Dominando a la Princesa Adonea
La Princesa Adonea busca a una chica desaparecida. La encontrará porque es una Superheroína, pero por el camino tal vez descubra una o dos cosas sobre sí misma.
Princesa Adonea era una súper-heroína generacional. Sus madre lo había sido al igual que la madre de su madre, y así hasta perderse en las brumas del tiempo anteriores a la historia escrita. Su herencia, la espira de poder que llevaba en su brazo como si fuera un simple adorno, le proporcionaba el gran poderío físico que desplegaba para vencer a sus enemigos.
Pero la princesa no estaba del todo contenta en Ciudad Victoria. En la ciudad eran tres súper-heroínas: Súper Victoria, Chica Relámpago y ella. Por supuesto ella era mucho mejor heroína, pero los ciudadanos no parecían darse cuenta. El mérito de la paz que se vivía normalmente se lo llevaba todo Súper Victoria, y eso le fastidiaba sobremanera.
Así que tenía que buscar su oportunidad para destacar, y creía que la tenía en ese momento. Se había denunciado una desaparición en la comisaría, pero tras contactar con la “desaparecida” la habían descartado, ya que quería alejarse de su familia. El caso no había trascendido, porque en teoría no había caso, y un amigo policía se lo había contado a la Princesa. Por eso estaba decidido a contactar con la desaparecida y comprobar si estaba todo bien. Si solucionaba ella el caso se quedaría con todo el mérito.
Su amigo policía le había dado los datos de la chica, “Lidia Sánchez”, además del sitio en el que trabajaba. Por eso la estaba esperando oculta en un parque de la misma calle, evitando que la vieran tanto porque la quería seguir para ver a dónde iba como para que no se le acercara nadie a pedirle un autógrafo. Desde luego no era fácil ocultarse con el traje que llevaba.
El rosa imperaba en su traje, porque ella era una mujer y quería dejarlo claro. Las botas rosas con adornos blancos levantaban su cuerpo con el tacón, haciéndola más alta que Súper Victoria. Un top con un largo escote dejaba entrever sus pechos, mientras que sus manos estaban cubiertas por un par de guantes sin dedos a juego. Su pelo rubio caía hasta los hombros, y sus ojos azules estaban resaltados por un poco de sombra rojiza en las mejillas y un pintalabios negro. En su brazo la espira dorada rompe la monotonía rosa. Así vestía la Princesa Adonea, con una feminidad que contrastaba con la impersonalidad de Súper Victoria y que le hacía tener miles de fans. Pero no era suficiente, ella tenía que ser la número uno.
Por fin salió la chica por la puerta del trabajo y comprobó la foto que le había dado su amigo policía para contrastar que era ella. Seguirla no fue fácil, porque esperaba que cogiera un vehículo y pudiera seguirla a lo lejos, pero se movió por la ciudad andando y no es fácil seguir a alguien andando cuando eres una súper-heroína famosa. Así que tuvo que calcular muy bien el tiempo y moverse de esquina a esquina a toda velocidad para evitar que le interrumpieran. Por fortuna aunque tomó el camino de la playa se dirigió hacia el sur, dónde la playa dejaba lugar a una costa más elevada en forma de acantilado y había mucha menos gente de paseo.
Lidia continuó su caminata sin darse cuenta de que Adonea la seguía. Media hora le llevó llegar desde la salida de su trabajo hasta la pequeña cala en la que había una casa de madera en la que entró. La Princesa no tenía claro que hiciera todos los días ese camino andando, ya que era una hora entre ida y vuelta del trabajo, pero tampoco era algo en lo que se fuera a parar a pensar. Esperó unos minutos y avanzó hacia la casa.
Primero la rodeó tratando de ver algo acechando por las ventanas, pero todas tenían cortinas. Así que tanteó la puerta principal y descubrió que estaba abierta. Entró sigilosamente y trató de escuchar algún ruido, pero sorprendentemente no escuchó nada. Revisó la casa y no encontró a nadie, pero eso era imposible porque había visto entrar a Lidia. Intentó escuchar en toda la casa y parecía que desde el salón se escuchaba una especie de respiración tenue. Su súper oído le ayudo a acercarse a una estantería que, nada más intentó apartarla se movió por unos railes y dejó visible una puerta. Desde ella descendían unas escaleras que estaban ocultas inteligentemente por la estructura de la casa.
La luz estaba encendida, de manera que bajó y entró en una habitación donde estaban dos personas. A una de ellas ya la conocía: se trataba de Lidia, que se había cambiado de ropa y ahora llevaba puesto un extraño traje de látex de color blanco que le cubría la totalidad del cuerpo, además de llevar colgando en la parte de atrás un rabo alargado. El otro era un hombre de mediana edad, no demasiado alto pero bastante fornido, con pelo negro bastante corto y cejas pobladas que le daban una expresión ceñuda. Es fue el que habló en primer lugar.
–¿Qué haces en mi casa? –Preguntó el hombre.
–Vengo a buscarla –respondió Adonea señalando a Lidia.
El hombre se rió sonoramente antes de contestar.
–¿Y si ella no quiere irse?
–Que sea ella la que lo diga –Replicó.
El hombre volvió a reírse y dio unos pasos hacia atrás, sentándose en un sillón y cruzando las piernas. Volvió su vista a Lidia, que habló por fin.
–Yo no voy a ningún lado, estoy aquí por propia voluntad.
Sus palabras fueron un mazazo para la Princesa Adonea. Le estaba privando de resolver el caso ella sola y quedar mejor que Súper Victoria. Y eso le fastidiaba mucho. Ojeó al hombre sentado y otra vez a Lidia. Tomó una decisión y anduvo hacia ella.
–Tú vas a venir conmigo –le dijo asiéndola del brazo.
Lidia se soltó con un rápido movimiento circular de su antebrazo y saltó ágilmente hacia un lado. Esto cogió por sorpresa a Adonea, que se quedó quieta. Lidi aprovechó para ponerse la capucha, que cubrió su cabeza hasta debajo de la nariz. La capucha también era blanca, con dos orejas de gata en lo alto y el hueco de los ojos con forma de ojos del mismo animal.
–No me obligues a hacerte daño, Lidia –Añadió su nombre al final para dar énfasis a sus palabras.
–No me llamo Lidia –respondió ella--. Lidia sólo soy en el trabajo, ahora soy Gata Luna.
Princesa Adonea avanzó hacia Lidia, Gata Luna o como quisiera llamarse, pero esta saltó de nuevo alejándose de ella. Repitió la maniobra varias veces hasta que Adonea se cansó y le lanzó un puñetazo que esquivó a duras penas lanzándose hacia atrás. Trató de alcanzarla, esta segunda vez con una patada circular, pero Gata Luna se lanzó al suelo y atacó su pié de apoyo, derribándole para su sorpresa. Se levantó rápidamente temiendo un ataque, pero su rival ya estaba subida al sillón, sentada en cuclillas como una gata y lamiéndose la mano cubierta de látex.
Esto le hizo perder los nervios y decidió atraparla o destrozar el sillón. Se lanzó hacia ella de un salto con los brazos extendidos. Gata Luna saltó hacia un lado, pero esta vez el salto quedó corto. Pero era una maniobra intencionada. Una vez había salido de su trayectoria la interceptó y atrapando su brazo y su cuello se colocó a su espalda realizándole una llave asfixiante. Adonea trató de usar su fuerza para romper la llave, pero estaba tan bien hecha que no con toda la fuerza de la espira de poder pudo abrirla. Entonces se lanzó hacia la pared para tratar de aplastarla, pero Gata Luna se movió, manteniendo el cierre de la llave y dejando que ella misma se chocara contra la pared.
Trato de revolverse, pero la ágil gata se movía circularmente con la llave y no conseguía asirla de ninguna manera. A pesar de su resistencia le empezaba a faltar el aire. Cayó de rodillas incrédula de que la hubiera vencido una humana cualquiera con un traje fetichista. Notó que su conciencia se nublaba y todo se volvió oscuro mientras unas palabras se perdían en su mente.
–Vas a ser una gatita magnífica…
“Vas a ser una gatita magnífica”. Las palabras resonaron en su mente mientras desaparecían las tinieblas. ¿Cómo diablos le había vencido? Maldita sea. Trató de despejar su cabeza y evaluar su situación, pero no le gustó lo que notó. En primer lugar tenía las muñecas enganchadas en unos grilletes que colgaban del techo. De la misma manera había otros sujetándole los tobillos al suelo. Su primer instinto fue tratar de hacer fuerza para arrancarlos, pero no le hizo falta ver su brazo para saber que ya no tenía puesta la espira de poder.
Abrió los ojos y se observó a si misma. Tampoco le gustó lo que vio. Su cuerpo estaba vestido con un traje de látex de color rosa que se pegaba a su piel cubriéndola por completo hasta su cuello. En la boca tenía una mordaza que se metía hacia dentro; estaba dura para morder y casi le daba arcadas, pero sobre todo le impedía hablar de cualquier manera. Pero lo peor no era eso. Al desentumecerse notó que dentro de su vagina había algo alargado metido, e incluso en el virginal orificio de su culo notaba que tenía algo dentro. ¿En manos de qué clase de pervertidos había caído? Además sus manos estaban en una especie de manoplas por debajo del látex, por lo que aunque se liberara difícilmente podría agarrar una cremallera o sacarse alguno de esos eróticos artilugios.
Una puerta se abrió y entró Gata Luna, o Lidia, o como quisiera llamarse, a cuatro patas; y detrás de ella venía el hombre que ya conocía. Este se puso delante de ella mientras Gata Luna ronroneaba a sus pies.
–Las cosas son así a partir de ahora –dijo el hombre secamente– . Cuando tengas el traje completo te comportarás como una gata; ya te ganarás tu nombre cuando sea oportuno. Cuando te quites la capucha podrás ponerte a dos patas o hablar si te doy permiso. Cuando puedas hacerlo me llamarás Amo. A Gata Luna la llamarás así o simplemente Luna.
Cuando te portes bien te recompensaré. Si te portas mal te castigaré. ¿Está todo claro? Asiente si te ha quedado claro.
Adonea no podía hablar y apenas podía moverse, pero desde luego no iba a someterse bajo ningún concepto. Que la castigara si quería, ¿Qué más podía hacerle? El Amo esperó unos intantes y cuando tuvo claro que no iba a responder le bajó la cremallera del traje y dejó sus pechos al descubierto. ¿Qué diablos iba a hacerle? Abrió un pequeño mueble y sacó un aparato rectangular. Cogió una de las pinzas y la colocó en uno de sus pezones. El dolor fue enorme y el pobre pezón le dolió como un gran golpe. Cogió otra de las pinzas y la puso en su otro pezón. El dolor se multiplicó y apenas podía contener el llanto. Entonces empezó lo peor.
Apretando un botón se generó una diferencia de potencial entre las pinzas y una corriente eléctrica golpeó el cuerpo de Adonea. El dolor fue increíble, aunque tan sólo duró un par de segundos. Todas las células de su cuerpo gritaron de angustia y su cuerpo fue derrotado además de su resistencia. Jamás había sentido tanto dolor en partes tan íntimas y no sabía hasta donde estaba dispuesto a llegar el amo, así que decidió cooperar y asintió con la cabeza.
–¿Eso quiere decir que me has entendido?– Ella siguió asintiendo, temerosa de que le diera otra descarga. Sacó las pinzas de sus pezones, que ya no los sentía tras las descargas, y guardó el aparato. Se acercó a Adonea y sacó una libreta pequeña y un bolígrafo.
–Pasemos lista entonces –dijo enigmáticamente– . Como venías con tacones te puse un traje que los lleva.
Adonea comprobó como efectivamente el traje llevaba tacones incorporados, que parecían ser unas alzas recubiertas por el traje.
–Además lleva el pecho más ceñido para realzarte las tetas–. Le subió la cremallera de nuevo y Adonea notó como el traje era ceñido bajo sus pechos, levantándolos y dándoles más firmeza.
–Llevas la mordaza-polla en la boca, el dildo en la concha y un bonito taponcito en el culo. Es pequeño, pero poco a poco según lo dilates iré poniéndote uno más grande.
Según decía estas palabras le cogía la cara por las mejillas, le metía los dedos en la entrepierna y finalmente un dedo en el culo, para comprobar que todo estaba en su sitio. El tacto del látex metiéndose en sus orificios fue extraño, pero pudo decir que no fuera suave.
Guardó la libreta y a continuación se acercó a Adonea y para su sorpresa soltó los grilletes de sus muñecas. No se lo podía creer, ¿Qué estaba haciendo? El hombre se agachó y soltó el grillete de uno de sus tobillos. Comprobó sus manos; tenía todos los dedos en una especie de gran muñón que los separaba y le impedía coger nada con ellas. Notó que el hombre le soltó el otro tobillo e instintivamente echó a correr.
Sabía correr bien con tacones, estaba segura de que no le iban a alcanzar. Se acercó a la puerta y bajó las manos juntas para tratar de girar el picaporte… Cuando de pronto todo su interior pareció ponerse en marcha. Los artefactos de la boca, la concha y el culo empezaron a vibrar y no pudo hacer nada para impedir caer al suelo mientras se revolcaba tratando de librarse de esos aparatos. El de la boca le daba náuseas, y desde lo más profundo de su concha le llegaban descargas de placer que impedían que pudiera andar. En su culo notaba cómo algo vibraba en en interior, dándole la sensación de que resonaba en todo su cuerpo.
El Amo no se molestó en desconectar los aparatos. Sin que ella pudiera defenderse le puso la capucha y la llevó a una jaula de metro y medio de largo y medio metro de ancho y de alto, en la que casi no entraba. La metió en ella y cerró la puerta con un cerrojo. Sólo entonces desconectó los aparatos y Adonea con la pérdida de las sensaciones interiores empezó a ser consciente de lo que ocurría a su alrededor.
–Te quedarás en la jaula hasta la hora de comer– sentenció el Amo.
Al lado de su jaula había otra que no tenía candado, pero sí un cartel que ponía Gata Luna. Esta se acercó a la jaula de Adonea y le observó con curiosidad. Después se metió en la otra jaula y cerró lal puerta desde dentro, acurrucándose como una gata y mirando a Adonea.
–Será mejor que hagas lo que te ordenen –le dijo Luna– . Así evitarás que te castigue.
–Yo lo que quiero es escapar –replicó Adonea– .
–Con más razón entonces. El Amo te entrenará para que seas una gatita buena, y cuando lo haga te dejará libre para que te vayas.
Adonea no se creyó las palabras de Luna, pero decidió que mejor no era replicar a una persona que se creía una gata. En cualquier caso decidió que recibir castigos no era beneficioso para ella. Aceptaría las órdenes del Amo, se mantendría fuerte y en cuanto pudiera intentaría escapar. Pero debía planearlo bien. Seguramente estaba en el subsuelo de la casa de la playa, así que cualquier paso en falso sería un desastre. Debía ganarse su confianza y después aprovechar para huir.
–Tal vez tengas razón –respondió Adonea al cabo de un rato. Pero Luna tenía los ojos cerrados y no supo si le había oído o estaba dormida.
El Amo llegó al cabo de unas horas y Gata Luna salió de la jaula para chocarse con sus piernas como una buena gatita. Bajo el brazo llevaba dos recipientes, y utilizando varias herramientas que también traía los atornilló al suelo. Al acabar se llevó las herramientas y volvió en un par de minutos para abrir la jaula de Adonea. Esta salió obedientemente a cuatro patas y esperó sentada a que el Amo le dijera algo.
–Te voy a llamar Gata Amor –le dijo el Amo– porque creo que es lo que te falta y sin embargo lo que representas.
Adonea asintió y el Amo abrió un armario cerrado con llave para sacar un saco de comida, que echó en dos de los recipientes del suelo. Después cogió una garrafa de agua y llenó otros dos, cada uno de ellos con un nombre: “Luna” y “Amor”. Luna se acercó a su comedero y empezó a comer con la boca. Adonea se sorprendió, pero no era lo peor que podía hacer. Se acercó a cuatro patas al comedero y acercó la cara. No sabía cuál es el sabor de la comida de gato, pero no le pareció que lo fuera. Parecía como si fuera pollo preparado en forma de croquetas. Estaba rico. Al acabar bebió como vio que hacía Luna, usando la lengua para captar el agua.
–Muy bien Amor, has sido una gatita buena –le dijo el Amo–. Te has ganado un premio.
Y le sacó la mordaza de la boca. Adonea se sorprendió del tamaño de la polla y de que cupiera en su boca, y agradeció que se la quitara. El Amo se marchó y decidió esperar. No sabía que había al otro lado de la puerta, o si le estaban tendiendo una trampa. Luna le miró y ella se hizo la aburrida, haciéndose una bola y cerrando los ojos.
La tarde pasó sin mucha novedad, y a la noche volvió a aparecer el Amo. La puso una correa al cuello y le dijo que era hora del baño. Luna les siguió mientras ella avanzaba a cuatro patas lo mejor que podía. Salieron por la puerta por la que solía desaparecer el Amo, y aparecieron en una habitación con cuatro puertas, sin ninguna pista de lo que había detrás de ellas. Giraron a la derecha y entraron en una especie de piscina cubierta, no muy grande, pero suficiente para dar unas brazadas.
Luna se volvió hacia el Amo y este asintió. Ella misma se bajó la cremallera y se sacó el traje blanco de látex, dejándolo en el suelo. Se lanzó al agua como una nadadora y dio varias brazadas hacia varios lados. Mientras tanto el Amo le bajó la cremallera a Adonea y le ayudó a sacarse su traje. Un instante después y sin aviso le metió un dedo en el culo, y ella pegó un respingo y estuvo a punto de saltar para alejarse, conteniéndose en el último momento. El tapón que tenía en el culo empezó a salir poco a poco, hasta que salió completamente y notó un gran alivio. Le puso la mano en la espalda y Adonea se puso a cuatro patas. Le metió dos dedos en la vagina y tiró del dildo, sacándoselo con cuidado y, para sorpresa de ella, excitándola un poco.
Una vez libre se volvió hacia el Amo, que le hizo una seña para que se metiese en el agua. Nadó a lo largo de la piscina para observar la gran habitación. Sólo tenía la puerta por la que habían entrado y un dintel que parecía llevar a unos vestuarios. El resto parecía pared sólida. Nadó un rato tratando de pensar el mejor plan para escapar, pero parecía que lo ideal era obedecer hasta tener una oportunidad. Tenía que explorar las habitaciones para saber dónde estaba y por dónde salir, y no dudar en el momento que pudiera hacerlo.
Luna salió del agua y Adonea la siguió. Entraron en el vestuario, que tampoco tenía otra salida, y se metieron cada una en una ducha. Había champú y jabón, y Adonea se limpió a conciencia con la impresión de que estaba sucia por dentro. Luna salió y ella observó a su alrededor para tratar de encontrar una salida, fuera la que fuera. Un reja, un panel… ¡Cualquier cosa! Al no encontrarla decidió salir para no despertar sospechas.
Gata Luna ya tenía puesto otro traje de látex blanco, pero era uno nuevo, puesto que el viejo seguía en el suelo. Adonea también tenía otro traje rosa preparado. Se sorprendió de que pudiera conseguir uno tan rápido con unas características tan concretas. O tenía un stock interminable o tenía un buen grupo logístico apoyándole. Avanzó hasta el Amo y este le hizo un gesto con el dedo para que se diera la vuelta y después le apoyó la mano en la espalda para que se pusiera a cuatro patas. Valoró la opción de luchar, pero estando Luna allí sería muy complicado, así que hizo lo que le ordenó.
Notó los dedos del Amo donde no los esperaba, jugando con su clítoris. Pero sólo trataba de excitarle para volver a ponerle el dildo; poco a poco se fue abriendo paso hasta meterlo hasta el fondo. Con el tapón del culo hizo lo mismo, y Adonea tuvo que contener su enfado al haberse excitado por sus tocamientos. Seguidamente le puso de nuevo el traje rosa y se lo cerró hasta arriba, poniéndole la capucha y finalmente colocándole la correa, pero sin ponerle la mordaza.
Volvieron a la habitación y esta vez no la encerró en su jaula. Adonea miró a Luna y Luna miró a Adonea. Se fijó en las diferencias del traje blanco. Ella no llevaba la especie de manopla en las manos, por lo que podía usar perfectamente los dedos. Tampoco tenía los tacones en los pies. Ahora le había entrado la curiosidad por si tenía también el alza en las tetas. Se fijó en ella y se dio cuenta de que era una chica muy guapa, pero sobre todo tenía un buen cuerpo. Era fibrosa y fuerte, y recordó cómo la había vencido en combate, casi como si lo hiciera sin dificultad.
Luna sonrió ante su escrutinio, pero se giró y se puso a cenar en el bol con su nombre. Adonea no se había fijado en que habían vuelto a poner comida. Comió hasta vaciarlo y bebió del cacharro del agua. Cuando acabó se fijó en que Luna la seguía mirando, y eso le despertaba una sensación que no acababa de controlar. La Gata Luna se acercó a ella y la rodeó lentamente, buscando su culo. Las manos de látex blanco empezaron a tocarla, rozando su clítoris y su vagina; y no podía decir que le desagradara. Sus manos subieron por su cuerpo hasta el cuello y le bajó la cremallera lentamente, hasta abajo de todo y hasta liberar su concha.
Se puso a dos patas y se dirigió a uno de los armarios. Adonea se volvió sorprendida de que parara de excitarla, y vio como sacaba un dildo doble de uno de los estantes y volvía a cerrar la puerta. Luna bajó su propia cremallera hasta liberar su propia concha y se tocó para excitarse. Adonea se acercó a ella y usó su boca para ayudarle ante su sorpresa. Pronto se notó húmeda y se metió el dildo hasta el tope de la mitad, mientras Adonea se daba la vuelta. Ella le metió la mano y le sacó el dildo eléctrico, notando a su vez que Adonea estaba chorreando.
La embistió con su dildo, que entró en la concha de Adonea hasta chocar el el tope, y entonces las dos sintieron la penetración al máximo. Una y otra vez repitió el movimiento aguantando la excitación hasta que sus pelvis se convulsionaron y se corrieron sobre el dildo doble, gimiendo como gatas exhaustas. Adonea se tumbó boca abajo totalmente rendida y Luna le sacó de dentro el dildo, pero ni siquiera se lo sacó a sí misma de lo cansada que estaba. Se tumbó sobre Adonea y sus manos buscaron sus pechos bajo el látex rosa abierto. Así se durmieron, con su manos sobre su pecho y la turbación de Adonea al excitarse al sentir los pechos de Luna sobre su espalda y su mano sobre su propia teta.
Despertaron en mitad de la noche y arreglaron un poco lo sucedido. Luna volvió a guardar el dildo doble en el armario, después de sacárselo de dentro. Y dentro tuvo que ponerle el dildo eléctrico a Adonea, para lo cual aprovechó para darle un buen calentón. También subió ambas cremalleras porque era la única que podía hacerlo, aunque se paró un poco a dale placer con su boca a los pechos de Adonea. Bebieron para volver a hidratarse y se metieron en sus jaulas a dormir, cansadas y felices.
Lo que no sabían es que una de las luces era una cámara y que el Amo estaba viéndolas desde el primer momento. Tampoco sabían que el Amo les había mezclado en la comida un potente afrodisíaco, mientras que en el agua tenían una droga para dormir. No era la primera vez que usaba este truco, y siempre le funcionaba. Y mientras ellas dormían drogadas el Amo fue hasta la sala y sacó las jaulas, una cada vez, para llevarlas a una habitación idéntica a la que estaban. Quedaban muchos secretos para descubrir en el sótano de la casa de la playa.