Domingo tarde (II)

¿Se repetiran los acontecimientos del domingo anterior?.

Una y media de la tarde. El sol estaba en todo su plenitud brillando con fuerza en el cielo. El bochorno era aun mayor que el domingo anterior. Perlas de sudor resbalan lentamente por el cuerpo de Amparo dejando a su paso unos pequeños caminitos acuosos, intentando en vano refrescar sus acalorados poros. Estaba acostada en el sofá, totalmente desnuda, viendo la televisión pero totalmente evadida de lo que salía en pantalla. La superficie del mueble se le pegaba a la piel produciendo un incomodo y pegajoso roce. Tanteó el suelo sin mirarlo hasta encontrar el pequeño ventilador a pilas. El aire producido por el motorcito del aparato no era suficiente aunque soltó un suspiro de alivio agradecida. Llevaba en aquel sofá cerca de una larga hora presa de la modorra de aquel poniente y un tremendo aburrimiento intentando en esfuerzos inútiles combatir aquel calor.

Podría haber ido a la playa pero le resultaba molesto la arena. Podría darse una larga ducha fría pero ya sería la tercera del día... podría hacer muchas cosas pero no le apetecía nada moverse a pesar de su incomoda situación. Cerró los ojos y dio otra pasada más de aquel bendito aparatito por todo su ser concentrándose esta vez sobretodo en el cuello y el vertiginoso canalillo de sus pechos.

Lo peor de todo, incluso peor que el claustrofóbico ambiente reinante, era que ese domingo, por primera vez en meses se había despertado sola, ya sea en su cama o en la de algún amante ocasional y el ardor de su sexo no había sido apagado aquella noche. Como si tuviera vida propia, protestaba con suaves latidos que iban directamente hacia sus centros mas sensibles y la tenía asumida en deseos libidinosos toda aquella mañana.

La masturbación era tentadora pero insuficiente. Ella hubiera querido un salvaje y pasional macho o hembra para apagar aquella sed que poco tenía que ver con el agua

Su compañera de piso llegaría esa tarde después de estar un mes fuera (es modelo), pero era demasiada puritana. Nunca había permitido ningún tipo de acercamiento y las perspectivas que después de un largo y cansado viaje de vuelta la hubiera cambiado de parecer eran más bien escasas...

Pasó la lengua por sus resecos labios. "Si al menos la maldita nevera funcionara..." pensó con fastidio. Suspiró anhelante por tener en mano un cubito de hielo y poder pasarlo por todo su cuerpo para reducir sus ansias... podría al menos apagar de manera momentánea aquellas llamadas de atención de su sexo... deslizar el pedacito de hielo con suaves movimientos verticales por el borde de los labios húmedos e hinchados y su botoncito vicioso hasta convertirlo en templado líquido, que se disolviera por la acción de sus tiernos secretos... que utopía más dulce.

Froto muslo contra muslo al imaginarse esa situación. Un pequeño gemido que escapo de su garganta la volvió a la realidad de golpe y dejó aquella fricción. Realmente se negaba a satisfacerse así, aunque a cada minuto que pasaba crecía un puntito más su excitación y las auto-caricias a pesar de ser ocasionales iban incrementándose en intensidad y duración... en cualquier momento sucumbiría.

Se levantó del sofá porque sabía de sobras que no aguantaría más esa falsa quietud y las ganas de saciarse a su misma. Miró a través de la ventana del comedor, esperando quizás encontrarse otra vez al vecinito. No se molestó en cubrir su desnudez. Tampoco la importaba mucho que alguien la viera, aunque las cortinas estaba echadas casa en su totalidad, creyendo en vano que las sombras creadas dentro de la casa redujeran la sensación térmica, y dejaba muy poco a la vista.

Y efectivamente encontró al vecino. Esta vez andaba vestido con una camisa blanca de manga corta y lo que parecía ser un bañador de color amarillo claro... y no estaba solo, sino con una chica aproximadamente de la edad del anfitrión. Bonita y de buena figura, quizás algo delgada y muy pálida de piel con cierta tonalidad rojiza, seguramente de la playa, y el cabello del color rubio oxigenado, haciendo contraste con el azabache y moreno de piel de la propia Amparo.

No parecían darse cuenta de que eran observados con interés. Él la tenía cogida de la cintura y charlaban animosamente intercalado con ocasionales besos. ¿Su mujer?, es posible. También podría ser algún rollo de una noche, pero el comportamiento cariñoso de él y las evidencias de que habían estado en la playa descartaban esa teoría. ¿Su novia?, también era posible... Así que el niñito, el domingo pasado, había sido muy pero que muy malo; había engañado a su pareja aunque solo fuera de pensamiento.

El chico le dio un suave beso en la comisura de los labios a modo de despedida, porque la chica después de corresponder al beso desapareció en el interior de la casa mientras él la seguía con la mirada.

En ningún momento pareció darse cuenta que Amparo espiaba hasta que giró la cabeza en su dirección, seguramente por inercia ante lo que pasó el domingo anterior... "Cuantas veces habrá mirado hacia aquí durante toda la semana?" pensó Amparo.

La dedicó una gran sonrisa entre sorpresivo y satisfecho. Amparo se la devolvió con un tono más sensual y seductor. A pesar de la penumbra y las cortinas estaba segura que podía contemplar su hermoso cuerpo desnudo, y más cuando el bulto del bañador empezó a adquirir proporciones más que respetables. Para provocarlo más, descorrió las cortinas enérgicamente. Los rayos del sol penetraron a través de los cristales iluminándola y a la vez sofocándola por la intensidad de estos. Él puso cara de asombro y evidente lascivia. Amparo estaba segura que lo podría dominar como un muñeco de trapo.

El desconocido se acercó al cristal para contemplarla mejor y repitiendo la acción de hace siete días, plasmó un baboso beso contra el cristal dirigido directamente a ella... o a alguna de sus zonas más íntimas. Ni corta ni perezosa, devolvió el beso aplastando sus pechos contra el templado ventanal y abriéndose un poquito de piernas, para que su imagen aun fuera más provocadora.

¿Se repetiría esta vez el mismo lujurioso juego?. Deseaba mucho más que eso. Por lo visto su admirador ya no tan secreto también lo anhela, y totalmente lanzado, con gestos le pide que suba a su piso. Se queda por unos momentos pensativa. Realmente quería ir; el vecinito estaba muy bueno y ella se moría por un libidinoso desahogo, y más si se lo proporcionaba aquel espécimen, pero... no le conocía de nada. Podría ser que le gustara el masoquismo, o peor aun, que fuera un psicópata asesino de chicas indefensas como ella... hay mucho tío raro... pero el deseo pudo más y con un guiño de ojo y un gesto afirmativo de cabeza le confirmó que aceptaba gustosa la invitación. El chico pone cara de susto, seguramente no esperaba que aceptara y encima tan rápido. Amparo sonríe ante las muecas que pone.

Sabía el edificio donde vivía, pero no la puerta, ni su nombre o apellidos, así que empezó a contar pisos partiendo de la planta baja. El joven hombre pareció darse cuenta de lo que intentaba averiguar y con las manos indicó un número... "puerta ocho", anotó mentalmente. Le lanzó un beso con la mano a modo de agradecimiento y dirigió un último vistazo a su paquete cubierto por la prenda... aquello parecía una tienda de campaña ya, seguramente por las prometedoras perspectivas generadas. "Chico muy muy malo" volvió a pensar. Luego desapareció dentro de la casa, hacia su habitación. Abrió con prisas el armario y se vistió con un pequeño vestido de una pieza blanco adornado con flores que dejaba muy poquito a la imaginación y resaltaba la intensidad de su moreno. No se molestó en ponerse ropa interior. "¿para que?" se interrogó a si misma, "¿cuanto me va a durar puesto?, ¿cinco segundos?".

Mientras bajaba por el ascensor, imágenes excitantes de lo que iba a ocurrir bombardearon su mente, y su cuerpo reaccionó en consecuencia. Sus pezones se marcaron en la fina tela y una más que familiar humedad mojaba su ardorosa hendidura.

Antes de darse cuenta entraba ya en el edificio de enfrente. Vio al portero, totalmente descamisado y con un prominente estomago leyendo una aburrida revista de pesca. Sabía ya en que piso vivía, pero perversa como era, decidió juguetear un poquito con aquel hombre y de paso hacer esperar al rubiales... le encantaba hacerse de rogar.

  • Perdone- dijo con tono sensual- ¿podría decirme en que piso esta la puerta 8?

El hombre levantó la vista y se quedó maravillado. Sus ojos recorrieron su oscura y larga cabellera, sus gruesos y rosados labios y al final se clavaron nerviosamente en los pechos que el vestido casi no podía contenerlos. Amparo lejos de molestarse, sonrió inocente, como si con ella no fuera la cosa, y se agachó un poquito para que tuviera una mejor visión.

  • pi... piso cuarto- consiguió al fin murmurar el ya cachondo y encendido portero.

  • Muchas gracias- se giro para subir, pero otra pequeña idea perversa cruzo su mente, se volvió hacia el portero que seguía atónito, se acercó a su oído y con voz susurrante le informó- verá, es que voy a subir para follarme muy despacito al chico que vive en esa piso... si promete ser bueno quizás luego le cuente los detalles más sabrosos- le dio su suave mordisquito en el lóbulo de la oreja y se incorporó para coger el ascensor. El pobre hombre, totalmente rojo, se le salieron los ojos de las órbitas cuando escuchó esas reveladoras frases. Bufó y se hizo aire con la revista intentando calmarse con cara incrédula, como si no se creyera lo que acababa de oír.

Se alejó hacia el ascensor meciendo la cintura exageradamente con paso sensual. El vestido apenas tapaba las piernas y al andar dejaba adivinar el final de su jugoso culito y la totalidad de los muslos . Sabía perfectamente que ahí miraría y efectivamente ahí miraba, embobado, intentando ver más allá del lo que ocultaba el vaporoso tejido.

Cuando entró en el ascensor, el recepcionista aun la miraba totalmente ruborizado y con rostro de deseo, respirando pesadamente. Para decepción del portero las puertas automáticas del ascensor se cerraron ruidosamente, pero antes de que la ocultaran totalmente, se paso la lengua por los labios para luego mordisquearse uno de los dedos... se rió, pensando que esos sencillos gestos habían llegado al fondo de su alma, por no decir otra parte más física... y más eréctil...

Continuará

Para cualquier comentario o crítica no dudéis en escribir.