Dominación no deseada

Un hombre es dominado por su mujer sin poder determinar si esto es causa de pesar o placer.

Lo que sucedió entre Ramiro y Máxima fue un proceso natural, cayó por su propio peso.

Nunca lo conversaron y menos aún lo planificaron. No obedeció a fantasías que alguno de ellos hubiera tenido alguna vez y nunca sospecharon, ni por separado ni en pareja, que les llegara a ocurrir. Pero ocurrió y así viven desde hace muchos años.

Máxima era una joven tan hermosa como desprejuiciada. Muy liberal se vestía de forma muy llamativa exponiendo sus grandes pechos a la mirada lasciva de profesores, compañeros y cuantos hombres los quisieran disfrutar. Polleras más breves aún que las más cortas minifaldas, dejando ver los redondos cachetes de su perfecto culo bajo el último doblez. Era un placer verla sentarse y pararse, caminar y detenerse, agacharse y estirarse para alcanzar algún estante. Los muchachos morían por ella y ella, muy maternal, no permitía que ninguno sufriera, entregándose a todos por igual.

Ramiro, igual que todos, pasó muchas veces por sus pliegues pero con una diferencia: fue el único que se enamoró. Desde el primer día que la vio amó a esta niña de una manera tan amplía e incondicional que lo único que hizo en la vida fue esperar su oportunidad para proponerle matrimonio.

La dedicatoria llegó durante una fiesta en la que fue uno más entre los que la poseyeron cayendo sus palabras de una manera tan extraña a los oídos de Máxima que no entendió lo que le decía. Al repetir su propuesta ella le preguntó si estaba loco y él respondió que tal vez. Quiso entonces saber Máxima si él tenía conciencia de su manera de ser a lo que Ramiro respondió que sí, que no le importaba y que esperaba que con el tiempo, al madurar, cambiase.

Di al menos que te gusto, suplicó Ramiro. Sí, me gustas, igual que tantos, agregó ella. Podrás amarme algún día, rogó el muchacho. Quizás sí, quizás no, quien sabe, fue su fría reflexión. Igual te quiero para mí insistió el joven y de tanto insistir logró su cometido. Meses después se casaron con ceremonia, fiesta y vacaciones y a la vista de todos eran dos tórtolos radiantes de amor.

Desde el primer día Máxima atendió muy bien a su marido si por esto se entiende dar todo el placer sexual posible. Cada día le daba los más suaves masajes que se puedan imaginar combinando las caricias entre las yemas de sus finos dedos, la suavidad de sus pechos y la humedad de su lengua. Lo masajeaba boca abajo y boca arriba elevando su erección a tal punto que muchas veces, por explotar prematuramente, no se podía hacer penetrar. Sin importarle seguía la estimulación hasta resucitar la carne agotada para entonces, sí, clavársela unas veces vaginal y otras muchas analmente. De ambas maneras ella gozaba por igual.

Luego de atenderlo ella se encerraba en su mundo quedando ausente, de forma impenetrable para él. Mientras Ramiro le hablaba ella se pintaba las uñas, se delineaba las pestañas, depilaba las cejas, escribía, leía o hacia cualquier cosa menos escucharlo. Salía sin decir adónde iba ni a que hora regresaría. De la casa no atendía nada y se enojaba si no encontraba todo resuelto.

En pocos meses la rutina ya era norma. Ramiro se despertaba cada mañana y le llevaba el desayuno a la cama. Luego le preparaba el baño con el agua a punto tal como a ella le gustaba, con sales efervescentes, cremas y lociones. Recogía las ropas que ella arrojaba al piso camino al baño, para rápidamente dirigirse al lavadero y lavar manualmente una a una sus prendas, deteniéndose especialmente en las bombachas a las que antes de mojar olfateaba y lamía con fruición. Muy apurado regresaba al baño calculando el tiempo que ella tardaba para llegar justo a tiempo para secarla, empolvarla y vestirla siguiendo sus indicaciones que siempre eran más que atrevidas. Faldas ultracortas, camisas bien abiertas, dejando ver la hendidura entre los senos, telas semitransparentes, zapatos con tacos muy altos. Todo siempre muy sensual.

Algunas veces, cuando ella estaba por salir Ramiro preguntaba adonde se dirigía recibiendo como respuesta algo como: esta noche prepara una buena cena. En cambio Máxima siempre tenía que saber con lujo de detalles adonde él estaba y qué estaba haciendo. También exigía ser muy bien atendida por su esposo a quien prohibía contratar personal de servicio. Quería que todo fuera hecho por sus manos exclusivamente para ella. Para eso, a cambio, ella le aseguraba la mejor atención sexual.

El primer problema matrimonial ocurrió el día que Ramiro intentó revelarse y asumir su rol de hombre. Quiso elevar el tono de la voz para imponer su decisión que no era otra que comunicar que desde ese día dejaría de cocinar, lavar y fregar para dejar esas tareas en manos de su esposa. Máxima no escuchó ni respondió. Siguió como si tal cosa. Desayunó como siempre en la cama, arrojó su ropa al suelo, esperó para ser secada y vestida. Cuando se retiraba con rumbo desconocido, antes de cerrar la puerta, miró a su marido a los ojos y le dijo dos cosas: a partir de hoy no quiero que uses más calzoncillos, compartiremos mis bombachas y ten la casa impecable ya que vendré acompañada y no quiero que mi amigo encuentre desorden.

Ramiro entendió el mensaje, desde el comienzo había concedido y había perdido la oportunidad de exigir. Quedó muy afligido sin saber qué hacer hasta que notó que al pensar en vestirse con la ropa interior de Máxima se excitaba. Se dirigió al dormitorio abrió un cajón, sacó varias bombachas y se las probó sin poder creer que las últimas no se las pudo calzar por causa de una gran erección. Confundido se dejó caer de espaldas sobre la cama y así estaba cuando recordó la segunda indicación de su mujer: regresaré acompañada por un amigo, y al pensar en esa posibilidad sintió enloquecer, su pija se agrandó más que nunca y latió muy fuerte pidiendo por favor ser apretada. No pudo aguantar Ramiro. Con la bombacha más suave de Máxima cubrió su miembro y al sentir la suavidad de la tela necesitó agarrarla fuerte con la mano derecha y sacudirla violentamente hasta lograrla vaciar.

Máxima regresó a eso de las diez de la noche acompañada por Carlos un joven hombre alto, corpulento, carilindo muy varonil. Todo estaba impecable, la mesa servida para tres, abundantes bebidas, media luz y música melódica. Máxima y Ramiro se miraron y no necesitaron hablarse. Estaba todo dicho. Por encima de la pretina de su pantalón Ramiro dejaba ver el elástico de una de las mejores tangas de su mujer. Tienes buen gusto cariño, dijo ella mirándole la cintura. Tú también respondió él, posando sus ojos en Carlos.

La cena transcurrió placidamente. Conversaron amenos como si se tratara de viejos amigos. Al concluir, mientras Ramiro levantaba la mesa, Carlos y Máxima se dirigieron a la sala y se pudieron a bailar. Ramiro miraba. El tema lento los llevó a abrazarse. Máxima sujetaba la nuca de Carlos con una mano y con la otra acariciaba su pecho mientras él le acariciaba el culo con ambas manos. Luego se besaron abriendo muy bien sus bocas y dejando ver desde lejos de qué manera sus lenguas se trenzaban. Al terminar el tema se sentaron sobre el sofá y bebieron servidos por Ramiro.

Al recibir la copa Carlos preguntó: te gusta ver a tu mujer con otro. No lo sé, nunca la he visto. Es esta vuestra primera vez, volvió a preguntar. Si quieres me voy y los dejo charlar tranquilos, dijo entonces Máxima. Como respuesta recibió la lengua de Carlos contra sus labios entre abiertos. Como para disipar todas las dudas ella dirigió su mano al cierre del pantalón, lo bajó, sacó la polla de Carlos y sin dudarlo la metió completa en su boca, la lamió de arriba abajo, la metió nuevamente en la boca mirando fijamente a Ramiro y cuando por fin la sacó le increpó: que haces que no estás lavando los platos.

Con un ¡si querida! apenas audible Ramiro se dirigió a la cocina y Máxima llevó de la mano a Carlos al dormitorio. Puedes espiar pero no me distraigas gritó antes de comenzar a disfrutar. Parados como estaban se fueron quitando las ropas. Ya desnudos, ella, en claro gesto de sumisión, se arrodilló y le lamió las bolas meticulosamente sin dejar ningún pedazo de piel sin ensalivar. Pasó luego a lengüetearle el miembro hasta llegar a la punta y meter en su boca la cabeza chupándola con fuerza. A continuación siguió abriendo las fauces para hacerlo entrar más y luego un poco más y así hasta lograr introducir todo, lo que le provocó arcadas, sacándola de la boca impregnada de una saliva muy espesa pero muy resbaladiza, tan lubricante que sintió el impulso de tomarla con una mano y masturbarla frenéticamente.

Antes de correr el riesgo de eyacular involuntariamente Carlos separó a Máxima de su verga, la recostó sobre la cama, le abrió las piernas, acercó su cara hasta tocar con los labios la muy húmeda y palpitante concha y la chupó desesperadamente logrando que Máxima enloqueciera. Los jadeos se escucharon desde lejos, las uñas se clavaron contra las sábanas hasta desgarrarlas, las piernas se tensaron tanto que parecieron dos duras maderas esculpidas. Al llegar al orgasmo Carlos no le permitió cerrarlas ni apartarse. Siguió lamiendo hasta hacerle pedir por favor que se detuviera pero él no la escuchó, siguió y siguió hasta llevarla hasta una segunda explosión. Cuando ella comenzaba a serenarse la montó, de un solo golpe introdujo su miembro completo hasta los huevos y bombeó muy fuerte mil veces hasta eyacular. Pasó cinco minutos sin hablar luego se levantó, al caminar hacia el baño pasó por al lado de Ramiro, intercambiaron una mirada sin decirse nada, se vistió y se fue.

Una vez solos Máxima llamó a su esposo. Quiero que me muestres como te queda mi tanguita le dijo. Ramiro se quitó los pantalones y la camiseta. Lo hizo dar varias vueltas como si fuera una modelo y le dijo que estaba precioso, que le gustaba mucho verlo así vestido, a lo que agregó que quería pedirle un favor. Lo que quieras dijo él. Hazme el culo por favor, este cabrón me ha dejado muy caliente.

Sin esperar respuesta, tal como era su costumbre, se arrodilló sobre la cama, apoyó la cabeza contra la almohada, los pechos contra las sábanas, entre abrió las piernas, con sus manos abrió los cachetes de su culo y dejó el negro orificio expuesto para que su fiel marido le diera lo que necesitaba. Ramiro no tuvo más que empujar suavemente y su pija de considerables proporciones entró entera en el culo de su mujer comprobando que estaba lo suficientemente entrenado como para recibir esa y muchas pijas más. Pensando eso, sintiendo el golpe de las nalgas contra su piel y el de sus testículos contra la vagina se movió con buen ritmo hasta sentir que se venía. Máxima sintió cómo la leche se metía en sus entrañas y disfrutó más de lo que esperaba.

Después de acabar, como todos los días, tumbó a su marido sobre la cama lo acarició con las manos y con las tetas y lo lamió completo limpiando todos los jugos existentes y cuando consideró oportuno dijo: cariño, prepárame el baño