Doble vida (2)

Después de un duro día en la oficina, no hay nada mejor que llegar a casa y darse una buena ducha en buena compañía. Relato anterior: http://www.todorelatos.com/relato/78379/

Después de aquel inesperado y agradable encuentro con Ana, me dispuse a volver a casa. Me monté en el coche e hice la misma ruta de todos los días. Llegué a casa sobre las 22:30, un poco más tarde de lo habitual.

-Hola cariño, ya estoy en casa.

No obtuve respuesta, lo cual me extrañó, ya que mi mujer debía estar en casa. Me acerqué al dormitorio, asomé la cabeza por el marco de la puerta y allí la encontré, durmiendo plácidamente en la cama.

Llevaba puestas aquellas braguitas negras que tanto me gustaban, que junto al camisón blanco que vestía, hacían un contraste muy curioso. No llevaba sujetador, ya que le resultaba incómodo para dormir.  Pensé en despertarla pero realmente me encontraba algo cansado, así que opté por darme una ducha y cenar algo.

Cogí mi pijama sigilosamente para no molestarla y me dirigí a la ducha.

Lo ocurrido aquella tarde en el despacho volvió a mi cabeza súbitamente. Había engañado a mi mujer y no era la primera vez que lo hacía.

“¿Debo decírselo? No, eso supondría el fin de mi matrimonio, no puedo perder a una mujer tan especial como ella por un mísero polvo”

El sonido de la puerta del baño al abrirse cortó ese baile de dudas. Era Andrea, mi mujer, que se había despertado. Ya no tenía el camisón blanco puesto así que ahora únicamente llevaba aquellas bragas negras. Si no hubiera sido por la sesión de sexo de aquella tarde con Ana, casi seguro que aquella visión me habría provocado una incipiente erección.

-Javi, ¿ya has llegado? Me había quedado dormida esperándote para cenar, como has llegado un poco tarde…

-Siento haber llegado tarde cariño, pero ya sabes cómo es el mundillo de los negocios, si uno tiene que hacer horas extra para sacar adelante a la empresa, no queda más remedio.

-Ya, ya lo sé cielo, no te estaba recriminando nada…. ¿Te queda un sitio en la ducha? Así ahorramos agua…

-Si no te importa estar apretadita…

Parecía que se había levantado con ganas de juerga, y yo esperaba poder dársela a pesar de mis actividades extramaritales.

Se quitó las braguitas y las tiró al suelo, para acto seguido, meterse conmigo en la ducha. Aquello era bastante estrecho, por lo que nuestros cuerpos se frotaban continuamente. Nada más entrar noté sus pechos en mi espalda. No eran ni por asomo tan grandes como los de Ana, pero aún así me volvían loco.

Andrea me abrazo para ir bajando sus manos poco a poco hasta llegar a mi pene.

-Uy, parece que alguien está contentillo –dijo con tono burlesco al topar con mi pene, que ahora ya se encontraba en plena erección.

Empezó a masturbarme muy lentamente y con mucha suavidad de forma que podía sentir cada uno de sus vaivenes.

Le aparté la mano cariñosamente y me giré, yo también quería aportar algo. Lo primero que captó mi atención fueron aquellas pequeñas peritas de las que succioné el pezón, mientras iba bajando mi mano derecha hacia su tesoro. Mi mujer apoyó su espalda en la pared de la ducha y se dejó hacer.

Mi mano llegó a su vagina, pero esta no estaba tan mojada como me esperaba; podría haberle ayudado con mi lengua pero decidí innovar. Cogí la alcachofa de la ducha y dirigí aquellos pequeñitos chorros a su raja. La cara de placer de Andrea me hacía saber que aquello había sido una muy buena idea; incluso se le escaparon algunos gemidos, cosa muy rara en ella ya que prácticamente nunca, ni al llegar al orgasmo, expresa su placer en forma de gemidos.

Sin dejar de apuntar con los chorritos, que tan efectivos habían resultado, decidí meterle dos dedos. Entraron muy fácilmente debido a la abundante cantidad de flujo (ahora sí) y al agua, que no paraba de impactar. Los empecé a mover lentamente, guiándome por su respiración (cada vez más agitada) y sus expresiones. No tardó ni tres minutos en tener su primer orgasmo, ¡aquello sí que era velocidad!

Se quedó unos minutos extasiada, sin decir nada. Nunca la había visto así. Sus piernas temblaban y de su vagina no paraban de emanar fluidos que eran recibidos por mis dedos, aún en su interior.

-Creo que te mereces un premio – dijo, cuando se recuperó de aquello.

Sin darme tiempo a reaccionar se arrodilló y me propinó una mamada. Pocas veces lo había hecho con tantas ganas. Mi pene desaparecía por completo dentro de su boca, para un segundo después, volver a aparecer.

-Espera amor, espera –dije, cuando llevaba unos minutos recibiendo aquella felación.

Estaba a punto de eyacular y sabía que si me corría, tras aquel intenso día, no iba a poder lidiar con otro asalto.

Me obedeció, sacando mi pene recubierto en saliva de su boca y poniéndose de pie. La cogí por las nalgas, la levanté y la puse contra la pared. Ella se agarró a mí enroscando sus piernas en mi cintura. Aquella postura siempre me había recordado a un mono.

La penetré y por un momento la dejé dentro sin moverla, sintiendo su calor. Empecé a darle lentamente ya que no quería acabar tan pronto, pero por lo visto, mi mujer y yo teníamos puntos de vista distintos. Empezó a mover las piernas con las que me había agarrado por la cintura, provocando así que aumentase mi velocidad al penetrarla. Noté cómo clavaba sus uñas en mi espalda.

-Oh dios Javier, ¡por favor, más rápido, rápido! Estoy a punto de llegar…

Empecé a bombear a toda velocidad, en parte alentado por aquellos inusitados gemidos y por otro lado, porque yo también estaba a punto de acabar. Nos corrimos prácticamente a la vez, mezclando nuestros fluidos, nuestras lenguas y nuestros gritos.

Tras esto, nos vestimos, cenamos y nos fuimos a dormir, exhaustos por aquella ducha que sin duda alguna, había que repetir.