Domina Marisa
Marisa, descubre a su criada leyendo su diario íntimo, la cual al ser descubierta suplica que su señora la castigue en lugar de despedirla
Marisa vivía en una gran casa señorial situada en la parte alta de la ciudad, que había heredado de sus padres después de que murieran en un trágico accidente 7 años atrás cuando ella andaba por los 37. Aquel acontecimiento le había afectado mucho y durante bastante tiempo sintió la amargura de la soledad. Nunca se había casado y siempre había vivido con ellos a excepción de los años universitarios en los que se desplazó a Madrid para cursar derecho y en el año siguiente en el que fue a cursar un master a Londres de derecho financiero internacional
Enseguida pensó en venderla para comprarse un piso en la ciudad más cerca de su trabajo, pero después de recibir un par de ofertas infames poco a poco fue espaciando los anuncios de su venta en un diario local hasta que por fin se olvidó del tema. En el fondo se acostumbró a vivir sola y además, temía que enajenándola enajenara con ella sus recuerdos y todos los sentimientos que la unían a su pasado.
Ahora, después de trabajar dos años como pasante en un despacho ajeno, trabajaba por cuenta propia y no le iba nada mal, sobre todo después de ganar un difícil pleito que le habían proporcionado unos empresarios arruinados que no podían pagar una abogado de prestigio mucho más caro. La cosa salió bien y el éxito llenó su despacho de una clientela cada vez mejor. Se podría decir que sin llegar a ser rica gozaba de una más que envidiable posición.
Fue uno de sus clientes quien lea introdujo en este mundo de fantasía y relaciones de dominio y sumisión tan rico en fuertes sensaciones poco convencionales. Se llamaba Jordi i era el subdirector de un banco que pleiteaba desde hacía años con una sociedad por el impago de una deuda importante. La sociedad se había declarado en suspensión de pagos pero Marisa consiguió demostrar que todo había sido un artificio contable descubriendo una cuenta en el extranjero a la que habían transferido todos los beneficios no contabilizados de la empresa para substraerlos al control fiscal. El banquero ganó el pleito i también el puesto de director.
Desde el primer día que Marisa conoció a Jordi se sintió muy impresionada por su personalidad y sintió la necesidad de escribir en una vieja libreta las sensaciones que le causaba aquel hombre en cada una de las entrevistas de trabajo. Poco a poco aquel cuaderno se fue convirtiendo en su diario. El primero que escribía en su vida a pesar de su edad. Sentarse cada noche antes de acostarse a poner por escrito lo vivido durante el día la relajaba y le ayudaba a huir de su sensación de soledad que en los últimos tiempos ya casi había desaparecido.
Sonia era su empleada de hogar desde hacía tres años. Era una chica joven de origen africano pero que había nacido en Francia. Sus padres habían emigrado a aquel país cuando su madre estaba ya embarazada de ella. Desde muy joven había acudido varios veranos a recoger fruta en Lérida por lo que hablaba un perfecto castellano y entendía bastante bien el catalán si bien no se atrevía a hablarlo.
Aquel lunes por la mañana Sonia tenía prisa por llegar a la casa de Marisa para continuar leyendo el cuaderno rojo que había encontrado por casualidad en uno de sus cajones. Mientras estaba pasando el aspirador por su habitación vio el cajón de la mesilla de noche entreabierto y no pudo resistir la tentación de curiosear en su interior. Debajo de algunas prendas de ropa interior asomaban unas tapas rojas. Apartó las prendas que lo cubrían y pudo leer el título. “Impresiones” No fue capaz de resistirse a abrirlo para ver de qué se trataba. Sólo pudo leer a toda prisa las primeras páginas, pero fueron suficientes para dejarla boquiabierta al empezar a descubrir la vida oculta de su señora: lo que allí se narraba no podía haberlo sospechado nunca de Marisa. No tenía nada que ver con la señora seria, intelectual y tan aparentemente falta de pasión que ella conocía. Había tenido que interrumpir la lectura ante el temor de ser descubierta ya que había oído el coche de su señora entrar en el jardín que llegaba del despacho. En todo el fin de semana no había podido pensar en otra cosa. Calculaba que todavía le quedaban por leer treinta o cuarenta páginas llenas de pasión escritas con una letra menuda y muy cuidada como si su autora quisiera saborear cada palabra y como si al empequeñecer su tamaño quisiera ocultarse a sí misma una parte de su tremenda carga emotiva. Ella había visto papeles del despacho y recordaba perfectamente que la letra era diferente, mucho más grande y más desgarbada.
Hoy tendría toda la mañana para solazarse con su lectura. Deseaba con intensidad conocer todas las profundidades secretas de aquella mujer.
Por fin llegó a las inmediaciones de su casa, aparcó cu viejo coche y se caminó deprisa hacia la entrada. Abrió la puerta, comprobó que Marisa ya se había marchado como siempre a su trabajo y subió rápidamente las escaleras que conducían a su habitación. Al entrar en ella endenteció su marcha. Dudó un momento antes de dirigirse directamente a su mesilla de noche. En su conciencia algo le decía que no era correcto lo que estaba a punto de hacer, pero la tentación fue más fuerte que ella y siguió avanzando con sigilo a pesar de que sabía que nadie podía oírle. Estiró el cajón pero no cedió. Estaba cerrado y no tenía ni idea en donde podía Marisa guardar la llave. Seguramente la llevara consigo. Bien se dijo, esto no tiene porque ser un problema, solo tengo que recordar como se hacían estas cosas. Se sacó un clip de su alisada melena y empezó a hurgar en la cerradura tratando de recordar lo que había aprendido en Nimes viendo a sus amigos abrir cajas de caudales robadas escondidos detrás de la tapia de una vieja fábrica abandonada en el extrarradio de la ciudad. Alguna vez le habían dejado probar y en varias ocasiones los había dejado boquiabiertos con su hábil manejo. Aquí la tenéis capullos, solía decir. Parece mentira que una chica sea más lista que todos vosotros juntos.
En pocos minutos encontró el reborde que buscaba, empujó hacia arriba y giró la muñeca. El diario era todo suyo. Se tumbó en la cama todavía desecha de Marisa y empezó a leer:
Hoy es 25 de noviembre. Por fin he conocido a Rafael. Ahora mismo me está llamando por teléfono pero no pienso contestarle por ahora. Antes quiero asegurarme que esta vez no me equivoco; me ha causado muy buena impresión. Es un hombre alto, moreno, de complexión atlética. No le he preguntado por la edad pero debe andar por los 47 o quizás no tantos. En el Chat me dijo que era maduro pero que prefería no revelarme su edad hasta que nos viéramos. Parece tímido, pero emprendedor. Me lo ha demostrado cuando tras un ligero titubeo se ha levantado decidido y ha cogido la carta y la bolsa que le he ofrecido.
Ahora mismo estoy muy excitada pensando en todo lo que puede venir a partir de hoy. Quizás por fin pueda experimentar todo lo que durante tanto tiempo he deseado sentir. Experimentar lo que se siente cuando tienes un hombre a tu entera disposición. Cuando ves que el desea que te impongas a su voluntad, que notas que anhela tus caricias y tu tienes el poder de dárselas o no a voluntad. Ya me imagino ser deseada por el. Que le ordeno que se arrodille ante mí y lo hace con devoción absoluta. Le pido que me bese los pies y tengo que detenerlo porque en su entusiasmo casi me los devora. Casi no puedo imaginar lo que sentiré el día en que le ordene meter su lengua en mi vagina o en mi culo. Estoy mojándome sólo de pensarlo. Se que se extasiará tanto que podré observar el estremecimiento de su cuerpo y adivinar el de su espíritu. Seguro que no seré capaz de resistirlo mucho tiempo, tendré que apartarle y pedirle a continuación que vuelva a empezar. Nunca antes nadie me habrá tratado así. Nunca nadie se me habrá entregado igual.
Pero quiero que me desee todo el tiempo no solo durante nuestros encuentros. No tengo que dejarle correr la primera vez que estemos juntos, ni tampoco la siguiente. Tengo que conseguir que me desee más que a nada en este mundo. Deseo sentirme anhelada, ser el centro al cual gire su vida.
Ante todo tengo que conseguir que sienta que soy su dueña absoluta y para ello tendré que castigarle aunque me cueste hacerle daño. Se que lo desea. Este teléfono sonando es la prueba: todavía no se ha quitado el plug anal y ya no puede aguantarlo más, pero resiste. Pues que espere un poco más. Así aprenderá a tener paciencia. Se tiene que ir olvidando de su voluntad. Desear ser la mía.
Cuando esta tarde le he visto regresar del baño rígido y caminando con dificultad he sabido que había empezado a ser mió. Poco a poco seremos uno, Mi voluntas su deseo. Mi deseo su anhelo. Su anhelo mi enaltecimiento, su adoración mi glorificación. Nos fundiremos en un mar de sentimientos y arderemos en un volcán de emociones.
Hay! No puedo seguir. Cuanto deseo que todo salga bien!
Sonia tampoco podía seguir leyendo. Notaba su coño caliente y era presa de una tremenda excitación. Aquellos párrafos la hacían arder de deseos de vivir una experiencia semejante. Se imaginaba que ella era Rafael y era a ella a quien iban dirigidas las palabras de Marisa. Se recostó sobre su espalda, se desabrochó los vaqueros y llevó su mano hasta la entrepierna. Mientras recordaba algunas de las frases que acababa de leer se empezó a masturbar. Mientras lo hacía releía algunas frases del cuaderno que sostenía con la otra mano. Pero ya no podía sostenerlo más. Necesitaba llevar sus dos manos al interior de su vagina donde parecía arder una llama que crecía en intensidad. Le estaba llegando un fortísimo orgasmo, pero de repente escucho la voz atronadora de Marisa.
-Sonia que estas haciendo?
Se incorporó de un salto. En la puerta de entrada a la habitación estaba Marisa de pié con la mirada desencajada.
-no lo puedo creer. ¿Quién te ha dado permiso para hurgar en mis intimidades? Estás leyendo mi diario. ¿Cómo te has atrevido? ¿Querías robarme?
Sonia, todavía encima de su cama no podía articular palabra. Los ojos se le llenaron de lágrimas y empezó a balbucear entre sollozos palabras inconexas. – No señora, yo no quería robarle nada, se lo juro por mis antepasados. Solo es que… el viernes, antes de irme, por casualidad descubrir este cuaderno.
-Como que por casualidad? El cajón de donde has cogido esto estaba cerrado. Estoy segura yo mismo lo he cerrado esta mañana y esta es la llave. Marisa se sacó la llave del bolso de un compartimiento lateral. Tú lo has forzado.
Sonia bajó la cabeza avergonzada. Tendré que despedirte inmediatamente
- no por favor, señora, se lo suplico, déme una oportunidad, yo se lo explicaré todo.
- Que demonios me has de explicar maldita ladrona?
Marisa se había colocado a medio metro del rostro se Sonia apoyándose sobre el borde de la cama y inclinando su cuerpo hacia delante.
-Dime que aplicación tiene esto. Abres mis cajones y violas mis más íntimos secretos.
-Es que yo al descubrirlo por casualidad no he sido capaz de resistir la tentación.
-Te he visto masturbarme con mi diario. Niégalo si puedes. ¿Qué pasa, te excita conocer el tipo de relaciones que mantengo en mi vida privada?
Subrayó la última palabra elevando el tono de voz y alargando su pronunciación.
No señora, es que, bueno quiero decir que al leerlo me he imaginado cosas.
-Que cosas? Contesta.
No se como explicárselo. Sonia se había bajado de la cama por un lateral y se había puesto de pie inclinando la cabeza hacia el suelo. Seguía sollozando y la vergüenza que sentía casi no la dejaba pensar. Se sentía como una cucaracha que de un momento a otro iba a ser aplastada.
-Venga, habla
-tiene razón, dijo por fin. Me he excitado pensando que yo era ese tal Rafael y usted me obligaba a hacer todas estas cosas que dice. Lo siento mucho, le juro que no volverá a pasar. Haré lo que usted quiera. No me despida por favor. Trabajaré el doble, lo que usted desee. No tiene porque pagarme las horas extra.
-Vaya, ahora suplicas. A buenas horas. Es increíble! No puedo entender como una chica como tu se a atrevido a hacer una cosa así, y yo que confiaba en ti y te he dejado las llaves de mi casa. Y por si fuera poco te masturbas a costa de mis confidencias.
Mientras estaba diciendo estas palabras Marisa empezó a pensar lo que podía pasar si despedía a su empleada. Aquella chica era capaz de ponerle una demanda por despido improcedente y, lo último que necesitaba era tener que dar explicaciones a un juez sobre el motivo del despido. Sonia podía ventilar todas sus intimidades y en pico tiempo ser ella el chascarrillo de todos los bufets de la ciudad.
Marisa se retiro hacia una pared de la habitación y apoyando su frente en ella dijo. Ahora cállate, Sonia. Déjame pensar un momento que voy a hacer contigo.
-yo
-que te calles te digo.
- Si señora ya me callo.
Pasaron unos minutos interminables antes de que Marisa dictara sentencia. Por fin Marisa se giró hacia Sonia y en una voz mucho menos intempestiva le dijo:
-Sonia, esto no puede quedar así como si no hubiera pasado nada. O te despido o encontramos una manera de que yo obtenga una satisfacción por esta terrible ofensa tuya.
Lo que usted quiera señora. Con tal de que no me despida cualquier cosa.
bien, veamos
Si esta chica se ha excitado imaginando que era la protagonista de uno de mis juegos, pensaba Marisa, la situación podía dar un vuelco insospechado.
- Te has portado muy mal y tu conducta no puede quedar sin castigo.
- Si señora, estoy dispuesta
- Prefieres que te castigue a que te despida?
- Si lo prefiero, señora marisa, puede estar segura. Necesito este trabajo
- y que clase de castigo aceptarías, Sonia?
Sonia no sabía que contestar, pero finalmente se atrevió a decir lo que pensaba
- Podría castigarme de la misma manera que describe en su… perdone, en su diario.
Marisa articuló un ligero sonido de aprobación con los labios cerrado, expulsando el aire por la nariz.
Muy bien. Sea, empezaremos ahora mismo. Pero no creas que sea suficiente con una sola vez. Te repetiré el castigo que inmediatamente te voy a dar todas las veces que considere necesario hasta que esté segura de tu completo arrepentimiento y hasta que no tenga dudas de que no volverás a intentar nada parecido. ¿Estas de acuerdo?
si señora. Completamente, me lo merezco.
muy bien. Quítate inmediatamente los pantalones y ponte sobre mis rodillas. Voy a hacer que te arrepientas de lo que has hecho, puedes estar segura.
si señora contestó Sonia mientras empezaba a bajarse los vaqueros que todavía llevaba desabrochados.
Quítate también las bambas y los calcetines. Así estás ridícula.
Sonia obedeció
-Vamos, ¿Qué te he dicho antes, sobre mis rodillas.
Marisa se había sentado en el borde de la cama y ahora Sonia estaba colocada de través sobre sus rodillas con las manos y los pies tocando el suelo.
Marisa bajó las bragas de Sonia que se estremeció de vergüenza. Estaba haciendo esfuerzos para que Marisa no oyera sus sollozos.
Marisa alzó la mano desnuda y la bajó con fuerza sobre la nalga izquierda de Sonia. Sonia lanzó un gemido. Volvió a alzarla y golpeó esta vez la nalga derecha y así alternativamente hasta completar 20 palmetazos. Si no siguió era porque tenía la mano dolorida.
- incorpórate, pero no creas que hemos acabado. Ve a coger el cepillo de pelo que está sobre el tocador. Creo que será más efectivo.
Sonia se dirigió rápidamente hacia el tocador. Estaba todavía avergonzada pero ya no parecía tan arrebolada. A Marisa le dio la impresión de que incluso deseaba que continuara la azotaina.
- No te muevas de donde estás, dijo Marisa
Sonia ya tenía el cepillo en la mano y estaba a punto de darse la vuelta para volver a ocupar su posición sobre las piernas de Marisa.
- Deja el cepillo donde estaba y apoya las manos sobre el tocador.
Sonia obedeció.
- Las piernas más atrás y más abiertas.
Marisa se levantó de la cama y se dirigió hacia Sonia. Le agarró por la cintura y elevó sus caderas para que su culo sobresaliera y quedara más expuesto a los azotes. A continuación cogió el cepillo y fue descargando, uno a uno, una innumerable cantidad de golpes que dejaron completamente amoratado el culo de su empleada. Sonia gritaba, arrugaba su cuerpo pero después volvía a ofrecer su culo para recibir el siguiente correctivo en la posición que le había ordenado su señora.
Esta actitud excitó a Marisa. Estaba claro que Sonia aceptaba su castigo y en parte lo deseaba, quizás se sentía un poco redimida ante su empleadora mostrando esta actitud sumisa.
Marisa se tomó un descanso para observar la parte desnuda del cuerpo de Sonia. Nunca le habían atraído las mujeres, pero ante la visión de aquel curo azotado lleno de pequeños moratones que se ofrecía a su voluntad, se sentía fascinada. Su piel negra, aunque no en exceso, brillaba con las gotas de sudor que bajaban de su espalda. También observó hilillos de sudor resbalando por la cara interior de sus piernas. O no era sudor. Acercó su mano para comprobarlo. Confirmó lo que había sospechado, aquel líquido era más viscoso que el sudor y salía directamente de la vagina de Sonia.
- Que te está sucediendo Sonia?, preguntó. Qué son esas gotas que te resbalan por los muslos.
Acercó sus dedos empapados a la nariz de Sonia.
- Esto no sale de tus poros. La azotaina te ha excitado, verdad Sonia?
- Sonia no sabía que responder. Es que enseguida me mojo por nada, señora. Soy muy sensible. No puedo evitarlo, perdóneme señora.
- Una cosa es ser sensible cuando te tocan ciertas partes del cuerpo y otra es este charco que ha brotado de tu interior mientras te castigaba. Veo que te excita que te azoten.
- Si señora, reconoció Sonia.
- Muy bien pues ahora quiero saber cuanto te excito yo. ¿o no es verdad que te excito Sonia? No mientas. Te he visto más de una vez mirarme cuando salgo desnuda del baño. ¿Te gustan las mujeres Sonia?
- Un poco, señora. Me gustan más los hombres, pero en Francia tuve mis primeras experiencias con otras chicas del barrio donde vivía y todavía me acuerdo.
- Pues a mí solo me gustan los hombres. Pero no voy a hacerle ascos a tu lengua. Soy muy liberal. Bueno, tú ya lo sabes. Y para terne un buen orgasmo me importa muy poco si la lengua que me lo provoca es de hombre o mujer. Y si es la lengua de una negra descarada y tan guapa como tu, mucho mejor. Venga, vamos a la cama. Ahora tendrás que humillarte metiendo tu lengua en mi coño. También esto formará parte de tu castigo.
- Si señora, lo que usted diga, contestó ansiosa Sonia.
- Date prisa.
Marisa se sentó de nuevo en el borde de la cama y Sonia se arrodilló a sus pies
- Quítame las botas, dijo Marisa.
Sonia obedeció
- Y ahora los pantis.
Mientras Marisa Alzaba sus caderas, Sonia llevó sus manos hasta su cintura y hizo resbalar sus pantis hasta sacárselos del todo. Después le ordenó que le quitara sus bragas.
Sonia ya iba a meter la cabeza entre las piernas de Marisa que ya se había subido la falda hasta dejar al descubierto toda la parte inferior de su cuerpo debajo de su cintura cuando Marisa la detuvo,
- Un momento, no tan deprisa. Quiero que empiece lamiendo mis pies. Así sentirás que a partir de hoy, además de tu señora soy tu dueña.
- Si mi ama contestó Sonia con voz entusiasmada. A continuación bajó su boca hasta uno de sus pies y se metió con devoción toda la parte delantera en su boca
- Más despacio, Sonia. No te entusiasmes. Lámelos poco a poco, dedo por dedo, suavemente. Así , muy bien.
A Marisa le encantaba que le lamieran los pies, pues a parte de la sensación física, le producía un sentimiento psicológico de ser la dueña de quien se los estuviera lamiéndolos. Ahora empezaba a sentir Que Sonia también era suya, una prolongación de su voluntad y esto elevaba su autoestima. Mientras Sonia seguía lamiendo sus pies mucho más lentamente de lo que hubiera deseado, Marisa se fue excitando. Una parte de sí misma se resistía porque no podía reconocer que le gustaban las mujeres y seguramente no era así. Nunca me podría enamorar de otra mujer pensaba. Por lo menos nunca había sentido nada más allá de la ternura por una amiga por muy íntima que fuera. Pero esto no era amor, era sexo, se dijo y contra el sexo no tenía nada que objetar. Por fin se abandonó y dejó que su excitación fuera en aumento. Ahora deseaba algo más que las agradables sensaciones en sus pies.
Ve subiendo por las piernas con tu lengua muy lentamente. Sonia llegó a la rodilla de su pierna derecha.
vuelve a empezar desde abajo por la otra pierna,.
Tras unos cinco minutos Sonia volvía a estar en su otra rodilla.
- Sigue por los muslos. Por los dos al mismo tiempo, dijo Marisa juntando sus rodillas. Vamos, continua más deprisa. Marisa ya no podía esperar más. Deseaba el momento en que la lengua de Sonia llegara a su entrepierna. Por fin la boca de Sonia estaba a las puertas de donde nacía todo el fuego que calentaba todo el cuerpo de marisa. Todo el cuerpo de ¨Marisa se convulsionó .
- Chupame, vamos. Mete tu lengua en el fondo de mi coño como si te fuera la vida en ello o quedarás despedida.
Sonia no tuvo que hacer ningún esfuerzo, lo estaba deseando con todas sus fuerzas. Introdujo su joven lengua hasta el fondo. Era una lengua larguísima y se movía con extraordinaria agilidad. Marisa estaba en un frenesí de sensaciones.
- Para, quiero que te desnudes de l todo. Sonia se quitó la camiseta y los sostenes. Marisa también se desnudó. Sonia tenía unos pechos negros hermosísimos, llenos, erguidos y bastante grandes, con una aureola mediana y con unos pezones erectos que sobresalían como almendras.
Marisa no pudo resistir la tentación al verlos. Ven dame tus pechos, quiero saber a que saben.
Sonia, que se había incorporado para desnudarse ofreció sus pechos a la que ahora ya sentía como su dueña y Marisa los succionó con fruición. Era la primera vez en su vida que tocaba y chupaba los pechos de otra mujer y estaba encantada. Ya no se resistía a ninguno de sus deseos. También quería probar que sensaciones le produciría chupar el coño de Sonia.
- Vamos, ven , sube a la cama. Túmbate y vuelve a poner tu boca allí donde la tenías. Yo voy a probar a que sabe ese interior que mana tantos jugos.
Las dos, en posición invertida metieron sus lenguas respectivas en el coño de la otra y así estuvieron lengüeteándose hasta que a ambas les sobrevino un orgasmo tremendo casi simultáneo. Los gemidos de una eran contestados por los de la otra hasta que las dos se fundieron en una jauría de alaridos. Tras el orgasmo continuaron un buen rato experimentando una retahíla de espasmos por un buen rato aunque cada vez más espaciados. Por fin acabó todo. Marisa se incorporó y Sonia hizo otro tanto.
- Bien Sonia, hoy ya has perdido toda la mañana. Para recuperarla tendrás que venir a trabajar el sábado todo el día. Mañana o cualquier otro día que me apetezca continuaremos con el castigo. A partir de hoy llevará uniforme de chacha: blusa blanca, chaqueta negra, falda corta y zapatos de tacón. Estas tarde lo iré a comprar. Y por supuesto debajo no llevaras nada. Quiero tener tu culo a mi entera disposición siempre que lo desee. Y ahora coge las bolas chinas que encontrarás en el fondo del cajón de donde has cogido mi diario y te metes dos en el culo y las otras dos en la vagina. Con ellas puestas estarás trabajando toda la tarde. Hasta que te traiga el nuevo uniforme, trabajarás completamente desnuda.
- Si señora, quiero decir mi ama, contestó Sonia mientras rebuscaba en el cajón las bolas que debía llevar puestas.
- Póntelas, que yo te vea.
Sonia obedeció. No tuvo dificultad para metérselas en la vagina pero no había manera que se introdujeran en su ano
- Ven que ya te las meto yo, dijo Marisa y las empujó sin contemplaciones entre los gritos de dolor de su sometida.
- Vamos no te quejes y ve a trabajar.
Sonia salió de la habitación con su ropa bajo el brazo.
Marisa se volvió a tumbar en la cama y así estuvo el resto de la mañana. Los clientes que tenía aquel día habían telefoneado para posponer la cita y ya no tenía nada más que hacer en todo el día.
Tumbada relajadamente empezó a pensar en lo rápido que estaban sucediendo las cosas. En menos de dos meses había pasado de sentirse sola e insegura de sí misma a tener dos personas a su entera disposición dichosas de acatar todos sus caprichos. ¿Cómo seguirían las cosas a partir de ahora?. Mientras se lo preguntaba empezó a fantasear sobre que haría con su dos sumisos. Y si utilizara a Sonia para subir un escalón en la relación que mantenía con Rafael. Con estas ideas en su cabeza se quedó dormida.
CONTINUARÁ