Divorcio caliente
Esta mujer se quiere divorciar, aunque puede que el precio que pague por ello sea caro.
Quedé petrificada cuando escuché a mi marido las palabras que dirigió a aquellos dos hombres. El efecto que causó en Álvaro mi petición de divorcio fue brutal, según comprobé. Jamás lo tuve por un hombre vengativo ni violento y su actitud era para mí totalmente novedosa. Siempre había sido razonable y según le expuse los motivos que me llevaron a decidir divorciarme de él pensé que lo comprendería, pero cómo después pude ver un hombre es un hombre para cierto tipo de cosas. Me quejé del poco tiempo que dedicaba a mí y lo mucho que dedicaba a sus negocios. Reclamé su atención durante años de mil modos, pero nunca lo comprendió. Ahora que le pedí el divorcio argumentando lo muy sola y necesitada que me sentía, lo único que fue capaz de interpretar es que yo demandaba exclusivamente sexo.
Así fue: Una tarde nos citamos en el despacho de mi abogado para firmar le documentación previa a la separación. Álvaro acudió con su abogado, de modo que fue una reunión de cuatro. Todo discurrió al principio con normalidad hasta que empezamos a tratar del tema de los bienes gananciales, las posesiones, los hijos, etc. El tema del dinero era uno de los que desquiciaba a mi marido que por aquella época estaba podrido de riquezas. Se puso nervioso ante la posibilidad de que yo adquiriese la parte más sustanciosa y lleno de ira y de sentimientos de venganza, respiró hondo y lanzó su órdago consistente en sobornar a los dos abogados, el mío y el suyo:
Ganaréis más dinero que lo que se os ofrece de minuta si os folláis a esta zorra aquí, ahora mismo y en mi presencia.
Como dije, quedé estupefacta, pero ni me moví de donde estaba sentada. Lo primero que pensé es que mi abogado, don Wenceslao Núñez no se dejaría sobornar, pero miré a su cara y vi cómo se le caía la baba mirando a mis piernas. Me sentí traicionada
Lo peor vino cuando don Amancio Leiva, el letrado de mi marido, un señor viejo de unos sesenta y tantos años, al igual que don Wenceslao Núñez, quedó pensativo y preguntó a mi marido:
¿De qué cantidad estaríamos hablando?
Digamos que de 20.000 para cada uno de ustedes.
Para cuando dijo esto don Wenceslao ya había dejado el asiento que ocupaba y puesto en pie junto a mí me acariciaba el cabello. Yo permanecía sentada, callada y estupefacta. Mi marido soltó una carcajada y se dirigió a mí en un tono soez y rudo que no le había conocido:
No sé si tú disfrutarás, si es que es sexo lo que querías, pero estos dos viejos verdes sí lo harán, pero sobre todo yo viendo que te traten como a una puta.
No respondí a su grosería. Aún quedaba algo por ver y era que yo únicamente tenía que levantarme de la cómoda butaca de cuero de buey y largarme de allí. Me incorporé entonces, pero en un gesto brutal don Amancio me empujó de los hombros y me volvió a poner en mi sitio. Era alto y atlético y se notaba que a lo largo de su vida hubo de ser un hombre de éxito entre las mujeres. Aún así se veía de lejos que hacía mucho tiempo que no le echaba mano a una pieza como yo. Por el contrario, don Wenceslao, mi traidor abogado era viudo desde hacía más de diez años y este no se había comido una rosca en todo ese tiempo. Un hombre quizá con demasiados prejuicios como para acudir a los servicios de una puta o demasiado "moral" como para abandonar la memoria de su esposa y casarse de nuevo. En eso pensaba yo cuando él pobre carcamal ya había bajado la cremallera de su pantalón y se hurgaba con la mano derecha en el interior de sus calzoncillos.
Una de mis fantasías de siempre fue tener una experiencia sexual en un sitio tan lujoso como aquel, con olor a cuero, estanterías repletas de libros vistosamente encuadernados y esa penumbra propia de una reunión masónica. Y no es que en casa nos faltasen esa clase de lujos, sin embargo estaban muy lejos de parecerse al despacho de un viejo abogado cuya profesión también habían ejercido sus antepasados.
Mi marido ocupó la butaca principal del despacho de don Wenceslao, para disponerse a contemplar el espectáculo. Mis forcejeos por zafarme de aquellos dos salidos eran inútiles
Continuara