese día ponía presumir de eso.

Se desabrochó la bragueta, presentándome una enorme ñonga que cabeceaba como si tuviera vida propia. Se jaló la piel pelándosela toda y una cabezota amoratada por el deseo y por mí, apareció ante mis ansiosos ojos. Se la sacudió como suelen los hombres hacerlo, como presumiéndome su tamaño y su grosor, causándome un enorme delirio por tenerla en mi boca. Aunque no era necesario, me jaló del cabello, por lo que abrí mi boca para darle cabida a tan singular chilote. La cobijé en mi boquita y sentí por primera vez lo que era tener una buena verga hasta la garganta

La palpé son mi lengua sintiendo ese rico sabor salado y a pis, mientras trataba de abarcarla con mi mano, y aunque muchas veces había soñado tener una de ese calibre; me espanté al imaginarme ensartada en esa estaca. Seguí lamiéndola desde la base hasta la punta, deteniéndome sobre el hoyito de mear. Apreté delicadamente sus huevos velludos y quise también saborearlos, pero él me retenía del pelo, lo que me imposibilitó la intención.

¿Así la mama la puta de tu madre, perra?... –, dijo sacándomela de la boca y golpeándome con ella por toda la cara.

Yo quise atraparla otra vez, pero me tomó del mentón y me atrajo hacía sí, hasta que sentí que mis pechos se aplastaban sobre sus muslos.

Te hice una pregunta, hija de la verga… ¡Contesta perra!... -

No sé-, dije al ignorar lo que mi madre pudiera hacer estando con un macho. – Supongo que si-, dije y volví a lo mío.

Se la estuve mamando hasta que me levantó del pelo y me miró a la cara. Creo que debí de haber tenido los ojos un tanto hinchados por el llanto, mi cabello alborotado y las mejillas sonrosadas por las bofetadas que me había dado. Mi boca estaba más babosa que nunca, pues de su verga constantemente se desprendía hilillos lubricantes; mis pechos aún descubiertos, estaban súper hinchados que hasta me dolían, y mi cosita súper empapada.

¿Segura que nunca te han cogido?... –

No… Nunca lo he hecho-

Muchas veces me arrepentí de eso, pues me hubiera gustado tener esa enorme verga en mi cuevita, pero en ese momento sentí miedo; ¡qué pendeja, ¿no?!... Me atrajo de la hebilla de mi pantalón y me lo desabrochó, zafó el cinturón y me bajó el cierre; mi pantaleta de florecitas quedó a la vista junto con algunos pelitos rebeldes que se escapaban fuera de mi calzón. Me acarició la rajita de labios abultados sobre mi pantaleta y cuando intentó meterme un dedo me hice hacía atrás (pues era primeriza y me daba miedo que me la metieran). Dobló el cinto y me volvió a sacudir el culo con un cinturonazo justo en medio de mis apetitosas nalgas, que me las dejó ardiendo.

Sé que te gusta, hija de tu pinche madre-, y me volvió a dar otro reatazo en mis adoloridas nalguitas.

Yo solo gemía y me contorsionaba a cada cinturonazo que me asestaba en las nalgas y en los muslos.

Eres igual de puta que la que te parió, perra… -

Me atrajo de los vellitos de mi pubis hasta tenerme frente a él, que seguía sentado. Me manoseó las nalgas, buscando el agujero de mi culo, pero no me dejé, pues volví a retroceder. Tiró y apretó mi pezón izquierdo hasta dejármelo latiendo del dolor, pero no quería que parara. Me jaló de ambos pezones hasta que me tuvo de rodillas y volvió a clavarme la verga en la boca, que yo golosa se la mamé como mejor pude.

Mámala hija de tu reputa madre, exprímeme la verga, zorra… -, decía.

No era necesario que me obligara, pues yo lo hacía con mucho gusto, y cuando intentó agarrarme las nalgas por abajo del pantalón, acomodé mi cara sobre su regazo para que él lo pudiera hacer sin ningún problema.

Me voy a venir sobre tu puta boca y te lo vas a tragar todo, cabrona-

Ajá… -, fue mi respuesta.

Seguí mamando su verga hasta que sentí que se detenía, pues él me marcaba el ritmo con tironcitos de cabello. En ese momento me la sacó de la boca y alejó la cabezota a escasos centímetros de mi boca. Yo saqué la lengua esperando el chorro de leche, él se apretaba fuertemente la base de la verga y cuando se levantó, yo quedé hincada esperando su semen. La descarga dio de lleno en mi boquita y al sentir ese sabor, intenté apartarme, pero me tenía bien sujeta del pelo, así fue como toda su descarga la recibí en mi boca.

Cuando terminó de eyacular y al ver que aún retenía su esperma entre mis labios y lengua, esperando el momento apropiado para escupirla, me la volvió a meter hasta la garganta, y no tuve más remedio que pasarme su leche.

Se subió el pantalón y yo hice lo propio, recogiendo también las cosas que traía en mi bolsita de mano. Me puse el suéter y me ajusté el brasier, saqué mi polvera para arreglarme el pelo con mis dedos, como peinándome, mientras don César seguía sentado viéndome. De verás que no sé cómo no me cogió si me tenía súper empapada.

Si situó atrás de mí restregándome su cosota que aún continuaba erecta entre mis nalgas.

Escúchame bien, hija de tu puta madre… Ni una palabra de esto a nadie o te acuso que me robaste, ¿entendido?... –

Si-, dije cabizbaja.

Tómate el día de mañana si quieres y nos vemos el jueves-

Está bien don César… -

Salí y en la calle lloré como nunca. Por un lado me había gustado y por el otro me recriminaba mi actitud… Así fue cómo me di cuenta lo que soy. Esa noche no pude dormir bien, aunque me masturbé más de seis veces, no quedé satisfecha; una y otra vez me decía que había sido una estúpida al no consentir que me la metiera.

Obvio que ya no volví a trabajar, le dije a mi mami que estaba cansada y como faltaban pocos días para volver a la escuela, me quedé en casa. Pero en todo ese tiempo recordaba paso a paso lo que había ocurrido, desde que me puse hacer las cuentas hasta que me salí de la tienda. A los dos meses hice el intento de volver, me urgía que me la metiera y llegué a la tienda como simulando ver y cuidándome de nos ser descubierta por Sebastián. Quería ver a don César, pero no me animé a entrar, no supe si él estaba ahí o no; estaban dos chicas atendiendo también la tienda, así que me di la vuelta y me fui.

Justo al mes experimenté mi primera relación total. Fue con un chico de la escuela, mi novio en turno, pero no era ni tantito lo que yo esperaba; ambos estábamos excitados, pero a la hora de la penetración sentí molestias por la rotura de mi telita y se me bajó la calentura

Anduve como perra en celo hasta que me armé de valor y fui a ver a don César, quería el mismo tratamiento que me había dado; es más, lo necesitaba. Cuando lo vi el palideció y se puso nervioso. Me preguntó que cómo me iba y cosas por el estilo, contándome él también los problemas que tenía con los impuestos por algunas facturas perdidas.

Don César, ¿apareció el dinero?... –, dije a boca de jarro.

Si… Discúlpame por dudar de ti, yo lo había tomado para pagarle al de Zaga (una marca de ropa) y no me acordé… De verás que te la debo… -

No importa don César, lo importante es que usted no perdió… -

Pero lo que te hice, hija, no tiene nombre… Créeme que perdí la cabeza y no supe controlarme… -

Olvídelo, son cosas de la vida, como dicen en la tele-

Salí sin lograr mi propósito, pues tampoco se trataba de decirle: "Vengo a que me coja". Así estuve un tiempo hasta que me volvieron a partir mi madre, que fue la segunda ocasión en que me domaron como a una yegua nalgona y que estoy segura, te encantará; pero eso te lo cuento más adelante, ¿ok?...

Edna Paola Rivera

esclavasexual_1@hotmail.com