Dominado

Micah siempre ha soñado en secreto con tener a alguien que lo guíe con mano de hierro en la cama, pero está demasiado aterrorizado para admitirlo. Tal vez necesite el empujoncito de cierto demonio albino para hacer eso realidad...

Este relato contiene escenas de dominación, como es evidente. Si no te gusta el género, por favor, no lo leas.

Hola :). Este es mi primer relato en TR, gracias por darme una oportunidad. No tengo mucho que decir, salvo que espero que te guste. Me haría muuy feliz que me comentaras lo que te ha parecido, aquí o mandándome un correo (babeyoucancallmesam@gmail.com).

Este es un relato autoconclusivo, aunque quizá me decida a escribir otra parte algún día, no sé. Puedes decirme también si te gustaría saber más de estos dos en los comentarios :3

Un saludo!

Para Ella Levine, que quería sado (siempre quiere sado), pero no pudo ser.

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Dominado

La puerta era tan negra e imponente como recordaba.

Con las manos en los bolsillos, Micah dio vueltas y vueltas en el porche y tardó más de la cuenta en llamar al timbre. Alargaba lo inevitable, aunque sabía que eso era estúpido. Tres veces se había plantado ante aquella puerta y tres veces había huido, y a pesar de todo, siempre acababa volviendo.

Sólo le quedaba entrar en razón de una vez.

Sus dedos dejaron una impronta pegajosa en el timbre cuando llamó, dos timbrazos rápidos que rumbaron dentro de la casa. Él tuvo que obligarse a esperar de brazos cruzados, luchando contra la necesidad de echar a correr escaleras abajo y desaparecer, aunque la voluntad estuvo a punto de fallarle cuando la puerta se abrió y el rostro fantasmal de aquel demonio apareció en el umbral.

Robert era un hombre extraño. Al verlo a él delante de su hogar, su cara pálida adoptó una fugaz expresión de sorpresa comedida, tan rápida que pareció un espejismo, y después, indolente, se pasó una mano por el pelo rubio platino, casi blanco. El chico apretó los brazos alrededor del cuerpo, medio hipnotizado, muy a su pesar, por aquella mirada del color azul translúcido del hielo.

-Así que has vuelto... Micah. Micah, ¿no? -dijo. Mientras hablaba, sus ojos lo evaluaron con una minuciosidad que hizo hervir la cara del más joven. Él sólo pudo asentir de forma espasmódica-. Sinceramente, no pensaba que fuera a volver a verte.

Micah levantó y bajó un hombro, demasiado avergonzado para decir nada. Él también pensaba que no iba a volver. Deseaba no haber vuelto. Pero por algún misterioso motivo, siempre terminaba regresando irremediablemente a los pies del demonio albino.

-¿Estás aquí para disculparte?

El chico se encogió. No había pensado en disculparse, en su cerrazón pensaba que su comportamiento de la otra vez estaba perfectamente justificado. De todos modos, ¿para qué había ido allí? No lo sabía. Pensando en algo que decir, con la mirada clavada en el suelo, vio moverse los mocasines de Robert, quien se acomodó en el marco de la puerta.

-Por mis parterres, quiero decir -añadió el demonio, y aquello pilló por sorpresa a Micah. Levantó la cabeza, sin entender, sólo para atisbar un brillo de humor en los ojos de Robert-. Caíste sobre ellos cuando saltaste por la ventana.

Recordar su vergonzosa huida de la casa del demonio no mejoró ni una pizca el estado de la cara del más joven; de hecho, lo único que consiguió fue provocarle un ramalazo de enfado.

-¡Querías azotarme! -estalló. No podía creer que el tipo se estuviera riendo de él. Y encima con sus estúpidas flores como excusa.

Robert sonrió. Sólo fue un pequeño tirón en la comisura de su boca, pero sirvió para volver a desinflar el ánimo de su interlocutor. El hombre pálido dio un golpe a la puerta, que se terminó de abrir de una forma incitante.

-¿Por qué no pasas y lo hablamos?

Micah quiso gritarle y arrojarle a la cabeza una de las macetas que flanqueaban la entrada de su casa. En lugar de eso, cruzó el umbral con la cabeza hundida entre los hombros.

El interior era elegante y algo minimalista, pero él procuró no mirar mucho alrededor. Aunque sabía de sus dos primeras visitas a aquella casa que no encontraría por ahí potros de tortura ni nada por el estilo, prefirió mantener la vista pegada a la tarima oscura. Una parte de él era incapaz de deshacerse de la convicción de que aquel hombre iba a amordazarlo en cualquier momento.

Robert, por su parte, lo condujo hacia una habitación pequeña, donde su invitado nunca había estado, y dejó que Micah comprobara con gesto suspicaz que no había nada raro aparte de la mesa de caoba y una enorme cristalera. El chico se asomó, y vio los parterres aplastados. Torció la boca.

-Dime, Micah, ¿por qué has vuelto?

Él despegó la vista de las flores en el jardín, sobresaltado. Robert estaba sentado en el reposabrazos de un sillón y seguía sus movimientos con gesto hierático.

-¿Eh?

-¿Por qué has vuelto? O mejor, ¿por qué viniste en primer lugar, atendiendo a un anuncio como el mío, si tanto te aterroriza la visión de una fusta?

Micah abrió la boca, pero tuvo que volver a cerrarla. El culpable de todo, ese anuncio en el periódico, saltó a su mente sorpresivamente. Había tropezado con él un par de semanas antes, mientras buscaba ofertas de trabajo. Era tan raro, tan surrealista. Un tío raro "busca sumiso para relación de dominación 24/7". ¡Qué locura! ¿Verdad? Y sin embargo, las palabras contenidas en ese recuadro negro le habían provocado una erección prácticamente instantánea y lo habían atormentado durante días. Al final no pudo resistir la tentación de ponerse en contacto con el demonio blanco. Ahora no sabía si se arrepentía o...

-¿Sabes? No tengo ni la menor idea de qué pensar acerca de ti, chaval. Me llamas, vienes a mi casa, hablamos de los términos de nuestra relación y de pronto... puf. Saltas por la ventana. Sería un buen argumento para una comedia británica, ¿no crees?

Mierda. Le molestaba que Robert se mostrara tan tranquilo ante todo aquello, incluso que se permitiera bromear. Lo cierto es que no se parecía en nada a aquellos tíos peludos y enfundados en cuero de las películas sado con las que Micah se la machacaba a veces. El hombre alto, elegante y de voz pausada que tenía ante él era la antítesis de todos esos estereotipos. Tal vez era por culpa de eso que no sabía cómo sentirse. Tal vez si hubiera llegado el primer día a la casa y en lugar de Robert se hubiera topado con un oso medio en bolas, hubiera dado media vuelta para no volver, y dormiría tranquilo por las noches, consciente de que el sado no era lo suyo a pesar de sus anteriores dudas.

Pero claro, fue el demonio quien abrió la puerta y quien dejaba todas sus noches sin descanso desde entonces.

-Mira, creo que estás un poco confundido -Robert se levantó entonces, tras verlo un rato revolverse en silencio en el sitio, y se acercó para sacar algo de un cajón. Micah casi volvió a saltar por la ventana al ver de nuevo a la fusta que el demonio tenía sobre la mesa en su segunda visita, y que había provocado su desastrosa huida-. Como ya te dije, a mi anterior sumisa le encantaba el BDSM, los castigos corporales, esas cosas. Antes de que tú vinieras por segunda vez, había estado de visita y me regaló esto -levantó la fusta- como "souvenir".

Oh.

-Que yo recuerde, no obstante, en el anuncio que dejé en el periódico no decía nada de una relación BDSM. Sólo necesito la  D y parte de la S de esas siglas. Bueno, y la B, quizá.

Y volvió a sonreír, esta vez de forma más abierta. Toda la piel de Micah vibró. El rubio dejó la fusta en su sitio.

-No voy a castigarte físicamente a no ser que me lo pidas expresamente. El caso es, Micah...

Sus pasos sonaron huecos en la tarima, pero reverberaron dentro de la cabeza del chico. El aliento del demonio le acarició la cara y él tuvo que estremecerse.

-... que yo sé bien lo que quiero y lo que me gusta. Y tú estás en esa lista. Ahora, la pregunta es: ¿qué es lo que quieres tú?

Micah se quedó con la boca seca y la mente en blanco.

¿Que qué quería? No lo sabía. Una parte de él, la que grabado a fuego en la memoria los números del anuncio, ansiaba doblegarse a las manos de Robert en una dulce sumisión. Y si bien eso aterrorizaba a su otra mitad, el mero hecho de imaginarlo avivaba algunas de sus fantasías más salvajes y escondidas. Todo aquello, sin embargo, se deshizo como un castillo de arena en la orilla del mar cuando el demonio plantó sus manos en los hombros del chico. Un calambrazo le sacudió el espinazo y se extendió desde la misma nuca hasta las profundidades de su pantalón.

-Qué indeciso, pobre. Necesitas un empujón, ¿eh? -Robert levantó un dedo para obligarle a alzar la barbilla y le dedicó una media sonrisa que terminó de desarmar a Micah, quien sólo pudo ejecutar un movimiento impreciso de cabeza-. Tranquilo, para eso estamos aquí. Si necesitas que te guíen, seré yo quien lo haga hoy, ¿sí? -Ahora Micah consiguió asentir a duras penas. El demonio, satisfecho, se irguió y se volvió hacia la puerta, aunque antes de desaparecer por el pasillo, añadió una orden que hizo tambalearse el suelo bajo los pies del chico:-. Desnúdate, vamos.

Micah no se movió mientras escuchaba esos pasos alejarse. El corazón empezó a aletearle salvajemente en el pecho y sintió la cabeza ligera. Pensó en la forma en que Robert lo había sujetado, en su voz grave y firme. ¿No es eso lo que siempre había deseado?

Antes de llegar a darse cuenta, sus dedos habían alcanzado la cremallera de su sudadera. Nunca llegó a entender cómo la prenda resbaló por sus hombros y fue a caer al suelo tan rápido, aunque ya daba igual. Enseguida la siguió de cerca su fina camiseta negra, los vaqueros ajustados, pero cuando llegó al elástico de sus bóxers, las manos le temblaban de tal manera que fue incapaz de llevarlos más allá de las caderas. Estaba forcejeando con ellos cuando un sonido metálico le erizó todo el vello de la nuca.

Apoyado en la mesa acristalada, el demonio sonreía. Su mirada gélida resbaló perezosamente sobre el cuerpo delgado y esbelto del chico. Sólo cuando esos ojos azules se detuvieron en el bulto de sus calzoncillos, Micah fue consciente de que estaba medio en pelotas en mitad del salón de un desconocido. Un violento hormigueo comenzó a extenderse por debajo de su piel y el calor le hirvió en las mejillas y la entrepierna.

Dios. ¿Qué estaba haciendo? ¿Y por qué esa situación lo estaba poniendo tan cachondo?

Mientras él temblaba, Robert se acercó, para su consternación, posó sus manos enfundadas en finos guantes de piel en el elástico de su ropa interior y tiró con fuerza hacia abajo. Micah respingó, repentinamente desprotegido. No pudo hacer otra cosa cuando el demonio albino paseó los dedos por sus piernas, subió hasta envolver sus pelotas rasuradas y apretó un pezón pequeño y rosado hasta hacerle gemir.

-Qué buen material. Bien depiladito, ¿eh? -qué satisfecho parecía el maldito. Micah volvió a enrojecer, incapaz de moverse o hablar. Había algo en esa voz grave que lo paralizaba como un veneno letal-. Dime, ¿has estado con alguien alguna vez? -él parpadeó. La cara afilada y pálida del hombre estaba tan cerca de la suya que podía oler su aliento caliente-. ¿Chicas, chicos? ¿Eres virgen?

Al oír eso, al más joven le vino a la mente la única vez que había estado cerca de eso. Fue en unos baños públicos, y el tipo que con el que estaba, casi más asustado que él, se había corrido en su cara antes de salir disparado. Muy triste de recordar, así que asintió.

-¿También por aquí? -quiso saber el demonio, y le palmeó el culo de forma sorpresiva. La polla del chico dio un respingo.

-S-sí...

Robert alargó la mano para acariciarle la melena negra, y Micah se deshizo bajo el contacto, el instinto instándole instantáneamente a desear hacer lo que fuera necesario para complacerlo y ganarse otro mimo como ese. ¿Era eso lo que lo había arrastrado hasta los pies de aquel hombre?

-¿Todavía quieres saltar por la ventana, Micah? Aún estás a tiempo. No creo que a mis flores les importe esta vez.

Ah, la forma en que arrastraba las vocales al pronunciar su nombre. Él se descubrió preguntándose si lo llamaría igual estando dentro de él. La idea mandó un tirón de excitación a sus testículos -todavía en manos del demonio- y le hizo olvidarlo todo, por muy peligroso que le hubiera parecido antes. Ahora chico estaba dispuesto a abandonarse sin dudarlo un segundo a la cadencia grave de esa voz.

-No -susurró, y Robert se pasó la punta de la lengua por los labios, muy despacio.

Lo que ocurrió después fue tan rápido que no llegó a procesarlo bien. Su anfitrión tiró de él con fuerza y lo dobló sobre la mesa, sin aparente esfuerzo, y Micah se encontró de pronto con la cara pegada al cristal, su aliento condensándose sobre la fría superficie. Se sintió mareado, más cuando Robert agarró su pene enhiesto y cerró un instrumento metálico -un anillo- alrededor de su base, haciéndole retorcerse en un espasmo de placer desconocido hasta ese momento. Su reacción hizo reír a su anfitrión.

-Encantador. Pero no perdamos tiempo. Sepárate los cachetes, quiero ver qué escondes ahí.

Micah tardó un poco en entender lo que se le pedía, pero cuando lo hizo no pudo resistirse a ese leve tono autoritario y lentamente alargó los brazos y tiró de sus nalgas. No tardó ni un segundo en sentir el tacto enguantado de un dedo sobre su agujerito fruncido. Acariciando primero, de arriba a abajo por su raja, pronto el demonio se centró en ese agujero, y lo provocó apretando suavemente, en movimientos circulares, pero nunca llegando a entrar en su cuerpo. Micah empezó a respirar frenéticamente. Su polla, oprimida por el anillo, palpitaba de forma lenta y dolorosa.

Esa mano desapareció un instante y regresó húmeda y resbaladiza. Esta vez las caricias fueron más profundas, acompañadas por algún apretón en sus pelotas que lo hizo brincar. Debió ser en alguno de esos momentos cuando el demonio hundió el dedo anular en su culo lampiño, porque Micah sólo tuvo tiempo de ofrecer resistencia cuando toda la falange le rozaba por dentro. La sorpresa le hizo soltarse las nalgas, y Robert lo castigó con un pequeño azote.

-Tranquilo, potrillo. Esto es sólo el principio.

Dijo esto sumido en un lento metesaca que estaba volviendo loco al chico, que se quejó débilmente al notar un segundo dedo forcejeando por abrirse paso con el primero. Con un movimiento de tijera, Robert fue abriéndolo a su gusto, sin hacer mucho caso de los sonidos que causaba su intromisión.

Micah ya no podía pensar en nada. ¿Qué estaba haciendo ese demonio con su cuerpo? No lo sabía, pero no podía dejar que parara. Sentirse doblegado por alguien, con sus propios gayumbos enredados en los tobillos y una mano en su culo. ¿Cómo había podido vivir sin eso? No podía arrepentirse más de haber saltado por la ventana aquella vez.

Mientras él se estremecía, sumido en esas diatribas, Robert, que ya lo había acostumbrado a sus dedos y estaba metiéndolos y sacándolos lentamente, decidió dar un paso adelante. Micah casi protestó cuando, en un rápido gesto, su trasero volvió a quedar vacío, y trató de arquear la espalda para ver en qué estaba haciendo el demonio, pero Robert se encargó de aplastar su cuerpo otra vez contra la mesa.

-No recuerdo haberte dado permiso para moverte -dijo, y entonces Micah notó algo frío y grueso contra su culo dilatado. A pesar del trabajo del demonio, el chico no pudo evitar quejarse cuando el dildo, sembrado de pequeñas estrías, comenzó a abrirse paso en su recto. Sin embargo, el albino hizo como que no le oía y siguió empujando implacablemente, sólo deteniéndose para retroceder y volver a clavarse en su interior. Con la mano libre alcanzó y masturbó la tranca del chico, que se sacudió bajo las atenciones. De pronto, el dildo se encontró con una barrera imposible de romper y Micah pudo respirar al fin, dejando una vaharada temblorosa en el cristal. Alguien le había rellenado el culo por primera vez. La cabeza le dio vueltas sólo de pensarlo.

Oyó reír suavemente al demonio, y el pene de plástico se removió hasta topar con un recoveco en el interior del chico que lo mandó al cielo de ida y vuelta. Mudo, Micah se estremeció en los brazos de Robert, que tuvo que apretar un poco más el anillo para contener su orgasmo. El dildo retrocedió, volvió a embestirlo. Una y otra vez. El cuerpo del moreno ardía de punta a punta y él sólo podía desear más y mejor.

El albino pareció leerle el pensamiento y, sujetándole del pelo, acercó la boca a su oreja.

-¿Quieres más?

Él consiguió articular un sí lánguido con la cara aún pegada a la mesa. Robert hizo girar el dildo.

-No suenas muy convincente...

-Por favor, q-quiero más... -lloriqueó él, temblando y estremeciéndose-. Pídeme... lo que quieras... pero por favor...

Y empezó a mover las caderas inconscientemente, buscando clavarse hondo aquel juguete, pero el maldito demonio se lo sacó de golpe y le dejó un vacío horrible.

-No está mal, potrillo -aprobó-. Sujétame esto, anda.

Micah separó los labios de forma automática en cuando notó el tacto pegajoso del plástico y sujetó con los dientes el dildo. El sabor amargo de sus propios jugos le invadió las fosas nasales mientras pasaba sin poder contenerse en pasar la lengua por las estrías. Robert regresó enseguida y liberó su polla del anillo antes de colocar un nuevo instrumento entre los cachetes del chico. Esta vez estaba caliente, casi tanto como el agujerito deseoso de recibirlo, y se restregó un poco contra su raja. Micah empezó a gruñir con frustración y el demonio colocó la punta y empujó sin más dilación. El culo del chico cedió, hambriento y ansioso de recibirlo. Aquel objeto era un poco más grueso que el anterior, y encima se ensanchaba y lo llenaba, lo llenaba palpitando...

Palpitando.

Micah consiguió volverse y clavar sus ojos negros en los iris azules del maldito demonio justo cuando las pelotas de éste chocaban con las suyas, y su verga gorda y rígida terminaba de ensartarlo.

-Querías más, ¿no? -dijo, y le dedicó una media sonrisa suficiente. Micah sólo acertó a gemir, sus ojos rodando dentro del cráneo cuando Robert inició un bombeo brutal, clavándolo a la mesa y reventándole el culo.

Implacable, se lo folló hasta que los testículos del chico dieron un tirón y lo arrastraron hasta el clímax. Su esfínter se cerró sobre la polla del demonio en un abrazo delicioso, y él se revolvió y gritó y gimió y casi sollozó, pero nunca llegó a soltar el consolador que Robert le había dejado entre los dientes. Por su parte, el albino siguió sujetándolo contra la mesa y ensartándolo durante un tiempo indefinido. Se corrió sin hacer ruido, y aunque Micah esperó sentir la lefa pegajosa preñándolo, descubrió que su anfitrión había tomado las precauciones pertinentes para evitar eso.

Lo cierto es que se sintió un poco decepcionado de no recibirla.

Después de aquello, los dos necesitaron más que unos minutos para recuperar el aliento. De hecho, Micah apenas notó la mano, ahora sin guante, que le frotaba entre los omoplatos hasta que oyó la voz del demonio sobre su cabeza.

-Bueno, ¿qué? ¿Te has decidido?

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Micah volvió a apuñalar la tierra húmeda con la palita de jardín.

Un sol de justicia incidía en su espalda y le pegaba la camiseta al cuerpo, pero él sólo apretó los dientes y siguió descargando su ira en la tierra. El estúpido demonio le había hecho trasplantar tres veces los parterres porque no estaba satisfecho con el resultado, y la tarea no acababa nunca. El chico dirigió una mirada furiosa a las flores, metidas en sus sementeros. Las odiaba casi tanto como a su dueño.

La ventana sobre los parterres se abrió con un siseo, y la cabeza repeinada y casi albina de Robert emergió del interior de la casa. Su sonrisa ladina mientras comprobaba el estado de la plantación irritó todavía más a Micah.

-Qué lento eres -se lamentó, con voz suave, y el moreno bufó. Entonces el demonio levantó algo. El control remoto brilló un instante en su mano-. Me parece que necesitas un incentivo.

Y cerró la ventana. Micah gimió. Un sudor caliente y pegajoso le resbalaba por la espalda, no tanto por el calor de mediodía como por las vibraciones del plug clavado bien hondo en su culo.