Dominada... sin voluntad.
Rosa deja a un lado su voluntad para aceptar la de su hijo
Rosa miró el reloj de la cocina. Se estremeció al comprobar que faltaban solo 5 minutos para que él llegara. Notó como sus pezones se endurecían y como su coño se mojaba más de lo que ya estaba. Siguió preparando el almuerzo, sabiendo que él llegaría de la facultad, se acercaría a ella, le subiría la falda del traje y le clavaría la polla hasta el fondo de su encharcado coño, follándola con pasión hasta llenarlo a rebosar de abundante y espeso semen.
Minutos después, cuando lo oyó llegar, se mordió el labio con fuerza y notó como sus empapadas bragas mojaban la cara interna de sus muslos. Él había llegado. Ya se dirigía a la cocina, ya iba hacia ella. Él, su hijo, iba a follársela otra vez. Se agarró con fuerza al pollete de la cocina, anhelante. Cerró los ojos cuando oyó como él se bajaba la bragueta. Y pocos segundos después estiró el cuello, apretó los dientes y se corrió cuando la dura polla de su hijo se clavó de un solo golpe hasta el fondo de su vagina.
Pasadas las contracciones del intenso orgasmo, preludio de los que sabía que tendría hasta que él se vaciara dentro de ella, apretando los dientes con el placer inundando su cuerpo, Rosa trataba de buscar la manera de detener todo aquello. De impedir que él siguiera usándola a su antojo. De volver a la normalidad.
Pero cuando su hijo, sin dejar ni un segundo de follarla metió una mano por dentro de su traje, por debajo de su sujetador y apretó con fuerza su pezón, se corrió sin remedio por segunda vez.
En pocas semanas su vida había cambiado. De la normalidad había pasado a lo de ahora. Pero todo eso tenía que acabarse ya. No era correcto.
Aunque Rosa, en el fondo de su corazón sabía que no quería que terminase jamás.
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Semanas atrás la vida de Rosa era de lo más anodina. Ama de casa, marido que ya apenas le hacía caso y un hijo al que adoraba y que era lo único bueno de su vida. Se pasaba las mañanas sola en la casa, hasta que al medio día llegaba su marido y su hijo para almorzar. Por las tardes Juan, su hijo, o estudiaba encerrado en su cuarto o salía a dar una vuelta con sus amigos. Por la noche cena familiar, un poco de televisión y luego a la cama. Los fines de semana, visitas familiares.
Los sábados por la noche tocaba sexo. Los encuentros sexuales con su marido se habían ido espaciando en el tiempo. Ahora, con 48 años y 23 de matrimonio, el sexo para ella se limitaba a permitir que los sábados su esposo la montase unos pocos minutos para satisfacerse a sí mismo y luego darse la vuelta, dejándola sin importarle si ella gozaba o no.
Para su suerte, esos sábados estaban incluso empezando a espaciarse más.
Los escasos deseos que ella tenía se habían ido apagando como su apagaba su matrimonio. Hacía más de 5 años que ya ni se masturbaba.
Todo cambió de repente una tarde. Su vida dio un giro radical.
Esa tarde Rosa estaba viendo la tele. Programas de prensa rosa, intranscendentes, como cada tarde. Se acordó que había dejado la cesta con la ropa sacada de la secadora en la solana, así que quiso aprovechar uno de los largos intermedios del programa para repartir la ropa ya doblada entre su habitación y la de su hijo. A Juan no lo veía desde el medio día. Creyó haberle oído salir, así que convencida de estar sola en la casa, sujetando el cesto de la ropa con una mano, abrió la puerta cerrada del cuarto de su hijo sin llamar.
Lo que vio la dejó petrificada. Sobre la cama estaba Juan, boca arriba, desnudo de cintura para abajo y la camisa abierta, mostrando su atlético pecho. Su mano derecha subía y bajaba a lo largo de una dura polla. Rosa dirigió su mirada hacia la dura barra de carne que su hijo frotaba. La cesta casi se le cae de la impresión, y la tuvo que agarrar con las dos manos.
-Oh, perdona Juan. Pensé que no estabas - se disculpó, apartando la vista de la polla y de su hijo. La vergüenza la tenía paralizada.
Juan miró a su madre. Solo había sentido un leve estremecimiento cuando ella entró de repente, pero no dejó de tocarse. Siguió subiendo y bajando la mano alrededor de su verga.
-Tranquila, no pasa nada. ¿Venías a dejar la ropa? - le preguntó al verla sosteniendo el cesto.
-Sí - dijo ella, visiblemente azorada, sin mirarle.
-Déjala sobre la cómoda.
Todavía sin atreverse a mirar hacia su hijo, Rosa lentamente se dirigió hacia la cómoda, dándole la espalda. Sentía sus dedos temblar cuando empezó a sacar la ropa de Juan y dejarla sobre el mueble. Cogió un par de calzoncillos y se estremeció. Esas prendas habían tenido sujeta la polla que él ahora se estaba tocando. Porque eso seguía él haciendo. Oyó el roce de la mano y hasta un leve gemido escapar de la garganta de Juan.
Él, en vez de pararse y taparse, seguía masturbándose como si ella no estuviera allí. Su hijo seguía tocándose la polla detrás de ella. Juan se estaba haciendo una paja a escasos metros de ella. Se dio prisa por dejar toda la ropa de su hijo sobre la cómoda, cogió el cesto y se dirigió, sin darse la vuelta, hacia la puerta. Casi había llegado cuando Juan le dijo:
-¡Espera!
Rosa se paró en seco.
-¿Qué quieres? - le preguntó, sin mirarle.
-Date la vuelta.
-¿Qué? - exclamó, abriendo los ojos y estremeciéndose.
-Que te des la vuelta
La mujer apretó con fuerza el cesto. Su mente le decía que no, pero su cuerpo parecía tener vida propia ya que, lentamente, se giró encarándose hacia su hijo. Pero consiguió apartar la mirada, clavarla en el suelo.
Lo que no pude evitar fue seguir oyendo. Como él respiraba cada vez más profundamente. Sus leves gemidos. Y el sonido de la mano subiendo y bajando a lo largo de aquella dura polla que había visto fugazmente. El sonido de la paja que su hijo seguía haciéndose.
-Quiero que me mires - le dijo él.
Rosa obedeció. Levantó lentamente su mirada y la posó sobre los ojos de su hijo. Pero el movimiento de la mano hizo que bajara sus ojos y se clavasen en la polla. Esa vez no la apartó como cuando había entrado por sorpresa en la habitación. Esa vez siguió mirándola. Siguió mirando como su hijo se hacía una paja delante de ella.
Juan tenía las piernas ligeramente separadas y el movimiento de su mano derecha hacía que sus dos huevos acompasaran los movimientos de la mano. Rosa contempló ahora en toda su gloria la polla de su hijo, muy distinta a la que recordaba de hacía años, cuando él era aún un niño.
Aquello ya no era el pene de un niño. Era una polla de hombre. Larga, surcada por hinchadas venas, con una poderosa cabeza púrpura que brillaba gracias al líquido pre seminal que destilaba. Un gemido más fuerte de Juan hizo que Rosa le mirase a los ojos. Él los tenía entornados, señal del placer que estaba sintiendo al tocarse, al masturbase con ella allí.
En ese momento Rosa se dio cuenta de que ella misma estaba ardiendo. Notó sus pezones duros contra el sujetador y como su vagina se mojaba bajo las bragas. Sintió ese cosquilleo en el estómago que tenía hacía años cuando se calentaba... cuando se ponía cachonda. Fue consciente de que se estaba excitando mirando como su hijo se masturbaba. Se armó de voluntad y apartó la mirada de aquella intensa visión y se dio la vuelta para salir de la habitación.
-Será mejor que me vaya - casi susurró.
-¡NO! - le dijo con voz autoritaria Juan - Date la vuelta y mírame.
Nuevamente Rosa obedeció. Se dio la vuelta y sus ojos volvieron hacia aquella dura e hipnótica polla.
-Eso es mami. Mira como me toco la polla para ti - le dijo.
-Juan... esto no...
-Calla. Sigue mirando. Quiero que veas cómo me corro.
Rosa se quedó quieta, casi sin respirar, con el corazón latiéndole en el pecho, sintiendo los latidos en su sien y en su coño, que ya era un mar de jugos. No apartó la mirada de la mano ni de la polla. Vio como él aumentaba el ritmo, como gemía con más fuerza... como sus piernas empezaban a moverse, a tensarse. Juan empezó a agarrotar los dedos de los pies, a apretar los dientes hasta que todo su cuerpo se tensó.
Entonces, ahora si respiración, Rosa vio como de la polla salía un enorme chorro de semen que se elevaba unos 30 cm en el aire antes de caer sobre el pecho y el estómago de su hijo. Otro espasmo de la polla lanzó un segundo y poderoso latigazo de semen, más fuerte aún que el anterior. Un golpe de la mano acompañó un tercer chorro. En ese momento Juan gimió roto por el placer que estaba sintiendo. No dejó de mover su mano, de ordeñar su polla para sacarle chorros y más chorros, cada vez menos fuertes, menos potentes.
Los dos últimos, ya sin fuerza, bajaron por la polla, sobre la mano, y cayeron entre sus muslos. Rosa al fin pudo respirar. No apartó la vista de la polla de su hijo, la cual él había soltado y reposaba ahora sobre su estómago, aún dura, aún palpitante.
Rosa jamás había visto un hombre correrse de aquella impresionante manera. El pecho y la barriga de Juan estaban surcados por inmensos goterones de espeso y blanco semen. De la punta de la polla colgaba un pequeño hilillo. Ella levantó la mirada y se encontró con la de él, que la miraba fijamente, con una media sonrisa en los labios y el placer aún reflejado en su cara.
Cuando la mujer fue consciente de lo que había pasado, sin decir nada, se dio la vuelta y salió de la habitación. Juan simplemente la dejó marchar. La sonrisa en su cara aumentó.
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Sentada en su habitación, aún sujetando con fuerza el cesto de la ropa, Rosa no se quitaba de la cabeza lo que acababa de pasar. Juan se había masturbado delante de ella hasta correrse a borbotones y ella se había quedado a mirar. No salió de la habitación como debió de haber hecho cuando abrió la puerta y vio a Juan sobre la cama.
Su corazón seguía agitado. Su coño casi palpitaba. Estaba tan excitada que sabía que si se tocaba, que solo con rozarse con los dedos, estallaría en un intenso orgasmo. Pero no lo hizo. Si se corría en ese momento sería pensando en su hijo, en su enorme polla venosa corriéndose y soltando toda aquella leche.
Se quedó allí, sentada, tratando de calmarse. Poco a poco su corazón recobró la normalidad. Poco a poco las cosquillas de su estómago fueron menguando hasta desaparecer. La humedad de su sexo... pasó.
Terminó de repartir la ropa que aún quedaba en el cesto y se fue a la cocina. Un buen rato después estaba absorta en el fregadero cuando dio un respingo que casi hace que se le cayese el plato que enjabonaba.
-Me voy a dar una vuelta, mamá - le había dicho de improviso desde la puerta de la cocina Juan.
-Vale - le respondió, seca, sin mirarle - aunque su corazón latió con un poco más de fuerza.
Al poco oyó la puerta de la casa cerrarse. Se quedó sola hasta que un par de horas después llegó su marido. Poco después, volvió también Juan.
Durante la cena apenas se atrevió a mirarle a los ojos. Y cuando lo hacía, allí estaba la penetrante mirada de Juan. Después de la cena, él se fue a su cuarto y ella y su marido al salón a ver la tele hasta la hora de acostarse.
Le costó mucho conciliar el sueño. En la oscuridad de su habitación, con su marido roncando a su lado, no se sacaba de la cabeza aquella dura polla palpitante. Llegó incluso a acariciar los labios de su coño, mojados, a apretar los dientes para no gemir de placer. Pero se detuvo, se contuvo. Quitó la mano de entre sus piernas y tiempo después, al fin, se durmió.
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Rosa se había dormido recordando lo que pasó por la tarde con su hijo. Y se despertó a la mañana siguiente con el mismo recuerdo. Sabía que en poco rato se lo encontraría en la cocina, durante el desayuno, antes de que se fuera a la facultad, así que se dijo a sí misma que actuaría como si nada hubiese pasado.
Juan también actuó como si lo del día anterior jamás hubiese pasado, lo que tranquilizó a Rosa que, no sin esfuerzo, pudo volver a mirar a la cara a su hijo y despedirlo como hacía cada mañana. Y más se tranquilizó cuando Juan regresó al medio día. Casi siempre volvía a casa antes que su marido, la saludaba y se iba a ver la tele o a su cuarto hasta la hora de comer.
Ese medio día la saludó afectuosamente, como siempre desde la puerta de la cocina y se fue a su cuarto. Rosa respiró hondo, tranquila. Lo de ayer, fuera lo que fuera, ya había pasado. Fue algo... extraño, raro, pero puntual. Todo volvería a la normalidad.
Esa noche pudo dormir mejor. Y el día siguiente también fue normal. Un día como otro cualquiera, aburrido pero... normal.
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El siguiente no lo fue.
Empezó normal. Saludos en el desayuno, luego mañana tranquila de ama de casa, almuerzo en familia y más tarde a ver la tele. Estaba absorta en cómo dos presentadores se gritaban por las supuestas infidelidades de una famosa cuando oyó a Juan llamarla desde su habitación.
-¡Mamá! ¿Puedes venir un momento? - le oyó gritar desde lo lejos.
-Voy cariño - le dijo, levantándose y dirigiéndose hasta su dormitorio.
Al entrar al pasillo vio que la puerta de su hijo estaba abierta, lo que la tranquilizó al recordar durante una décima de segundo lo que había pasado hacía pocos días. Se acercó a la habitación, despreocupada y se asomó.
Lo que vio la dejó paralizada nuevamente. Juan estaba sobre la cama, ahora totalmente desnudo. Su polla dura, poderosa, reposaba sobre su barriga. Y sobre ésta y su pecho los restos de una abundante corrida. Rosa, sin habla, se quedó mirando mientras él, apoyado sobre la cama con los codos, la miraba.
-Me olvidé de algo para limpiarte. ¿Me traes papel o una toalla mojada? - dijo Juan, aunque Rosa pareció no oírle. Ella miraba fijamente hacia la polla.
Él esperó unos segundos, mirándola, divertido. Incluso apretó los músculos inguinales para que su polla diese un saltito.
-Mamá... tráeme algo para limpiarme.
Rosa levantó la vista un momento y sus ojos se encontraron. Se dio la vuelta sin decir nada y se dirigió la bañó. Hasta que el agua fría con la que estaba mojando una toallita de tela de mano humedeció su piel no fue consciente de lo que estaba haciendo.
-¡Joder! - exclamó para sí, pero siguió mojando la toallita.
Luego la escurrió para que no goteara y volvió al dormitorio de su hijo. Se asomó a la puerta. Él seguía igual. Apoyado en los codos, mirándola. Con la polla dura sobre la barriga. Y toda aquella leche esparcida sobre él. Rosa no se atrevió a entrar. Sus ojos no se apartaban de la dura polla.
-¿A qué esperas mamá? Dame la toalla - dijo él, en tono serio.
Como una autómata Rosa se acercó a la cama de Juan sin poder dejar de mirarle la polla. Solo cuando estuvo de pie a su lado miró a su hijo a los ojos y, alargando la mano, le ofreció la toalla húmeda.
-Gracias mamá - dijo él alargando la mano para coger la toalla.
Aunque antes de llegar a cogerla, se detuvo.
-Límpiame tú - le dijo a su madre, mirándola fijamente.
-¿Qué? - respondió mujer, sorprendida.
-Que me limpies la corrida.
-Eso... eso no puede ser - exclamó Rosa dando un paso hacia atrás.
Juan desvió la mano que iba a coger la toalla y agarró a su madre por la muñeca de la mano que no sostenía la húmeda prenda. Con fuerza, pero sin brusquedad, tiró de su madre hacia la cama, haciéndola sentar al borde de la misma, a la altura de sus muslos.
-Sí puede ser. Límpiame - le ordenó, sin soltarle la muñeca.
Rosa temblaba. Pero no era de miedo. Era de pura excitación. Todo su ser vibraba. Ahora tenía más cerca la poderosa polla de su hijo. Veía claramente como el semen brillaba a la luz de la lámpara de la mesilla de noche. Y también captó otra cosa. El olor. El intenso aroma que desprendía el semen que bañaba la barriga y el torso de su hijo. Juntó con fuerza las piernas al sentir su coño palpitar.
Juan le soltó la mano. Ella no se levantó. No huyó como sabía que debía hacer. En vez de eso, acercó la toalla al pecho de su hijo y empezó a recoger el semen.
-Uy, está fría - exclamó divertido el muchacho.
Rosa no se detuvo. Su mirada iba de la polla, que parecía vibrar, al pecho de Juan, por donde lentamente pasaba la toalla y limpiaba la piel. Había empezado por los pectorales, que era donde más lejos había alcanzado el semen. Fue bajando por el esternón, la barriga...cada vez más cerda de la polla.
No pudo evitar mirarla fijamente y morderse el labio inferior. Fueron largos segundos en que sus ojos no se apartaron de la poderosa verga. Era como si la polla fuese una serpiente que la estuviera hipnotizando.
El último resquicio de cordura que le quedaba consiguió hacerla desviar la mirada, apartarla del filial falo. Consiguió que de su boca escapase un hilillo de voz.
-Ya está - dijo.
-¿Cómo que ya está? No me has limpiado... la polla.
-Juan... -.trató de quejarse.
-¿Qué mamá?
-No puedo... hacer eso.
-Claro que puedes.
Rosa volvió a mirarle la polla. Su manó tuvo un espasmo cuando parte de su mente le dio la orden de avanzar y otra parte la de parar. Juan, al ver que ella estaba bloqueada, la agarró por la mano que sujetaba la toalla se la acercó a la polla, dejándola sobre ella. La soltó y retiró su mano.
Su madre no retiró la suya. Notó a través de la toalla, que ya no estaba tan fría, la dureza de la polla de su hijo y se estremeció de pies a cabeza. Su coño ya no podía estar más mojado. Le palpitaba entre los muslos, que apretaba con fuerza. Empezó lentamente a mover la mano, a pasar la toalla a lo largo de la polla.
-¿Ves? Sí podías - dijo Juan.
Estuvo más de un minuto pasando la toalla arriba y abajo, sin apartar la mirada de la verga. Cuando bajaba hacia los huevos la piel dejaba libre la gruesa y púrpura cabeza. Ya no quedaba más semen, pero ella siguió pasando la toalla. Juan, que seguía igual, apoyado en los codos, miraba como su madre le pasaba la toalla por la polla. La dejó seguir un poco más.
-¿Me estás limpiando la polla o haciéndome una paja, mamá? - le preguntó.
-Te limpio.
-Ah, vale...
Ella siguió. A través del la toalla la polla delataba su dureza. Rosa pensaba en lo que sería sentirla directamente con los dedos, sin la toalla por medio. En cómo sería tocar la polla de su hijo.
-Yo creo que ya está limpita, mamá.
Rosa paró, pero no separó la mano. Habría seguido por siempre limpiándole la polla a su hijo. Habría seguido acariciándola. Se quedó sin respiración cuando él acercó la mano y cogió la toalla, apartándola. Su mano quedó ahora sobra la dura verga, que ardía. La notó palpitar.
-Me has puesto la polla más dura de lo que ya estaba.
Rosa no dijo nada. Tenía la mirada fija en la polla.
-Mamá...
-Ummm - respondió la mujer, como ausente.
-Hazme una paja.
Parecía que la mujer no había oído las palabras de su hijo, pero su mano aferró la verga y empezó a acariciarla. Rosa fue en ese momento plenamente consciente de lo que estaba haciendo. Tenía cogida la polla de su hijo y subía y bajaba la mano a lo largo de la dura barra. Se estremeció al darse cuenta de que sus dedos no podían abarcar el grosor del tronco de aquella hermosa herramienta. La apretó entre sus dedos para notar aún más su dureza.
-Uf... mamá... qué rico... sigue.
Rosa, sentada en la cama de su hijo, respiraba hondo mientras lo masturbaba. Primero lentamente, gozando de la sensación que le producía aquella polla, recreándose en ella. Un leve gemido de Juan le hizo acelerar el ritmo, lo que aumentó la intensidad de aquellos gemidos de placer.
-Lo haces muy bien, mamá. ¿Le haces pajas a papá?
Ella negó con la cabeza. Solo se la había tocado un par de veces antes de casarse y quizás durante el primer año de matrimonio. Hacía ya muchos años que no lo hacía.
-¿Salgo a él? - preguntó Juan.
-¿Eh? - contestó ella, sin entender qué quería decir Juan.
-Que si tengo la polla como papá.
Rosa nuevamente negó con la cabeza, sin dejar de pajearlo.
-Uy ¿La tiene más grande que yo?
-No.
-Más chica.
-Sí.
-Joder mamá... que pajote más rico me estás cascando. Vas a hacerme correr
Ella también lo deseaba. Deseaba hacerlo correr. Ver como esa hermosa polla expulsaba chorro tras chorro de espeso semen. Sacarlo ella. Ordeñarlo ella. Aceleró el ritmo de la mano, haciendo que su hijo gimiera más fuerte, que entrecerrara los ojos por el placer que sentía. Ella misma gimió de placer. Masturbar a su hijo la estaba llenando de placer. Un placer tan prohibido que la asustaba.
De la punta de la polla empezó a manar líquido transparente, el cual se esparcía por el capullo cuando la mano subía hasta arriba. Rosa notó como el cuerpo de su hijo empezaba como a tener pequeños espasmos. Los músculos de su abdomen se contraían y en su mano sentía como la polla también tenía espasmos. Levantó la mirada un segundo hacia la cara de su hijo y vio como apretaba los dientes.
-Agggg, me... corro mamá...
Su vista volvió de inmediato hasta la polla, justo para, después de notar en la mano un fuerte espasmo, ver como de la polla salió un tremendo chorro blanco que subió en el aire y cayó sobre el pecho de Juan. Paró la mano, ensimismada en la polla, que con un nuevo espasmo expulsó otro poderoso trallazo.
-No... Pares...no...pares - logró gemir su hijo.
Rosa apretó la polla y al subir la mano, el tercer chorro fue impulsado más alto que los demás, cayendo sobre su muñeca. Siguió ordeñando la polla de su hijo, acompañando los espasmos con su mano, hasta que dejó de salir semen. Los últimos chorros bajaban por la polla y por su mano. Notó su calor.
-Wow mamá. Vaya paja más rica. Creo que tendrás que limpiarme otra vez.
Rosa cogió la toalla otra vez y con lentitud recogió otra vez el semen que cubría el pecho de Juan. El semen que ella había extraído masturbándolo. Le acababa de hacer una paja a su hijo y ahora limpiaba los restos de su prohibida acción.
-La polla también - le dijo él, mirándola.
Rosa la miró. Seguía dura, quizás algo menos. Pero... ¿Y si la limpiaba y volvía a ponerse como antes? ¿Y si él le pedía otra paja? Su coño le seguía ardiendo entre las piernas. El olor a semen que impregnaba el ambiente solo la hacía sentirse más excitada. Si él se lo pedía, lo haría.
Pero estaba mal. Era su madre. Una madre no debe de hacer eso con su hijo. Cogiendo la escasa fuerza de voluntad que le quedaba se levantó, dejó la toalla sobre el pecho de Juan y se marchó. Juan iba a decirle algo, pero la dejó irse, con una sonrisa maliciosa en el rostro. La oyó dirigirse al baño y cerrar la puerta.
Ella fue directa al lavamos. Abrió el agua y se limpió el semen que le había caído en la mano. Cerró los ojos y vio como su hijo se corría con su mano. Los abrió rápidamente para no seguir recordando. Se miró en el espejo y enseguida vio que la imagen reflejada era la de una mujer tremendamente excitada. Las mejillas sonrosadas, los labios entreabiertos, los pezones claramente marcados y su maldito coño que no dejaba de palpitar.
¿Y si se tocaba? ¿Y si se acariciaba? Sabía que se correría enseguida. Lo necesitaba. Necesitaba estallar y liberar su cuerpo de la tensión que lo atenazaba. Pero también sabía que si lo hacía, que si llevaba su mano hasta su coño y lo tocaba, cuando se corriese recordaría la dura polla que había tenido en su mano hacia escasos segundos. Sabía que se correría recordando como había hecho correr a su hijo.
Mirándose en el espejo, su cuerpo estalló. Mientras de devanaba los sesos diciéndose que todo aquello era horrible, su mano, la misma que había agarrado la polla de su hijo y lo había masturbado hasta el orgasmo, se había metido entre sus piernas , debajo de sus bragas, y frotó con dos dedos su inflamado clítoris. El intenso orgasmo hizo que sus piernas flaquearan y tuvo que sostenerse con la otra mano para no caerse. Se corrió recordando todos y cada uno de los chorros de semen que había extraído de la polla de su hijo. Recordando el olor de su semen, sus gemidos de placer.
Después de su arrollador orgasmo, se sentó sobre la tapa del wáter, jadeando. Se sentía culpable. Se quedó allí, quieta, callada, largo rato, hasta que consiguió fuerzas para volver a levantarse.
No volvió a ver a su hijo hasta la hora de la cena. Él se comportaba con normalidad, hablando con su padre como si nada hubiese pasado. Pero cuando sus miradas se encontraban, Rosa apenas la podía aguantar. Todo le volvía a la mente.
Esa noche apenas pudo dormir. Daba vueltas en la cama mientras su cabeza no paraba de pensar. No sabía por qué había accedido a lo que su hijo le pidió. Sabía que estaba mal, pero aún así lo había masturbado hasta hacerlo acabar y luego ella misma se masturbó recordándolo. Se corrió como hacía años que no lo hacía recordando la paja que le hizo a su hijo.
Nunca más, nunca más, se repetía, casi como un mantra. Nunca más lo haría.
Nunca más fue lo que pensó antes de que el agotamiento la hiciera dormir.
+++++
Nunca más fue lo primero que pensó cuando se despertó al día siguiente. Lo volvió a pensar durante el desayuno, evitando mirar a su hijo.
Y durante el almuerzo. Nunca más.
Después se puso a ver la tele. Se sentía nerviosa. Miraba el reloj, temiendo que llegara la hora en la que ayer Juan la había llamado. Pero cuando llegó la hora, pasaron los minutos y Juan no la llamaba, se tranquilizó.
Pero la tranquilidad le duró poco. Juan fue al salón y se sentó en el mismo sofá que ella, en el otro extremo. Rosa no pudo evitar que sus ojos se fijasen en los pantalones de su hijo. Y comprobó que él tenía una más que evidente erección.
Sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo.
-Tengo la polla dura, mamá.
-Juan, por favor, no sigas. Para.
-Hazme una paja - le pidió él, como si no la hubiese escuchado.
-No.
-¿Por qué no?
-No está bien. Soy tu madre, por el amor de dios.
-Ayer también eras mi madre y me hiciste una buena paja. Me encantó.
Rosa no supo que contestar a eso. Se quedó callada, mirando al suelo. Solo levantó la vista cuando oyó la cremallera del pantalón de Juan. Vio como él se la bajaba, metía la mano se sacaba su gruesa y venosa polla. La soltó y la dejó a la vista.
Rosa no apartó los ojos de la verga.
-Mira como la tengo, mamá. Venga, hazme una paja como la de ayer...Sé que te gustó hacérmela. Y sé lo que hiciste luego en el baño.
Rosa le miró a los ojos. El rubor de sus mejillas aumentó. El rubor de su creciente excitación se sumó al de la vergüenza al comprender que Juan lo sabía.
- Me acerqué a la puerta del baño y te oí gemir. Oí como te corrías - le dijo - Me habría encantado ver cómo te corrías.
Ella cerró los muslos, los apretó. ¿Por qué diablos él la excitaba tanto? ¿Por qué no podía apartar la mirada de la polla dura y poderosa de su hijo?
-Venga, hazme una paja mamá. Seguro que ya tienes el coño mojado. Los pezones se te clavan en la camisa.
-No - dijo, apenas audible.
-¿No? Pues vale. Ya me la hago yo.
Rosa pensó que Juan haría como la primera vez, hacerse una paja con ella mirándole. Sin embargo, vio como Juan se levantaba. ¿Acaso se iría a su cuarto? ¿Al negarse ella a masturbarlo se iría él y no la dejaría mirar? Casi sintió pánico. Casi le grita que sí, que lo haría, que le cogería la polla y le haría una paja hasta hacerlo correr.
Pero él no se fue. Se acercó a ella y se puso de pie frente a su madre. Rosa vio como se agarraba la polla con la mano derecha y empezaba a masturbarse. Como ella tenía las piernas juntas, Juan las puso a ambos lados y pegó las canillas al sofá. Se estaba masturbando apuntando hacia su madre. Su polla quedaba a menos de 30 cm de la cara de su madre. Ella la miraba, respirando cada vez más hondo.
-Así que no le haces pajas a papá, ¿Eh?
La mujer, absorta en la verga que la miraba con aquel único ojo negó con la cabeza.
-¿Se la comes?
Rosa volvió a negar, mordiéndose el labio.
-Joder, ni pajas ni mamadas. Entonces supongo que nunca se habrá corrido en tu cara.
Ella se estremeció. Levantó la mirada hacia su hijo y negó una vez más con la cabeza.
-Que tonto. Con lo preciosa que estarías con una buena corrida decorando tu linda carita. Más de una paja me he hecho imaginándolo. ¿Y sabes qué?
Rosa gimió. Porque sabía lo que él iba a decir. Sabía lo que él iba a hacer. Bajó la mirada otra vez hacia la polla.
-Pues que lo voy a hacer, mamá. Me voy a correr en tu cara. Te la voy a llenar de leche. La leche de tu hijo va a decorar tu carita.
Rosa sabía lo que era aquello. Que algunos hombres les hacían eso a algunas mujeres. Incluso había visto algún video el cual solo le produjo rechazo. Y ahora era su propio hijo el que lo iba a hacer con ella. Y en vez de pararlo, de decirle que la dejara en paz, miraba como la mano de Juan se movía cada vez más rápido. Como él gemía con más intensidad. No opuso resistencia cuando Juan con la mano izquierda la agarró por el cuello y la atrajo hacia él, acercándola más a la polla, hasta casi rozarla.
La olió...
-uf, mamá... estoy a punto de correrme... aggg, que placer...
Juan aceleró la paja. Tener tan cerca la cara de su madre, con las mejillas sonrosadas, los labios resecos, entreabiertos, lo estaba llevando inexorablemente a un intenso orgasmo. Cuando notó que llegaba al punto sin retorno, entre dientes le dijo a su madre
-Aghh, mamá... me... corro. cierra los ojos que me... corro...
¿Cerrar los ojos? ¿Cómo que cerrar los ojos? Tenía que verlo. Tenía que ver como la polla de su hijo se corría sobre su cara, como los chorros de semen salían disparados hasta estrellarse contra su piel.
El primero lo vio y lo sintió. Le golpeó en la frente, en la mejilla derecha, sobre los labios. Notó el calor, como el latigazo de semen le cruzaba la cara. Apretó los dientes con fuerza y se hizo daños en las rodillas al apretarlas con demasiada intensidad.
El segundo apenas lo vio. Salió disparado de la punta de la amoratada cabeza de la verga y le dio en la ceja izquierda y en pleno ojo, obligándola a cerrarlos ambos. Los siguientes segundos solo oyó los gemidos de Juan, sintió los golpes en la cara de los chorros de semen que se estrellaban contra ella, cubriéndola.
Sintió la cara caliente, mojada. Jamás se había sentido tan excitada como en ese momento. Y cuando a su cerebro le llegó el sabor salado y amargo del semen que le había caído en los labios, su cuerpo se tensó de golpe y estalló en un arrollador orgasmo que recorrió todo su ser, haciendo que cada fibra de su cuerpo se tensara y oleadas de placer lo recorrieran, centrándose en su coño, atrapado entre sus cerrados muslos.
Juan, con la polla en la mano, observó como su madre se corría sin tocarse. Esperó a que su orgasmo terminase, a que su cuerpo dejase de tener espasmos para, usando su pulgar, retirar del ojo el semen que le había caído.
-Te va a picar un poco - le dijo
Rosa no dijo nada. Aún sentía su cuerpo ser recorrido por un suave placer. Se quedó quieta, con los ojos cerrados.
-Estás preciosa, mamá. Creo que nunca me había salido tanta leche de la polla... Ven - le dijo, cogiéndola de la mano y haciéndola levantar.
Ella, sin abrir los ojos, se levantó. Una vez de pie los abrió y se encontró con los de él, que la miraba fijamente. Pero enseguida notó un intenso picor en un ojo que la hizo cerrarlo. Su hijo, sin soltarle de la mano la llevó al baño, pero la dejó en la puerta. Con el ojo que no le picaba vio como Juan cogía una toalla y mojaba una de las puntas, para a continuación, con sumo cuidado, limpiarle solo el ojo.
-¿Ya? - le preguntó Juan.
Rosa lo abrió. Le picaba, pero consiguió dejarlo abierto.
-Sí... - respondió, mirando a su hijo a los ojos.
Notó como él le recorría la cara con la mirada. La cara en donde hacía pocos segundos se había corrido en abundancia. Bajó la mirada y la cara. Él, tirando con suavidad de su barbilla, hizo que la levantara.
-Estás preciosa mamá... mírate.
La llevó hacia el lavamos y la encaró frente al espejo para que se viese reflejada en éste. Rosa contempló su propio rostro. Vio que lo tenía cubierto de espeso y brillante semen. Su frente, sus cejas, sus mejillas, su nariz, sus labios. No había zona de su cara que no hubiese recibido el impacto del semen de su hijo. Él se puso detrás de ella y la miró a través del espejo.
-Mira lo guapa que estás. No hay cosa más morbosa en este mundo que una linda mujer con la cara cubierta de semen - y acercándose a su oreja le susurró - Sobre todo si es su hijo quien se acaba de correr sobre ella y ella se ha corrido sin tocarse.
Sus miradas se encontraron. Rosa se sintió estremecer. La manera en que él la miraba la hacía sentirse tan viva, tan deseada. Volvió a contemplar su rostro en el espejo y se encontró, de verdad, hermosa. Vio como de su mejilla derecha caía una gota de semen y se paraba sobre su labio inferior. Sin dejar de mirarse, sacó la lengua y la lamió.
Él lo vio y sonrió. Mirándola fijamente, llevó su mano derecha hacia la cara de su madre. Extendió un dedo y recogió un poco de su semen. Luego lo aceró a la boca de ella. No tuvo que pedírselo. Rosa abrió los labios para que él metiera el dedo en su boca. Y lo chupó. Un gemido de placer escapó de su garganta cuando su boca se llenó del sabor prohibido. Gimió otra vez cuando él se pegó a ella y notó contra su culo la dureza de la polla, que seguía fuera del pantalón.
-¿Te gusta la leche de tu hijo? - se susurró al oído, sin sacarle el dedo de la boca
Rosa solo gimió. Y volvió a gemir cuando la mano izquierda de Juan, acariciado su cadera, fue hacia adelante, bajó por su muslo y, agarrando el borde de su vestido, tiró de éste para levantarlo hasta dejarlo casi en sus ingles. Mirándose a los ojos, con el dedo dentro de la boca, Rosa notó con la mano de su hijo se adentraba entre sus piernas y recorría con dos dedos la raja de su coño sobre las bragas.
-Estás chorreando mamá - le dijo para después darle un suave beso en el cuello. Beso que hizo que la mujer sintiera como corrientes eléctricas recorrerle el cuerpo. Solo pudo hacer una cosa. Gemir.
Mirando como su madre entornaba los ojos en el espejo, Juan metió su mano por dentro de las bragas y recorrió, ahora piel contra piel, la babosita raja del coño de su madre. Con las yemas de sus dedos frotó el inflamado clítoris, lo que hizo que ella cerrara los ojos y casi le mordiera el dedo. Lo sacó de la boca.
-Mírate - le dijo sin dejar de masturbarla.
Cuando Rosa abrió los ojos vio como Juan recogía más semen y lo llevaba a su boca, para que ella lo tomase. Entre gemidos de placer fue tragándose el semen que poco a poco Juan iba recogiendo de su cara y llevándolo a su boca. Y cada vez gemía más, al tiempo que aumentaba el placer que sentía entre las piernas. Placer que su hijo le daba al masturbarla. Placer que su hijo le daba al hacerle una paja mientras la alimentaba con su semen.
-Así me gusta mamá. Que te tomes toda la lechita de tu hijo. Acostúmbrate a su sabor, porque vas a beber mucha a partir de hoy.
Rosa no lo pudo resistir más. Esa promesa que su hijo acababa de hacerle, el sentir contra su culo la dura polla, los dedos recorriendo su coño, fueron demasiado para ella, que estalló en un intenso orgasmo. Se tuvo que sujetar con ambas manos en el lavabo para no caerse.
-Qué linda estás cuando te corres - le decía Juan besando su cuello en pleno orgasmo.
El resto del semen que aún quedaba en su cara se lo terminó de dar cuando el orgasmo terminó. Rosa no dejó ni gota.
En ese momento oyeron la puerta principal de la casa. Su padre acababa de llegar. Juan se guardó la dura polla y se marchó a su cuarto, dejando a su madre que rápidamente se lavó la cara. Cuando se la estaba secando entró su marido a hacer pis. Ella tenía el traje bajado, pero las bragas a medio muslo. Y en la boca aún el sabor de leche de su hijo.
No se atrevió a mirar su marido a la cara. Salió del baño y en la cocina se subió las bragas. Cerró los ojos y pensó que todo aquello era una locura. Tenía que pararlo ya. Pero se estremeció cuando Juan, que había entrado en la cocida, se acercó a ella por detrás y le paso la polla por el culo, ahora encerrada en los pantalones, pero aún dura.
-Salvada por la campana mamá. Si papá no hubiese llegado... ahora tendrías la barriga llena de leche calentita -le dijo al oído sujetándola por la cintura, restregándole la polla por el culo. Solo la soltó cuando oyó que su padre salía del baño.
Toda aquella locura tenía que acabar. No podía seguir así. Pero su coño se había mojado otra vez mientras Juan le restregaba la verga por el culo.
Y seguía mojado cuando apagó la luz de su dormitorio, al acostarse.
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A la mañana siguiente, durante el desayuno su mirada se cruzó varias veces con la de su hijo. Y él siempre la estaba mirando, con intensidad, fijamente. Esa mirada la ponía nerviosa. Esa mirada la excitaba.
Se prometió a sí misma que esa misma tarde, cuando su marido se fuera, hablaría con su hijo para decirle que todo lo que había pasado era un error. Que no se iba a repetir más. Durante toda la mañana pensó mil maneras de encararse con su hijo y poner fin a aquella abominable situación.
Se fue poniendo más y más nerviosa a medida que pasaba el tiempo y llegaba la hora de comer. La hora en que él regresaría a casa. Estaría a solas con él hasta que después llegara su marido. Cuando oyó la puerta, respiró hondo y cerró los ojos.
Escuchó los pasos de su hijo acercarse a la cocina. Ella estaba fregando y le daba la espalda.
-Buenas tardes mamá - dijo él desde la puerta.
-Hola - respondió, seca, sin darse la vuelta.
Juan se acercó a su madre desde atrás y se pegó a su cuerpo. Enseguida Rosa notó la dureza de la polla restregarse contra su culo. Volvió a cerrar los ojos y a morderse el labio.
-Juan, por favor... para...no sigas.
-¿Qué pare de hacer qué? - le dijo su hijo, en tono burlón y restregándole la polla con más descaro.
-De hacer eso. Soy tu madre, por el amor de dios. Esto no está bien.
-¿De restregarle la polla por el culito?
-Sí.
-Llevo con la polla dura todo el día, mamá. No puedo sacarme de la cabeza la imagen de tu linda carita cubierta con mi leche, y como te corriste cuando te alimenté con ella.
Rosa apretó los dientes al recordarlo. Notó el cosquilleo de su estómago. Como su coño se mojaba a pasos agigantados. Y sobre todo, la polla. La polla de su hijo restregarse contra la fina tela de su vestido.
Juan puso sus manos en las caderas de su madre y se arrimó más a ella. Acercó su boca a una de sus orejas y le susurró:
-Mamá...
-Ummm - respondió la mujer.
-Te voy a follar.
-Dios... Juan... no... eso no... por favor - dijo Rosa tensando todo su cuerpo.
-Anda que no. Con la de meses que llevo deseando clavarte la polla hasta el fondo de tu coño - volvió a susurrarle.
Rosa, estremecida de pies a cabeza, sintió como Juan, tirando de su vestido con ambas manos, se lo fue subiendo. Él se separó un poco para poder levantarlo hasta por encima de sus caderas, dejando su redondo y gordo culo a la vista, solo cubierto por sus ya empapadas bragas. No opuso resistencia. Su mente le decía no pero su cuerpo no se movía. Entonces notó un golpe contra una de sus nalgas, seguido de varios más. Algo duro y caliente le daba golpes secos. Apretó las manos contra el fregadero cuando supo lo que era. Juan se había sacado la polla y le daba golpes con ella.
Apretó los dientes con fuerza cuando su hijo tiró de las bragas hasta dejárselas a medio muslo. Con un último atisbo de cordura consiguió hablar.
-Juan... tu padre... está a punto de llegar.
-Lo sé. Pero me da igual. Te voy a follar.
Empujándola con suavidad pero con firmeza de la espalda, hizo que ella se echara un poco hacia adelante, sacando su culo hacia fuera. Se agarró la polla con la mano derecha y la metió entre las piernas de su madre, recorriendo la raja de su coño con la punta.
-¡Joder, mamá. Si estás chorreando!
Rosa estaba a punto de correrse. Notó como Juan buscaba con su polla la entrada de su coño. Y cuando la encontró, despacito, empezó a clavarle su enorme polla. Sintió las paredes de su vagina separarse para recibir al poderoso invasor. Apenas le había metido la punta cuando Juan se paró.
-¿Quieres polla mamá?
-Noooo - casi gritó la mujer con los dientes apretados, al borde de orgasmo.
-¿No? ¿Seguro mamá? - respondió el muchacho, metiendo un poco más de su hombría dentro del coño materno.
Rosa levantó el cuello. Con los ojos cerrados se sintió más llena de lo que jamás se había sentido. La polla de su hijo parecía que la iba a partir en dos. Y aún no se la había clavado toda.
-Venga. Pídemela. Pídele a tu hijo que te llene el coño de polla. Que te la clave hasta el fondo y que te folle bien follada.
Ella no podía hablar. Notó como su cuerpo se tensaba...se iba a correr con la polla de su hijo dentro de ella. Entonces, Juan, agarrándola por las caderas, dio un último empujón y le clavó toda la polla dentro, hasta que sus cuerpos chocaron. Ya Rosa no pudo aguantar más y se corrió con fuertes contracciones de su coño alrededor de la gruesa y larga verga. Juan lo notó.
-Ummm, pero si se estás corriendo, mamá. Y eso que no querías.
Sin soltar sus caderas, Juan empezó a follarla en serio. Sacaba la polla, brillante de jugos hasta la mitad y se la clavaba a fondo, cada vez más rápido, más fuerte. Rosa encadenó ese primer e intenso orgasmo con varios más. El placer que sentía al ser follada por su hijo de aquella endiablada manera le hizo saber, por primera vez en su vida, el placer que siente una hembra al ser follada por un macho de verdad.
No solo gozaba ella. Juan se aproximaba también sin posible vuelta atrás a un intenso orgasmo. El follarse a su madre en la cocina era una recurrente fantasía cumplida. Su polla era apretada por aquel estrecho coño.
-Mamá... me voy a correr. Te voy a llenar el coño de leche... Pídemela...
-Juan...dios...Juan....
-Pídemela - le ordenó, arreciando con sus pollazos.
-Juan...dámela...córrete... dentro de... miiii
Su hijo le clavó la polla hasta el fondo y estalló. Rosa ya se estaba corriendo cuando sintió el calor repentino del semen que la inundaba. Notó todos y cada uno de los chorros de leche que le inyectaba Juan contra el fondo de su vagina, los espasmos de la polla, los gemidos de su hijo.
Cuando ambos orgasmos terminaron, Juan siguió empujando la polla, dejándola clavada completamente dentro de su madre. Pocos segundos después, aún jadeando los dos por el intenso placer recibido, oyeron el ascensor pararse. Eso significaba que su padre había llegado. Rosa se tensó y se incorporó. La polla no se le salió.
-Tu padre. Nos va a pillar - dijo, asustada.
-Tranquila - le dijo, dándole un suave beso en el cuello.
Le sacó la polla del coño y le subió las bragas. Luego le bajó el vestido y le dio otro beso.
-Hoy vas a comer con el coño lleno de leche - le susurró.
Cuando su padre entró en la cocina y les saludó, Rosa, disimulando como le temblaban las manos, se las lavaba debajo del chorro mientras Juan, sentado a la mesa, le decía hola a su padre. Después ella sirvió el primer y se sentó a la mesa, como siempre, entre los dos hombres de la casa.
Apenas habló durante la comida. Su marido y su hijo hablaban pero ella no les prestaba atención. Solo sentía... el calor de su coño, la humedad. La tremenda corrida de su hijo empezaba a salirse de su coño, mojando las bragas y el interior de sus muslos. Cuando le llegó el inconfundible aroma de sus jugos mezclados con el semen, cerró los muslos para que el olor no se esparciera por la cocina. Era el olor a hembra recién follada.
Su mirada se cruzó varias veces con de de Juan. Su corazón latía con fuerza al mirarle a los ojos. Y su coño también. Cuando sirvió el segundo plato y empezaron a comer, observó como Juan, sin dejar de hablar animadamente con su padre, escribía algo en su móvil y luego lo dejaba sobre la mesa. A los pocos segundos oyó el bip-bip de su propio teléfono, que había dejado, como siempre, en la cestita de las llaves sobre el pollete de la cocina. Miró a Juan y supo que él le había mandado un mensaje.
-Mamá, creo que te sonó el móvil. Algún mensaje.
-Será alguna tontería. Un meme del grupo.
-Míralo. A lo mejor es importante - le dijo Juan mirándola fijamente.
Rosa no quería que su marido se preguntase qué mensaje podría ser, así que se levantó y fue a mirar su móvil. Les dio la espalda mientras metía el pin. Cuando el teléfono se desbloqueó vio que efectivamente tenía un whatsapp de su hijo. Con dedos temblorosos lo abrió.
-Mamá, no te laves el coño. Cuando papá se eche su cabezadita antes de irse, te lo voy a comer.
Se estremeció de pies a cabeza al leer aquel mensaje.
-¿Qué es? - le preguntó Juan.
-Na...nada. Una bobería de Isabel.
-Ah...
Bloqueó el teléfono y volvió a la mesa. Cuando su mirada se cruzó con la de Juan, él se pasó la lengua por los labios.
-Umm, mamá, hoy la comida te quedó riquísima - le dijo.
Los jugos de su coño licuaban el semen y la hacían sentir cada vez más y más mojada.
Media hora después, mientras su marido roncaba en el sofá del salón, Rosa, sin bragas, acostada en la cama de su hijo con las piernas abiertas, se corría por tercera vez gracias a la lengua y los dedos de su hijo, que le hacía la primera comida de coño de su vida. La lamió, la chupó y la sorbió hasta dejarla bien limpia y sin rastro de semen.
Y tras el último y más intenso orgasmo, que la dejó sin fuerzas sobre la cama, Juan se subió a la cama y se arrodilló junto a su cara. Se agarró la polla y empezó a pajearse con furia. Cuando el orgasmo iba a estallar, con los dientes apretados, se acercó a la cara de su madre.
-Abre... la boca...
Sabiendo lo que iba a pasar, Rosa cerró los ojos y la abrió. Juan, entonces, gimiendo de placer, empezó a correrse lanzando todos los poderosos chorros dentro de la boca de su madre, que los recibió estoicamente, notando como se le iba llenando de aquella hirviente lava.
Cuando la polla dejó de manar, Juan le pidió a su madre que tragara. Ella cerró la boca, llena de semen. De tres veces la bebió toda. Espesa, grumosa, salada... bajó por su garganta hasta su barriga. Y gimió de placer cuando, sin abrir los ojos, notó la boca de su hijo besar la suya, buscar su lengua con la de él. Se fundieron en un apasionado beso.
+++++
A partir de ese día, de lunes a viernes Rosa almorzaba con el coño lleno del semen de su hijo, que se la follaba en la cocina antes de que llegara su padre. Él le enseñó a arrodillarse y comerle la polla hasta vaciarla en su cara o en su garganta, mirándole a los ojos como una niña buena. Accedía al más mínimo deseo de su hijo, ya que sabía que solo iba a recibir placer.
Por eso, cuando una tarde Juan la hizo ponerse a 4 patas en el sofá y apoyó la punta de su polla contra la entrada de su culo, solo apretó los dientes. Minutos después, cuando él le llenó las entrañas de semen, se corrió con él.
Todo aquello tenía que acabar...
Nunca lo hizo.