Doce noches, dos mujeres y una isla desierta 5

Durante la estancia en la isla de nuestro protagonista, la pija d y Rocío se comen unas frutas sin saber que contiene sustancias alucinógenas. Impelidas por la sustancia se sumergen en una vorágine de pasión y violencia. Contiene filial, lésbico y una buena dosis de violencia, Contiene dominación, l

Capítulo 6.

Llevábamos siete días, varados en esa isla desierta y sin visas de ser rescatados. Durante una semana, no habíamos visto ningún signo de civilización. Por mucho que oteábamos el horizonte en busca de algún barco o la estela de un avión, jamás conseguimos descubrir nada. Buscando ser practico, marqué unas normas que todos debíamos cumplir así como una división de las tareas diarias. Tanto María, mi prima, como Rocío, su amiga, aceptaron mi liderazgo desde el primer día y el haberse convertido en mis amantes no hizo más que afianzarme en el mando.

Aunque parezca imposible, esas dos niñas pijas se habían olvidado de su vida anterior y se habían hecho a la idea de que pudiera darse el caso que jamás nos rescataran.  Una muestra clara de lo que os digo, ocurrió esa mañana:

Estaba profundamente dormido cuando un ruido me hizo despertar. Al abrir los ojos, las vi entrar en la choza agarradas de la mano. Desnudas, nada me perturbaba para admirar la perfección de sus cuerpos. Rocío era más alta, morena con unos pechos pequeños que pedían a gritos ser besados, un estómago firme de mujer que hacía poco había dejado atrás la adolescencia.  Maria en cambio, era un maravilloso ejemplar de rubia, con su pelo casi albino y ondulado por los rizos, tenía la piel morena que hacia resaltar sus ojos azules. Si su cara ya era hermosa, su cuerpo era perfecto, con la belleza juvenil de sus veintitrés años, sus senos eran la delicia de cualquier hombre, no solo por su gran tamaño sino que se mantenían inhiestos pidiendo ser tocados.

―Venid aquí―,  ordené golpeando con mi mano la rudimentaria cama.

Al obedecerme, movieron sus caderas intentando con ello provocar mi libido como solo saben hacerlo las mujeres que se sabían atractivas y bellas. Al llegar hasta el catre, se arrodillaron y gateando, dejaron que mis ojos contemplaran la rotundidad de sus curvas. Rocío y María eran dos panteras y yo su voluntaria presa. Sin mediar palabra, María me bajó el short que llevaba mientras con sus labios buscaba mis besos, Rocío en cambio se entretuvo cogiendo los pechos de mi prima con la mano y acercándolos a mi cara, me los ofreció como ofrenda.

No me pude negar a sus caricias. Sin moverme mi lengua recorrió el inicio del pezón que voluntariamente me acercaban, y al hacerlo pude ver como se retraía tímidamente, endureciéndose excitado. Rocío al verlo, quizás envidiando mi lengua, se pegó a mí y también puso sus senos a mi disposición. No me podía quejar, al alcance de mi boca estaban cuatro de los mejores pechos de mi vida, deseosos que hiciera uso de ellos.

Lo excitante de la escena, me hizo acomodarme en la cama y cuando ya estaba intentando acelerar sus maniobras oí a María que me decía:

―¡Manuel! ¡Relájate! ¡Déjanos hacer!

Y entre las dos me terminaron de quitar el pantalón, de forma que entre besos y caricias, me vi desnudo enfrente de ellas.

Rocío tomó la iniciativa, bajando por mi cuerpo, su lengua se deslizó suavemente por mi cuello, pecho, entreteniéndose cerca del ombligo, mientras sus manos subían por mis piernas, acercándose a mi entrepierna. María, en cambio, seguía dándome de mamar, mientras sus manos acariciaban la espalda de su amiga.

―¿Te gusta?―, me decía mientras yo mordía sus pezones, torturándolos.

Seis manos, seis piernas entrelazadas en busca de placer, tres mentes perfectamente coordinadas en una meta común, la unión de nuestros cuerpos y la exploración de nuevas sensaciones.

El sentir, la humedad de la boca de Rocío cerca de mi pene, me hizo gemir anticipando el placer que me iban a otorgar. Fue la señal que esperaba la rubia para unirse a la otra y cogiendo mi pene con la mano, jugueteó con mi glande mientras exploraba todos sus pliegues. La moreno no queriéndose quedar atrás sin ningún recato se apoderó de mis huevos, introduciéndoselos en la boca.

Atacado por dos frentes, sentía como esas dos chavalas competían entre sí, buscando mi excitación, mientras sus cuerpos se agitaban nerviosos por las caricias que mutuamente se daban. Estaba disfrutando y ellas lo sabían, por lo que coordinándose, ambas se apoderaron de mi falo con sus bocas. Alucinado me di cuenta que mi prima y su amiga se estaban besando a través de mí. Sin darse apenas cuenta, sus labios se tocaban mientras  sus lenguas jugaban sobre mi piel, siendo yo un mero vehículo privilegiado de sus caricias.

Tantos estímulos hicieron que se acelerara mi excitación y al sentir mis dos amantes que se acercaba, como posesas buscaron ser cada una de ellas la dueña de mi explosión. Os juro que en ese momento, no pude distinguir quien era la dueña de la lengua que me acariciaba, ni la que con sus dientes mordisqueaba la cabeza de mi pene porque eran ambas, las que intercambiándose la posiciones, deseaban ser la primeras en beber de mi simiente.

―¡Yo también quiero!― protestó Rocío al ver que María se apoderaba de mi sexo.

Al expulsar mi pene las primeras gotas, fueron dos lenguas las que disfrutaron de su sabor y ansiosas fueron dos manos las que asieron mi extensión para buscar mi placer. Dominadas por la lujuria, mi prima y su amiga  comenzaron a menear m pene mientras sus dos bocas estaban listas para recoger la cosecha. Creí que jamás iba a disfrutar de algo semejante cuando mi semen  recién salido fue devorado por ellas. Como buenas amigas, María y Rocío compartieron alternativamente el chorro que salía de mi capullo en perfecta unión y  no dejaron de ordeñar mi miembro hasta que convencidas que habían sacado hasta la última gota. Entonces y con una sonrisa en sus bocas, me preguntaron que me había parecido.

No les pude mentir:

―Ha sido la mejor mamada que nunca me han hecho.

Satisfechas por su hazaña, se tumbaron a mi lado y se abrazaron a mí, besándonos los tres con pasión. No habíamos tenido suficiente y el sudor que corría por nuestros cuerpos facilitaba nuestras maniobras. Al ver como Rocío se comía con los ojos a mi prima, decidí ayudarla y poniendo a la rubia entre nosotros, empecé a acariciarle los pechos. María se estremeció al sentir como cuatros manos recorrían su cuerpos y notar como nuestras bocas se apoderaban de sus pezones.

―Me encanta―, gimió cuando Rocío inició el descenso hacia su vulva y abriendo le gritó que era todo suyo.

La morena no se hizo de rogar y separando con los dedos los labios inferiores de su amiga, acercó la lengua a su botón de placer. Solo el aliento de la mujer, cerca de su cueva hizo que mi prima sollozara de placer. Pero cuando introduciendo un dedo en la vagina, comenzó a torturarla, esa humedad inicial se transformó en río y un torrente de flujo mojó la mano de la otra mujer. Rocío, al percibirlo, ansiosamente se llevó la mano a la boca bebiendo de su sabor agridulce.

―¡Hazme el amor!― me rogó mi prima ya completamente excitada.

Sin esperar mi respuesta, se subió a horcajadas sobre mí y empezó a ensartarse toda mi extensión. Al hacerlo dándome la espalda, la postura permitió que su sexo siguiera estando a disposición de Rocío. Aunque no pude verlo, mi prima sonreía a su amiga mientras se empalaba con mi miembro. La lentitud con la que se lo incrustó, me permitió notar cada uno de sus pliegues al ir desapareciendo mi pene en su interior y disfrutar de como mi capullo rozaba la pared de su vagina al llenarla por completo.

Rocío al verla abierta de piernas con mi sexo en su interior, debió de pensar que era algo demasiado atrayente para desperdiciarlo y agachando la cabeza entre las piernas de mi prima, con la lengua se adueñó de su clítoris., Y mientras se comía ese coño y bajó la mano a su propia entrepierna y empezó a masturbarse.

―¡No es posible!, seguid así ¡soy vuestra puta! ― dijo María. Totalmente excitada por nuestros dobles manejos, aceleró sus movimientos en un loco cabalgar.

Con su respiración totalmente entrecortada y el corazón latiendo desenfrenadamente, gemía pidiéndonos que continuáramos, mientras su vulva se derretía por el calor y sus manos pellizcaban sus pezones en busca de un plus de excitación. Pero fue cuando Rocío se levantó y le puso su sexo en la boca de la morena, cuando ésta estalló retorciéndose como posesa. Sin parar de zamparse el coño de su amiga, se corrió dando gritos. Demasiado excitado por la escena, mi pene explotó dentro de ella de forma que mi simiente y su flujo se mezclaron antes de resbalar por nuestros cuerpos.

Agotados caímos sobre la cama y entonces Rocío se dedicó a absorber los restos de nuestra unión y reiniciando su masturbación, consiguió su propio orgasmo justo cuando su lengua había conseguido su propósito y sobre nuestros cuerpos no quedaba ninguna huella del éxtasis que nos había dominado.

Fue la propia Rocío quien, tras unos momentos de descanso, rompió el silencio llorando:

―¡No me lo puedo creer! Siempre busqué en el sexo mi propio disfrute, y me habéis enseñado lo estupendo que es dar en vez de recibir.

Pensando que lo único que le ocurría era que se había puesto tierna por la tensión sufrida en la isla, dejé que mi prima la consolara mientras pensaba en que ese infortunio nos había cambiado. No solo había conseguido que dos mujeres de bandera compartieran gustosas mi cama sino que ambas estuvieran ansiosas de acariciarse entre ellas. Con mi morbo saciado, observé a María besar a su amiga, diciéndole:

―Cariño, no llores. También Manuel y yo sentimos lo mismo― y para afianzar sus palabras, dijo sin parar de acariciarla: ―¿Quieres que ahora seamos nosotros quienes te amemos?

Afortunadamente para mi alicaído miembro, Rocío pidió que solo la abrazáramos y por eso, unidos sobre esa rudimentaria cama, nos besamos con ternura mientras ella se tranquilizaba. Una vez repuesta, se levantó y mirando el reloj, soltó una carcajada diciendo:

―Son las diez― y sacando a mi prima de mis brazos, le soltó: ―si no nos damos prisa en recoger algo de fruta mientras Manuel pesca algo: ¡Hoy vamos a pasar hambre!

Comprendiendo que tenía razón, salí del puñetero catre y sin esperar a ver que hacían, salí en busca de comida. Con la caña en mis manos y mientras intentaba sacar un pez de las mansas aguas, me dio tiempo a pensar en lo sucedido:

«Yo también las amo», sentencié mentalmente al percatarme de que no solo era atracción física lo que sentía por esas dos chavalas.

Esa mañana me la pasé pescando y solo cuando ya había atesorado siete jureles, decidí volver. Al llegar mi prima y su amiga no habían vuelto de la plantación por lo que aproveché el tiempo para dar de comer a los cerdos que teníamos en la cerca. Según el plan que nos habíamos marcado, al día siguiente tendría que sacrificar a uno de ellos y contrariamente a lo que hubiese supuesto solo unos días antes, no sentí remordimiento alguno mientras los cebaba.

Al rato las vi llegar cargadas de fruta, por lo que corrí a ayudarlas. Rocío se negó a que le cogiera el bulto diciendo:

―Ayuda mejor a María, viene un poco indispuesta.

Sorprendido la miré y entonces me di cuenta de que venían las dos borrachas. Intrigado por que hubiesen bebido alcohol al no haberlo en esa mierda de isla, directamente pregunté a la morena, de donde lo habían sacado.

―Mira― respondió y sacando una especie de mango, me lo dio diciendo: ―hemos encontrado estos frutos tirados por el suelo y al probarlos están deliciosos.

Tanteando el terreno, mordí uno de ellos y no me costó reconocer el tufo que desprendía. Supe entonces que el sol y las altas temperaturas habían acelerado la fermentación convirtiendo el azúcar en alcohol. Al no saber si eran comestibles, regañé a las dos muchachas por haber sido tan brutas de comerlos sin estar seguras.

―No lo pensamos― contestó la morena muerta de risa ―¡Me siento de puta madre!

Mi prima que debía de haber comido más, tambaleándose,  me preguntó de dónde venía la música.

―¿No la oyes?― soltó al ver mi cara alucinada y sin más empezó a bailar.

Su amiga se le unió en la arena y siguiendo unos acordes que solamente ellas dos oían, se abrazaron mientras sus pies no paraban de bailar. Comprendí en seguida que esos frutos además de un contenido alcohólico alto debían de contener alguna especie de alucinógeno y por eso, francamente nervioso, me quedé observando la reacción de las dos muchachas. No tardé en descubrir que sin buscarlo, tanto Rocío como mi prima empezaron a dotar a sus movimientos de una sensualidad sin límite

―Tengo mucho calor― dijo la morena mientras con una mano se pellizcaba uno de sus pezones ante la atenta mirada de su amiga.

― Déjame ayudarte, ¿sí?― murmuró María estimulada al ver a su compañera de niñez acariciándose.

Rocío asintió un tanto sonrojada. Mi querida prima con sus ojos impregnados de un extraño deseo, acercó su boca al pecho de su amiga y lo besó mientras con sus dedos le acariciaba la espalda. Al oír el gemido que produjo su acción, dejo que una de sus manos fuese bajando y ya convencida, toqueteó la entrepierna de la morena. Rocío no pudo reprimir su deseo y separando sus rodillas permitió que se apoderara de su sexo.

― Mi amor…― suspiró al sentir que una de sus yemas jugueteaba con el botón que se escondía entre sus pliegues.

El corazón de María dio un vuelco al oír esas dos mágicas palabras. Decidida a demostrarle que compartía el mismo sentimiento, la besó con pasión tomándola por la cintura con su brazo derecho y por su espalda con el izquierdo. Sin importarles que estuviera presente, esas dos mujeres entrelazaron sus lenguas mientras con sus dedos buscaban el placer de su contraria.

Rocío, en un momento dado,  con la pierna derecha abrió espacio entre las de su amada y dejó de acariciarle la espalda para comenzar a acariciar sus glúteos. Entonces, sin pedirle dejó sus manos sobre los pechos de mi prima, presionándolos al mismo tiempo que volvía a meter su pierna entre las rodillas de la rubia. Ya bastante excitado por ello, observé como sus cuerpos se contagiaban de deseo y ya sin recato alguno, rozaban sus coños uno contra el otro mientras no dejaban de besarse.

Fue María la que dio el siguiente paso, violentamente, tumbó a su amiga sobre la arena y tirándose encima de ella, empezó a morderle los pechos. Los gritos que salieron de la garganta de Rocío me hicieron comprender que, aunque le hacía daño, estaba disfrutando y por eso me mantuve quieto mientras mi prima se lanzaba al asalto de su compañera.

«¡Qué bruta!», pensé al verla torturar los pezones de la morena.

Esta sin quedarse corta, clavó sus uñas en la espalda de la rubia y dejó un profundo arañazo sobre su piel. Mi hasta entonces tranquila prima, pegó un alarido y llevando su boca a la de su amiga, le mordió el labio mientras su coño rebosaba de humedad. Sé que entonces me di cuenta de que algo andaba mal pero contagiado por la excitación del momento, me quedé plantado allí sin hacer nada. Estimuladas de forma brutal por la sustancia ingerida, ninguna de la dos era consciente de la violencia que estaban ejerciendo una contra la otra.

La respuesta de Rocío no tardó en llegar y cogiendo del pelo a María, le obligó a agacharse entre sus piernas, diciendo:

―¡Comételo!

La rubia respondió introduciendo con salvajismo dos dedos en la vulva de la morena mientras relamía dulcemente el clítoris que le había ofrecido. Los chillidos de su amiga al sentir la intrusión, no le bastaron e iniciando un mete-saca atroz, empezó a follar con sus yemas el estrecho conducto de Rocío.

―¿Te gusta verdad?― le gritó al ver que tenía el sexo encharcado.

―¡Eres una puta!― respondió con la voz entrecortada su amiga mientras se retorcía buscando el contestar a esa agresión. Increíblemente, consiguió darse la vuelta y metiendo su cara entre los muslos de mi prima, cogió entre sus dientes el botón del placer de su agresora.

Viendo que estaban llevando al extremo la mutua violencia, intenté intervenir pero con los ojos inyectados en ira, María me soltó:

―¡No te metas! ¡Esto es entre esta zorra y yo!

Con el rabo entre las piernas, volví a sentarme. Desde el tronco que me servía de asiento, observé que las dos mujeres alternaban golpes y mordiscos con verdadera dulzura y que tras unos minutos donde no sabía el resultado de todo aquello, vi que poco a poco la brutalidad de sus actos iba menguando incrementándose la pasión.

En un momento dado, las muchachas cambiaron de postura y entrelazando sus piernas, empezaron a rozar sexo contra sexo. Más tranquilo por haber  desaparecido la violencia pero más excitado que nunca, fui testigo del modo en que esas dos unieron sus coños dejando atrás todo rencor. La primera en correrse fue Rocío que totalmente descompuesta, gritó su placer a los cuatro vientos y convulsionando sobre la arena, buscó el gozo de su compañera con mayor pasión. María al sentir el flujo de su amiga recorriéndole las piernas, halló su compensación con un prolongado y brutal orgasmo.

Tras el mutuo clímax, las dos cayeron desmayadas por lo que, viendo que estaban en una especie de trance, tuve que ser yo quien las llevara hasta la choza. Una a una, las cogí en brazos y las acosté en la cama. Solo cuando me aseguré de que dormían y que estaban bien, decidí cocinar los peces en la hoguera.

Al cabo de dos horas, me acerqué hasta donde estaban y despertándolas, les pregunté cómo estaban.

―Tengo sed― respondió la morena y mirando a su alrededor me preguntó por qué estaba acostada.

―¿No te acuerdas?― contesté.

Intentando hacer memoria, se rascó la cabeza y bastante aturdida, me respondió que solamente se acordaba de estar con María recogiendo fruta. Para entonces mi prima se había incorporado y ratificando las palabras de su amiga, confirmó que a ella le ocurría lo mismo.

Al oírlas solté una carcajada y tomando asiento en una orilla de la cama, les expliqué lo ocurrido. Me divertí al comprobar sus caras de espanto por el modo en que se habían comportado y ya con ellas más tranquilas, les amenacé con que algún día, yo probaría esos malditos frutos.

―¡Ni se te ocurra!― exclamó la rubia señalando el arañazo que le recorría el pecho –Si esto me lo ha hecho Rocío, imagina que me harías.

La aludida sonrió antes de contestar mientras le acariciaba el trasero:

―Te rompería este culo tan bonito.

Muerta de risa, mi prima le pasó su brazo por la cintura y mirándome con deseo, me soltó:

―Para que me hagas eso, no necesitas ese fruto. ¿Verdad?...

CONTINUARÁ



Como os prometí voy a terminar las historias inconclusas que escribí.

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Sinopsis:

Un negocio en Africa hace que nuestro protagonista entre en contacto con la realidad de una cultura y una gente que le eran desconocidas. Sin saber cómo ni porqué se deja llevar por su soberbia y cierra un trato con un reyezuelo local desconociendo que al comprar su heredad no solo estaba adquiriendo unas tierras sino que ese apretón de manos llevaba incluido su boda con su hija, la princesa.

Temiendo por su puesto de trabajo, es incapaz de rehuir es trato aunque ello lleve emparejado unirse de por vida con una mujer con la que siquiera ha hablado y sin conocer las consecuencias que eso tendría. Al ir conociendo a su esposa, Manuel descubre que sus paisanos le tienen un respeto desmedido y que bajo la apariencia de una bella joven se esconde una maga de inmensos poderes. Para terminar de complicar las cosas donde va ella, van las cuatro premières... sus sacerdotisas que también se consideran sus esposas.

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