Dolor y placer
La dominación de mi amante sobre mi me impide pensar si esto es correcto, pero no puedo negarle cualquier cosa que él me pida. Soy suya. Y ahora, soy de ustedes.
Tengo un amante del otro lado del mundo. No me pregunten cómo nos conocimos, porque pensarían que esto es un cuento fantástico.
Este amante que apareció de repente, me mostró otra cara del placer: el BDSM. Un día se acercó a mi cuerpo y se apoderó de mi mente. Abrió mis ojos por primera vez y me reconocí como una sumisa sin saber cómo fue que llegué a sus pies. Sólo sé que no podría renunciar a él y la forma como domina todo lo que yo pretendía conocer.
Cuando nos conocimos, me miró fijo y supe entonces que no había marcha atrás. Soy suya desde entonces. Me poseen las manos correctas, esas que tanto anhelaba mi cuerpo encontrar.
El me consiente como a una reyna y me somete como a una esclava. Eso soy para él. Cuando nos vemos, me descalzo de mis tacones ejecutivos, tiro en el piso mi traje de oficina y de rodillas acepto sus azotes, y la forma feroz en que amarra mis brazos y piernas.
Sólo las mujeres de alma oscura y blanca sonrisa pueden entender de lo que hablo. De ese gozo al sentir la cuerda prolongar nuestras extremidades. Esa venda tapando los ojos, excitando los otros sentidos. Y para ese momento, sólo han iniciado los juegos previos.
Mi amante es un maestro en el uso de los juguetes sexuales. Nuestros encuentros siempre llevan un artículo de estos, que él, fascinado, introduce en mi boca o en mi sexo. Jadeo de placer y dolor, me humedezco con más y más intensidad mientras la saliva escurre por las comisuras de mis labios. Suplico por más y él siempre premia mi resistencia aplicando más dolor a mi cansado cuerpo. Resistir para él es mi ofrenda de adoración hacia el gozo que me proporciona.
Este hombre que me ha hecho una sumisa por elección, tiene formas de torturarme incluso cuando él se ha ido. Un mensaje al móvil me hace temblar de excitación cuando veo que es él quien escribe. Instrucciones claras de lo que debo usar y lo que debo hacer. Muerdo mis labios, sonrío nerviosa. Debo aparentar que nada ocurre, sin embargo mi sexo responde ansioso por cumplir con sus deseos.
Atender sus órdenes me trajo aquí para contarles. Dejar testimonio del placer que me provoca, del poder que ejerce en mi. En su último mensaje ha sido claro en sus deseos: me ha ordenado que use uno de sus regalos: un cilicio que no es otra cosa que un cinturón con púas que atormenta la piel de quien lo porta. Sus instrucciones son colocarlo muy cerca de mi sexo y caminar sin ropa interior hasta llegar al trabajo, donde debo buscar un lugar público para tomarme una fotografía.
Ser su esclava exige de mi total sumisión pero también una mente creativa para cumplir lo que él desea; él juega con mi mente, porque además del placer por complacerlo, es el reto a cumplir eficazmente mi trabajo. Soy una perversa ejecutiva.
Esta mañana ajusté el cilicio a mi pierna derecha, me puse una falda holgada y tacones. Llegué al edificio en que trabajo y elegí las escaleras como escenario de mi castigo. Mi corazón, acelerado por el riesgo de ser descubierta, latía a mil. Es un edificio de varias oficinas y ese es justo el horario de la entrada para la mayoría del personal. Demasiado arriesgado, pero era ahora o nunca. Vi que nadie subía ni bajaba, así que levanté mi falda intentando darle a mi amante una visión que lo excitara también a él. Misión cumplida.
Le envié la foto de inmediato, él no es un hombre al cual me guste hacer esperar. Me quedé ahí, viendo fija la pantalla del móvil esperando su respuesta; se conectó al poco tiempo y recibió mis mensajes. Estaba tan excitada que no pude evitar masturbarme recargada en el escritorio. Ahogué el grito de placer que estas situaciones me provocan. Me excita también pensar que él me observa desde lejos, sin inmutarse. Gozo arrastrándome hacia él para recibir sus azotes físicos o mentales.
Un par de horas más tarde recibí un premio de su parte: un mensaje donde me llamaba “guapa” y me autorizaba a quitarme el cilicio que para ese momento ya había rasgado mi piel dejando marcas. Respiré aliviada. Que me levante el castigo era señal de que la foto le había gustado.
Pero el castigo continuaba. Un segundo mensaje suyo me indicaba lo que ahora debía hacer y es ésto que hago ahora: contarles y compartirles esta imagen (que espero puedan disfrutar). La dominación de mi amante sobre mi me impide pensar si esto es correcto, pero no puedo negarle cualquier cosa que él me pida. Soy suya. Y ahora, soy de ustedes.
Al menos en este relato, en esta imagen, en la mente de cada quien.