Dominicana mon amour (5)
La Señora Ojeda nos cuenta su versión y confiesa su necesidad de perversiones ocultas.
Dominicana mon amour (5)
Al fin estaba en Dominicana, lo único que me preocupaba es que no sabía si podría aguantar a mi esposo durante esos 7 días. No se asombren. Son muchas las mujeres que no pueden divorciarse si quieren sostener un nivel de vida acomodada. Su única salida siempre es la infidelidad.
Mi nombre es Verónica, tengo 43 años y estoy casada desde hace 18 años con José Ojeda, un aburrido contador doce años mayor que yo.
No sé si alguna vez estuve enamorada de él. Me casé porque era un hombre con dinero pero al año ya lo estaba engañando con su socio. Mauricio, que así se llamaba, era en ese entonces un maduro de 55 años que me cogía como los dioses. El se encargaba de que mi esposo viajara a las auditorias contables en empresas fuera de la ciudad y se dedicaba a enseñarme el arte de la lujuria. Me convirtió en lo que soy: una puta muy viciosa.
Lamentablemente murió después de diez años de amor clandestino, aunque no sé si no fue en el momento justo. A sus 65 años ya no me satisfacía sexualmente como al principio.
Lo malo es que fue muy difícil encontrar otro amante así. Vivimos en un pueblo pequeño y todo suele saberse si no se obra con cautela.
Así y todo me las ingenié para que me cogiera uno de los monitores de mi gimnasio. Lo hacía todas las tardes en la sauna, después de que yo terminaba mi rutina. El gimnasio y el sexo son el secreto de mi cuerpo.
Pero eso acabó también. El era 15 años menor que yo y no podía ligarse de por vida a una madura. Se casó con su novia y se mudó fuera de la ciudad.
Las actividades de mi esposo nos mantienen en una vida social abundante. Son fiestas dónde sé que robo las miradas de los hombres, pero también sé que un solo paso en falso me rotularía muy mal. Entiendan que a los 43 años se lleva un cuerpo espectacular se obtienen muchas miradas morbosas, casi tantas como odios de otras mujeres que no vacilarían en crucificarme si les diera una mínima excusa.
Sin embargo eso no me impedía soñar con algunos de los hombres que frecuentábamos.
Para mi sorpresa, en el hotel de Dominicana y sólo al llegar, encontramos a uno de ellos: Gastón Espina. Sin dudas una casualidad. El hotel estaba lleno de personas de todos los países menos del nuestro.
Gastón era un soltero codiciado. No sólo tenía dinero, también poseía un cuerpo de deportista inusual para su edad. Era educado, pero no un santo. Alguna vez había escuchado chismes de pueblo que lo vinculaban a esta u aquella dama casada de sociedad.
Fue él quien primero nos vino a saludar y cuando lo ví supe que mis vacaciones estaban salvadas. Gastón, además de ser un tipo muy buen mozo, pertenece a uno de las familias más ricas de nuestro pueblo. De hecho mi esposo era contador de una de sus empresas.
Por supuesto no dejé traslucir nada de lo que les estoy contando y, por otra parte, me percaté de que Gastón estaba más que dispuesto a follarme en la primera oportunidad que se presentara. Pero disimulé bien. Yo soy una señora, después de todo y no se me movió ni una ceja cuando nos invitó a cenar juntos esa noche.
Para la ocasión me vestí de la manera más sensual que mi guardarropa me permitió. Seleccioné el vestido azul, recatado y sexy a la vez y las sandalias griegas con tiras hasta la rodilla. Además, no usaría ropa interior.
Por supuesto, todo lo que mi esposo no me dijo por mi vestuario me lo dijo Gastón con sus ojos al verme. Esa noche iba a ser muy interesante.
Tuve que aguantar a mi esposo y su charla de empresa casi toda la cena. Gastón, por respeto o vergüenza, hacía enormes esfuerzos por no mirarme directamente. Pero yo sabía que lo tenía a mis pies. Era solo cuestión de paciencia. De sólo pensar en lo que se estaba jugando mi entrepierna se mojaba.
Al fin mi esposo decidió que era suficiente para ese día y nos separamos de Gastón para irnos al cuarto a descansar.
Al llegar, se me ocurrió (ya lo tenía pensado) mezclar unos somníferos en la bebida nocturna de mi marido. Y yo demoré en el baño con la excusa de quitarme el maquillaje. No tuve que esperar mucho hasta que se quedara dormido profundamente y me dirigí a la discoteca para encontrar a Gastón.
Estaba sentado solo en la barra, seguramente también se había quedado muy caliente.
Dejé que hiciera su trabajo. Igual no iba a resistirme, pero no pensaba regalarme.
Se veía que le costaba romper la barrera. Por un momento casi lo logra cuando muy cerca de mi oído y su mano acariciaba como al descuido mi pierna. Supuse que era muy fuerte que nos vieran allí en situación extraña, así que era hora de probar suerte fuera.
Acepté su invitación para la última copa en su suite. Sabía que cruzar la puerta era el principio del fin, y lo hice sensualmente, como una reina.
Quince minutos después estaba empalada en su descomunal verga. Me sentía puta y sucia y eso me daba placer. El se daba cuenta y me lo decía suavemente: "sos una putita"; "sos mía desde ahora"; "te haré dejar al cabrón de tu marido"; "romperé tu culo todas las noches". Cada palabra me ponía en el cielo.
Acabé tantas veces que no puedo recordarlas todas y me cansé de beber su leche tibia. El tiempo pasó y no me dí cuenta. Debo haber recibido 10 mil polvos y estaba agotada cuando salí de ahí.
Me hubiera quedado, pero tuve miedo de que pasara el efecto del somnífero. (Continuará)