Domina Marisa. Tercera entrega
Rafael, al que Marisa ha rebautizado como Patrick, recibe instrucciones de su dueña y tras cumplirlas al pié de la letra llega a casa de Marisa siendo recibido por su criada, Sonia. A continuación sucede...
Rafael, al que su ama había cambiado su nombre por el de Patrick, había salido de la casa de Marisa con prisa para leer la carta que le había entregado con las instrucciones a seguir durante la semana. Llegó hasta su Audi, entró y antes de arrancarlo abrió la carta:
Bueno Pátric, hoy te has portado muy bien. Estoy contenta de cómo vas aceptando todos mis castigos y humillaciones. Espero que con ellos te sientas cada vez más mio. Ahora te diré que harás hasta nuestra próxima cita. Esta vez no nos veremos hasta dentro de tres semanas. Se que esto te decepciona, pero tengo que desplazarme a Madrid, por trabajo, el sábado que viene y la otra semana viene a casa una amiga de Estado Unidos que hace mucho tiempo que no veo.
Lo primero que tienes que hacer, es llamar al centro de estética al que fuiste para que te depilaran y concertar una cita para que te depilen la zona genital con láser. Quiero que desparezca completamente esta sombra de vello que quiere volver a salir que he observado hoy.
Cada día, cuando llegues a tu casa, te tienes que introducir el consolador grande que te di la primera vez que nos conocimos y llevarlo puesto durante tres horas. Así conservaras la dilatación de tu esfínter anal. En el futuro te regalaré uno todavía mayor, pero iremos poco a poco. No quiero lastimarte.
De tocarte, ni hablar. Pero para que te sea más difícil de soportar la espera, hasta el día en que deje eyacular, cada día miraras una película porno antes de acostarte. Me es igual si la alquilas en un video club o la compras mediante el mando a distancia de tu televisor, o la ves en Internet.
Nada más por ahora. ¡Que lo pasase bien!
Rafael acabó de leer la carta con un sentimiento de rabia y frustración. La perspectiva de tener que soportar tres semanas sin ver a Carla le desesperaba. Y además estaba seguro de que no podría aguantar tanto tiempo sin aliviarse y, menos en las condiciones que Carla le indicaba. Empezó a pensar en posibles soluciones. Quizás podría tomar tranquilizantes o ir al médico para que le recetase algo que atenuara su calentura sexual, pero como le podría explicar porqué lo necesitaba. Además, estaría engañando a Carla, pensó. Ella no tenía manera de saber si había cumplido o no su palabra. Pero y si su lenguaje corporal, su expresión o su mirada huidiza lo traicionara cuando Carla le interrogara. Ella era abogada y estaba muy acostumbrada a intuir quien le contaba toda la verdad o pretendía disimularla. Además, cuando estaba delante de ella, desnudo, se sentía mucho menos seguro de sí mismo. No podría disimular. Bien, se dijo, tendré que luchar con todas mis fuerzas y aguantar ese dolor casi continuo de mis testículos. No tomaré nada que me tranquilice porque se supone que Carla quiere que aguante a pelo.
Inmediatamente después de tomar esta decisión se sintió mucho más aliviado. Dejó la carta en el asiento contiguo y arrancó el coche. Mientras conducía pensó que cumplir día a día todas las instrucciones de Carla sería una manera de sentirse cerca de ella. No iba a ser tan difícil. Finalmente llegó a su casa, aparcó el coche en el garaje y se dispuso a subir a su casa, pero entonces recordó las instrucciones de la carta de Carla: “Cada día, cuando llegues a casa … Aquel día, a pesar de haber pasado media tarde en casa de Carla sometido a sus suplicios, y con un plug introducido en su ano, también contaba.
Por tanto, todavía le esperaban tres horas más de incomodidad y, además no estaba seguro de saber comprar una película con el mando a distancia. Antes de llegar a casa debería pasar por un video club y alquilar una película.
Al llegar a su casa se acordó de un libro que había comprado el año pasado sobre sexo tántrico. No lo había acabado de leer pero recordaba que hablaba de unos masajes para aliviar el dolor testicular que puede sobrevenir cuando se llevan mucho días sin correrse. Empezó a rebuscar en la estantería, pero mientras lo hacía recordó que antes debía cumplir con la instrucción de introducirse el consolador en su ano nada mas llegar a su casa. Detuvo la búsqueda y se encaminó hacia su dormitorio, abrió el cajón de la mesilla de noche lo cogió y durante unos instantes lo estuvo mirando. Que cabronazo eres, dijo en voz alta sin dejar de mirarlo. Tendremos que convivir juntos cada día durante tres semanas. O sea, un total de… 63 horas ¡Casi nada¡ Con el en la mano se dirigió al baño en busca de una crema lubricante. Se bajó los pantalones y después de untar bien el artefacto y su ano, apartó la tira trasera del tanga y se lo fue introduciendo hasta tenerlo completamente dentro. Ya no era ni mucho menos tan difícil como lo había sido la primera vez. Su ano se dilataba con mucha más facilidad y, así, quería que lo conservara su ama, Carla. Con los pantalones a medio subir regresó a la estantería a buscar el libro que había empezado a buscar anteriormente. Lo encontró enseguida y se fue a su cuarto para leerlo tumbado en la cama. Ya allí encontró rápidamente el capítulo que buscaba y empezó a aplicarse el masaje según las instrucciones del libro. Tas unos 20 minutos de masajearse los testículos asomó por su pene un líquido transparente tal como se auguraba en el texto. No era muy abundande pero enseguida experimentó u gran alivio.
Esa acción la repirtió todos los días, y a pesar de que cada noche pasaba una hora y media excitadísimo mirando una película porno, fue comprobando que las semanas iban pasando y él, era capaz de aguantar la tentación de masturbarse. Cada nuevo día trascurrido era un nuevo triunfo de su voluntad y su autoestima iba en aumento. Aquella mujer había conseguido una cosa increíble, con solo ordenárselo. Había hecho de él otra persona. Ya no bebía apenas nada y además, era capaz de renunciar a su placer sexual. El deseo de agradar a Carla le proporcionaba la energía necesaria para conseguir cualquier cosa. Se sentía cautivo de esa mujer y nunca antes había experimentado nada semejante. Ni siquiera el miedo al infierno que le inculcaron los retrógrados frailes de su colegio, en los años de la pubertad, había sido suficiente para refrenar sus instintos.
La otra prueba de humillación que se vio obligado a superar fue el día en que acudió a su cita para ser depilado con láser. Mientras el chico que le atendía movía su pene a una lado y al otro para tener mejor acceso a su pubis con el aparato de depilación, experimentó una fuerte erección y tuvo que dar toda suerte de explicaciones para que no pensara de él que era homosexual y, aunque el chico trató de tranquilizarle y restarle importancia diciéndole que esto le sucedía a muchos clientes, estaba seguro que no le había creído.
Por fin llegó el día de la cita con Carla. Toda la mañana del Sábado estuvo impaciente,. No parecían avanzar las horas, pero a pesar de todo lo hicieron y llegó el momento de coger su coche y conducirlo hasta su casa.
Al bajar del coche le temblaban las piernas y su excitación era exagerada. Atravesó el jardín y estiró de la campanilla. Tras un breve espacio de tiempo que a él se le hizo interminable, la puerta se entreabrió.
- ¿Quien es?-, preguntó una voz desconocida.
- Soy Patrick, estoy buscando a la señora Carla. Supongo que no me he equivocado de casa.
- No. Es aquí, pase.
Por un instante Rafael había pensado que con la agitación quizás hubiera llamado a la casa de al lado, muy parecida a la suya.
- Soy Sonia, la criada de Carla. La señora me ha dicho que le haga pasar a la sala de estar y la espere. Ella llegará en media hora. Me ha dicho que tengo que prepararle. ¡Sígame por favor!
Rafael estaba estupefacto. Ignoraba que Carla tuviera una criada y, en los pocos segundos en los que la había observado, la había encontrado fascinante. Su atuendo con aquella minifalda, las medias de rejilla, el delantal blanco de encaje y todo su atuendo en general, le proporcionaba un aspecto magnífico. Parecía, como si de repente, hubiera retrocedido en el tiempo hasta regresar a la época en la que las señoras tenían esclavas negras como sirvientas. Al entrar en la sala vio una percha de clínica, en el centro, de la que colgaba una bolsa de plástico llena de agua con un tubo que salía de su parte inferior y acababa en una cánula sujeta con una pinza a la parte superior de la percha. Entro vacilante seguido de la criada.
- La señora me ha dicho que debe desnudarse delante de mí y doblar su cintura sobre el caballete que ve situado aquí en el centro.
- Pero no entiendo. ¿Qué significa todo esto?
- La señora esperaba esta reacción por parte de usted, y me ha indicado que si yo observaba que vacilaba lo más mínimo en cumplir sus órdenes debía decirle inmediatamente que se arrodillara ante mis pies y me los besara. Es lo que va a hacer justo después de que se haya desnudado. Dese prisa o tendré que comunicar a mi señora cual ha sido su comportamiento.
Rafael, titubeante, empezó a aflojarse la corbata mirando de reojo a la criada de Carla. Se quitó la americana y se desbrochó los botones de la camisa, pero, cuando estaba a punto de quitársela, se paró un momento a pensar si verdaderamente quería proseguir. Finalmente decidió continuar, ya que el deseo de complacer a Carla era más fuerte que su vergüenza. En poco tiempo estuvo completamente desnudo frente a aquella desconocida. Instintivamente llevó sus manos delante de sus genitales para sustraerlos a la mirada de la criada.
- Las manos a los costados, ordeno Sonia. En ausencia de la señora yo soy su ama por indicación suya y debe obedecerme en todo como si fuera ella. ¡Arrodíllese y incline su cuerpo para lamer mis zapatos! Debe dejarlos completamente brillantes.
Rafael obedeció. Le fue más fácil de lo que creía porque ahora imaginaba que en lugar de lamer los zapatos de la criada eran los zapatos de Carla, Marisa en realidad. Cerró los ojos y se entregó con pasión. Pasados unos 7 minutos Sonia ordenó que parara.
-Levántese y túmbese sobre el caballete. La señora desea que tenga su interior completamente limpio cuando llegue. No quiere que suceda como la última vez en que usted tuvo la desconsideración de presentarse con el vientre lleno de restos malolientes. Si desea sodomizarle, no quiere tener que oler sus interioridades al separarse de usted.
Rafael entendió de golpe para que iba a servir aquella bolsa llena de agua que colgaba en la percha situada al lado del caballete. Obedeció y se dispuso a recibir la invasión del líquido en su interior. Calculó que por lo menos contendría 2 litros. ¿Cómo podría ser capaz de retenerlos sin derramarse allí mismo sobre la alfombra?
- También me ha dicho la señora, prosiguió Sonia, que si derrama una sola gota sobre la alfombra tendrá que vestirse e irse sin verla hoy. Procure esforzarse.
Esto era contradictorio, pensó Rafael. Primero quiere que tenga el ano lo más dilatado posible y ahora tengo que esforzarme en contraerlo al máximo. Me parece que hoy tampoco voy a ver a Carla, se dijo con un sentimiento de gran frustración.
Sonia desenganchó la cánula y sujetando el tubo de goma doblado con la otra mano, llevó la cánula hasta la boca de Rafael.
- ¡Ensalívela para lubricarla!
Rafael lo hizo.
- ¿Preparado?
- Sí
- No soy su criada. Dígame ¡Sí señora!
- ¡Si señora!, repitió Rafael.
Sonia introdujo la cánula hasta el fondo en su ano y, a continuación, aflojó la mano con la que presionaba el tubo de goma. Rafael notó como se invadía su interior de agua tibia al tiempo que concentraba todas sus fuerzas en su esfínter anal. Le parecía que aquello nunca se iba a acabar. Notaba su vientre cada vez más hinchado pero el agua seguía fluyendo hacia su interior. Por fin la bolsa quedó completamente vacía y Sonia procedió a retirarle lentamente la cánula mientras Rafael incrementaba sus esfuerzos para no aflojar su esfínter. Al acabar de salir la cánula Rafael notó como se le escapaban algunas gotas que resbalaron por sus muslos y temió que en aquel momento finalizara su estancia en aquella casa, pero, por suerte, las gotas no llegaron al suelo.
- Bien, ahora, tiene que esperar aquí hasta que llegue la señora, ya no puede tardar mucho, dijo Sonia, pero no debe moverse. Aunque yo me marche le estaré vigilando a través del circuito cerrado conectado al sistema de alarma de la casa desde la habitación de la señora.
- Si señora, respondió Rafael
Pasaron unos diez minutos terribles, con unos calambres intestinales que jamás había experimentado; Rafael estaba a punto de ceder en su esfuerzo, pero al oír a Carla abrir la puerta de entrada a la casa pareció que se renovaban sus energías.
- Hola Patrick. ¿Cómo estás?
- Bien mi ama, aunque un poco incómodo.
- No te preocupes, enseguida podrás ir al baño. Pero antes dime si has cumplido todas mis instrucciones.
- ¡Sí, mi ama! Todas.
- ¿Estas seguro? ¿no me engañas? Preguntó Carla agachándose delante de Rafael mirándole directamente a los ojos.
- Sí, contestó. Al pie de la letra, mi ama.
- Bien, me parece que puedo creerte. Vete al baño y después de ducharte vuelves aquí.
-
Rafael regresó al cabo de unos 10 minutos.
- Espera aquí de rodillas. Ahora vuelvo.
Marisa salió de la sala y llamó a su criada. Sonia, baja
Las dos mujeres entraron en la sala donde Rafael permanecía arrodillado.
- Bien, dijo Marisa, dirigiéndose a Sonia. Quiero saber qué tal se ha portado Patrick en mi ausencia. ¿Te ha obedecido en todo como si fuera yo misma la que se lo ordenara, Sonia?
- No señora, al principio ha puesto pegas y parecía dudar. Después ha ido obedeciendo más, pero sólo cuando se ha dado cuenta de que sería peor para él.
- Me lo temía, contestó Marisa. Ahora no nos quedará más remedio que aplicar un correctivo a tu conducta Patrick.
- Es que yo no sabía que tuvieras una criada y me ha sorprendido que…
- ¡Que te calles! A partir de ahora, además de ser yo tu ama, Sonia es tu ama en mi ausencia. En mi presencia, los dos sois mis esclavos y haréis todo lo que yo os diga.
- ¡Sí ama!, contestaron al unísono.
- Patrick, por tu insolencia con Sonia, de momento vas a tener que chuparle las entrañas hasta que te quedes con la boca seca de tanto salivarla.
- Sí, mi ama Carla, contestó Patrick, resignado por tener que chupar a la criada de su ama en lugar de a ella, que era con lo que había estado soñando toda la semana.
- Hoy quiero que me ofrezcáis un espectáculo excitante para mí y humillante para vosotros-, dijo Marisa. -Sonia, desnúdate y después me traes todo lo que hay encima de la mesa del fondo.
Sonia se desnudó rápidamente e hizo lo que su señora le había ordenado.
- Patrick, ponte de pié y ven aquí. Te voy a atar los huevos y el pene para que no te corras a pesar de lo que te podamos hacer Sonia y yo
Rafael obedeció y, colocándose delante de Carla, se dejó hacer. Marisa agarró los huevos de Rafael i los sujetó fuertemente con un cordel de algodón. Los rodeó con varias vueltas de cordel y después los separó entre sí dando un par de vueltas a cada uno por separado. Finalmente pasó el cordel por encima del pene y lo rodeo con tres vueltas de cordel más. Rápidamente, todo el aparato genital de Rafael se fue amoratando y enrojecienco
- Sonia, trae aquí tus pezones que voy a ponerte las pinzas que tanto te gustan-, dijo Marisa con ironía.
Sonia se acercó con temor hacia Marisa e inclinó su cuerpo para que Marisa pudiera colocarle cómodamente las pinzas desde su asiento. Esperó con resignación la mordedura de las pinzas pero, pronto comprobó, aliviada, que no le dolían tanto como la última vez, por lo menos de momento.
- Bien, Sonia, veo que hoy no gritas. Túmbate aquí en el suelo de espalda, sobre la alfombra y, tú Patrick, ven aquí. Colócate delante de Sonia y hazle disfrutar con tu lengua en su coño. A ver que eres capaz de hacer.
Rafael hubiera deseado que le hubiera ordenado chupar las intimidades de Carla, aunque fuera ante la vista de su criada, pero obedeció sin rechistar. Se situó como le había dicho Carla y metió su cabeza entre sus piernas. Todavía no había llegado hasta su vulva cuando Sonia empezó a jadear. Sonia adelantó sus caderas y abrió más sus piernas para ofrecer mejor su coño a al boca de Rafael. Rafael se encontró con unos labios externos e internos totalmente lubricados y calientes. Rafael empezó a mover su lengua arriba y abajo. Primero, desde el ano hasta el clítoris y desde el clítoris hasta el ano. Al llegar al centro de su hendidura, aplanaba su lengua y presionándola hacia el interior, provocaba un efecto de ventosa al retirarla que volvía loca de placer a Sonia. Mientras tanto, Marisa contemplaba la escena recostada en su butaca. Lentamente se fue excitando y, poco a poco, pasó de tocarse el clítoris por encima de la ropa a introducir su mano por debajo de su falda hasta llegar a contactar directamente con el centro de donde emanaba toda su excitación.
Rafael, a pesar de tener los genitales estrechamente atados, sentía una gran excitación chupando las entrañas de la criada de Carla. Imaginaba que aquellas sedosidades eran las de su dueña y que él le estaba proporcionando un intenso placer.
De pronto notó la mano de Carla tocando sus genitales y dio un respingo. Carla se había levantado para comprobar el estado de excitación de Rafael.
- ¿Qué significa esto, Patrick? ¿Quién te ha dado permiso para empalmarte? Tendrás que aprender a excitarte sólo cuando yo quiera y con quien yo quiera.
- No puedo evitarlo, mi ama, balbució Rafael dejando por unos instantes de chupar a Sonia.
- No te he dicho que pares. Sigue chupando. Mejor dicho. Para un segundo. Túmbate de espaldas, y tú, Sonia, ponte en cuclillas y siéntate sobre su cara, quiero que cubras su boca con tu coño.
Los dos se colocaron rápidamente en la posición indicada por Marisa.
- Muy bien. Seguid. Sonia, avísame si deja de chuparte un solo instante, y por supuesto, no te corras sin mi permiso. ¿Entendido?.
- Si mi ama, contestó Sonia.
- Ahora vas a aprender a empalmarte cuando yo te lo diga, Patrick. Tienes 20 segundos para hacer desparecer esta erección.
Rafael trató de concentrarse en sus genitales para tratar de rebajar su tensión, pero pronto se dio cuenta que le era imposible si simultáneamente tenía que chupar el coño de Sonia. Transcurridos los 20 segundos Marisa dio un fuerte golpe con un pequeño látigo de finas cuerdas de nailon trenzado sobre el pene de Rafael que le hizo gritar y contraer todos los músculos de los glúteos, muslos y vientre. El dolor sobrevenido casi era insoportable y como consecuencia la erección de Rafael fue despareciendo con rapidez.
- Esto esta mejor. Y recuerda que si se te vuelve a subir recibirás otro trallazo.
- Si Carla, Respondió Rafael, mientras continuaba aplicando su lengua al coño de Sonia, la cual en estos momentos convulsionaba su cuerpo y contraía los músculos del perineo para evitar correrse sin el permiso de Carla.
- Aguanta Sonia. Sino ya sabes lo que te espera. Tienes que aprender a controlar tu excitación. Tus orgasmos dependen de mi voluntad. De aquí cien fustazos en tus muslos de ordenaré correrte y quiero que lo hagas en menos de 10 segundos. Si me desobedeces estarás un mes sin correrte.
- Si mi ama. Aguantaré sus cien fustazos y después me correré en el tiempo que usted me ha dicho.
- Muy bien, pues allí va el primero, cuéntalos en voz alta.
A cada fustazo Sonia se excitaba más, en una mezcla indefinible de dolor y placer que iba en aumento por la perspectiva de tener cada más cerca el instante en el que su ama le iba a permitir llegar al clímax.
Justo después de recibir el fustazo numero 100, Marisa empezó a contar lentamente, de uno a diez y Sonia se acomodó mejor sobre la boca de Rafael buscando un contacto más íntimo. Marisa iba por el número 5 y Sonia empezaba a notar como de sus entrañas subía una fuerza descomunal que se extendía por todo su cuerpo y nublaba su vista. En el segundo numero 8 preguntó con la respiración entrecortada ¿Puedo correrme señora?
- Aguanta hasta que yo te lo diga, Sonia. Ya veo que estás preparada. Tú chupa más rápido, Patrick; pasó medio minuto más y Sonia estaba a punto de desplomarse. Ya so sabía que hacer para retrasar su orgasmo. Estaba agotada de presionar los músculos del perineo.
- Córrete ahora, dijo Marisa. Sonia se abandonó a sus sensaciones y dejó que su orgasmo se fuera apoderando de ella. Fue largísimo y tras un pequeño valle volvió a explotar con mayor fuerza hasta un punto en que todo su cuerpo se convulsionó y sus jadeos se convirtieron en chillidos.
Marisa había participado en toda la escena con una fuerte agitación interna y ahora deseaba llegar ella al clímax.
Sonia se separó de la cara de Rafael, y Marisa le dijo que se incorporara para desatarle los genitales.
-Bien, Rafael-, dijo Marisa. -Hace ya dos meses y medio que no te corres. Hoy lo vas a hacer. Te masturbarás delante de nosotras de la forma más humillante que puedas imaginarte. Vuélvete a tumbar en el suelo.
Rafael obedeció.
- Y tu Sonia, ponte con las piernas abiertas a ambos lados de sus caderas mirándole a él a la cara.
- Mi criada te va a hacer una lluvia dorada mientras tú te masturbas. No puedes correrte hasta que notes el chorro de su orina sobre tus genitales. Si lo haces tendrás que abrir tu boca y tragarte todo el líquido que salga de sus entrañas sin derramar ni una gota.
Rafael quedó anonadado. No se esperaba esto, pero no quería defraudar a su ama ni a Sonia a la que también ya se sentía sometido después de haber chupado su coño durante más de media hora.
Mientras Sonia y Rafael se colocaban en la posición indicada, Marisa se quitó la falda y desabrochó la parte inferior de su body. Después de acomodó en la butaca y empezó a masturbarse mientras contemplaba como Patrick empezaba a manipular sus genitales con cuidado para no precipitarse y llegar al orgasmo antes de tiempo.
Por su parte, Sonia intentaba concentrarse en su esfínter urinario.
-Vamos Sonia, ¿A que esperas?
Es que no puedo.
Pues piensa que si no lo consigues, te espera el látigo que tanto te gusta.
Si señora, creo que ya me viene.
Por fin asomaron las primeras gotas en su uretra que resbalaron por sus piernas, pero unos segundos más tarde llegó el resto. Un chorro caliente cayó sobre los genitales de Rafael y ello provocó la electrificación se todo su cuerpo. Había conseguido aguantarse, pensó y, ahora Carla le daría permiso para correrse. Por fin podría vaciarse. No había imaginado que sería de esta manera, pero la verdad es que la situación estaba llena de elementos excitantes para él: la criada de Carla orinándose sobre el, Carla y Sonia mirando como se masturbaba en estas condiciones y la visión de Carla masturbándose excitada con su absoluta sumisión. Todo ello llenaba su cabeza de un montón de sensaciones que eran más psíquicas que físicas o tanto de una clase como de la otra. En definitiva, pensó, nunca antes he tenido una experiencia sexual y psicológica tan fuerte como esta. Distraído con estas ideas casi no oyó a Carla que le decía: Córrete ahora. Le dio la sensación de que la voz venía de lejos o como si la escena la estuviera imaginando. Todo parecía transcurrir a cámara lenta. Había tiempo para sentir y para pensar en lo que sentía. De pararse a pensar en lo humillante que era estar masturbándose debajo de la criada de Carla y de la vergüenza que le había hecho pasar aquella tarde cuando le ponía el enema. De darse cuenta de que a partir de aquel día tendría dos dueñas y de preguntarse que más podría suceder, a que más le podrían someter De repente cayó en la cuenta de que ya se había corrido. Tan absorto había estado que la eyaculación le sobrevino sin los espasmos característicos, lenta y rítmicamente, prolongándose en el tiempo y con una gran profusión de esperma. Todo el que había ido acumulando en 75 días de ansiosa excitación reprimida a fuerza de voluntad transferida y sostenida en la misma excitación que aguantarse las ganas le proporcionaba.
Se giró hacia Carla y vio como convulsionaba todo su cuerpo en espasmos rítmicos espaciados. También ella se estaba corriendo lentamente mientras pensaba en todo lo que había venido sucediendo en los últimos meses. Se tocaba el clítoris lentamente y en cada movimiento circular de su dedo índice, aparecía una escena fugaz en su mente en las que alternativamente estaban presentes Sonia y Patrick. Con su imaginación fue recordando todos los momentos intensos de los últimos meses. A medida que transcurrían las escenas en su mente, aumentaba su excitación y por fin se reencontró con el momento presente. Fue entonces cuando entreabrió los ojos y vio a sus dos sumisos observándola. Están aquí y están dispuestos a hacer todo lo que yo les diga, pensó. Disfrutan de obedecerme.
- ¡Arrodillaros a mis pies! ¡Chupádmelos!, esclavos míos. ¡Chupadme los pies! ¡Vamos!
Mientras Sonia y Rafael se disponían a obedecer, a Marisa le sobrevino el mayor orgasmo, que recordaba, de toda su vida. Gritó, se agitó, se desplomó y se quedó temblando durante unos cinco minutos con espasmos vaginales que hacía convulsionar todo su cuerpo. Entre tanto, Sonia y Rafael, se aplicaban a besar y lamer sus pies desnudos.
- ¡Parad ya!-, dijo por fin Marisa, cuando se sintió con fuerzas para hablar.
Limpiadlo y recogedlo todo. Después os vais a duchar. Cuando acabéis volvéis para recibir mis instrucciones.