Dominada (5) y final

Final de la serie. Hace bastante del capítulo anterior. Releanlo para refrescar la memoria. Espero que les guste el final

Hace mucho de la parte anterior. Quería darle un final a la serie. Espero que el que he elegido les guste.


Maldito. Mil veces maldito. Has arruinado mi vida. Te odio.

Ana estaba acurrucada en el sillón. El otro se acaba de ir. Aún resonaba en su cabeza su maldita risa.

Hasta que lo conoció aquel desdichado día en que vino a colocar al receptor del cable para la televisión, su vida era normal. Vivía con un hombre al que amaba, con el que finalmente se casó. Pero él apareció y lo cambió todo. La anuló como persona. No importaba que le dijera, que hiciera. Él mandaba.

Ana se preguntó si era él o era ella. Un simple 'no' bastaría. Pero él se reía de sus 'no'. ¿Qué era más fuerte? ¿La dominación de él o el deseo de ella de sentirse dominada? Lo odiaba, pero lo necesitaba. Y por eso lo odiaba aún más. Así se debería sentir un heroinómano, que ve como su cuerpo se va deteriorando por la maldita droga pero no puede dejarla. Es su salvación y su ruina.

Y ahora, en su seno se estaba formando una nueva vida. Una vida que tenía que ser de Miguel, su marido. Pero que una parte de su cerebro le decía constantemente que era del otro. Que él había ganado ya para siempre, pues aunque no estuviese a su lado, una parte de él lo estaría.

Quería librarse de él. Temía librarse de él.

Miguel, sin embargo, era inmensamente feliz. Deseaba ese hijo con todo su corazón. Un hijo de Ana. Un hijo de su amor.

Esa noche estaban abrazados viendo la tele. Ana tenía su teléfono móvil a la vista de ella, pero no de Miguel. Lo tenía en silencio, pero si revivía un mensaje del otro lo vería iluminarse.

¿Por qué hacía eso? ¿Por qué se molestaba en colocar el móvil así en espera de que la llamase? ¿Por qué simplemente no lo apagaba y se olvidaba?

El teléfono se iluminó. Y el corazón de Ana empezó a latir. Él la esperaba en la puerta, esperando a que ella fuese a escondidas y lo dejase pasar, para arrodillarse en la oscuridad del recibidor y chuparle la polla hasta que le diera su 'heroína'.

-Mi amor, voy al baño a hacer popó.

-Límpiate bien el culete, eh!

-Jajaja, sí.

En vez de al baño se dirigió a la cocina, y de allí, al recibidor. Sin hacer ruido abrió la puerta. Sintió la poderosa presencia de su amo. Pero algo iba mal. No estaba sólo. La cogió del pelo y la entró, y luego, la obligó a arrodillarse. Oyó como la puerta se cerraba con cuidado para no hacer ruido. Oyó el sonido de una bragueta bajando, y luego el de otra.

Y, temblando, notó dos pollas que se frotaban contra su cara. Él le susurró

-Las embarazadas necesitan comer el doble.

Una polla se metió en su boca. No era la de él. Ésta no era tan grande. Oyó al otro hombre gemir de placer, tensarse y correrse abundantemente en su boca. Tragó mecánicamente. El nuevo susurró.

-Joder tío, me he corrido enseguida.

-Te jodes.

Otra polla se metió en su boca. Esta sí que era la polla de él. Y esta no se corrió en seguida. Tuvo que poner todas sus artes en conseguir que se corriera rápido. Miguel podría impacientarse si tardaba mucho.

De repente, el nuevo hombre encendió un mechero. En la penumbra pudo ver como la guapa mujer se tragaba la enorme polla de su amigo.

-Apaga, coño.

-Joder, como chupa la muy zorra.

-La tengo bien entrenada.

En la oscuridad sólo se oían los gemidos de él y el ruido de las chupadas. Claramente se oyó el gruñido que anunciaba la corrida.

-Enciende un momento.

A la luz de la llama, el nuevo miró con asombro como la cara de Ana había quedado cubierta de semen. En vez de correrse en su boca, se había corrido en su cara.

-Ahora vete a ver a tu maridito. Seguro que le gustarás mucho así de guapa.

Los dos hombres desaparecieron. Ana se quedó arrodillada, sintiendo el calor del semen en la cara. Calor al que se sumó el de las lágrimas que empezaron a caer por sus mejillas.

Maldito.

Se levantó y fue corriendo al baño. Tenía que lavarse, quitarse todo de él. En el espejo vi su rostro. El semen le empezaba a gotear sobre el pijama. Sacó la lengua y lamió el que tenía sobre los labios. Heroína.

Se lavó la cara y el pijama. Éste quedó mojado. Volvió junto a su marido.

-Has tardado, mi cielo. ¿Estreñida?

-Sí, un poco.

-Pobrecita.

Se acurrucó contra él. Sus caricias la calmaron, pero dejaba de pensar en lo que le había dicho el otro, que las embarazadas tenían que comer por dos. Temía que ahora el otro introdujera otro hombre. Temía, pero su coño estaba mojado, fluyendo líquidos.

Empezó a acariciar la polla de Miguel sobre el pijama, sintiendo como se endurecía por momentos. A Miguel le encantaba que ella tomase la iniciativa. Le encantaba como algunas noches lo acariciaba, le hacía una estupenda mamada, se tragaba toda su lechita y no pedía nada a cambio. Pensaba que lo hacía porque lo amaba.

Es verdad que lo amaba. Pero no lo hacía por eso. Lo hacía por remordimientos. Le sacó la polla por la abertura del pantalón y se la metió en la boca. Miguel cerró los ojos y disfrutó de la cálida boca de su mujer, acariciándole el pelo. Que distinto del otro, que le apretaba la cabeza hasta darle arcadas. Ojalá Miguel le apretara la cabeza. Ojalá Miguel la tratara como a una zorra. Así, quizás, ya no necesitaría al otro.

Ana chupó con ganas. Estaba muy cachonda. Se había tragado la leche de un desconocido al que ni siquiera había visto la cara. Y a partir de ese momento seguramente el otro traería a más hombres para que se la follaran. Era una zorra y las zorras embarazadas tienes que comer por dos.

Su coño era un lago. Necesitaba que se la follaran bien follada. Pero el otro ya no estaba. Se quitó el pijama y se sentó encima de su marido, cara a él, enterrándose su dura polla hasta el fondo del coño. Le cogió la cabeza y la apretó contra su pecho.

-Fóllame mi amor...estoy muy caliente...fóllame

Miguel le quitó la parte de arriba del pijama y le besó las tetas mientras ella lo cabalgaba. Se movía rápido, gimiendo de placer.

-Mi vida...aggggg sigue así....fóllame....que cachonda estoy.

Miguel estaba asombrado de la actitud de Ana. Ella no solía ser tan fogosa. Había oído que a algunas mujeres embarazadas les subía la líbido. Ana parecía una de ellas.

Ana se corrió, sin dejar de moverse, sin dejar de empalarse en la dura polla de su marido.  Miguel le chupaba los pezones, le apretabas las tetas. El orgasmo de Ana hizo que su coño tuviera espasmos. El placer de Miguel llegó al límite de lo aguantable y se vació dentro del devorador coño. Sus chorros golpearon el fondo de su vagina, en donde a escasos centímetros una nueva vida crecía.

Quedaron abrazados, se besaron. Lentamente, el semen de Miguel empezó a escurrir del coño de Ana. Ella se bajó y se quedó a su lado.

-Uf, Ana....estabas muy caliente.

-Y sigo caliente.

-Ummmm pues a mí me has dejado vacío.

-¿Me lo comes?

-Es que...está...sucio.

¿Sucio? No estaba sucio. Sólo eran sus jugos y su semen. Seguro que el otro no dudaría en comerle el coño lleno a rebosar de su corrida. Ella no dudaba en tragarse todo su semen, en digerirlo.

-Bueno...no pasa nada.

Y nada pasó. Sólo estuvieron un rato abrazados hasta que se fueron a dormir. Pero el coño de Ana seguía ardiendo. Una mujer embarazada tiene que comer por dos. Se levantó con cuidado de no despertar a su marido y se fue al baño. Le dolían los pezones de lo duro que los tenía. Se empezó a masturbar con furia, frotándose con fuerza el clítoris, pellizcándose con saña los pezones. Se corrió mirándose en el espejo. Llamó zorra al reflejo.

Pero no quedó satisfecha. Necesitaba más. Necesitaba un macho que se la follara como lo que de verdad era, una zorra caliente. Y conocía a ese macho. Lo necesitaba. Él siempre aparecía cuando le daba la gana, cuando le apetecía, y ella siempre estaba dispuesta para él. Ahora ella tenía necesidad de él.

Fue en busca de su móvil y escribió un mensaje:

"Por favor...ven a mi casa. Ahora. Te necesito. Necesito que me folles. Haz de mi lo que quieras, pero ven. Por favor, ven"

Lo mandó. El corazón le latía con fuerza. Miraba la pantalla del teléfono esperando la llegada de su respuesta. No esperó mucho. Un bip-bip le anunció la llegada de un mensaje. Cuando abrió y lo leyó, sus piernas le flaquearon.

"Zorra, me has despertado. Ni se te ocurra volver a hacerlo. Yo decidiré cuando y donde te follo. Y no va a ser ahora. Pero no te preocupes. Te mando una buena polla. Espérala en el recibidor. A oscuras".

Nerviosa, fue al recibidor, a esperar a quién el otro había mandado. Entreabrió la puerta. Todo estaba en una profunda penumbra. No se distinguía nada. Pero sí sentía. Sentía como su coño palpitaba de deseo. De deseo por el hombre que estaba a punto de llegar, para hacerle lo que deseara. Para follársela a placer.

Cuando el ascensor se paró en su piso, el corazón casi se le para. Se abrió la puerta. La única luz era la del interior del ascensor. La silueta del hombre se recortaba contra esa luz. Oyó sus paso acercarse.

Abrió la puerta para dejarlo entrar. Ahora la oscuridad era casi total. Lo Oyó su respiración. Y su olor. A sudor. Eso la excitó aún más.

Una cálida mano se metió bajo su camisón. Unos expertos dedos acariciaron la empapada rajita de su coño. Con la otra mana la atrajo hacia el. Sus bocas se encontraron. Sus lenguas se buscaron.

-Así que tú eres su zorrita - le susurró - ¿Quieres que te folle?

-Sí..fóllame.

-Llévame a tu cuarto.

-¿Estás loco? Mi marido está allí.

-Él me ha dicho que sólo te puedo follar en tu cuarto.

-Fóllame aquí. Él no tiene que saberlo. Dile que me follaste en mi cuarto, pero fóllame aquí.

-Es que..a mi también me apetece follarte en tu cuarto.

-No..no puede ser. Estáis locos

-Bueno, adiós

El hombre se separó, con intención de irse. Ana no lo podía permitir. Necesitaba una polla, ya. Y si tenía que ser en su cuarto, pues que fuera en su cuarto.

-Espera.

Lo cogió de la mano y en silencio, y a oscuras, lo llevó a su cuarto. Miguel dormía profundamente. Entraron y se fueron a su lado de la cama. Ana se acostó en el suelo, abriendo sus piernas. Oyó el sonido de una bragueta. Casi se corre.

Cuando sí se corrió fue cuando una dura polla se clavó en su coño. No podía gritar ni gemir, por temor a que Miguel despertara. Llevó una mano a su boca y la mordió con fuerza, corriéndose entre espasmos de placer.

El desconocido se la folló muy bien, con grandes envites, profundos, que la hacían cerrar los ojos. Quería gritar, pero no podía.

Su segundo orgasmo fue más fuerte que el primero. No era sólo el placer de aquella polla en su coño, era el pensar que a menos de dos metros su marido dormía mientras un completo desconocido se la follaba.

Se la sacó el coño y la obligó a ponerse a cuatro patas. Sin ningún miramiento, se la clavó entera en el culo. Esta vez estuvo a punto de gritar. Hubiese sido su ruina. Agarró sus caderas y la enculó con fuerza. El tercer orgasmo la partió en dos, dejándola sin fuerzas.

El hombre se puso de pie. Buscó su pelo en la oscuridad y lo agarró. La obligó a arrodillarse y la llevó hasta su polla. Sabía lo que tenía que hacer.

Y lo hizo muy bien. El hombre le llenó la boca con su espeso y caliente semen. Ana se lo bebió todo.

Lo acompañó a la puerta. Luego volvió a su cama y se acostó.

-¿Dónde estabas? - preguntó un somnoliento Miguel.

-Fui a hacer un pis.

Él la abrazó. Al poco, los dos dormían.

Al día siguiente lo esperó, pero no apareció. Por la noche, tampoco. Al siguiente, nada.

La estaba castigando. Pensó en llamarlo, en pedirle perdón, pero quizás él se enfadase más aún, así que esperó y esperó.

Una mañana, cinco días después, por fin, oyó la puerta y su voz.

-¿Dónde está mi zorrita guapa?

Ana salió corriendo a su encuentro y lo abrazó. Su cuerpo temblaba, de emoción por volver a verlo, de temor por su posible enfado.

-Vaya, veo que te alegras de verme, putita.

Era cierto. Se alegraba de verlo.

-Sí...yo...lo siento.

-¿Es qué?

¿Cómo que el qué? Eso por lo que me has castigado todos estos días. Por necesitarte, por mandarte el mensaje. Todo eso pensó Ana, pero no lo dijo.

-No...nada.

Ella se dio cuenta de que venía sólo.

-¿Vienes sólo?

-Coño, claro. ¿Quién más iba a venir?

-Yo...por lo de la otra noche...pensé....

-Zorra!. Pensaste que me traería otro tipo para que te follara. Por eso estabas tan cachonda. Por eso me escribiste.

Ana se tensó.

-Sí.

-Pues entérate bien. Eres mi zorra. Sólo te follaré yo. Lo del otro día fue una apuesta con un amigo. Me gané 100 euracos! jajaja

Todo volvió a la 'normalidad'. El aparecía cuando le daba la gana y se la follaba a gusto, para él y para ella. Siguieron las visitas nocturnas.

Su barriga fue creciendo. Sus tetas, también. Su cuerpo se hinchó. Algunos hombres sienten una atracción especial por las embarazadas. Miguel no era de esos. Amaba a Ana, pero su cambiante cuerpo dejó de atraerlo. Y cuando menos la deseaba Miguel, más la deseaba el otro.

Casi se vuelve loco el día que le apretó las tetas y empezó a salir leche. Se lanzó sobre ellas y empezó a mamar como poseído. Le encantó el sabor.

-Ummmmmmm que rica leche...que rica......

La desnudó, se sentó en el sofá y la hizo sentar sobre él, clavándole la polla. La protuberante barriga impedía que se pegara mucho, pero aún así se las arregló para llegar a las tetas y seguir mamando. No paró hasta que dejó de salir más leche. En esa postura, con ella sentada sobre él, y en su estado, Ana no podía moverse mucho, así que la hizo ponerse a 4 patas en el sofá y se la folló bien fuerte. Ana no dejaba de correrse, y más cuando él se la sacó del hinchado coño para encularla salvajemente, bien fuerte, como a él le gustaba. Y como a ella la volvía loca de placer.

Cuando él sintió que se iba a correr, le sacó la polla del culo y la hizo arrodillar delante de él.

-Yo me he bebido tu rica leche. Es justo que tú te bebas la mía.

Le enterró la polla hasta la garganta y se corrió. Ana casi no pudo saborearlo, porque bajó directamente hasta su estómago.

A partir de ese día ya no dejó de mamar de las tetas de Ana, que producían más y más leche.

-Cuando nazca el niño que se acostumbre a los biberones. Tu leche es para mí, zorrita.

Eso se lo dijo con la polla enterrada en su boca. Ana tuvo ganas de morder y arrancarle la polla de un bocado a aquel maldito, pero siguió mamando hasta que le llenó la boca de su caliente y espesa semilla. Semilla que Ana pensaba que podría estar creciendo en su seno, ya a punto de nacer.

El día señalado en el calendario con un círculo rojo se acercaba. Todo estaba listo. Miguel estaba constantemente a la espera de que sonara su móvil para salir corriendo a casa, recoger a Ana y llevarla al hospital.

El día que el bebé eligió venir al mundo, su madre estaba sentada en el sofá, con las piernas abiertas, siendo follada por el otro, que martilleaba su coño una y otra vez a la vez que mamaba sus tetas, bebiendo su rica y nutritiva leche.

El orgasmo los hizo estallar a los dos. El hombre se vació por completo dentro de aquel coño, sintiendo los espasmos de la vagina, mirando a la preciosa mujer, que también tensa, se corría junto a él. Sacó su brillante polla y una enorme cantidad de líquido fue expulsado por el abierto coño.

-Joder, zorra, te has meado de gusto.

-No..es que...he roto aguas.

-¿Ya viene mi niño?

Ana ya estaba cansada de gritarle que no era su niño. Que era de ella y de Miguel.

-Por favor, alcánzame el teléfono. Tengo que llamar a mi marido para que me lleve al hospital.

-Yo te llevo

-No

-¿Por qué no?

Ana tuvo una contracción. Se retorció de dolor.

-NO!

-Tú misma.

Le dio el teléfono y se marchó, dejándola allí, desnuda. Ana llamó a su marido

-Miguel, ya mi amor. Ya viene.

-Voy corriendo.

En lo que Miguel llegó, Ana se vistió. Todo estaba preparado. La ropa, las cosas que tenía que llevar.

Miguel jamás había tardado tan poco en llegar desde la oficina hasta su casa. Ella lo esperaba. Salieron rápidamente en dirección al hospital. No se dieron cuenta de que un coche los seguía. El otro quería saber donde iba a estar su zorrita.

Para ser primeriza, el parto fue muy bien. Miguel no se separó de ella. Ana miró con ansias al retoño, aún con restos y sucio, gritando enfadado por haberlo sacado de su cálido nido. Lo miró para comprobar que estaba sano, pero también intentando encontrar algún parecido. Pero era muy pronto. Era como cualquier neonato, una cosa chiquita y arrugada. Se lo pusieron en el pecho y lo abrazó con amor. Miguel los abrazó a los dos.

Luego se lo quitaron para lavarlo, pesarlo, y hacerle las pruebas de rigor.

Más tarde, ya en su habitación, se lo llevaron. Lavado, precioso. Miguel estaba a su lado. Empezaron a llegar familiares y amigos. Todos querían ver al nuevo vástago.

Él médico mandó a todos a fuera. Ana necesitaba descansar. Al niño se lo llevaron a la salita de recién nacidos. Los familiares veían a los niños desde el gran ventanal. Miguel, orgulloso, señalaba hacia la cuna en donde su hijo dormía. Los amigos y la familia lo felicitaban. Todos menos un hombre que no conocía. Debía ser el padre o familiar de otro de los bebés.

Pero miraba al hijo de Ana. Miguel se acercó a ese hombre.

-¿A que es precioso?

-Sí. ¿Es su hijo?

-Sí. Mi primogénito.

-Enhorabuena. ¿Cómo está la madre?

-Perfectamente, gracias. Está descansando. ¿Alguno de los bebés es suyo?

-No. Aquel de allí- dijo, señalando uno al azar - es de mi hermana.

-Pues enhorabuena, hombre.

El desconocido miraba de reojo al feliz padre.

"Así que tú eres el cornudo", pensó

Se despidió y desapareció. Sin que nadie se diera cuenta, se dirigió a las habitaciones. Una a una miraba dentro hasta que encontró la de Ana. Entró sigilosamente. Estaba en penumbra. Se acercó a la cama. Ella dormía. La miró largo rato. Acercó su mano a la cara y le acarició suavemente la mejilla. Y sigilosamente, como había entrado, desapareció.

Al día siguiente le dieron el alta a Ana y se marchó a casa con su marido y Jorge. Habían decidido ponerle llamarlo Jorge, en honor al padre de Miguel.

Los primeros días fueron muy ajetreados. Las visitas no paraban. Tanto Ana como Miguel tenían que acostumbrarse al nuevo miembro de la familia.

El otro no vino. No podría haberlo hecho. Siempre había alguien en casa. A los cuatro días la situación se estabilizó, y Ana pasó la primera mañana sola con el bebé.

Y allí, sola, amamantando al niño, empezó a pensar en el otro. Desde que nació Jorge no había vuelto a pensar en él. Y ahora que lo hacía no sentía lo de antes. Si él no apareciese más, no lo sentiría. Seguiría con su vida, con su nueva vida, junto a Jorge y Miguel. Y el otro sólo sería un recuerdo del pasado.

Levantó la vista de Jorge, que mamaba despacito y a gusto, y allí estaba él. Mirándola.

-Hola zorrita. ¿Me echabas de menos?

-No.

-Yo a ti sí. Mucho.

Se acercó a ella, se bajó la bragueta, se sacó la polla y se la metió en la boca. Ana al principio no reaccionó. Sólo sintió la invasión de aquella gran polla, que le llegó casi a la garganta.

El bebé mamó más fuerte. Entonces Ana fue consciente de lo que estaba pasando. Su bebé mamaba mientras él la hacía mamar a ella. Luchó por separarse, pero él la cogió con fuerza por el pelo y le folló la boca, hasta que una inmensa catarata de hirviente semen le llenó la boca. Ana tragó todo para que nada saliera de su boca. Él le sacó la polla de la boca y un último chorro se estrelló en su cara.

Ana lo miró. Él vio verdadero odio en esa mirada.

-Si me vuelves a tocar mientras mi hijo esté delante, te mato.

-Jajajaja! ¿Tú? jajaja

Él rio, pero vio en aquella mirada que hablaba en serio. Una madre es capaz de todo por su hijo.

-Pues llévatelo a dormir, o a donde sea, porque hace mucho que no te follo bien follada.

-Espera a que termine.

Se sentó al lado de ella. Miró como el niño ponía una chiquita y regordeta mano sobre el pecho de su madre.

No tenía hijos. No podía. Mirando como ella trataba a aquel bebé, sintió envidia. Ana se limpió, hizo eructar al niño  y luego lo llevó a dormir. Lo dejó en su cunita y comprobó que dormía. Entonces, volvió al salón. Él la esperaba

-Siéntate aquí, putita mía.

Cuando la tuvo a su lado, se lanzó a mamar aquellas hermosas tetas, ahora llenas de leche. Ana lo dejó mamar un poco, pero al poco lo apartó.

-Ya no más.

-Calla zorra. Pararé cuando me dé la gana

Cogió una de las manos de Ana y la llevó a su dura polla. La obligó a masturbarlo mientras él se bebía la leche que era para su hijo.

Cuando Ana sintió como se le mojaba el coño, cuando sintió que aquel bestia seguía poniéndola cachonda, se rindió. Abrió sus piernas deseando que él la tocara.

Y en cuanto lo hizo, sintió dolor. Aún tenía los puntos del parto.

-No puedo. Me duele. Aún tengo los puntos.

-¿Y eso me tiene que importar a mi? Desnúdate.

Ana obedeció. Su cuerpo aún estaba un poco hinchado, pero él la miraba con deseo. Miró su polla. Miró como él también se desnudaba.

Volvieron a sentarse en el sofá. Ana llevó nuevamente su mano a la dura estaca. Él la besó, abriendo la boca, metiendo su lengua. Ana cerró los ojos y sintió como su cuerpo volvía es estremecerse a su lado. El hombre cogió una de sus piernas y la puso sobre la suya, abriéndole las piernas.

Ana se sorprendió cuando llevó su mano a su coño y lo acarició con suma delicadeza. No como otras tantas veces, sino con suavidad. Primero entrelazó los dedos en su monte de Venus, para después separar sus labios vaginales. Sus dedos jugaron con su mojado coñito y con las yemas frotaron su clítoris.

Ella empezó a gemir de placer contra la boca de él. Se mojaba cada vez más. Sentía en su mano como aquella dura polla palpitaba, y en su sexo aquellos delicados dedos, que se introdujeron dentro de ella.

Se iba a correr. Sintió que el placer le estaba llegando. Él también lo notó, y paró. La siguió besando, pero el incipiente orgasmo no estalló.

-Sigue por favor... sigue.

Volvió a empezar con las caricias, y cuando la llevó otra vez al borde del orgasmo, paró. Ana se empezó a desesperar. Necesitaba correrse. Hacía días que su cuerpo no estallaba de placer, y ahora él la torturaba sin dejarla llegar al máximo placer.

-Agggg no seas malo... hazme correr

Él no decía nada. Sólo la besaba y acariciaba. Pero no la dejaba correr. Cada vez que estaba a punto, retiraba sus dedos, y la dejaba cada vez más frustrada. Cuando nuevamente su cuerpo se empezó a tensar y el no la dejó, ya no pudo más.

-Cabrón...fóllame, fóllame de una puta vez.

-Eso es lo que quería oír, zorrita.

Se tiró sobre ella y le clavó la polla de un sólo golpe hasta el fondo de su coño. A Ana no le importó la herida, los puntos. Sólo quería que la follara, que la hiciera correr.

Él la folló, pero no tan fuerte como ella quería. A pesar de todo, no quería lastimarla, al menos físicamente. La penetró profundamente, besando y mordiendo sus duros pezones, sorbiendo la leche que era para su niño.

-¿Sabes zorrita? No es bueno que el niño se críe sólo. Vamos a darle un hermanito.

-No cabrón...nooooooooo

Pero no luchó. Se dejó follar, gozando de aquella polla que martilleaba en su coño. Y cuando él se corrió, llenando su vagina con su caliente semen, ella lo acompañó con un brutal orgasmo. Los espasmos de su vagina aumentaron tanto su placer como el de él.

No se salió de ella. Siguió con la polla dentro, hasta que poco a poco fue perdiendo su dureza. Se miraron fijamente a los ojos.

-Siempre serás mía. ¿Lo sabes, no?

-Sí.

Dos lágrimas cayeron de sus ojos. El se acercó y la besó. Ana lo abrazó con fuerza.

El bebé fue creciendo. Las cosas volvieron a ser como antes del embarazo. Regresaron los mensajes por las noches, sus idas a la entrada para complacer a su amo. y luego como compensación, beberse a su marido.

Aunque no todo fue igual. Ana se rindió del todo ante él. Se dio cuenta de que no había nada que ella pudiera hacer. Sabía que el fondo de su alma lo necesitaba. Que, extrañamente, cuando su ser era anulado por la voluntad de aquel hombre, era libre. Que en esos momentos el mundo eran ella, él y el placer. Miguel, y hasta su hijo, desaparecían.

Todo empezó aquel día en que él vino a ponerle el receptor del cable.

Y todo terminó un día. Aunque Ana no lo supo hasta varios días después.

Él dejó de venir, de llamarla, de mandarle mensajes. Los primeros días Ana pensó que sería un castigo por algo que habría hecho. Se pasaba las mañanas esperando a que él apareciera. Pero no vino. Por las noches, abrazada a Miguel o acunando a Jorge, miraba el móvil esperando ver la llegada de un mensaje. Pero no llegaron.

A los 5 días no pudo más. Sabía que él se enfadaría, pero lo llamó. Recibió una locución diciéndole que no existía ese número. Volvió a llamar y otra vez la locución.

Se asustó. ¿Y si no venía más? ¿Y si la había abandonado? No podía ser. Ella había siempre hecho lo que él quería. Se había plegado a todos sus deseos. No podía abandonarla.

Pasaron los días, sin noticias. Ana se empezó a deprimir. No entendía porque la trataba así. Irse sin decirle nada. Trató de que no le afectara, pero estaba triste, casi no hablaba. Miguel, notó que algo le pasaba.

El fin de su vida anterior fue hacía días. Ana se enteró esa noche. Estaba con su cabeza apoyada en el pecho de Miguel, el cual le acariciaba el pelo con dulzura. Ella no había hablado en toda la tarde. En su cabeza sólo estaba él otro. Fue sólo una frase, dicha por Miguel. Una frase que lo cambió todo.

-Mi amor, no te preocupes. Ese hombre no te molestará más.

Ana lo entendió. Cerró los ojos y lloró en silencio. Fueron las últimas lágrimas que derramó por el otro, el hombre sin nombre.

Ella no lo leyó, pero hacía días, el periódico publicó en la sección de sucesos que la policía seguía sin pistas sobre el asesinato de F.P.C, que había aparecido con un cuchillo clavado en su corazón en su coche.

FIN

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