Dominado en castidad
Le esperaba una sorpresa al llegar a casa
“Ven pronto, cariño. Te estoy esperando con una sorpresa…”
Este fue el mensaje que me puso unos minutos antes de que llegase a casa.
En cuanto lo leí me puse a cien. Comenzaba bien la tarde.
Abrí la puerta.
“Te estoy esperando impaciente. Ven pronto al salón” fueron las palabras con las que, en la lejanía, me recibió.
En cuanto llegué al salón me la encontré, sentada en el sillón, completamente desnuda, con un consolador doble que tenemos, masturbándose. Solamente tenía puesto los altísimos tacones negros que le regalé por su cumpleaños.
“Desnúdate y cómeme el coño. Quiero que seas tú el que termine este momento”
Obedecí de inmediato. Me quedé desnudo y me arrodillé ante ella para hacerle un cunnilinguis que no olvidaría. Estaba húmeda. Muy húmeda y, conforme mi lengua jugaba con su coñito, más caliente la notaba. Se movía continuamente, hasta que, al cabo de unos pocos minutos, llegó al orgasmo.
Tras unos instantes para recuperarse, comenzó a decirme.
“Muy bien cariño, lo has hecho muy bien”. Conforme me hablaba, empezó a tocarme mi miembro, a punto de explotar, con su pie.
“Quítame los zapatos”, me dijo. Yo seguía arrodillado a su lado, con lo que me fue fácil obedecer su indicación. Siguió masturbándome con insistencia.
“Túmbate, que te voy a hacer algo rico. Pero no quiero que te corras hasta que yo te de permiso. ¿Has entendido?”
“Claro que sí, cariño”, le respondí.
Me tumbé, mientras ella seguía masturbándome con los pies.
Antes de que pasara un minuto le dije, lleno de excitación: “Déjalo ya, cariño, que me corro”
Ella dejó tocar con sus pies mi polla, y los puso en mi cara. “Así me gusta, que no te corras sin permiso”. Me dijo mientras le chupaba los pies.
Pasados un par de minutos, comenzó a masturbarme nuevamente. No más de un minuto, puesto que enseguida supliqué que lo dejase si no quería que me corriese.
Así siguió, durante quince o veinte minutos. Me masturbaba, me dejaba descansar mientras le lamía los pies. Y vuelta a empezar…
“Bueno, cariño. Creo que ha llegado el momento de darte tu sorpresa”, me dijo mientras me enseñaba un aparatito de plástico tras una de las súplicas de que dejase de tocarme. Era un cinturón de castidad, un dispositivo para controlar la erección que alguna vez le había propuesto que podíamos usar en nuestros juegos. “¿Quieres?”
“Claro que sí, cariño” le dije entusiasmado.
Colocó una anilla tras mis testículos y, no sin dificultad, me colocó la jaula de castidad en mi pene erecto en un principio y que, tras unos minutos de concentración por mi parte y de ir apretando por la suya, se iba encogiendo.
Cuando por fin pudo cerrarlo, me indicó que me incorporara y me dijo. “Creo que debes darme las gracias, ¿verdad?”
Yo, que estaba nuevamente de rodillas, comencé a besarle los pies. “Gracias, cariño”
“Lo de cariño lo vamos a dejar, ¿no crees?. A partir de este momento te dirigirás a mi como Señora o como Ama”
“Gracias, Señora. Muchas gracias, Ama”
“Así está mejor. Por cierto”, continuó. “¿Sabes que estoy muy, pero que muy cachonda? Creo que me voy a correr otra vez. Pero esta vez, dándote otra pequeña sorpresa”
Se puso el consolador doble en la posición de penetrar, y lo puso en marcha. “Cómete mi polla”, me ordenó.
“Si, mi Ama” respondí mientras me metía en la boca ese enorme polla de plástico negro.
“Y ahora, date la vuelta. Que quiero follarte”
Sumisamente me di la vuelta, ofreciendo mi culo para que me follase. Tras untarme una buena cantidad de lubricante, me penetró. La polla de plástico entró del tirón dentro de mi cuerpo, mientras ella gritaba de placer. Mientras el dolor en mi polla, intentando escapar sin éxito de la jaula, iba en aumento. Al igual que el de mis testículos.
Cuando terminó, se volvió a sentar en el sillón. Yo, a cuatro patas, me acerqué a besar sus pies, mientras escuchaba como comentaba. “Creo que esta nueva etapa me va a gustar mucho”