Doctora Cortina
La doctora que iba a operarme de fimosis me dio una sorpresa de lo más agradable.
Doctora Cortina.
No sé si lamentarme o estar contento de haberme tenido que operar de fimosis. Cada vez que me muevo o cada vez que noto que mi corazón bombea sangre a mi pene, sudores fríos recorren mi cara y maldigo a toda mi familia. Aunque no sé si ésta es la parte más desagradable. Creo que lo fue mucho más descubrir que mi prepucio no funcionaba del todo bien el día que conseguí ligar por primera vez y el día que conseguí que fuera con la chica más guapa de la facultad. No creo que nunca llegue a recuperarme del trauma que tengo por culpa de mi doloroso defecto de fábrica.
Tuvo que pasar un mes para que me decidiese a llamar al médico. Me daba vergüenza y siempre lo dejaba para el día siguiente. Hasta que un día una chica de clase bastante guapa empezó a mostrar interés por mí y me decidí. No quería que me volviese a pasar lo mismo. El primero en verme fue mi médico de cabecera, un hombre mayor y con algo de sobrepeso, que me mandó al especialista tras unos cuantos toqueteos. Éste, en cambio, era más joven y delgado y, tras mirar mi miembro con más detenimiento, me puso en la lista de espera para operarme.
No pude ser más desgraciado durante esos meses. Parecía que, de repente, todas las tías habían tomado conciencia de mi existencia y que todas mostraban interés por mí. Chicas esculturales, inteligentes y deseosas de vivir la vida universitaria sin ataduras a ningún tío, se acercaban a mí con la típica parafernalia femenina más provocativa. Y yo, por no volver a hacer el ridículo como aquella primera vez, fingía desinterés. La vida fue cruel conmigo porque, por si no era bastante con todo esto, las que se sintieron ofendidas por mi falta de atención, empezaron a decir que era gay. Menuda mierda de publicad.
Por suerte, llegó el día de la operación. Fui al hospital, me dieron un pijama, me dijeron que tenía que afeitarme mis partes y que, o lo hacía yo o me lo hacía un enfermero. Decidí hacerlo yo y me metí en un baño a rasurarme el pelo que tan orgulloso me había sentido de tener cuando me salió hace ya varios años. Fue un gran descubrimiento ver que, sin pelo, mi pene parecía más grande. Sin embargo, la alegría no duró mucho. Cuando salí del lavabo, me crucé con una doctora que estaba bastante bien. Era joven, morena, tenía el pelo recogido en una coleta, las tetas un poco grandes para el tamaño de su cuerpo y un culo bastante respingón. Era una delicia de tía a la me hubiera encantado follarme. El susto vino cuando me enteré de que iba a ser ella misma la que me operase.
-Hola ¿Eres Javier López?
-Sí. Respondí desconcertado.
-Soy la doctora Cortina, seré yo quien te opere estrechó mi mano- Es la primera vez que lo hago sola, pero puedes estar tranquilo que he practicado mucho.
Ella sonría y yo me quedé callado, no sabía que decir. Intentaba asimilar la situación y no sabía si me daba más miedo que me operase una novata y me hiciera un desastre en la parte de mi cuerpo que más quiero o que me operase una tía buena y que se pusiese dura esa misma parte haciéndome sentir mucha vergüenza.
Entramos en el quirófano y me hizo sentar en una especie de silla de tortura que obligaba a estar con las piernas en alto y abiertas. Mis vergüenzas quedaron a la vista de todo aquel que entrase en aquel sitio. Ella empezó a preparar el instrumental médico que iba a usar para amputar mi pellejo y empecé a sentir bastante miedo. Sobretodo, cuando vi la aguja con la que me iba a anestesiar.
-Con esto, no sentirás nada.
-¿Ni siquiera el pinchazo?- pregunté asustado
-Bueno, eso sí. Pero, después no sentirás nada más.
-¿Duele mucho?
-No lo sé, nunca me han circuncidado. Aunque bueno, hasta ahora, todos los pacientes a los que he visto ponían cara de dolor.
Justo en ese momento, dejó salir unos chorritos de anestesia de la punta de la aguja y se acercó a mí. Empecé a sudar profusamente. No me gustaban las agujas, desde que era pequeño les tengo miedo. Por desgracia, no había nada que hacer, había llegado el momento, iba a pincharme e iba a hacerlo en mi polla. ¡Seguro que dolía un montón! Miró mi entrepierna, que se mantenía dormida gracias al espanto que me provocaba el pinchazo y dio un chasquido de desaprobación con la lengua.
-No te has afeitado bien. Voy a por alguien para que lo arregle.
Salió y volvió al poco rato diciendo que, si no queríamos esperar, tendría que hacerlo ella misma. Cogió una cuchilla, cogió espuma de afeitar y se sentó en una silla entre mis piernas.
No me tapó por lo que pude verlo con toda claridad y empecé a ponerme algo nervioso. Sin embargo, los nervios que había sentido hasta ese momento no fueron nada comparado con los que me dieron cuando agarró mi pene y lo levantó para restregar con comodidad la espuma por mi pubis, mis ingles y mis testículos. Me puse rojo al instante y me puse a recitar mentalmente los ríos de España para que mi cerebro no se fijase en lo suaves que eran las manos de mi doctora. Menudo mal rato pasé.
-Bueno, cuéntame ¿Cómo te enteraste?
-¿De qué?- pregunté abandonando el mundo hídrico.
-De la fimosis. No creo que a tu edad lo descubrieses en una revisión rutinaria.- Me miró sonriendo sin dejar de pasar la cuchilla por mi escroto.
-Me da algo de vergüenza contarlo.
-¿Fue con una chica?- preguntó la muy cotilla
-Sí.
-Entonces debes ser virgen ¿No?
- Sí.- respondí algo enojado.
-No te preocupes. En un mes podrás usar esta cosa que tienes como todo un hombre. dijo apoyando su índice sobre la punta de mi pene.
Su gesto acabó con mi equilibrio mental. No pude pasar por alto el tacto de su dedo y no pude apartar de mi mente esa sensación. Se me olvidaron los nombres de los pocos ríos que conozco y me arrepentí de haber pasado de estudiármelos cuando estaba en primaria.
-¿Cómo era la chica?
Ella seguía cotilleando pero yo ya ni la escuchaba. Notaba como la sangre empezaba a hinchar mi pene y estaba desesperado pro encontrar un medio de abstraerme a los encantos de una tía que, en esos momentos, me estaba tocando en un lugar al que sólo yo suelo acceder. No lo logré y, en cuestión de pocos segundos, mi polla se puso tan dura como una roca.
De repente, la doctora Cortina dejó de hablar y se quedó mirando lo que sujetaba su mano. Deseé la muerte ¿Por qué coño no me tragaba la tierra? No quería soportar aquella situación, seguro que me iba a insultar por mi desfachatez. Sin embargo, ella parecía pensar diferente. Tras unos segundos de estupefacción, empezó a reírse a carcajadas, como si le hubiesen contado el mejor chiste de toda su vida.
-Lo siento- decía mientras intentaba controlar la risa.- De verdad, lo siento, nunca me había pasado algo así.
Yo estaba tan rojo como un tomate por la vergüenza y ella estaba igual por la risa. Las lágrimas vinieron a mis ojos de la humillación que sentí y los suyos se llenaron de ellas de la enorme gracia que le estaba provocando aquello. ¡Qué injusticia! Yo sufría y ella se lo estaba pasando genial. Por suerte, consiguió serenarse y volver a decir:
-Nunca me había pasado esto, verás cuando lo cuente.
Nada más decirlo, se fijó en mi cara y se dio cuenta de que no estaba siendo tan divertido para mí. Supongo que debí despertar cierta compasión en ella porque se acercó hasta mi lado y me revolvió el pelo como si fuese un niño pequeño.
-Tranquilo, no te lo tomes a mal, tengo entendido que hay gente a la que le pasa. Mis compañeros me han dicho montones de veces que tarde o temprano alguno se me iba a empalmar.
No sirvió de nada, seguí igual de hundido en la humillación de mi desgracia.
-Si te sirve de consuelo, tu pene es uno de los más bonitos que he visto en este hospital.
Empecé a tranquilizarme un poco. Al fin y al cabo, la situación no estaba siendo tan desagradable como me temía. Ella se lo había tomado a cachondeo y su simpatía empezó a aliviar el mal rato que estaba pasando. Dejé de llorar, sin embargo, mi pene siguió en el mismo estado.
-El problema ahora es que hay que hacerlo bajar- dijo mirándolo.
Durante unos segundos los dos hicimos lo mismo, mirar como mi polla se mantenía erguida.
-Si no fuera médico, te daría una patada en los huevos y resolvería el asunto. Pero creo que atenta contra el juramento hipocrático.
Volvió a reír ante su comentario y yo la acompañé por primera vez. Imaginármela dándome una patada en la entrepierna me hacía gracia y aliviaba mi disgusto. Además, que se lo tomara tan a risa, hacía que mi desliz pareciese mucho menos grave.
-Ya sé lo que haremos. Aunque, eso sí, tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie.
La miré sin saber qué responder. ¿Qué quería que hiciésemos?
-Prométemelo- ordenó.
-¿Qué vas a hacer?
-Tú cierra los ojos y finge que estás dormido.
Le prometí que no lo contaría y la conversación terminó ahí. Cerré los ojos como ella me había pedido y oí que se sentaba de nuevo entre mis piernas. Agarró otra vez mi pene y sentí un chorro de placer que inundó mi cuerpo. Si quería arreglarlo de esa manera, no lo iba a conseguir. La cuchilla volvió a rozar mi piel y la doctora Cortina terminó de afeitarme.
-Ahora viene lo bueno. Tú no te preocupes por nada y disfruta.
Antes de que pudiese descifrar lo que significaban sus palabras, noté como sus manos tocaban mi pene de manera distinta. Con tres dedos agarraba la punta de mi miembro y masajeaba delicadamente la piel de mi prepucio. ¡Me estaba masturbando! ¡La doctora me estaba haciendo una paja! Creí morirme del gusto, ella lo hacía muy bien. Cualquier tirón que pretendiese dejar a la vista mi glande, me hubiera provocado un dolor espantoso. Sin embargo, ella usaba el pellejo para hacerme sentir una de las mejores sensaciones de toda mi vida. Para mejorarlo todo, no se conformó con masturbarme. Usó su otra mano para acariciar mis testículos y darme un masaje de lo más placentero. Sus dedos acariciaban mi escroto y se entretenían en palpar la forma de cada una de mis pelotas.
Sin previo aviso, paró y dejé de notar sus caricias. Oí como rebuscaba en algún sitio y rasgaba algún envase que sonaba a plástico. Volvió a manipular mi pene y noté como intentaba ponerle algo extraño. Pronto intuí que era un condón. Cuando estuvo puesto, llegó la sorpresa, sin ningún preámbulo se la metió en la boca. ¡Qué gustazo! Era toda una experta chupando pollas. Se la metía hasta que sus labios tocaban mi pubis y se la volvía a sacar. Una y otra vez repetía lo mismo y, mientras tanto, su lengua acariciaba el plástico que cubría mi piel. Sus manos no se quedaron quietas y palparon mis huevos y mi vientre. Incluso, algún dedo curioso se aventuró entre los pliegues de mis nalgas sin llegar a profanarlas.¡Menuda sensación!
Me moría de placer con sus caricias. El interior de su boca era lo más suave que se había acercado a mi polla nunca y sus manos me acariciaban con una delicadeza casi maternal. No pude retrasar el orgasmo. Comencé a sentir un intenso cosquilleo, que cada vez iba a más, en algún lugar dentro de mi vientre. Mi cuerpo se tensó sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo y mis ojos se cerraron de la misma manera. Un ligero gemido se escapó de mi boca y me corrí mientras ella seguía chupando.
Fue la primera vez que una chica me llevaba hasta el orgasmo, así que, fue el mejor de toda mi vida. Por desgracia, todo ese placer sólo era el preámbulo de un dolor mucho más agudo. Mi doctora quitó mi condón y limpió mi pene hasta desinfectarlo por completo. No me dio explicaciones, tampoco me avisó de lo que me iba a hacer, sólo dijo:
-Coge aire.
Yo estaba en las nubes, disfrutando del recuerdo de tanto placer, por lo que no tuve tiempo de asimilar lo que me había dicho ni de hacerle caso cuando, segundos después, sentí el doloroso pinchazo de una aguja enorme en mi propio pene. ¡Qué dolor! ¿Por qué algo tan bonito tenía que acabar de aquella manera?
Me ahorraré los detalles escabrosos de la operación y de lo que tengo que sufrir ahora. Si no fuera suficiente con tener una herida que circuncida todo mi pene, encima tengo que soportar que mis amigos, que son muy buenos y me quieren mucho, se vengan a casa cada dos por tres a ver películas porno conmigo para hacerme compañía. Toda una tortura que no le deseo a nadie.
Por suerte, puedo consolarme con una cosa. Justo después de operarme, cuando me dieron el alta para salir del hospital, la doctora Cortina me dijo guiñándome un ojo:
-Dentro de un mes vuelves y comprobaremos qué tal te ha quedado.