¡Domada por mi sobrino! Capítulo 01

La humillante (y morbosa) situación que Isabel, madura ejecutiva divorciada, se verá obligada a vivir, a manos de su joven y autoritario sobrino, Rafa. **SOLO PARA ADULTOS**

Hoy he llegado del ministerio agotada. Tengo prisa por liberarme de la ropa, siempre un pelín apretada para moldear lo más posible las formas… Me quito la falda de traje, color caramelo, la chaqueta y una blusa blanca, o sea, mi típico ‘uniforme’ para la oficina. Luego la ropa interior. Como de costumbre, la cinturilla de los pantis y el sujetador me han grabado profundas líneas en la piel. “Qué alivio”. Me paso las manos por los pechos, tan encerrados y comprimidos durante toda la jornada; me da gusto sentirlos ahora frescos, sueltos.

Rafa, mi sobrino, no ha llegado aún de la universidad, así que la casa está solitaria. Al verme rodeada de este silencio algo triste me viene la pregunta de siempre: “¿Por qué no he vuelto a tener relaciones después del divorcio? Hace ya casi cinco años. Y sigo atrayendo alguna mirada, a mis cuarenta y seis años, ya sé que más de uno en el ministerio…”.

Al salir de la ducha me pongo ante el espejo, y hago el habitual análisis de mi cuerpo, una evaluación de los efectos del tiempo, pero también de los restos de atracción erótica que sin duda me quedan. Es una revisión bastante despiadada de todos los defectos que me gustaría ocultar… Lo primero, valoro los pechos, moviéndome para verlos desde varios ángulos. “Menos mal que a los tíos les gustan las carnes donde agarrarse…”. Yo me veo las tetas demasiado grandes y separadas, con visibles venas azuladas. A pesar de ello sé que son muy codiciadas por los hombres.

Después me pellizco las grasitas en torno a la cintura: al sentarme se me marcan los típicos michelines por encima y debajo del ombligo; pero estando de pie y bien tiesa, la tripita por suerte todavía tiene un pase, y no me deforma en exceso la figura. “Aun así me tengo que cuidar”.

Y por último, evalúo —apretándome con los dedos, “y encima duele, para más inri”— las zonas de celulitis en muslos y nalgas, que se ven ya un poquito deformadas, aunque en conjunto aún turgentes. “En fin… hay que ser positivos”. Levanto los brazos y me estiro sonriente; a pesar de todo estoy bastante buena, al menos para los hombres, que son unos gañanes, “una cuarentona sexy , una milf , ¿no se dice ahora así?”.

Así que no es por falta de atractivo que no he vuelto a ligar, “de todas formas: qué vergüenza desnudarme a estas alturas ante un desconocido…”, sino por otros factores. Para empezar me he centrado siempre en mi carrera profesional, muy exigente. Y por supuesto en mi familia, que siempre me he desvivido por tener mimada y cuidada con todo detalle: me dediqué en cuerpo y alma a Ramiro, mi marido, “hasta que el muy miserable se largó con otra quince años más joven”, y luego a mi hija Irene.

Yo diría que la principal causa ha sido cierta timidez para ligar, la falta de amigas para salir a bares o discotecas. “La falta de amigas, y de ganas de ir a esos sitios, qué pereza”. Y el disgusto, casi asco, que me dan las aplicaciones para citas, que no son más que un mercado de carne…

Así que, cuando mi hija encontró trabajo en Barcelona y se fue…, pues me quedé más sola que la una, la verdad sea dicha. Casi fue un alivio que la hermana de mi ‘ex’, el innombrable, me pidiera tener aquí alojado a su hijo, Rafa, al menos mientras hace un posgrado en informática. “O un máster, o lo que sea…". Aunque el chaval —casi un desconocido para mí— es un poco mandón, desordenado y hay que hacérselo todo… "como a cualquier joven de hoy en día", al menos da algo de vida a la casa, es alguien con quien charlar.

Me pongo una bata y me hago algo ligero para picar. Enseguida estoy ante el ordenador revisando el email y las redes sociales. Retraso el momento, pero un cosquilleo entre las piernas me indica que esta noche tampoco resistiré la tentación de tocarme. “Que no he sido capaz de buscarme novio, pero desde luego deseo sexual no me falta, vamos que estoy pero que muy, muy necesitada…”. Jamás lo reconocería ante nadie, pero el hecho es que tengo mucha falta de cariño, de contacto… y de sexo. Al fin, abro las páginas web que me gustan: chicos jóvenes, musculosos, bien dotados. Y también vídeos porno. “De follar, hablando en plata: ver cómo les dan duro, por delante y por detrás, como a mí me tenían que dar.., ¡ay, qué vergüenza pensar estas cosas!”.

Me levanto y cierro bien la puerta, pues me ha parecido oír a mi sobrino llegar a casa. Me pongo los auriculares para disfrutar también del sonido: me excitan los jadeos, las exclamaciones en inglés, las corridas… Antes de darme cuenta ya estoy bien abierta y acariciándome el clítoris, metiéndome los dedos. “Nada de chismes de plástico, que me dan cosa…”. Me penetro fuerte, con dos dedos, y cada vez, al llegar al fondo, la palma de la mano da en mi clítoris hinchado un golpe que me sabe a gloria. En pocos minutos me llega un orgasmo respetable, y lo disfruto con ganas, aunque intentando contener los gemidos, no sea que Rafa me oiga…

Al poco, ya relajada físicamente, aunque no muy satisfecha de mí misma, “a mis años masturbándome como una mona, que bochorno…”, pongo el despertador y en tres minutos me he quedado dormida.


—Buenos días, Rafa, ¿te pongo otro café? —El sol mañanero llena la cocina. Mi sobrino está sentado a la mesa, fumando aunque sabe que no me gusta el humo. Lleva solo un pantalón de pijama y está sentado en posición bastante chulesca, típica de él, enseñando tu torso muy trabajado en el gimnasio y su tableta de chocolate.

—Buenos días, tía; sí muchas gracias —responde mirándome con gesto descarado—. Hazme también unas tostadas con mermelada y un zumo de naranja.

“Háztelas tú, cerdo arrogante, y apaga ya ese cigarrillo apestoso”.

—Claro que sí, un buen desayuno; los jóvenes tenéis que alimentaros bien —respondo sonriendo. Cierro bien la bata, pues su mirada en mi escote me está poniendo nerviosa… Y me pongo a cocinar con energía para cumplir su deseo, a pesar de que llego ya muy justa al despacho.

—Tu trabajo es algo oficial, ¿no tía? —pregunta sin quitarme ojo mientras pongo la tostadora—. Algo importante, vamos.

—Sí, bueno, es el Ministerio de Cultura —respondo algo extrañada por esa curiosidad—. Alguna importancia tiene, desde luego.

Me acerco a llevarle la bandeja con el desayuno. Rafa es rubio oscuro, con los laterales muy cortos y una especie de tupé desordenado. Sus rasgos son afilados, angulosos, como los de su tío. Tiene muy marcados los músculos del pecho y hombros; y desprende un olor mentolado que me marea un poco, quizá sea su gel o ese spray para las lesiones deportivas. Al inclinarme no puedo evitar que se abra la bata, por suerte ya me he puesto mi sujetador granate que me hace un canalillo estupendo. Él me contempla sin disimulo mientras dispongo servicialmente los platos y cubiertos. “Disfruta de la vista, musculitos engreído”.

—Entonces supongo que en ese ministerio, les extrañaría mucho ver algo como esto, ¿no crees, tía? —dice, y me pone en las manos su tablet donde se ve, ya en marcha, y con sonido, un vídeo donde una mujer despatarrada se masturba ante la cámara, gimiendo y penetrándose ruidosamente el sexo. Me extraña que me muestre algo así, hasta que me doy cuenta que esa mujer… ¡soy yo misma!

—¿Pero qué…? —balbuceo. Todo el cuerpo se me ha quedado sin sangre, siento que voy a caerme redonda, pero no hay ninguna silla más a la mesa y me quedo allí de pie, anonadada, mientras él disfruta del desayuno, con gestos de aprobación.

—¿No te da vergüenza, a tu edad? —dice al fin, mirándome con sorna—. Por supuesto tendré que decírselo a mi madre, para que sepa con qué pervertida me ha enviado… Ah, y a mi tío Ramiro, también, claro.

—No, por favor, ni se te ocurra, Rafa —suplico—, fue un momento de debilidad, de mucha tensión; vamos, te juro que no volverá a repetirse.

—Y al ministerio también tendré que enviarlo —continúa él—, a ese subsecretario tan antipático que tenéis. Y a tu ayudante Rosana, que la tratas como a una mierda, seguro que le encantará recibirlo… Como ves mis amplios conocimientos informáticos me han permitido acceder a tus dispositivos, cuentas, cámara…, todo.

—¡No, no, Rafa, por Dios, eso no!

—Bueno, tranquila, yo no quiero causarte ningún perjuicio —dice con voz suave. Se ha levantado y ahora su aura mentolada me invade—. Por supuesto no difundiré el video, pero de alguna manera tendrás que devolverme el favor, ¿no, tía?

—Claro, Rafa, por favor, bórralo todo, que yo te daré lo que tú quieras —digo, y en seguida me sonrojo. “¿Es que quieres aprovecharte de mí, niñato?”. Me doy cuenta de que en algún momento se ha caído el cinturón de la bata y ésta se ha abierto por completo. Estoy muy alterada y no puedo evitar la fuerte agitación de mi pecho.

—Por supuesto que harás lo que yo quiera, tía —afirma con seguridad plena—; y lo que deseo es que te pongas a mis órdenes en todo, ¿entiendes? Por completo.

—Pero ¿cómo a tus ordenes?, por favor Rafa, hijo mío…

—Si, lo has entendido bien: en lo sucesivo harás todo lo que yo te ordene. Pero tranquila, no pasará nada que no desees…

Me coge de los hombros con sus brazos musculosos, tiene una altura que me impresiona, y lo mismo pasa con su pecho, situado ahora a escasos centímetros de mi cara. Me siento muy pequeña, a su merced; y cuando pasa los dedos por mis mejillas y me acaricia luego el cuello, un fuego eléctrico me bulle por el abdomen.

Va avanzando despacio con la yema de los dedos por mis hombros —el cosquilleo me estremece todo el cuerpo— hasta hacer caer la bata al suelo; y luego sigue bajando por mis brazos, muy suavemente, mientras me observa con una sonrisa amable. Por un segundo estoy tentada de abrazarme a su torso, pero él me contiene, tomando mis manos con fuerza.

—Ahora me tengo que ir a la facultad. Y tú al trabajo —dice alzándome el mentón—, no quiero que te retrases por mí, tía. Ve ahora a prepararte. Y no lo olvides: esta noche estarás ya a mis órdenes.

Se va hacia la puerta dejándome en ropa interior, de pie en medio del comedor, con la respiración a cien y mis preciosas bragas granates totalmente empapadas. Pero antes de salir, se da la vuelta y añade:

—Ah, por cierto, tía, como ando algo corto de dinero, esta noche me entregarás mil euros. Esa será la primera orden mía que cumplas.

Sale. Tengo que sentarme para recuperar el sentido, estoy como drogada. Me cuesta volver a la realidad, debo refrescarme la cara y respirar hondo, y poco a poco logro volver en mí. De pronto, todo lo ocurrido esta mañana me parece un sueño, una pesadilla o una alucinación. Dudo que algo tan loco pueda estar pasando. Y las exigencias de mi sobrino me parecen disparatadas, como salidas de una mala película. “¿A tus órdenes? Ni lo sueñes, renacuajo pretencioso, ¡qué más quisieras!”.


CONTINUARÁ...

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