Doctorado en Madrid (3)

Mis experiencias en Madrid durante los 6 meses de doctorado. No apto para los amantes del sexo convencional. Segunda parte: Llueve en Madrid.

DOCTORADO EN MADRID (3)

Una vez repuestos de la corrida, Daniel volvió de mear y encontró en una estantería un cedé suelto con una grabación de varias obras de Debussy. Siempre se olvidan cosas así en las mudanzas. Nos pareció un descubrimiento de muy buen gusto y, mientras yo me fui a mear, lo puso. Vi que Daniel no había levantado la segunda tapa del váter, seguramente con la intención de que yo me diera cuenta. Era un pequeño regalo sorpresa antes de irnos a sobar. Estaba todo el váter lleno de gotazas y yo me encargué de rematarlo con una buena meada, dejando la taza hecha un cromo. Pasé de sacudirme las gotas del nabo y dejé que cayeran donde fuera. La cuestión es que estábamos tan agotados que nos quedamos dormidos con los primeros ‘Nocturnos’ de Debussy y no hubo ocasión de comentar el espectáculo del cuarto de baño.

Daniel le había dado sin querer a la "R" del reproductor y el disco no paró de sonar en toda la noche. Las camas eran individuales pero nos metimos los dos en la mía, en bolas, sin ducharnos antes ni mariconadas. Nos acoplamos, nos abrazamos y Morfeo hizo su trabajo durante unas tres o cuatro horas.

A las 6 ó 7 de la mañana, bajo la luz opaca y tibia de un amanecer nublado, iniciado por quinta o sexta vez el "Preludio a la siesta de un fauno", me desperté con mi rabo dentro de la boca de Daniel. Me lo había estado chupando por espacio de diez minutos y yo ni me había enterado porque había caído rendido tras la intensa jornada anterior.

Llovía. Era una lluvia densa, caía muy vertical pero silenciosamente. Mientras yo tomaba conciencia de dónde estaba y de la hora que era, mi polla enjuagaba los labios de mi amigo, que no permitía que mi capullo saliera de su boca. Se alegró mucho al verme despertar y no dejaba de mirarme. Yo sonreía, tardé un poco en darme cuenta de que no era un sueño. De pronto nos descojonamos por el ruido que hacía Daniel mamándome la polla. Y de la risa casi se atraganta, lo cual provocó aún más descojono.

No hizo falta pedirle que me diera su polla porque, cuando se nos pasó el ataque de risa, cambió de postura y se puso a cuatro patas encima de mí. Al acercar su boca a mis cojones, los suyos quedaron colgando a pocos centímetros de mi cara. Me lancé a esnifárselos y a lamérselos como un poseso. Le colgaban bastante y me gustaba verlos balancearse entre lametazo y lametazo. Mientras tanto, el disco de Debussy había comenzado otra vez. Le estiré de las pelotas, primero con suavidad y luego con furia. Les di unas pequeñas ostias, se las rasqué, se las aplasté, se las olisqueé como un perro y le ensalivé la bolsaza peluda hasta que la baba me cayó por todo el cuello.

Era domingo, no teníamos obligaciones ni citas ni nada que hacer en nuestra nueva ciudad y la sensación de placidez crecía a cada momento. Nos encendimos unos pitillos. ¿Había algo más que hacer todo el puto día aparte de follar, besarnos, comer polla y hacer el cerdo?

-Todo el puto día, mariconazo, todo el puto domingo y todo el puto año si quieres –me dijo al oído. Y luego me dio un morreo con pestazo a tabaco, a polla caliente y a huevos ensalivados. Su sobaco estaba sudao y acerqué mi napia a su pelambrera negra.

-Hueles que alimentas, pedazo de mamón –le dije mientras le comía el sobaco.

-Pues esto no es nada, colega. Ya verás más tarde. Que no me pienso duchar en todo el puto día.

-¿Ducharse? Jajaja, ¿qué es eso?

Nos morreamos de nuevo hasta que empezó otra vez el disco. Me levanté a quitarlo ya, con la polla latiéndome enhiesta, y ya sólo se oía la lluvia cayendo afuera. El suelo de la casa estaba pegajoso de la cerveza y los lapos de la noche anterior, y nuestras ropas habían quedado desperdigadas por todas partes.

-¿Te apetece jugar con esto? –dije mientras recogía mis gayumbos del suelo.

-¡Claro, lanza, tío! ¡Claro!

Le lancé mis calzoncillos y se los llevó a la cara para olerlos. Acto seguido, mirándome a los ojos, se los ensartó en la cabeza como un pasamontañas, colocando la napia en la parte delantera de los gayumbos. Me puse tan burro cuando vi cómo metía su careto dentro de mi slip sucio que me empecé a pajear como un mono, de pie desde donde estaba.

Poco después, con la cabeza engayumbada, Daniel bajó de la cama a 4 patas, y no tardé en imitarle, poniéndome en esa misma postura. Yo tenía delante de mí un calceto suyo, así que bajé la testa y me puse a olerlo y a morderlo. Daniel buscó sus boxer sucios por el suelo, y cuando los encontró los agarró con la boca y me los trajo. Estaban realmente guarros, apestaban a cerveza a medio secar. Me los ensarté en la cabeza y nos morreamos así como estábamos, con los gayumbos de por medio.

Era increíble lo que estábamos haciendo. Ni él ni yo habíamos hecho nunca cosas semejantes, pero lo estábamos pasando en grande. Había una mezcla alucinógena de fragancias y esencias naturales. Si la habitación olía a pies, a sudor, a gimnasio sin ventilación…, dentro de los gayumbos olía a polla y a huevos, a cerveza reconcentrada…, a macho guarro, en una palabra.

-Álex, somos unos putos cerdos –me dijo sacando la boca por la abertura del slip.

-Sí, me va a molar mucho vivir en esta pocilga contigo, tío.

-Ya estás viviendo conmigo, capullo –contestó mientras me hacía gozar magreándme los huevos.

-Sabes una cosa, tío, tengo ganas de mear, tronco –le dije después de una pausa.

Daniel se pasó la lengua por los labios, miró a los lados buscando algo y alargó el brazo para agarrar mis zapas.

-Mea en las zapas, tío –propuso, poniéndomelas debajo del nabo.

-Vale –le dije-, pero mejor sostenlas tú

-Dime cómo

-Te tumbas y te pones las zapas encima de la barriga –repuse.

-Sí, tío, hasta que rebosen –me pidió.

-Van a rebosar bastante, colega.

Daniel se sacó mi gayumbo de la cara, se tendió en el suelo boca arriba y se colocó las zapas encima, una sobre la barriga y otra en el pecho, cerca del cuello. Yo, con sus calzoncillos aún en mi jeta, cogí el gayumbo que él se acababa de sacar de la cabeza y lo arrugué entre mis manos.

-Esto aquí dentro, por si salpico –le dije, metiéndole mi slip en la boca-. Va, ¿preparado?

-Gfiiiiiii… –alcanzó a decir Daniel, con la boca llena de gayumbo.

-¿Por cuál empiezo? –pregunté.

-Por la de abajo –masculló.

Me coloqué de pie encima de él, mi rabo no destrempaba y así sería difícil mear, por lo que hubo que esperar un rato. En esos momentos nos dijimos toda clase de barbaridades el uno al otro. Que si éramos unos maricas, unos degenerados, unas putas. Empecé a mear de repente, un chorraco fuerte que salió disparado al hueco que había entre las dos zapas, pero en seguida apunté a mi primer objetivo y llené la primera zapa con mi meada, aunque me frené antes de que rebosara. Él disfrutó tanto con las gotas que le caían a la barriga que su rabo, duro como un palo, no dejaba de vibrar.

Cuando paré le pedí que no se moviera y me agaché a mamarle la polla, que también había recibido unas cuantas gotas. Mientras se la chupaba, la zapa meada se tambaleaba en su barriga, pero no se derramó nada. Necesitaba llevarme a la boca esa polla durante un rato, no pude evitarlo. Su extraño sabor dulce me electrizó.

Después me acerqué a su cara, él seguía con mi slip dentro de la boca y yo le eché un lapo a la frente que le resbaló por la oreja. Lo flipábamos. Luego me puse de pie, cogí la zapa meada y me la acerqué a la polla. Daniel me miraba con pasión. Metí mi palo en la zapa, sintiendo un escalofrío al contacto de mi capullo con la meada, y removí el líquido con mi nabo como si fuera una taza de café. Cuando lo tuve bien embadurnado lo saqué y volví a depositar la zapa en su barriga. Después me agaché y le pasé mi rabo por la cara, dándole pollazos, salpicándole todo el jeto con mi polla mojada. Acto seguido se la metí por la boca, empujando el gayumbo adentro hasta casi asfixiarlo. Tosió y no pudo evitar que la zapa se le cayera de la barriga, derramándose la meada por el suelo. Pero en ese momento nos habíamos olvidado de la zapa y Daniel lo que quería era chupar mi nabo a saco. Se sacó el gayumbo y le follé la boca hasta que estuve a punto de correrme. Me paré y me tendí junto a él a descansar un rato.

Al tumbarme sentí en mi culo y en mi espalda toda la meada derramada antes, pero no importaba. Al contrario, empezamos a chapotear un poco en el charco, dándole manotazos al suelo para que nos salpicara por todas partes. El caso es que yo no había terminado de mear y todavía me quedaba carga para llenar la otra zapa.

-¿Quieres que siga meando, tío? –le pregunté.

-Sí, tío. Mea cuando te salga de la polla.

-Jajaja, nunca mejor dicho... ¿Me sostienes la otra zapa?

-Mmmm…, o espera. Ahora me gustaría que mearas de otra forma –me dijo.

-Dime, tío, haré lo que me pidas –dije, acariciándole el pelo.

Se sentó en el suelo y, después de pensar un poco, me ordenó que me pusiera de pie.

-Ve hacia allí y abre mi maleta –me pidió. Yo no sabía a dónde quería llegar pero estaba seguro de que me gustaría, fuera lo que fuera.

-Ábrela, Álex –me dijo.

Me agaché un poco. -¿Ésta? ¿La grande? –pregunté.

-Sí, esa.

Abrí la cremallera de la maleta y la abrí de par en par. Lo único que se veía era un montón de ropa doblada que parecía limpia.

-Ahí lo tienes, tío, vamos, mea –me ordenó.

-¿A tu maleta, tío?

-Sí, tío, a mi maleta.

-Pero… ¿en serio?

-Sí, en serio, tío.

-Pero…-. Pensé unos instantes. La idea me había paralizado un poco, pero en seguida reaccione. –Bueno, joder, qué coño, si luego bajamos a la calle te dejo ropa mía –le dije.

-Claro, eso espero, cabrón. Pero mea mi maleta, vamos, quiero verlo, colega. Méala antes de que me arrepienta

Cogí un cigarro y estuve un rato parado enfrente de su maleta esperando a que me entraran las ganas de mear. En la calle seguía lloviendo. Daniel también se encendió un cigarro. Con su mano izquierda fumaba y con la derecha se retorcía una tetilla, muy atento a la escena. A mí me temblaban un poco las piernas, tenía un poco de frío, aunque más que nada temblaba por la excitación ante lo que me disponía a hacer.

-Tú lo has querido, cabrón –le dije, y, después de unas tímidas gotas, superé mi miedo escénico y mi polla empezó a disparar la segunda meada de la mañana.

CONTINUARÁ

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