Domando a Adriana - Capítulo 4
Mi objetivo de convertir a Adriana se estaba materializando sin problema y cada vez más deprisa, tanto que ni ella ni yo nos esperábamos esa rápida transformación.
DOMANDO A ADRIANA (Raúl y Sylke)
CAPITULO 4
Adriana se dirige a la barra en donde la espera su marido, mientras yo voy charlando con otros invitados junto a mi socio, el Sr. Clifford y otros empresarios. Estando con ellos brindando con una copa de cava, giro mi cabeza para observar el cuerpo estilizado de Adriana que en estos momentos está bailando con su marido en la pista central. Esa mujer me fascina cada día más.
Charlo con los empresarios y otros invitados, pero mi mente sólo está pensando en el culo de Adriana, en cómo puedo hacer para follármelo de una vez... El hecho de saber que es virgen por ahí, me tiene loco. Pido disculpas a mis acompañantes y me dirijo a la pareja. Con un solo toque en su hombro le pido a Adriana que me acompañe. Ve la expresión en mi cara y dándole un beso a su marido me ofrece su mano para dirigirnos al ascensor de nuevo.
Una vez dentro la empujo contra la pared, le agarro de la cabeza y nos fundimos en otro alocado beso que ambos vivimos apasionadamente entre respiraciones agitadas mientras dure el trayecto del ascensor.
- Veo que no soy la única que está cachonda hoy. - me dice ella mirándome fijamente.
Sin respuesta y a toda prisa, antes de que se abra la puerta, me arrodillo ante esa diosa y subo su vestido. Tal y como me ha prometido no lleva ropa interior y descubro un precioso y lampiño coño que noto caliente y húmedo entre mis dedos. Comienzo a chupar en ese soñado lugar desesperadamente, dando mordisquitos con mis labios a su abultado y rojo clítoris, mientras ella gime de placer agarrándome la cabeza para que aprecie y saboree de lleno sus fluidos. Miro sus ojos cerrados y su boca abierta cogiendo aire y en eso meto dos dedos en su coño para sacarle la bolita y abro con mis dos manos sus labios superiores y meto mi lengua todo lo que puedo para disfrutar ese coñito estrecho y jugoso que tiene, sustituyendo la bolita por mi lengua y mis propios dedos. Aumento a tres dedos el folleteo de ese apretado coño, haciéndola gozar como una perra, mientras mordisqueo de nuevo esa pepita que tiene en un abultado clítoris. En ese momento noto como tiembla todo su cuerpo, principalmente sus piernas y sus tobillos que apenas se tienen en pie, con esas sandalias de fino y largo tacón cuando de su coño sale una cascada inmensa de fluidos que me inundan toda la boca y parte de la cara a tal punto que por mis comisuras se esparcen tus flujos, degustando y saboreando ese manjar que acaba de regalarme.
- ¡Dios Héctor! - me dice entre convulsiones.
- ¿Te ha gustado, preciosa?
- ¡Nunca nadie ha conseguido que me corra de esta manera ni siquiera mi propio marido! - Me dice jadeante, aun con mi boca lamiendo su delicioso chochito.
Cuando iba a responderte, justo se abre la puerta del ascensor, salimos y nos dirigimos al despacho agarrándome de nuevo a esa estrecha cintura para que no se caiga, pues todavía le tiemblan las piernas después del intensísimo orgasmo que le he provocado. Tras agarrarse a mi brazo, apoya su cabeza en mi hombro. Estoy cada vez más convencido de que está aceptando esa última cláusula de su contrato.
- Héctor, ¿por qué me has quitado la bolita en el ascensor? - me pregunta mimosa.
- La estabas cogiendo cariño, ¿no? - digo riendo.
- No, no sé, como querías ponerme a prueba y que no follara con mi esposo ni con nadie durante una semana. ¿Eso es que confías en mí?
- Naturalmente, preciosa, yo sé que no me vas a fallar, me lo estás demostrando.
- Gracias por tu confianza. - responde agarrando mi brazo con más fuerza, en señal de su, cada vez mayor cariño y, sobre todo, entrega.
- Veo que tienes muy claro todo y que hasta este momento no has fallado. ¿Por qué ahora no debería de confiar en ti?
- No sé si confiar en mí misma, llevo mucho sin follar y esta bola me ha tenido al límite.
- Pero has respetado el pacto y no te la has sacado.
- Te lo prometí... y ahora me la has sacado tú.
- ¿La quieres dentro otra vez o qué?
- No, lo que pasa es que dejé de tomar la píldora en esta semana porque sabiendo que no iba a tener sexo, pues...
- ¿Quieres decir que no tomas ningún anticonceptivo?
- No. ¿Y podrías quedarte embarazada?
- Claro, estoy en plena ovulación. Tendré que usar condón de nuevo.
Se me pone dura por el hecho de saber que está ovulando, pero pienso que no puedo ser tan malo y ordenarla que follemos a pelo. Estamos abrazados durante un rato y yo acaricio su espalda desnuda. Oscar me reclama mi atención para nuevos clientes importantes en la pista central. Adriana y yo volvemos a bajar. Se me hace largo el momento de follarme el culo de esa preciosidad, pero sé que será dentro de no mucho. Llegamos a la barra y dos de mis mejores chicas están haciendo las labores de entretener al marido de Adriana y parece bastante embelesado. Se corta un poco al ver a su esposa, pero no se extraña que yo venga abrazado a ella por su cintura. Lo toma como algo normal. Adriana se suelta de mi abrazo, todavía algo apurada y se pone junto a su esposo, mientras yo le pregunto a él directamente.
- ¿Viste que chicas más guapas tengo en la disco, Juan?
- Ya lo creo - contesta él con cierto apuro también por estar su esposa delante.
- Pero ninguna como Adriana. Es mi mejor adquisición. - digo con descaro al tiempo que meto un dedo bajo la falda de ella, jugando con su rajita, todo oculto para su maridito.
Mi dedo corazón se adentra lentamente en su coño sin que el otro se percate de nada. Ella suspira, pero después disimula siguiendo la conversación como si tal cosa. Está claro que le gusta esa nueva especie de reto o juego, que es estar agarrada a su marido por un brazo mientras por el otro lado, mi dedo hurga hasta colarse entero en su coño, follándola con él, con el camino libre al no llevar su bolita dentro.
De vez en cuando ella cierra los ojos, totalmente entregada a mi dedo, que sigue follando su estrechito coño mientras su esposo, pegado a ella, no se da cuenta de nada. Cuando veo que la respiración de ella se agita, detengo el folleteo de mi mano y la saco de allí, justo en el momento en el que su marido me pone su mano delante para estrechársela.
- Héctor quiero agradecerte todo lo que estás haciendo por Adriana y lo mucho que has confiado en ella. - me dice.
- Pues es recíproco, porque ella está totalmente entregada a la causa y confía plenamente en mí. Lo está haciendo muy bien - añado mirándola con complicidad.
- Me alegro de que te hayas decidido a contratarla por fin. Ella lo ha dado todo.
- Bueno casi todo, pero sí, está prácticamente preparada.
- En estos días se ha dedicado de lleno a su trabajo, te lo puedo asegurar. Ni siquiera hemos tenido tiempo de... bueno, ya sabes. - añade guiñándome un ojo.
La idea de que el marido no haya follado con ella ni catado lo más mínimo durante estos días me pone más excitado y nervioso y no puedo evitar tener una nueva erección que disimulo como puedo. Acto seguido estrecho esa mano con ese hombre amigablemente, sin embargo, la mía todavía está algo húmeda de haber estado dentro del coño de su esposa. Eso me la pone dura de nuevo.
Les dejo allí y me voy a atender a otros invitados como si tal cosa, arreglando los típicos problemas que van saliendo pero que yo resuelvo dando las pertinentes órdenes, hasta que, me encuentro hablando con dos empresarios y Adriana, pegada a mí, se agarra a mi brazo y poniendo su boquita en mi oreja me dice susurrando:
- ¡Me has vuelto a dejar al límite, allí en la barra, estoy cachondísima!
- ¿Ah sí? - le digo como si tal cosa, esta vez yo junto a su oreja.
- No puedes dejarme así. Si quieres follarme, hazlo ya, Héctor. - es su nueva respuesta.
Ni qué decir tiene que mi rostro debe ser de auténtica felicidad. Está claro que la bolita ha hecho su trabajo, pero incluso, ahora sin ella, Adriana necesita una polla cuanto antes, es lógico, necesita follar, tiene a su marido allí mismo, pero fiel a su compromiso conmigo no se lo llevó a los baños ni nada parecido. Acude a mí para que sea yo quien lo haga. Me está suplicando que la folle. Entonces le devuelvo el susurro en su oído.
- Gracias, preciosa, pero no es cuando tú quieras. No lo has entendido. Es cuando quiera yo. Y ahora, vete a atender a ese grupo de clientes que acaba de entrar.
A continuación, le doy un disimulado azote en su culito para que me obedezca una vez más. Me mira de forma extraña, algo decepcionada y yo tengo que aguantarme las tremendas ganas de follármela, pero aún queda esta última fase, la más delicada, la de su entrega total y sé que está a punto de producirse. Pero yo no puedo perder el control.
Mientras estoy hablando con estos empresarios me fijo en Adriana que entabla conversación con los típicos ligones del lugar, y eso me enfurece un poco, aunque sé que no va hacer nada con ellos estando su marido en la barra, y mucho menos estando yo tan cerca de ella. Pido disculpas a los empresarios con los que estoy hablando, comentándoles que tengo que seguir atendiendo a otros invitados cuando alcanzo a ver cómo uno de los chicos pone uno de sus dedos muy cerca del glúteo de ella, entonces me encamino hacia ellos y Adriana al verme, sabe que voy hecho una furia, por lo que me hace una seña y se agarra a mi cintura para presentarme a los clientes y rebajar mi nerviosismo.
- Son Marcos, Mikel y Toni, los jugadores de futbol de la ciudad. - Me dice a la vez que les comenta que soy el jefe de la disco.
- Hola. - les saludo a ellos mientras les estrecho de la mano a cada uno. - ¿Estáis bien atendidos? - les pregunto.
- Con este bellezón de chica, estamos bien servidos. - me contesta uno, justo en el momento en el que pasa Romina, una de las más atractivas camareras del local con una bandeja llena de copas.
- Disculpadme chicos, Romina os atenderá gustosamente ya que tengo que atender a otras mesas y necesito la presencia de mi relaciones publicas. - añado.
Agarro del brazo a Adriana, con cierta brusquedad y tirando de ella nos dirigimos en dirección a los baños.
- ¿Qué ocurre, Héctor? - me pregunta con su sonrisa, pero asustada, mientras se oyen los tacones en sus pequeños pasos caminando junto a mí hacia los servicios.
- ¡Nada! - Respondo secamente.
- ¿No estarás celoso con esos críos? Tranquilo que les tenía controlados.
- El que no se controla soy yo, Adriana.
Entramos en el baño de movilidad reducida cerrando la puerta con pestillo y ella me mira sorprendida con esos ojazos abiertos de par en par. La cojo por la cintura, sentándola sobre uno de los lavabos sin dejar de mirarla y le subo el ceñido vestido hasta dejarlo remangado en su cintura. Su precioso coño brillante vuelve a aparecer ante mí. Abro sus piernas completamente, poniéndome en cuclillas comiéndome de nuevo ese delicioso chochito. Esta vez me tomo mi tiempo, no quiero que sea algo fugaz, como en el ascensor y me entretengo jugando con mi lengua, mientras meto un dedo en esa estrechez, luego dos, para seguir lamiendo con la punta de mi lengua su abultado y gordito clítoris que absorbo y chupo entre mis dientes, mientras con mis manos separo sus labios superiores y mi lengua se introduce por ese tierno agujero haciéndole un mete-saca brutal.
- ¡Héctor, sí, joder! - gime ella agarrada con una mano al lavabo y con otra sujetando mi cabeza que se mete entre tus piernas, lamiendo, chupando, succionando, mordiendo...
Los gemidos de esa mujer me ponen totalmente desbocado y sobre todo cuando me levanto, cambiando mi lengua por mis tres dedos que comienzan una follada brutal en su estrecho orificio. Sus gemidos son música celestial que aún me encienden más. Pongo mi boca muy cerca de la suya para escuchar desde cerca su entrecortada respiración, sus resoplidos de placer, cerrando sus párpados y abriendo de vez en cuando sus lindos ojos que me miran seductores... se muerde el labio, totalmente entregada a mis hábiles dedos. Muerdo ligeramente esos carnosos labios con mis dientes y nos fundimos a continuación en un beso apasionado, sin dejar de follarla con mis dedos, provocándole un nuevo orgasmo, expulsando junto a mi oído esos innumerables gemidos de entrega absoluta.
- Sí, qué gusto... esto es mejor que la bolita. - jadea ella.
- Eso no es nada, preciosa. La bolita era solo el precalentamiento. - le digo mientras estrujo una de sus tetas con mis dedos.
La levanto en volandas y la giro completamente poniéndola de espaldas a mí. Nuestras caras llenas de lujuria se ven reflejadas en el espejo y sabe que ya no hay vuelta a atrás, que hay que dejarse llevar, que la cosa fluya por si sola y entregarse a lo que nuestros cuerpos piden a gritos. Sus ojos vidriosos, su boca abierta y ese nuevo mordisquito en su labio inferior es la señal. Doblo su espalda, pegando su pecho contra el lavabo, manteniendo su vestido arremangado en su cintura. Bajo mi bragueta con una mano y sostengo su espalda con la otra. Saco mi polla, que está dura... más tiesa que una barra de hierro de toda la excitación que me ha provocado.
- ¿Quieres que te folle, Adriana? - le digo apoyándome sobre ella, con mi boca en su cuello y la punta de mi polla jugueteando en la entrada de su coño impregnando mi glande con sus fluidos.
- ¡Sí, joder, fóllame! - responde ella, confirmándome que ya no hay nada que le haga frenar ese instinto lascivo que la invade.
- ¿Estás segura de que quieres mi tranca dentro de tí?, ¿Y tu maridito?
- ¡No puedo más, Héctor!
- ¿Segura del todo?, ¿Quieres que te folle a pelo?
Adriana tarda en contestar, levanta la cabeza y nuestras miradas se cruzan durante unos breves segundos en el espejo. Ella sabe que es una locura, está en plena ovulación, pero sus ganas y la propia locura la vencen. Quiere que sea yo quien la folle de una vez por todas y lo suplica sin importarle nada más.
- ¡Sí, por Dios, Héctor, fóllame ya!
Adriana abre un poco más sus piernas que tiemblan apenas sostenidas por sus frágiles tacones. Su coño rezuma abundante flujo y yo también estoy empapado, deseando follarla por fin, con todas mis ganas, entrar en ese coño tan prohibido, ahora más que nunca, sabiendo que no hay nada que la proteja, que podría preñarla... Mis latidos retumban en mis sienes... está totalmente dispuesta, pero volviendo a mirar sus dos agujeritos me atrae casi tanto o más el hecho de saber que su culo sigue virgen, me supera, por el hecho de ser además de prohibido, inexplorado y exclusivo para mí en ese estreno. Ella entonces se da cuenta de que estoy cambiado de objetivo y mi glande quiere abrirse paso por el otro agujero. ¡Su estrecho y virgen ano! Vuelve ligeramente su cara hacia mí para pedirme asustada:
- ¡No, para, Héctor, por ahí no!
- ¡Relájate...! - le susurro.
- ¡No!, ¡Nunca lo hecho por ahí, Héctor!
Meto mi dedo en su babeante coño y llenándomelo de flujo lo introduzco con mi pulgar en su pequeño esfínter, lubricándolo a tope.
- Adriana relaja los músculos - le ordeno.
Ella obedece, con todo su cuerpo temblando, pero sabe que no hay marcha a atrás y afloja un poco esa tensión e introduzco un segundo dedo también impregnado de sus flujos. Adriana suspira profundamente, cuando tengo metido los dos dedos y los hago circular para después, muy despacito, sacarlos y volverlos a meter como si la estuviera follando. Esta chica está muy caliente porque su agujero se va adaptando poco a poco, pero mucho más rápido de lo esperado. Una vez hecho, agarro mi polla e introduzco primero el glande, mientras oigo como respira por la nariz agitadamente. Mantengo unos segundos esa posición admirando ese redondísimo culo que tengo delante de mí, que es una auténtica maravilla de la naturaleza. Avanzo hasta meter mi dura tranca hasta mitad. Ella al principio se queja con un grito ahogado de punzante dolor, pero pasada esa nueva tensión, noto como va relajándose de nuevo para sustituir sus quejidos por jadeos. Saco un poco la punta y vuelvo a la mitad, unos segundos después, empieza a gemir de gusto, cada vez con mayor intensidad. En ese momento sé que mi polla está muy bien insertada hasta la mitad, amoldándose cada vez mejor dentro de su culo y empiezo a darle más fuerte, cada vez más adentro y cada vez más rápido, a la vez que le doy palmadas con mi mano en sus glúteos poniéndoselos bien rojos de cada cachetada.
Mi polla en ese momento, ya no encuentra dificultad para entrar en ese orificio y veo como envuelve con gran fuerza mi miembro hasta verle desaparecer por completo, haciendo chocar mis huevos contra su vulva por debajo. Una orquesta parece acompasar a esa rítmica y frenética follada, primero nuestros cuerpos chocando, pelvis contra culo, luego mis azotes y para colmo, la fanfarria final, que es el sonido de sus tacones contra el suelo cada vez que levanto su culo en volandas y vuelven a caer.
Ese culito es tan estrecho como acogedor, creo que es el mejor que me he follado nunca, por eso mi polla está tan dura, abrazada por el calor y la fuerza de sus tensos músculos. Eran tantos mis deseos de estrenarlo que no aguanto por más tiempo y siento ganas de soltarlo todo, estoy a punto de explotar, a tal punto que me está doliendo todo de la excitación, por lo que me agarro de su pelo tirando hacia mí, para clavar, con dos fuertes embestidas más profundamente todavía y me quedo completamente metido en su culo, mientras descargo dentro de ese estrecho ano varios chorros que la inundan por completo con mi espesa y blanca leche. Solo se escuchan nuestros gemidos jadeantes en ese pequeño recinto.
Después de un buen rato encastrados en esa misma posición con mi cuerpo sobre el de ella, para que no se escape mi esperma de su culo, nos miramos una vez más en el reflejo del espejo, nos separamos y nos empezamos a recolocar la ropa.
- ¡Qué fuerte! ¿Cómo me has hecho eso, Héctor? - dice ella al fin, mirándome a través del espejo.
- ¿Te ha gustado, Adriana?
- ¡Sí!, ¡Ha sido increíble! Nunca pensé que eso pudiera gustarme tanto- me dice y se vuelve para morder ligeramente mi labio inferior.
Tras arreglarse un poco, con algo de maquillaje y retocar su pelo que se ha desmadejado ligeramente, coloca su vestido y salimos del baño agarrados por la cintura cuando de reoebte nos topamos de frente con su marido.
- Hola Adriana, te estaba buscando – dice el marido mirándola primero a ella y luego a mí,
Esta vez se nota en esa mirada un notable tono celoso, más que sorprendido al vernos abrazados saliendo de los servicios, adivinando lo que ha podido llegar a pasar, aunque, lógicamente, ni por asomo lo debe imaginar.
En esta ocasión ella no se suelta de mi abrazo y permanece así, frente a su marido, segura de sí misma, sabiendo que no habrá ningún impedimento para que sea mía definitivamente. Yo lo ya lo sabía, pero veo que Adriana ahora también... Acaba de perder la virginidad de su culo y parece estar orgullosa de que haya sido yo el que se lo haya partido por primera vez.
- ¿Para qué me buscabas? - pregunta ella bastante tranquila a su mosqueado esposo.
- Para irnos ya a casa. - responde él, sin duda algo cachondo con tanta chica guapa, tantas go-gos, tantas copas y estar viendo a su mujer tan sexy, con muchas ganas de follársela tras varios días sin catarla.
- Disculpa aún tenemos mucho trabajo, Adriana y yo – intervengo serio.
- Es cierto cariño - añade ella y luego me mira a mí - tenemos mucho lío.
El marido, no está convencido y sí claramente celoso pues nosotros permanecemos agarrados y ella no tiene intención de soltarse, lo que me da la seguridad de trazar el plan final. Sé que está muy cerca, tanto, que ya no habrá nada que me frene y creo que a Adriana tampoco.
- Cariño, mejor nos vamos, aun no estás contratada ¿no? - comenta su marido mirándome al tiempo que estira su mano para que ella abandone mi abrazo y se vaya con él, queriendo imponer su mando de macho alfa.
Ella permanece quieta, sin soltarse de mí y soy yo el que sentencia:
- Creo que el contrato va a firmarlo ahora mismo, ¿no es cierto, Adriana? - la digo agarrando su dulce barbilla entre mis dedos y mirando a sus brillantes ojazos.
- ¡Por supuesto! - responde ella sonriente.
- Pues vamos a mi despacho y cerramos el acuerdo.
Le indico a su marido que nos acompañe, pero ella y yo no soltamos nuestro abrazo mientras él camina extrañamente confuso a nuestro lado, ya que ni sospecha lo que le viene encima. Mis nervios y mi excitación interior provocan un placer tan extraño como intenso.
Al llegar a la puerta de mi despacho, hago una seña a Oscar para que entre con nosotros. Sobre mi mesa está el contrato con la firma pendiente de ella en esa cláusula en la que indica su pertenencia absoluta a mí y a obedecer todas mis órdenes profesionales, pero también personales. Me he convertido en mucho más que su jefe. Su marido se sienta en el sofá siguiendo la invitación de mi ayudante que le controlaba de cerca, mientras su esposa al fin firma decidida su contrato sin ningún impedimento.
- Ahora, desnúdate, Adriana. - Le ordeno.
- Pero, ¿qué estás diciendo? - protesta enfurecido su esposo levantándose del sofá, aunque Oscar le empuja para que se siente de nuevo y siga atento a todo en la distancia.
La chica obedece, no lo duda ni un momento, se despoja lentamente de su vestido, haciéndolo pausadamente, pero con un erotismo brutal, hasta quedarse totalmente desnuda, únicamente con sus finas sandalias de tacón, delante de nosotros tres, girando sobre sí misma sonriente. Su marido no da crédito a lo que ve y está más que enfurecido... parece querer gritar, pero Oscar permanece a su lado, controlándole.
- Ahora desnúdame a mí. - añado una nueva orden a mi nueva empleada sumisa.
- ¿Pero qué dices, cabrón? - grita su esposo encolerizado levantándose y esta vez Oscar le tiene que hacer sentar a la fuerza.
En pocos segundos quedo desnudo frente a las hábiles manos de mi preciosa Adriana que está esperando nerviosa y excitada mi próxima orden. Mi erección es más que notable y ella se sonríe al verme en ese estado de excitación. Me acerco a su cuerpo dándole una fuerte cachetada en su redondo pompis hasta tal punto que pierde ligeramente el equilibrio y tiene que dar dos pasos adelante oyéndose de nuevo sus tacones, entonces la ordeno:
- ¡Zorra, arrodíllate delante de tu marido!
Adriana, convertida en una buena sumisa, obedece sin rechistar y se arrodilla.
- ¡Bájale los pantalones a tu marido y sus bóxers! - Ordeno y ella, como si fuera un robot, lo hace de nuevo sin protestar.
- Esto es una locura. ¿Qué te está pasando Adriana? No pareces tú... - dice él marido mientras noto cómo se está derrumbando viendo a su mujer desnuda y totalmente dispuesta a obedecer cualquier orden.
Ella me mira con un gesto de niña buena y le devuelvo el mío con una sonrisa que le indica que puede contestar.
- Me hace feliz ser la puta de Héctor, cariño. No te puedes hacer idea de cuanto y quiero obedecerle en todo lo que me pida. Aunque haya firmado ese contrato, él me hace sentir muy puta y una verdadera mujer... sé que me he transformado, pero me encanta mi nueva condición - responde Adriana despejando cualquier duda.
Una vez que el marido está completamente desnudo de cintura para abajo, le ordeno a Adriana que se la chupe sin usar las manos, obedeciéndome de nuevo. Abre la boca y la acerca hasta la polla de su marido, que inevitablemente tiene totalmente tiesa. Al principio a ella parece que le cuesta metérsela solo con la boca, pero poco a poco consigue introducir la punta y después hasta lo más hondo de su garganta, haciendo chocar su nariz con la barriga de su atónito esposo. Él, que suelta un largo gemido al sentir su polla completamente insertada en la boca de su mujer, instintivamente hace el intento de sujetarle la cabeza a ella para que se amolde mejor su polla con la boca, pero con un gesto de mi dedo, le indico que no... él me obedece, sabiendo que el que toma las iniciativas soy yo y disfruta de la mejor mamada de su vida, hecha por su propia esposa como nunca se la ha hecho, tan profundamente y sin manos.
- ¡Qué gusto, joder, Adriana, nunca me la chupaste así! - jadea el marido alucinado.
- ¿Te das cuenta? - le digo orgulloso. ¿No te parece genial la transformación de tu linda esposa?
Él no responde, se limita a captar totas las sensaciones que le está proporcionando la boquita de Adriana que sigue mamándosela frenéticamente a su marido como nunca. En ese momento cojo el cinturón de mi pantalón y me coloco de rodillas detrás de ella, observando ese espectacular culo que hace unos minutos le estrené en el baño y también ese estrecho y jugoso coño, que todavía no he podido follarme. Agarro sus dos brazos que tiene caídos y pegados a su cuerpo, los coloco en su espalda y ato sus muñecas con el cinturón, haciendo que su culo quede levantado ofreciéndome sus dos agujeritos. Solo con verlos uno ya se siente en el cielo. Entonces agarro mi polla, me la agito un par de veces para ponerla más dura y lubricada, para enfilarla a continuación a la entrada de ese coño de Adriana. Ella da un pequeño respingo al notar mi glande abarcando su rajita cerca de su cueva, restregando mi glande y embadurnándolo a tope.
Adriana deja de chupar a su esposo y a duras penas vuelve su cara hacia mí. Sabe que la locura ha llegado al máximo y que voy a follar su coño sin ningún tipo de protección y delante de su marido, tal y como le prometí.
Ella lejos de poner resistencia, vuelve a meter la polla de su marido en su boca, al tiempo que me ayuda separando sus piernas, dejándome entrar entre ellas. Tras agarrarme a la redondez de sus caderas, inserto mi tiesa verga de un golpe notando como se abren las paredes vaginales hasta llegar a lo más hondo de su útero. La embestida es brutal, pero entra con facilidad ya que ella está completamente excitada y lubricada, gracias a sus flujos vaginales. Me agarro a su estrecha cintura para que las penetraciones sean profundas y enérgicas hasta tal punto que mis huevos chocan violentamente contra ella. En algún embiste, puedo ver como a Adriana se le escapa de la boca la polla de su marido y la oigo gemir de placer. Su esposo mira atónito al cuerpo desnudo de su mujer que está siendo embestido enérgicamente por mí, haciendo bambolear sus tetas y follándome ese coño que hasta entonces nadie había ultrajado y ahora estaba siendo penetrado sin remisión por mí.
Me gusta demasiado esa sensación de poder y bajo el ritmo de las penetraciones porque follarse ese coño es una pasada y quiero disfrutarlo el máximo tiempo posible, más teniendo en cuenta de las ganas que tenía de hacerlo, pero no quiero correrme enseguida y mantengo el mismo ritmo que las mamadas profundas que hace ella a su marido. Lo que hago para estimularme es con mi mano derecha acercarme hasta el tobillo derecho de mi diosa, le suelto la tira de la sandalia, cogiendo su tacón y acercándoselo hasta el agujero posterior. En ese momento le introduzco el tacón de un solo golpe por el ano, lo que hace que ella al sentirlo sorpresivamente insertado en su culo, abre tanto la boca que su marido se la clava hasta lo más profundo de la garganta, dejándola sin aire. Con el tacón metido en su agujerito, reanudo mis fuertes y duras penetraciones en su coño, oyendo como gime con dificultad, debido a la polla de su marido que sigue metiéndose hasta el fondo de su boca. Él, además de la fuerte mamada de su esposa, verla tan sometida, contemplando cómo me la follo y cómo le saco y le meto el tacón por el ano, no aguanta mucho más tiempo esa visión y se corre entre gritos ahogados, mientras Adriana continua jadeante con mi polla metida hasta el fondo de su coño, al igual que su tacón en su culito y traga toda la lefa de su marido sin remisión.
Cuando veo que termina de limpiarle la polla a su marido, con total esmero, como seguramente nunca antes le hizo, empiezo un mete saca más violento, haciendo chocar mis huevos contra su culo y haciéndola gemir en cada embestida dentro de un polvo memorable, hasta que ella se corre entre convulsiones apretando los músculos de su vagina que envuelven mi polla fuertemente, lo que hace que yo también me corra inundando de mi esperma su coño hasta el fondo de su útero, en un orgasmo simultaneo de ambos.
- Joder, Adriana, se ha corrido dentro – dice el marido mosqueado.
- Claro mi amor, esa polla me mata, ¿cómo no le voy a dejar que lo haga dentro? - responde ella todavía jadeante.
- Pero esta mañana me has dicho que ibas a dejar de tomar las píldoras por un tiempo debido a que te estaba afectando. - añade preocupado.
Ella se limita a sonreír y le da un suave piquito en los labios a su atónito esposo, mientras mi polla sigue dentro del cálido coño soltando las últimas descargas de mi semen en su interior.
Cuando me repongo después de un par de minutos, saco por fin mi polla de su coño y todavía salen grandes cantidades de mi espesa leche que se escurren por la cara interna de sus muslos. Sin duda me he vaciado en ese acogedor chochito. Recojo un poco con mis dedos de esa espesa leche y agarrándola de su cabello se la meto en la boca para que la deguste y saboree como una buena gatita delante de la cara compungida de su esposo. Me gusta también observar la cara de ese hombre viéndola hacer eso con total devoción. Una vez limpios mis dedos dentro de su boca, le saco el tacón de su culo haciendo un sonido como “plof” de tanto que lo he metido. Ella sonríe satisfecha.
Oscar nos trae unas toallas para secar nuestros cuerpos, mientras Adriana y yo, aun desnudos, nos besamos apasionadamente delante de un marido petrificado y atónito al que digo:
- Juan, tu esposa me pertenece por contrato y has visto lo obediente que está siendo. Lo mejor es que el resto de fin de semana se quede conmigo.
- Pero... es mi mujer, ¡te la has follado! - comenta tenso.
- Sin peros... cuando te la chupaba a ti y no parecías protestar mucho. - le digo.
- Joder, nunca me la chupó así.
- Ya veo.
- ¡Pero, joder!, ¡te la has follado sin condón! Y ¡te has corrido dentro!
- Ya te dije que sin peros... tu mujer me pertenece en este momento y no porque yo te la haya arrebatado. Es su decisión.
Él la mira y ella asiente. Sigo exponiéndole la situación a ese aturdido marido que sufre por su cornamenta.
- Juan, mira, te lo piensas y decides si quieres seguir realmente con ella bajo mis normas o si prefieres divorciarte de ella. Mis abogados pueden hacer todo el papeleo si es lo que quieres.
Él no rebate más, mira a Oscar, que le vigila desde cerca y acaba metiendo enfurecidamente su polla dentro del pantalón y abandonando a continuación el despacho cerrando de un portazo, mientras estoy mamándole las deliciosas tetas a su mujer.
- Héctor... mi marido... - me dice ella con cara de preocupación en cuanto le ha visto salir de allí tan fuera de sí.
- Tranquila preciosa mía, que está loco por ti y no te abandonará. Ahora está confuso, celoso y cabreado, pero tendrá que aceptar esta nueva vida tuya y que ya no le perteneces en exclusiva.
Adriana me mira, pero yo le sonrío de nuevo para tranquilizarla con mi seguridad de lo que digo y tras acariciar su rostro con mi mano, sigo chupándole las tetas, disfrutando de su blandura y mordiendo ligeramente su pezón. Cuando levanto la vista veo a Oscar que me mira con los ojos brillantes, al fin y al cabo, se ha quedado viendo toda la escena y lógicamente está tremendamente excitado. No es para menos, esa mujer es espectacular y una diosa del sexo.
- Zorrita mía, hazle una buena mamada a Oscar, se lo ha ganado. - le mando al tiempo que la doy otro azote en su redondísimo culo.
Mi compañero con cara de felicidad, se sienta en el sofá y Adriana acude displicente, totalmente desnuda, como si fuera una obediente perrita, a cuatro patas se arrodilla delante de mi ayudante que la observa con los ojos desorbitados. Adriana, sin dejar de sonreírle, le baja los pantalones y comienza a lamerle toda su verga, primero la embadurna con su lengua y luego se la traga hasta la mitad, pues Oscar la tiene bastante larga, ella después la saca y comienza a chuparle los huevos. Es una auténtica mamadora de lujo.
- Lo hace bien, ¿no? - le pregunto al chico.
- De maravilla, jefe. ¡Qué ganas de sentir esa boquita en mi polla! - contesta con la respiración entre cortada.
De pronto ella vuelve al ataque haciendo grandes esfuerzos por meter más adentro de su boca esa polla tan larga, pero le cuesta, entonces empujo su cabeza contra él y no le queda otra que tragar y tragar. Sostengo su cabeza contra la tripita de mi ayudante durante unos segundos y noto la cabeza de ella temblar, entonces la suelto y ella saca esa enorme daga que le ha llegado hasta la garganta y respira agitadamente medio tosiendo con grandes cantidades de babas y flujos que son hilos colgantes entre su boca y la polla de mi jadeante empleado.
- ¡Esa es mi putita! - la animo acariciando su espalda desnuda y meto dos dedos en su coño.
Ella, viendo que me ilusiono con eso, vuelve al ataque y se vuelve a meter la polla de Oscar hasta que no puede más, noto como se hincha su nariz y como tiene que volver a sacarla para respirar. Pero no se rinde, aun con esa lucha, vuelve a tragar ese pollón... algo que me pone muy bruto pues tengo mi polla a tope. Me arrodillo en su culo en pompa y se la clavo de golpe en su acogedor coño. Ella suspira, jadea y sigue tragando polla de mi fiel empleado mientras yo sigo taladrándola, follando con un sonido repetitivo de mi pelvis contra sus nalgas, lo que es un “chof, chof” incesante y maravilloso.
No puedo aguantar más y cambio de agujero, sacando mi babeante y bien lubricada polla para insertarla de golpe en su culo. Noto como sus músculos me atrapan y empujo con más fuerza lo que la obliga a tragarse de nuevo la polla de Oscar más allá de su campanilla, algo que hace que el chico se corra dentro de su boca irremediablemente, sin que ella pueda salir, pues yo la tengo empotrada desde atrás contra él. Adriana traga toda la intensa corrida de Oscar y ver eso me lleva a correrme también, pero esta vez no quiero dentro de su ano, quiero ver como mi semen sale disparado regando su sudorosa espalda, que se llena de repente en innumerables ríos blancos de mi semen, resbalando por su piel. Me sonrío cuando ella se gira jadeante a mirarme y celebro la suerte que tengo de tenerla y lo rápido que se ha hecho a mí.
Con un solo gesto Adriana se acerca a mi polla y me la limpia con su boca, dejándola reluciente y ya repuesta tras haber tenido una buena sesión a dos bandas entre Oscar y yo, le ordeno que se dé una ducha relajante en mi baño privado. Oscar se coloca los pantalones y me dice:
- Joder jefe, ha sido brutal como me la mamado. Nunca me habían hecho nada parecido. Esa mujer es increíble. Muchas gracias.
- Esta zorrita me va hacer disfrutar mucho y si sigues trabajando igual de bien como hasta ahora, tendrás tu recompensa y dejare que te folles ese culito Oscar. - le digo.
- ¿En serio? Sería un sueño. - responde con los ojos vidriosos. Sin duda la chica le gusta, cómo para no.
- Te lo mereces, Oscar.
- Si hace falta meteré horas extras en el trabajo para poderme follar a esa preciosidad.
- Jejeje, vete a atender a los invitados que ahora enseguida salimos Adriana y yo.
- ¡A tus órdenes siempre, Héctor!
- Oscar, antes, vete al guardarropa y pregúntale a la chica por un vestido que tengo allí guardado y me lo traes.
Mi ilusionado ayudante sale de mi despacho mientras yo hago varias llamadas a nuevos invitados para que se animen a la fiesta de inauguración. Tras unos cuantos minutos de llamadas y algún papeleo más, recuerdo que Adriana sigue en el baño. Preocupado por su tardanza me dirijo allí, pero la veo totalmente relajada, disfrutando de una plácida ducha más que merecida.
Me fijo bien, dentro del cubículo de la ducha, observando una vez más el cuerpo desnudo de Adriana como si fuera la mismísima Afrodita, esta espectacular y me quedo embobado viendo cómo el agua recorre todo su cuerpo en innumerables ríos que se deslizan por sus curvas. Entro en silencio y muy suavemente le doy una palmada en su posadera derecha, ella se asusta, pero al girarse y verme me sonríe. Me pongo pegado a su espalda, cojo el jabón, lo esparzo por mis manos y recorro todo el cuerpo de Adriana enjabonándolo de nuevo, desde su cara hasta los dedos de los pies, pero entreteniéndome especialmente en sus hermosas y tersas tetas pellizcando de vez en cuando sus pezones, para excitarla y ponerla más cachonda. Después paso el jabón por su sexo, esmerándome en cada rincón ayudado con mis dedos, en especial su clítoris que lo tiene de nuevo inflamado y lo acaricio suavemente mientras le doy unos pequeños pellizquitos para estimularlo y se ponga más gordito y estimulado. Así, también aprovecho para meterle tres dedos dentro de su cueva y dejarle bien limpio ese coñito estrecho que me vuelve loco, notando como sus paredes vaginales aprietan mis dedos, mientras que con la otra mano enjabonada se la acerco a su agujerito posterior, metiéndole un dedo primero y un segundo dedo después para dejarlos bien insertados. Con un movimiento suave, le hago movimientos circulares, con ambas manos, levantándola incluso un poco para que los sienta bien adentro. Adriana no aguanta más y llena de temblores por sus piernas de lo tremendamente excitada que está, consigo sacar de su cuerpo, el enésimo orgasmo de la noche.
Admiro ese espectáculo que es de mujer y disfruto de cómo se corre con mis dedos, lo que hace que mi polla vuelva a ponerse dura de nuevo. Sin decir palabra, la giro, poniéndola contra la mampara de la ducha agarro sus manos y las coloco encima de su cabeza sujetándolas fuertemente con mi mano izquierda, besando su cuello.
- ¿Todavía tienes fuerzas, Héctor? - me pregunta sorprendida viendo mi rápida recuperación.
- Eres tú la que me motiva, preciosa. Estaría follándote las veinticuatro horas.
Separo sus piernas con las mías y agarro mi polla firmemente, ubico la punta en su enjabonado ano y de una estocada se la meto completamente, oyendo su quejido y luego un gran suspiro. Noto como su esfínter se abre a presión ante mi estocada y sin delicadeza, ella grita y gime de placer, aunque creo que he sido demasiado bruto e impetuoso al metérsela. Pero me pone tan bruto esta mujer que no lo puedo evitar, incluso me sorprende a mí mismo el hecho de que aun la tenga tan dura dentro de ese culito después de haber descargado varias veces, pero se está tan ricamente ahí adentro, ¡es como estar en el cielo!
Le doy embestidas cada vez más fuertes y violentas, hasta convertir el dolor de las primeras penetraciones en gemidos claros de placer por su parte, llegándose a oir nuestros cuerpos chocando y nuestras respiraciones acompasadas. Ella gime tan fuerte con mis embestidas que me anima a seguir clavándosela brutalmente, cuando de pronto, noto como su ano se contrae tanto que mi polla queda aprisionada por sus músculos, reteniéndomela y exprimiéndomela. Ahora es ella, la que me lleva a sufrir un tremendo dolor cuando intento, tanto sacarla como penetrarla. Me sonríe, porque es ella la que quiere ese juego bestial... pero no puedo aguantar más, hasta el punto que consigue hacerme gritar de dolor y placer al mismo tiempo. Noto como toda mi sangre se concentra en mi polla, que noto más dura que nunca y con otro gran espasmo me oprime de nuevo con los músculos de su esfínter llevando a correrme dentro de ella, gritando y gimiendo, a la vez, con todo mi cuerpo tembloroso, soltando uno tras otro, innumerables chorros de mi semen caliente dentro de su culo. Cuando nos separamos ambos reconocemos lo que nos ha dolido ese polvo hasta convertirse después en extremo placer en una enculada para no olvidar.
CONTINUARÁ…
Raúl & Sylke
ID: 1065569 & 786531