Doble vida (1)

Una chica se presenta a una entrevista de trabajo, que acaba con un buen resultado para ambas partes.

-Por favor, tome asiento.

-Gracias – dijo mientras se sentaba con una estudiada sonrisa en la boca.

-Y bien Ana, ¿por qué cree usted que deberíamos contratarla? – pregunté, siguiendo el protocolo de selección de nuevo personal.

-Pues bien, creo que podría aportar mucho a esta empresa…

Sus palabras eran ahora un rumor sordo al que respondía con un leve movimiento de cabeza. Toda mi atención se centraba en su prominente escote el cual me había llamado la atención desde el momento de su entrada.

Ana era una chica joven, 24 años según su currículum; de cabello rubio y liso que caía como una cascada dorada hasta sus hombros. Tenía unos pechos muy prominentes aderezados con un buen escote, que junto a la posición que había adoptado, ofrecían unas muy buenas vistas. Vestía además una faldita corta que quedaba genial en aquellas largas piernas.

-Ajá. Así que domina el inglés y tiene un nivel medio de francés, ¿no? –dije, en un vano intento de desviar mi atención de su escote.

-Sí, así es. Estuve viviendo tres años en Londres –dijo, mientras se inclinaba aún más, dejándome vislumbrar prácticamente la totalidad de sus senos.

Estaba seguro de que se había dado cuenta de la situación, y no parecía molestarle; es más, diría que disfrutaba con ella, o al menos, sabía que era un gran punto a su favor si quería conseguir el trabajo.

-Sin duda tiene usted un gran currículum, pero ya sabe cómo es esto, hay muchas personas que quieren este puesto.

En este momento noté que algo tocaba me tocaba. Era el pie de Ana, que lentamente estaba subiendo por mi pierna. Ella no apartaba su vista de mí, y yo no apartaba la mía de sus pechos. El pie no paraba de subir, con sinuosos movimientos, hasta llegar cerca del pene.

-Lo sé, lo sé –dijo-, pero pensaba que quizá usted… podría hacer algo por mí. Necesito este trabajo, ¿sabe?

Empezó a frotar su pie contra mi pene, que ahora ya se encontraba prácticamente erecto.

-Si le soy sincero, creo que tiene usted muchas posibilidades de conseguirlo.

Ana dejó caer un bolígrafo al suelo.

-Perdone, qué torpe estoy. Enseguida lo recojo.

Apartó su pie de mi miembro, que estaba a punto de estallar. De pronto, noté como sus manos me tocaban por encima del pantalón. Desabrochó los botones y las metió por dentro, para inmediatamente, comenzar a tocar mi pene.

No podía dar crédito a lo que sucedía. Si cinco minutos antes alguien me hubiera dicho que me acabaría follando a alguna durante la entrevista, le habría tachado de loco.

Me levanté de la silla y ella salió de debajo de la mesa. Se acercó hasta mí y me bajo los pantalones, para acto seguido hacer lo propio con los calzoncillos. No dudó en arrodillarse y engullir mi miembro con frenesí. Era una de las mejores mamadas que me habían propinado nunca, realmente esa chica sabía lo que hacía.

-Ya veo que tiene usted un buen nivel de francés –dije con una sonrisa picarona.

Ella sonrió ante el comentario y siguió con lo suyo.

En un momento dado, retiré mi polla de su boca, tenía ganas de probar su coñito, así que le ordene que se levantara.

La cogí del trasero y la subí encima de la mesa. Una vez allí, metí mi mano derecha en su falda hasta tocar sus braguitas que ya se encontraban muy mojadas. Se las bajé hasta los tobillos y aproximé mi nariz a su almeja; me encantaba el olor de coño húmedo, de coño ávido de sexo.

Rápidamente empecé a lamerle toda la rajita de arriba abajo, saboreando sus flujos, hasta llegar al clítoris. Aquí me emplee a fondo, y a juzgar por los gritos, diría que no lo hice nada mal.

-¡No pare, no pare por dios! Estoy a punto de correrme.

Succioné suavemente su clítoris mientras notaba cómo sus flujos impregnaban mi cara y cómo ella gemía de placer. Efectivamente se había corrido.

Aparté mi cara de su vagina y la cogí por las piernas. Le quité la camiseta y desabroché su sujetador, dejando completamente libres esos pechos. Su rajita estaba muy húmeda, así que no tuve muchos problemas para penetrarla. Apunté con la punta del glande hacia ella y la metí suavemente. Qué delicia, notaba cómo emanaba el calor de las paredes de su coño. Empecé a bombear, primero a un ritmo lento, para ir aumentando la velocidad poco a poco.

-Me encanta sentirle dentro, fólleme, ¡fólleme!

Me encantaban esos comentarios, lograba ponerme a mil. Aumenté el ritmo mientras le lamía aquellas deseadas tetas, y aumentaron sus gemidos, jadeos y sus súplicas.

No podía más, estaba a punto de correrme.

-La voy a sacar, que me voy a correr –con el calentón se la había metido sin condón.

-No se preocupe por eso, estoy tomando la píldora anticonceptiva… Uhmm, ¡No la saque, siga, siga!

Eyaculé dentro de su coño, dejando escapar un leve gemido por mis labios.

Nos vestimos, y cuando se disponía a salir por la puerta le dije:

-Felicidades, el trabajo es suyo.

-Muchísimas gracias, le aseguro que no le defraudaré –contestó, colocándose bien la falda.