Dominando a Amelia (IV)
De como Amelia pierde la virginidad anal en el centro comercial
Tal como esperaba, a aquella hora, en esa planta apenas había un solo coche y mucho menos gente en los baños, así que pudimos acceder al de minusválidos sin que nadie nos preguntara nada. Según lo recordaba, en aquel WC había un cambiador para bebes que se desplegaba, en parte, sobre el lavamanos, lo que lo hacía más resistente al peso que uno de normal.
Cuando entramos y cerré la puerta, Amelia se quito rápidamente la chaqueta y tras colgarla en el perchero que había tras la puerta, se puso de rodillas, a mis pies, en posición de espera.
- Abre el cambiador, súbete en él y depílate el coño – le dije mientras le tiraba una bolsa de papel con unas maquinillas de afeitar, una barra de jabón y unas tiras depilatorias, además de un bote de nívea – a partir de ahora, tus agujeros no tendrán un solo pelo. Me da igual si te lo depilas a diario, te haces el laser o te lo calcinas con un mechero. Si encuentro un solo pelo, recibirás 10 fustazos por pelo en la zona que haya salido.
Amelia subió al cambiador sin rechistar y abriéndose de patas, empezó a extenderse el jabón de afeitar por su poblado coño. Se estiro todo lo posible para depilarse hasta donde llegaba su vista, pero evidentemente, el agujero del culo no se lo veía. Al cabo de pocos minutos, tenía el coño perfectamente afeitado, pero una línea negra delimitaba hasta donde le alcanzaba la vista.
-Amo – Dijo con la mirada baja – No alcanzo más allá y pasando los dedos sé que tengo pelos en el culo… ¿Cómo debo hacerlo?
Soy de los que piensan que una cosa es ser estricto y otra cruel, así que ordene a la niñata que se pusiera a 4 patas sobre el cambiador y termine de afeitárselo yo, dejándolo perfecto. Tentado estuve de usar las tiras depilatorias, pero la aprendiza se estaba portando demasiado bien como para usar ese recurso de forma gratuita. Cuando termine, le ordene que se untara bien la zona con la crema hidratante.
Llevaras siempre un envase de crema nívea en tu bolso. Te recomiendo el estuche redondo, porque es mucho más portable, pero tú sabrás lo que te gusta más llevar. Ese producto te lo darás en abundancia por tu ano cuando yo te llame, te vaya a usar por el culo o no. Estar lubricada es tu obligación, si quiero usar tu ojete y no lo estas, serás disciplinada ¿Lo has entendido?
Si, Amo
Bien, ahora baja y ponte de rodillas – le ordene a la pequeña Amelia – siempre que estemos juntos, en una habitación cerrada, sin opciones de que nadie pueda entrar en ella, estarás así hasta que se te ordene otra cosa. Tu máximo placer a partir de ahora, será obedecerme. Tu único anhelo, será que este orgullosa de ti.
Si, Amo
Bien, pequeña – le dije acariciándole la cabeza, como se hace con un cachorro que está aprendiendo sus primeros trucos una vez se hubo arrodillado ante mi – ahora, bájame la cremallera y sácame la polla - La cría lo hizo con reverencia. Primero desabrocho el cinturón y desabotono mi pantalón, luego bajo la cremallera y cuando el pantalón se desprendió, bajo los bóxers para encontrarse cara a cara con mi rabo, que ya estaba duro y listo para una nueva sumisa. Amelia abrió instintivamente la boca, lista para chupármela, pero no era lo que deseaba todavía, así que la seguí instruyendo – no tan deprisa, zorrita. Quiero que la veas bien, que la estudies y que la huelas. Quiero que recuerdes cada milímetro cuadrado de lo que tienes delante, porque desde ahora hasta que dejes de prestarme servicio, lo que estás viendo será el motivo de que te levantes cada mañana y de que te vayas a dormir para estar lista al día siguiente para ella.
Si, Amo – dijo una vez más la pequeña sumisa – es una polla muy bonita, Amo. No había visto nunca una así.
Claro, pequeña – la instruí – esta polla, a parte de ser mas grande de las que has tocado durante el día de hoy, no tiene prepucio, que es la piel que cubre en parte los capullos de los machos. Ahora, antes de nada, harás una cosa que tendrás por norma de aquí en adelante: me pedirás permiso para lamer mis huevos. Y lo harás como lo haría una perrita contenta de poder satisfacer a su Amo y que pueda producir mucha leche para metérsela donde le apetezca. Quiero que me des pasadas largas, desde atrás hacia adelante. Y estarás haciéndolo hasta que se te ordene otra cosa. Así pues, empieza.
Amo – dijo en voz baja - ¿Puedo lamerle los huevos? – “Adelante”, le respondí
La pequeña Amelia saco su lengua y empezó a lamer. Aquella fue una caricia largamente esperada desde el momento en que la vi en el bar. Sabía que si lo llegaba a hacer, esa pequeña niña entraría como perra en mi aren y si se lo merecía, iría subiendo a sumisa y luego a esclava. Era un camino largo y que muchas habían intentado, consiguiéndolo muy pocas. No por falta de ganas o devoción, si no porque las exigencias eran demasiado para sus cerradas mentes. Lamerme los cojones en un baño público no era más que una pequeña cata de lo que tendría que hacer si algún día quería que le ciñera al cuello un collar de esclava y la verdad es que lo estaba haciendo bastante bien. Su lengua era ancha y se adaptaba a mis pelotas y producía una cantidad de saliva lo suficientemente abundante como para notarlas bien húmedas.
Después de cinco minutos de ejercicio, que fue convenientemente grabado, le ordene que extendiera los lengüetazos por la polla, llegando a la punta de mi verga y volviera a empezar. Amelia realizo el ejercicio torpemente al principio, pero conforme iba repitiéndolo, adquirió soltura. Tras diez minutos de lengüetazos de la pequeña perra, mi polla estaba mas que preparada para penetrarla por primera vez.
- Bien, pequeña – le dije en tono neutro – tal como te explique, la crema Nivea sirve para lubricar tu ano, así que ahora, te pondrás en pie, te giraras y te tumbaras encima del cambiador, con las piernas colgando y las puntas de los pies, tocando el suelo. Abrirás el tarro y te untaras en abundancia el producto alrededor de tu ano y una vez esté preparado, introducirás un dedo con producto para que se lubrique la parte interna – Amelia me miro con cara de susto mientras yo seguía explicando que tenía que hacer – si eres una chica lista, y estoy seguro de que si, te introducirás al menos un par de dedos para meter tanto producto como puedas y de paso, dilatar tu agujero, ya que voy a meterte la polla en tres empujones. Cuanto más lubricada estés, menos te dolerá. Empieza. Tienes tres minutos.
Y diciéndole esto, empecé a quitarme los pantalones, los calzoncillos y la camisa. Cuando uso a mis sumisas, me gusta estar cómodo y con los pantalones en los tobillos, se pierde bastante movilidad.
Otra cosa era la ceremonia que se requiere para según qué cosas en el mundo BDSM. Habitualmente, desvirgar un agujero lleva su rito, pero antes de ser aceptada ni tan siquiera como mascota, tenía que dejarle meridianamente claro a Amelia que ella, a mis ojos, no era una señorita. Ni tan siquiera, una chica. Ella para mí, no era otra cosa que un agujero con el que jugar y en cuanto antes lo pillara, mucho mejor. Era libre de irse cuando quisiera, pero no volvería a mi lado jamás.
Una vez desnudo, me fije en Amelia, tumbada sobre el cambiador, las puntas de sus pies apenas tocaban el suelo. Su cara, en dirección al espejo, me permitiría ver sus reacciones al penetrarla analmente en un sitio público y una postura tan humillante. Aquella penetración no solo rompería su virgo anal, si no muchas de sus estructuras mentales. La pequeña había consumido casi medio tarro y lo había introducido en su recto, pero sin profundizar más que la primera falange, haciendo prácticamente un tapón de crema que se veía desde el exterior. Con el tiempo aprendería de ese error y como subsanarlo.
Amelia, te quedan treinta segundos – la informe mientras colocaba el teléfono en una posición perfecta para que grabara las posaderas de la cría y su reflejo en el espejo cuando empezara a usar su agujero trasero – hoy te he dado este tiempo extra por ser la primera vez, pero a partir de este momento, no te lo volveré a dar. Tu ano tendrá que estar siempre listo para mi ¿Has comprendido?
Si, Amo
Bien… te aconsejo que uses los últimos diez segundos en catar el sabor a nívea junto al de tu ano. Cuando termine de usarte, tu trabajo siempre consistirá en limpiar con la boca mi polla, haya salido de donde haya salido. Así que mejor que estés preparada para su sabor.
La pequeña se miro los dedos, totalmente embadurnados de crema y, tras dudarlo un par de segundos, se lo llevo a la boca, para limpiarlos. El sabor y la pastosidad del mismo, provocaron una nausea. No pude contener una sonrisa al pensar que si esa era su reacción con un producto limpio, cual sería al meterse en la boca esa crema con restos de semen y, muy posiblemente, restos de sus propios excrementos.
- Bien, pequeña. Se acabo el tiempo – le dije mientras me colocaba a su espalda. La altura del cambiador era perfecta para mi, ya que sin ningún esfuerzo, el ojete de la cría quedaba a la altura adecuada para poder usarlo – ahora quiero que te separes las nalgas, dejándome ver tu ojete y que mires, por el espejo a la cámara de mi teléfono móvil. Recuerda que te la voy a meter en tres tandas. Te va a doler, no te voy a mentir jamás, pero recuerda que estamos en un lugar público y si alguien viene, vas a tener que explicarles a tus padres que hacías dejándote dar por el culo en los WC de un centro comercial.
Y diciendo esto, agarre mi polla por la base y la restregué contra el coño de la pequeña aprendiz. Tal como me esperaba, estaba totalmente empapado pese a que hacía tiempo que el huevo vibrador no cobraba vida. Amelia sería una gran esclava. Apenas presione un poco, su coño se abrió para succionar la totalidad de mi capullo, que entro sin problemas pese a que el artilugio que llevaba en su interior ocupaba gran cantidad de espacio mientras ella daba un profundo suspiro de placer. Tras recoger su flujo espeso con la punta, la apoye en la entrada de su ano.
Voy a dar el primer empujón – le advertí – con él, entrara el capullo en el interior de tu ojete y te lo dilatare para que pueda entrar el resto de la polla de tu Amo. Cuando haya entrado, te diré que cuentes hasta diez y daré un segundo empujón, con el que meteré la mitad de mi polla en tu interior. Otra cuenta hasta diez e introduciré mis 20 cm dentro de tu ojete. Una vez toda mi polla en tu interior, contaras hasta 30 en voz alta y me pedirás que te rompa el culo y lo use para mi placer ¿has entendido todo, Amelia?
S… Si, Amo – dijo la pequeña sumisa con los ojos muy abiertos
Por cierto, pequeña – le comente mientras la agarraba de las caderas – como siempre, has de pedirme permiso para correrte – y diciendo eso, pegue el primer empujón, que enterró los primeros cinco centímetros de mi rabo en su esfínter virgen que se dilato siete centímetros para poder tragárselo entero.
Los ojos de Amelia se abrieron, así como su boca. Se preparo para lanzar un gran chillido que mitigara el dolor de su ano, pero recordó mi advertencia en referencia que tendría que explicárselo a sus padres y la sola idea de contar a sus progenitores como había llegado a aquella situación, la hizo desistir. El dolor la colapso de tal manera que en algún lugar de su cerebro, algo le decía que tenía que realizar una acción, pero ella era incapaz de moverse para no incrementar ese profundo dolor que sentía en la entrada de su culo.
Tras entrar el capullo en su ojete, este realizo esfuerzos reflejos para expulsar al “intruso”. Esos movimientos eran contracciones espasmódicas para hacer salir la punta de mi polla de él. Bien visto, era como si ese pequeño agujero me estuviera realizando una mamada. Después de unos segundos, ordene a Amelia que contara, pero no hubo respuesta. Su cara se había quedado congelada. Era una reacción lógica en muchas sumisas al hacer cosas por primera vez. Sus débiles esquemas mentales no aceptaban la realidad y se “refugiaban” en la rigidez. Era siempre un movimiento temporal ya que toda sumisa termina aceptando lo nuevo e incorporándolo para dar placer a su Amo, pero primero, han de asimilarlo.
Así pues, tras volverla a llamar por su nombre sin obtener respuesta, le di una fuerte palmada en la nalga derecha. Un estimulo doloroso, la mayoría de veces las saca de este estado. Amelia no fue una excepción y reacciono. Sus parpados se relajaron un poco, su boca se cerró y empezó a contar, lentamente. Diez segundo después, de otro fuerte empujon, entraba la mitad de mi rabo en aquella oquedad hasta ahora virgen. El dolor hacia que las puntas de sus pies se juntaran y que las lagrimas afloraran en sus ojos. Pese a todo, no había dicho ni una sola palabra.
- Cuenta – le ordene. Y cuando llego a diez, con el tercer empujón, entre hasta que mis huevos notaron el flujo viscoso de su coño adolescente. Notaba la presión que ejercía su musculatura en torno a mi miembro. En cuanto la sacara sabría si había que hacer una visita a Luis, un buen amigo, doctor en urgencias – buena chica. Ya la tienes toda dentro… ¿Qué has de hacer ahora, pequeña?
Amelia empezó a contar. Uno, dos… un intenso dolor recorría la espina dorsal de Amalia. Se preguntaba que hacia allí y si todo aquello valía la pena. Quince, dieciséis… su esfínter se iba adaptando a mi tamaño y el dolor empezaba a remitir. Veinte… veintiuno… abrió los ojos y se vio a sí misma en el espejo. Estaba en un baño público con la polla de un hombre a quien conocía en persona desde hacia pocas horas clavada en su culo, en una postura humillante, pero su alma sabia que ese era su lugar. Sabía que todo lo que le ordenara aquel macho que ahora mismo la penetraba analmente iba a ser cumplido con devoción para que se sintiera orgulloso de ella. Veintiocho, veintinueve… ¡treinta!
- Amo, por favor – Dijo la voz dulce de Amelia – deme por el culo. Parta el agujero de atrás de su esclava y úsela como le apetezca – Y diciendo esto, miro a la cámara del teléfono y se abrió más los cachetes del culo.
Sonreí y tire de mi polla, lentamente. La primera parte salió manchada de nívea y la segunda totalmente limpia, a excepción de la punta, que dreno un poco de mierda. Perfecto. No había sangre y por lo tanto, no había desgarro. “buena perra” pensé y volví a empujar mi miembro dentro del agujero que estaba empezando a contraerse. Cuando llegue al límite, di un pequeño empujón suplementario y la volví a sacar, observando el mismo resultado: nívea y mierda, sin sangre.
- La buena noticia, pequeña, es que no tienes ningún desgarro – Informe a la sumisa – así que no hará falta que te pongan puntos. La mala es que me has manchado la polla de mierda y te tocara limpiarla. No te preocupes, con el tiempo, te acostumbraras a su sabor.
Y diciéndole esto, empecé a bombear tranquilamente en el recién desvirgado agujero. Los Amos no somos seres insensibles que únicamente realizamos actos que para otros son cuestionables. Los Dominantes disfrutamos con la docencia y con la prospectiva de que “el trozo de barro” que tenía ahora mismo sobre el cambiador iba a transformarse en un modelo perfecto de esclava, del cual estar plenamente orgulloso.
En un solo día Amelia había aprendido a que no se debía mentir, a masturbar a un hombre y a soportar el contacto de su semen, a ofrecer el culo para que le pusieran un enema y a hacerlo para que su Amo se lo follara. Y antes de terminar el día, aprendería otras muchas cosas.
Continuar bombeando dentro de aquel estrecho agujero era un verdadero placer y para incrementarlo cambie el asidero de sus coletas por sus caderas, los que me permitía un mayor control de su culo. Cada vez bombeaba con más energía y más ritmo y al cabo de unos minutos proferí el primer gemido de placer que escuchaba la joven Amelia de mi garganta. Ese gemido llamo su atención y sonrío, mirándome. Aquella sonrisa significaba que se sentía orgullosa de producirme placer, pese a que su ojete estuviera enviando señales de dolor a su cerebro. No lo necesitaba, puesto que ya había conseguido el objetivo pero, en aquel momento considere oportuno darle un premio a mi pequeña aprendiz y agarrando el mando, que estaba sobre el respaldo del cambiador, conecte el huevo vibrador que llevaba dentro.
El resultado fue realmente demoledor: Amelia empezó a temblar, presa de un orgasmo brutal que se mezclaba con el lacerante dolor que percibía en su ano y el orgullo que le producía que su Amo la mirara desde el espejo sonriendo y gimiendo. Y pese a todo, algo en su mente le aviso de que tenía que realizar una gestión más antes de entregarse a toda aquella hola de placer.
A… Amo… Yo… Permis…. Permiso para… - No podía articular la frase. Su débil mente estaba intentando encajar piezas de puzles diferentes como eran el placer y la educación recibida desde que nació – Permiso para… Correrme, Amo!!!
Antes de correrte, Amelia, quiero que cuentes hasta veinte – le dije a la vez que ponía el huevo a máxima vibración. Estaba tan fuerte que lo notaba yo a través de su ojete – y después, quiero que te corras. Quiero que lo hagas como no te has corrido en la vida y quiero que recuerdes este orgasmo como el primero que me entregaste a mí, así que quiero que lo hagas mirándote a los ojos, a ti misma, mirando al espejo y veas la cara que pone mi perra cuando se corre.
“Uno… dos…” empezó la cuenta Amalia. Retener el orgasmo era como retener la orina cuando llevaba todo el día medándose y por fin podía sentarse un inodoro limpio para hacerlo. ”Siete… ocho…” se centro en la cara orgullosa del Amo. Estaba sonriendo y gemía. Aquello que le estaba haciendo ella con su culo le producía placer, como se lo producía el que le daban el resto de su piara. “doce… trece…” notaba como la polla de su Amo se empezaba a hinchar. Las experiencias de ese día le habían enseñado que justo antes de correrse, los machos experimentan un incremento del volumen de su polla. Dios! El Amo iba a correrse gracias a su culo!!! “dieciséis… diecisiete….” Estaba a punto de poder soltar las cadenas. Notaba aquel orgasmo desde hacia tiempo y dejarlo salir sería el mayor placer de su vida… “diecinueve… veinte!!!”
Cuando termino de pronunciar la “e” Amelia estallo en un salvaje orgasmo. Era tan intenso que expulso un largo chorro de líquido transparente. Noto como no podía contenerlo en su interior. No se había meado, eso lo sabía, pero no tenía ni idea que era aquello y tampoco le importaba. Solo sabía que su Amo le había dado permiso para correrse y que Él mismo también estaba a punto de usarla para vaciar sus cojones en ella. Las contracciones de su coño eran tan intensas que sin querer, expulso el huevo vaginal que cayó al suelo y continuo vibrando. Pese a ello, el placer que sentía Amelia ya no tenía nada que ver con ese artilugio y por tanto, siguió experimentándolo y se incremento todavía más cuando, sin previo aviso, noto como una ardiente descarga de semen invadía sus entrañas.
Aquel fluido estaba mucho mas caliente que el enema que le había puesto el farmacéutico y si bien, no eran tanta cantidad, su contacto, sabiendo que provenía de su Amo hizo que Amelia pusiera los ojos en blanco y sin importar que se encontraban en un sitio publico lanzo un gemido de triunfo. Por fin había conseguido que su Amo se corriera. Y lo hacia dentro suyo, como el mejor presente que se puede pedir.
Amelia me miro a través del espejo y vio como la miraba con una sonrisa mientras vaciaba mis pelotas dentro de su ojete. Aquel hecho en sí era un triunfo de ambos. Suyo porque había perdido el virgo anal sin dramatizarlo y mío, porque se había corrido mientras lo hacía. Aquella pequeña perra, llegaría muy lejos.
Cuando finalice mi larga corrida en su interior le ordene que no se moviera. Ella se quedo tumbada sobre el cambiador. Los pies de puntillas, temblado por el brutal orgasmo que acababa de experimentar y el ojete tremendamente dilatado. Era un agujero redondo, perfecto, cuyo perímetro estaba tremendamente enrojecido y su centro, totalmente negro, por la falta de luz del lugar. La posición, con las nalgas ligeramente más elevadas que la parte final de su tracto digestivo, impedía que mi semen escapara de ella, pero en cuanto se moviera, la gravedad ejercería su influencia y vertería mi regalo.
- Muy bien, Amelia – le dije mientras sacaba algunos planos del lugar con la joven aprendiz en la posición que había perdido la virginidad anal. Luego, acerque mi polla, manchada de nívea y mierda a su boca y, sin dudarlo, ella la absorbió al instante – Eso es, pequeña. Lo que una ensucia, una ha de limpiarlo. Grávate esto a fuego – le dije mientras le acariciaba la cabeza. La mezcla marronosa poco a poco fue desapareciendo de mi polla y su cara fue cambiando del asco y la arcada inicial, para ofrecer una preciosa sonrisa cuando consiguió dejarla totalmente limpia.
Cuando la dejo impoluta, me separe de ella y le pregunte si había disfrutado. Ella me dijo que una esclava disfruta cuando su Amo lo hace y tuve que recordarle que todavía no podía considerarse a sí misma como una de mis esclavas.
Es cierto, Amo. Perdón – dijo afligida – no recordaba que estoy a prueba
Amelia, la prueba ha terminado después de que me limpiaras la polla y la dejaras tal como la encontraste – le dije mientras buscaba en el bolsillo interior de mi chaqueta – ahora, has de decidir si quieres ocupar el lugar más bajo entre las hembras que me sirven y convertirte en una de mis perras, lo que no te garantiza el llegar a ser una de mis esclavas a menos que te lo ganes.
Si Amo – dijo desde la misma postura sobre el cambiador – quiero ser la mas baja del escalafón entre tus perras.
Bien, pequeña. En ese caso, te has ganado esto – dije mientras le ceñía al cuello un collar de color negro, comprado en un chino, nada del otro mundo ni que tuviera la ceremonia y el empaque de un cambio de collar BDSM, simplemente, estaba adoptando a una perra sin dueño para educarla – y esto también – le dije colocándole un plug anal de tamaño considerable rematado con una cola que asemejaba la de una perra y que tenia aproximadamente unos veinticinco centímetros, con lo que le llegaba a medio muslo. Con aquel instrumento metido en el culo, mi corrida no podía salir y por lo tanto, la conservaría en su interior hasta que fuera liberada – Ahora, baja del cambiador, limpia el huevo vibrador con el grifo (en cualquier otro lugar, lo habría hecho con la boca, pero no quería infecciones de un baño público) y vuelve a introducírtelo.
Amelia recogió el juguete sexual y lo limpio en el grifo, una vez plegado el cambiador. Antes de que lo metiera bajo el agua, pude observar que estaba completamente cubierto de flujo viscoso y blanquecino y que desprendía un agradable olor a hembra joven en celo. Cuando termino de limpiarlo con jabón, lo aclaro y se lo volvió a introducir sin ningún esfuerzo, ya que su coño estaba tremendamente dilatado pese a que no la hubiera penetrado en ningún momento.
Tras vestirme, ordene a Amelia que se pusiera la chaqueta y que saliera al pasillo. Me sorprendió gratamente que no me preguntara si tenía que hacerlo con la cola puesta, ya que le sobresalía la cola por debajo de la chaqueta. Subiendo en el ascensor me miraba el producto que tenía ante mí: una jovencita con los coloretes rojos, con un collar de perro al cuello y una cola asomando por debajo de una chaqueta que apenas le tapaba las nalgas. Cualquiera sin imaginación sabría perfectamente donde estaba fijada.
¿Cómo va tu ojete, perra? – Le pregunte a Amelia, por primera vez sin usar su nombre de “persona” - ¿Te duele?
Si, Amo – me dijo bajando la mirada – me molesta bastante.
Eso es que lo tienes inflamado después de sodomizarte – le explique – existen productos en el mercado que te ayudaran a desinflamar la zona y a calmar el escozor. Ahora mismo vamos a poner solución a eso. ¿Recuerdas donde está la farmacia, perra?
Si Amo. Lo recuerdo.
Pues pasa delante – le ordene – iremos a comprar Hemoal. Y de paso, le daré las gracias a ese farmacéutico tan simpático por haberte ayudado a prepararte para mí.
En el corto trayecto entre el ascensor y la farmacia, las apenas quince personas con las que nos cruzamos miraron a mi perra con sorpresa cuando se acercaba a ellos y con incredulidad cuando, al girarse, veían la cola que denotaba en que acababa de convertirse…