Domina Marisa. Segunda entrega

Marisa continua instruyendo a Sonia, convertida en su sumisa criada tras ser descubierta fisgoneando en su diario privado

Cuando Marisa se despertó ya eran la tres de la tarde. Se levantó y se dirigió a la cocina para comer algo. Normalmente se preparaba la comida ella misma pero decidió que hoy Sonia seria su cocinera. Quería observarla ir i venir desnuda por la cocina mientras se la preparaba.

  • Sonia, gritó. Ve a prepararme algo para comer.

Sonia entró en la cocina avergonzada de mostrarse completamente desnuda ante su ama, pero procuró disimular su turbación y preguntó dócilmente que deseaba comer.

  • Hazme una ensalada y un bistec a la plancha.

Sonia se dirigió a la nevera y empezó a sacar lo necesario para preparar lo que Marisa le había indicado. Mientras tanto Marisa la observaba sentada en una silla satisfecha de la nueva relación que tenía, ahora, con su criada, desde esta misma mañana. Ahora que la veía de pié delante de ella tenía la oportunidad de admirar mejor todo su cuerpo; desde el primer día se había dando cuenta que era una muchacha muy guapa, pero ahora que estaba completamente desnuda se lo parecía mucho más. Calculó que mediría un metro sesenta, su piel era de un negro reluciente, no demasiado oscuro. Tenía un trasero prominente y duro, las caderas anchas y bien torneadas, la cintura estrecha y unos pechos majestuosos. Sus piernas parecían fuertes y estaban muy bien cinceladas. Pero lo que más llamaba la atención era su expresión sensual, con una boca grande y unos labios muy gruesos. Su mirada era risueña y soñadora. Llevaba media melena, de pelo alisado y teñido de un color difícil de definir, que producía reflejos grises y dorados. Le resultaba extraño que o tuviera novio.

Sonia tuvo, en poco tiempo, lista la comida de Sonia. Se la sirvió y esperó recibir nuevas instrucciones.

  • Ponte de rodillas cara a la pared mientras como, le dijo Marisa. Recuerda que sigues castigada y harás todo cuanto te ordene, todo el tiempo que yo quiera.
  • Si señora, respondió Sonia mientras se arrodillaba en un lateral de la cocina.

Cuando Marisa acabó de comer se levantó y le dijo a Sonia que se levantara y lo recogiera todo.

  • Después de arreglar la cocina continúa con tu trabajo. A partir de ahora voy a ser mucho más exigente contigo. Estoy harta de que todo lo hagas a medias. Te compraras una libreta donde anotaré todas las incorrecciones que cometas en tu trabajo. Y ninguna quedará sin castigo. ¿Entendido?
  • Si mi ama.

-De acuerdo entonces. Ahora me voy a comprarte el uniforme que tendrás que llevar puesto a partir de mañana. ¿Qué numero de pié calzas?

  • el 38 o 39 señora.

  • Te compraré un 38 y si te duele un poco, mejor.

  • Si señora. Lo que usted diga, señora.

-Hasta luego.

Marisa cogió su Porche y lo condujo hasta una tienda de ropa de trabajo que veía siempre de paso hacia su despacho. Rápidamente encontró parte de lo que buscaba: blusa blanca, minifalda y chaqueta negra, una cofia y un delantal de puntillas. La chaqueta tambien iba ribeteada con un encaje al final de la mangas. Ahora le faltaba comprar unos cuantos pares de medias negras, ligueros y unos zapatos negros de salón medianamente altos. Cerca de ahí había una zapatería y una lencería. En menos de una hora tenía todo lo que necesitaba. Después pensó en lo que necesitaría para castigar comodamente a su nueva sumisa y, también, si necesitaba algo para aplicarle a Rafael. Pàtric, para ella. Necesitará algunas palmetas y fustas. Caminando llegó hasta una sex shop y no pudo resistir la tentación de comprar un montón de cosas. Mientras iba solicitando al empleado de la sex shop que le mostrara los más diversos artilugios este la miraba entre socarrón y divertido. Ella procuró no hacerle el más mínimo caso y se comportó como si estuviera comprando los artículos más inocentes del mercado.

  • Esta fusta ¿es toda de cuero? Preguntaba. Y esta palmeta?
  • Si señora, todo es de la mejor calidad. Con ellas se puede anular completamente la voluntad de cualquiera ya sea hombre o mujer.
  • Pues ve con cuidado que no las emplee contigo, bromeó Marisa.
  • Ya me gustaría señora. Por aquí no vienen muchas mujeres como usted y es un placer servirlas las pocas veces que lo hacen. Si usted quisiera…
  • Lo siento, pero no me interesas, yo ya tengo lo que necesito. Pero no se desanime, quizás en otra ocasión, con otra clienta tendrá más suerte.
  • Por supuesto, perdóneme la impertinencia, pero es que veo que es usted una mujer tan decidida que por un momento he tenido la esperanza…
  • Vale, vale. No tiene importancia. Dígame cual de estos látigos es el más doloroso
  • Los más delgados señora. Fíjese en la punta de este, acaba en unos nudos de nailon trenzado que se clavan en la piel al golpearla. Si no se tiene cuidado llegan a producir heridas muy dolorosas. Son los mismos que utilizan los jinetes de caballos de carreras, aunque los caballos tienen la piel más dura que las personas.

Sonia siguió curioseando por otras dependencias de la tienda. Se fijó en una colección de pinzas para los pezones con pesos de plomo de distinto tamaño. Solicitó cuatro pares diferentes. Finalmente hizo que le bajaran un arnés de cuero lleno de tiras y anillas diseñado para adornar el cuerpo de una sumisa. También decidió comprarlo. En total se llevaría cuatro pares de pinzas, dos palmetas, dos fustas de distinto grosor, dos látigos extremadamente delgados y un látigo de siete colas de tamaño mediano.

Mientras el empleado le iba envolviendo todo el material le comentó que acababan de llegar unos cinturones de castidad para hombres completamente diferentes a todo lo que hasta este momento había tenido que, en realidad, parecían más de broma que efectivos. Solicitó verlos y ante las explicaciones del empleado quedó convencida de su eficacia y lo añadió a su compra. Lo pagó todo con su tarjeta de crédito y Salió de la tienda llevando cuatro bolsas negras. Se dirigió rápidamente al coche suplicando que no la viera ningún conocido que pudiera sospechar sobre su contenido. Por fin llegó aliviada. Abrió el capó, lo metió todo y se marchó de vuelta a casa.

Al llegar, Sonia estaba a punto de marcharse. Ven un momento le dijo al verla que se estaba vistiendo para regresar a su casa. Antes de irte quiero ver como te sienta todo lo que te he comprado. Ayudame con las bolsas.

Sonia empezó por ponerse las medias y el liguero. Después se puso la falda, a continuación la blusa sobre sus pechos desnudos y finalmente la chaqueta.

  • Ponte el delantal -le indicó Marisa- y también la cofia. Perfecto, -aprobó Marisa-. Y ahora cálzate estos zapatos... Fantástico. Ahora sí parece una verdadera criada, la criada de una gran señora. Estás realmente magnífica. A ver ven. Inclinate sobre tus rodillas, que quiero ver como muestras el culo desnudo al inclinarte. Sonia obedeció y Marisa pudo observar el comienzo de sus nalgas y entre ellas la sombra del vello púbico que asomaba por delante de su ano. Alargó su mano asta el mismo y aprisionandolos don los dedos indice y pulgar dio un fuerte estirón que hizo gritar a Sonia. No me gusta este vello. Lo primero que harás casa será depilarte el pubis completamente. No quiero ver ni un pelo. Si algún día te veo alguno te arrepentirás de haberlo dejado crecer. Me entiendes?.

  • Si mi ama, respondió Sonia.

  • Ahora quédate ahí y no te muevas de cómo estás. Quiero saber si me han engañado en la sex shop donde he comprado todos los instrumentos que necesito para tu castigo.

Marisa vació el resto de las bolsas, cogió un par de pinzas y agachándose delante de Sonia, que permanecía doblada por la cintura, le desabrochó la blusa y le colocó una pesada pinza en cada pezón. Sonia empezó a respirar más deprisa intentando soportar el dolor.

Más vale que te acostumbres pronto a soportar esto porque no voy a hacer caso de tus quejas.

  • Si mi ama, dijo entre cortadamente Sonia.

Marisa se levantó, se colocó detrás de Sonia y le levantó la falda hasta la cintura. A continuación cogió una de las fustas y empezó a probarla sobre el culo desnudo de Sonia. Le dio diez fuertes fustazos, cada uno de los cuales fue respondido con un grito ahogado de Sonia. A continuación Cogió una palmeta y volvió a darle 10 golpes más. Sonia parecía soportarlos mejor. Después le tocó el turno al gato de siete colas. Esta vez fueron quince los latigazos que tuvo que soportar su sumisa criada. Por último, agarró el látigo y le propino 7 fuertes latigazos. Esta vez Sonia no pudo dejar de gritar con todas sus fuerzas ya que el dolor era terrible.

  • Vale por hoy. Estoy demasiado cansada para continuar con tu instrucción, pero esto no ha hecho más que empezar. ¿De acuerdo Sonia o ya te estás arrepintiendo del trato que te estoy dando?
  • No señora, de ninguna manera. Todo lo que usted me hace me lo merezco por ser una fisgona y deseo que usted corrija mi mal comportamiento como usted considere necesario. Le juro que acepto de buen grado todos sus castigos.
  • Esto me complace, Sonia. Seguro que conseguiré hacer de ti una buena chica. Pero no quiero que te vayas sin volver a sentir vergüenza delante de mí. Túmbate en el suelo y empieza a masturbarte, que yo te vea como lo haces.
  • Sonia obedeció y alzándose la falda llevó su mano a su clítoris. De su interior volvía a manar una abundante secreción vaginal. Se había vuelto a calentar con los azotes de Marisa.
  • ¡Vamos! Excítate! -dijo Marisa-.

Tambien ella sentía unas grandes enormes de llevar su mano a su entrepierna pero resistió la tentación. Si, acaso, lo haría cuando ella ya se hubiera marchado, pues no quería parecer ante ella como una perra en celo.

Sonia tardó muy poco tiempo hasta estar al borde del orgasmo. Masturbarse ante su dueña le provocaba un morbo especial que jamás antes había sentido. Sentía que estaba ofreciendo un espectáculo para su señora y se sentía seductora imaginando lo que estaría sintiendo su señora al verla. Ya no podía más. Su orgasmo iba a explotar de un momento a otro. ¿Puedo ya correrme señora? Preguntó. La pregunta fue muy del agrado de Marisa. No la esperaba, pero con ello Sonia le demostraba que también su placer dependía de ella.

  • ¡No! -contestó-, ¡No puedes! ¡Párate inmediatamente y ve a vestirte con tu ropa! Sólo te correrás cuando yo lo decida. Ni se te ocurra darte placer estando sola. Seguro que me daré cuenta y no pienso consentírtelo. Si me engañas te vas a enterar. Entendido?
  • ¡Sí, mi ama! No lo haré jamás sin su permiso, contestó Sonia, entre frustrada y contenta por sentirse más dependiente de su señora.
  • Ahora vete. Cuando salgas cierra la puerta con llave. Yo ya no voy a salir más por hoy. Me voy a duchar. Hasta mañana.