Domando a mi novia
La relación entre mi novia y yo era insoportable hasta que aprendí a domarla.
Nada más verla me gustó. Paula era una chica muy atractiva y sugestiva no sólo para la vista tenía unos ojos rasgados, un pelo negro y unos labios que me encantaban- sino también por su forma de ser. Era muy decidida y tenía carácter, y eso me atraía tanto como su belleza. Lo cierto es que nos hicimos novios y estaba muy enamorado de ella pero ese carácter suyo, que tanto me había seducido, la volvía a veces insoportable y acabó siendo un problema. Recuerdo cuando se irritaba y esos celos terribles que tenía. Todo era cosa de su imaginación porque yo le era fiel, pero daba igual, me acusaba de mirar a otras chicas y tonterías por el estilo. Lo cierto es que nuestra relación fue haciéndose cada vez más difícil. Yo era un chico tímido y considerado y ella no hacía más que protestar siempre. Se burlaba de mi timidez y de mi sensibilería.
El punto culminante fue una discusión muy seria que tuvimos. Estaba especialmente agresiva y me gritaba en la cara. Yo me irrité hasta el punto de que darle una fuerte bofetada. Nada más hacerlo sentí el arrepentimiento pero, antes de que pudiera pedirle perdón, ella se disculpó con una voz que nunca había oído antes, demasiado dulce para lo que era habitual en ella.
- Lo siento, he sido mala y tenías que pegarme...
Me quedé de piedra oyendo aquello y más cuando me dijo:
- Pégame, he sido muy mala, lo merezco.
Por supuesto, no quería hacerlo, y entonces volvió a ser la de siempre, con su agresividad insoportable y siempre protestando. Reconozco que no era capaz de entenderla. Lo único que sabía que me sentía muy irritado... y cumplí su deseo. Volví a abofetearla pero ahora repetidamente. Estaba cabreado de veras. De nuevo fue dulce y sumisa, y lo cierto es que me era muy difícil controlarme así.
- Pégame, pégame, pégame...
Hice lo que siempre había querido hacer. Empecé a protestar por su carácter y ahora ella la que tenía que callar mientras yo la regañaba. No me cortaba para insultarla y vejarla.
- Siempre me echas en cara que me gustan otras mujeres. Si yo quiero tener sexo con otra mujer lo tendré quieras o no. La perra eres tú, so puta, que te dejarías hacer por todos los tíos.
No protestaba sino que se limitaba a bajar los ojos, sumisa. Me sentía excitado con aquella situación aunque ahora lo pienso y no me reconozco a mi mismo en aquel papel, y menos teniendo en cuenta lo que vino después.
- Desnúdate.
Le encantó que se lo ordenase y se prestó a hacerlo. Yo le daba más prisa mientras se quitaba la camisa y los pantalones. Luego se quitó la ropa interior. Tenía unas enormes ganas de tener sexo y ella también. Empecé a sobarla a placer. Nos besábamos y yo le mordía los hombros, los brazos y las manos hasta hacerla daño porque me gustaba cómo se quejaba. Luego hice que se volviera, ya que su culo me enloquecía. Le di una patada y después lo mordí varias veces con cierta fuerza. Ella se quejaba con unos gemidos suaves y ridículos que jamás hubiera imaginado que hiciera pero que me encantaban y daban risa al mismo tiempo.
Pero quería algo fuerte y me desabroché los pantalones, dejando mi pene erecto bien a la vista. Le pedí que se arrodillara. Nunca habíamos tenido sexo oral y ahora lo iba a gozar por fin. Puse mi pene en su cara y empecé a restregarlo contra sus mejillas. Luego se lo metió en la boca y la puse a chuparla bien. Era increíble aquello. Menudo placer. No tardé en correrme así en su boca y, desde luego, se la obligué a tragárselo todo. A continuación hice que me besara los pies y empecé a abofetearla un poco porque sí, porque me parecía estúpida.
Tuve una idea entonces. Cogí una revista y quise sacudirla con ella como le sacudía a mi perro en el morro cuando hacía algo malo, solo que a ella le iba a dar mucho más fuerte...
- Toma, perra. y la sacudí con la revista en la cara fuertemente.
Ella seguía de rodillas y la agarré de la cintura para que mostrara bien el culo. La coloqué a cuatro patas y empecé a sacudirla en el culo con la revista, pateándolo de vez en cuando, con todas mis fuerzas, y cada vez que lo hacía ella gemía y yo la insultaba. Estaba rojo de excitación y pronto estuvo también rojo su culo. Entonces decidí dar un punto final digno... Me quité totalmente los pantalones y me puse a cuatro patas sobre ella para tomarla como si fuera un animal, tan grande era mi excitación.
Le metí mi pene por atrás. Nunca lo habíamos hecho a lo perro y era también mi primera vez. Ella no se cortó en gemir cuando se la metía una y otra vez. Con mis manos le pellizcaba los pechos y entonces soltaba un "ay" que me parecía muy gracioso. Cuando me corrí sentí cómo le temblaban los brazos y las piernas. Se dejó caer entonces en el suelo y yo también me dejé caer sobre ella. Luego se puso sobre mí, muy cariñosa y empezó a decirme cosas, con un tono de voz muy dulce, que nunca pensaría que diría. La verdad me sentía muy feliz y la quería más que nunca. En adelante sabría cómo tratarla.