Divorciada, apasionada y con más de cincuenta.
¿Adónde puede ir una mujer divorciada con más de cincuenta años?
"Una mujer con más de cincuenta años, recién divorciada a pocos sitios puede ir". Eso pensaba yo, repudiada por mi exmarido que alegó insatisfacción sexual ante el juez para que este concediera el divorcio. De esta manera me humilló ante familiares y amigos.
Deprimida, pasé una larga temporada encerrada en casa, sin ganas de salir para entretenerme. Mi hija mayor, un encanto, intentó animarme, convencerme de que debía seguir viviendo plenamente y que después del divorcio con más razón aún.
Un día, don Arsenio, un vecino diez años mayor que yo y viudo desde hacía al menos cuatro o cinco años, al encontrarme en el supermercado me invitó a salir a pasear por el parque la tarde que a mí me apeteciese. Vi que al buen hombre le costó expresarse y valoré su esfuerzo como un gesto de verdadero interés y honestidad, aún así, no le di una respuesta inmediata. Lo consulté con mi querida hija, que entusiasmada me alentó a aceptar la invitación de don Arsenio, ya que a ella le parecía un buen hombre, educado y no carente de atractivo pese a la edad.
Una buena tarde me vi paseando junto a él por un bonito parque. Se portó como un caballero en todo momento, y cuando esto lo hace un hombre a una la hace sentir más mujer. Agradecida acepté una segunda cita: esta vez a cenar en un lujoso restaurante. Fuen una velada agradable en la que finalmente empezamos a hablar en profundidad de nosotros mismos, de nuestro pasado y de nuestros sentimientos. Le conté el motivo por el que mi ex me abandonó y el bueno de Arsenio confesó que a su edad ya no importaba el sexo tanto como la compañía de una mujer, una buena mujer como yo. Esto me conmovió, por lo que tras la cena acepté ir a su casa pues quería que viese su albúm de fotos familiar.
En su acogedora casa me invitó a tomar algo. Acepté un martín y juntos vimos fotos de su difunta esposa, que parecía una mujer feliz en todo momento, y de sus hijos, todos muy guapos y sonrientes. Comprendí que Arsenio había sido un buen padre y sobre todo un buen marido.
A pesar de la diferencia de edad entre nosotros, concluí que era el hombre que me convenía. En eso pensaba cuando se acercó a mi cuello y empezó a besármelo posando incluso una de sus manos sobre mis senos. Inmediatamente me despegué de él y le recriminé con ira su atrevimiento diciéndole que era como todos y que al fin y al cabo se veía de lejos que era un cerdo que sólo buscaba sexo.
Arsenio se excusó compungido asegurándome que no se trataba de eso, solo le había traicionado el nerviosismo, mi belleza, quizá el vino ingerido en la cena, y sobre todo el hecho de llevar tanto tiempo sin la compañía de una mujer. No acepté sus disculpas y me marché de inmediato con los ojos arrasados por las lágrimas.
Durante unos días me hallé triste por el episodio vivido. Arsenio habló con mi hija y por ella supe que él también se encontraba desolado. Pensé mucho a lo largo de una semana, valorando la situación, analizando mi vida de casada, intentando comprender a Arsenio e imaginando cómo sería mi futuro, bien sola, bien en compañía de un hombre como él. Le telefoneé; tembló de emoción al oír mi voz, reiteró las disculpas diciéndole yo que no eran necesarias, que yo era la que tenía que pedir perdón, que me comprendiera, que todo había sido muy rápido y complicado para mí, pero que al final lo que realmente deseaba era estar con él, por eso esa tarde decidimos ir juntos al cine y comenzar de nuevo.
Me puse un vestidito sexy que compré exclusivamente para la ocasión y para disfrute de mi Arsenio. A él le sorprendió gratamente, pero fue muy delicado al alabarme el gusto. Fuimos charlando tiernamente hasta el cine, y una vez dentro comprobamos que había poco público, quizá porque la película no era muy buena. Esos días sin él fueron de reflexión, una reflexión que me llevó a determinar que en efecto mi matrimonio fracasó por la cuestión del sexo. Por eso ahora yo había de procurar que fuese distinto, y empezaría en esa sesión nocturna.
Acerqué mi boca al oído de Arsenio para hablarle mediante susurros y le dije que no se sorprendiera de lo que yo estaba a punto de hacer, que lo amaba y deseaba hacer algo que nunca había hecho por un hombre, pero que con el me salía del alma. Me levanté de mi butaca y me arrodillé entre las piernas de él, que puso cara de estupefacción, pero aún así me dejó hacer, no antes de preguntarme que por qué lo hacía, a lo que yo le contesté que por amor y que porque quería verle disfrutar.
Te la voy a chupar cariño le dije- pero quiero que antes me confieses con sinceridad si alguna vez te ha hecho esto una mujer.
En mi vida dijo en un tono serio que confirmaba una actitud sincera en la respuesta.
Yo tampoco se lo he hecho a un hombre dije yo mientras él asentía sabiendo que no le estaba mintiendo- por eso Arsenio quiero que ambos disfrutemos de esta primera vez.
Si querida me dijo-, estoy deseando de que empieces
Mientras él pronunciaba estas palabras yo había bajado la cremallera de su pantalón, introduciendo mi mano bajo sus calzoncillos y agarrando su pene, que encontré entre flácido y duro. Pensé que a lo mejor a su edad tenía algún problema de disfunción eréctil, sin embargo me propuse salir de dudas empleando bien mi boquita.
Primero olfateé sus bajos, comprobando, contrariamente a prejuicios que me habían hecho pensar que quizá allí oliese a orines, que sus genitales desprendían un atrayente aroma balsámico, debido a los cuidados higiénicos a los que se habría sometido previamente Arsenio.
El tacto era suave, pero apenas podía ver lo que tenía entre manos. Apenas lo había tocado cuando noté que Arsenio se estremecía.
-¿Qué te ocurre cariño? le pregunté.
- Nada, solo que tu respiración sobre mi
- tu polla, ¡sí! le ayudé.
- tu respiración sobre mi polla me hace sentir un cosquilleo excitante.
- ¡Siéntete cómodo y disfrútalo!
De repente la pantalla mostró una secuencia de la película en la que predominaba un ambiente soleado, lo que alumbró un poco más la sala, sobre todo la fila de butacas en la que nos hallábamos. Pude ver bien la verga de Arsenio, que por momentos, con mis caricias, crecía ante mi cara. Su glande, o capullo como diría mi exmarido, era de un rosáceo más acentuado que el resto de su pene. Era probable que lo hubiesen operado en la juventud de fimosis, ya que el capullo se mostraba totalmente descubierto. Iba pasando del rosado pálido al rojizo intenso casi morado conforme crecía, y así mismo su piel se estiraba desapareciendo cualquier finísima arruga, por lo que el capullo adquiría una sugestiva brillantez de caramelo.
Acerqué mis labios y el primer contacto fue el de un tímido beso en la punta de su polla. Esto le hizo estremecer más a un hombre que iba a recibir un trato al que pocos machos se resistirían a ser sometidos. Seguí con más besitos en el capullo, a lo largo de su pene e incluso busqué los testículos, que advertí enormes y pensé "como los de un toro". Con este trato previo no sólo pretendía apaciguar a Arsenio y relajarle para que disfrutase más, sino controlar mis propios nervios y ejercitarme para la posterior tarea de la mamada, en la que me proponía poner todo mi empeño y amor.
Me di cuenta que Arsenio tenía un buen aparato cuando lo tuve totalmente rígido entre mis manos y recorrerlo con mi lengua, que ya había entrado en acción, era un "camino" largo. Con lo de la lengua conseguí que él se derrengase sobre la butaca del cine y se preparase definitivamente para gozar.
Me metí el glande en la boca y tras unos segundos de incertidumbre, por no saber muy bien como proceder, lo ensalivé. Arsenio posó sus manos sobre mi espalda y la acarició, pero poco a poco una de esas manos se fue desplazando hacia mi nuca, para sujetar mi cabeza y no dejar que "aquel placer se escapase". Fui tragando pene progresivamente hasta atascar mi boca de carne; subiendo y bajando mi cabeza, expulsaba su polla y la volvía a tragar. Me esforzaba en que mi saliva no fuese escasa para poder lubricar bien el cilindro.
Levanté la vista para mirar su cara justo después de haberle oído suspirar. Su cara manifestaba un gozo enorme. No fui yo la que decidió volver a agachar la cabeza, sino él el que empujó mi nuca hacia abajo en un gesto que ya tenía poco de delicado. No obstante me agradó ese trato. La mamada continuó un minuto más antes de volviese a respirar para coger aire, porque aquel pijo en mi garganta me ahogaba. Le pregunté si gozaba y me respondió afirmativamente moviendo solo su cabeza de arriba abajo y con los ojos cerrados. De nuevo me obligó a tragarme su herramienta.
Noté por debajo de mi blusa el endurecimiento de mis senos y en las bragas cierto humedecimiento. Con una mano me toqué las tetas por encima de la camisa, más por comprobar la consistente dureza insólita de la carne que por autosatisfacerme; este gesto no lo advirtió Arsenio, ni yo quería, quizá por cierto pudor. El caso es que no podía retirar mi mano de mis tetas de lo sorprendida que me hallaba de aquella facultad sorprendente de mi naturaleza no manifestada hasta aquel momento. No solo me resultaban mis senos más duros sino que también me parecían más grandes.
- Cariño -me dijo- creo que voy a
No supe bien a que se refería hasta que una primera descarga de caliente líquido hizo aparición en mi boca.
- ¡correrme! concluyó.
No hice ascos y dejé que se vaciara completamente en mi boca. Su explosión de semen inundó mi garganta. Nunca imaginé que un hombre pudiese expulsar tal cantidad de esperma. Como después me explicó, llevaba demasiado tiempo sin eyacular. El sabor me recordó a la mar, al olor salitroso del agua marina, que tanto me ha gustado siempre.
Apenas dio tiempo a más porque la película concluía. Volví a sentarme en la butaca después de haber ayudado a Arsenio a guardar su revólver que poco a poco se desinflaba. Limpié un poco mi boca apenas manchadas las comisuras de un semen que tragué casi en su totalidad. Se encendieron las luces de la sala y mi futuro marido y yo nos mirábamos encandilados a los ojos, el de puro agradecimiento y yo de amor. Le pedí que me llevase rápidamente a su casa para poder seguir amándonos.
Pero antes de salir del cine advertí que una pareja formada por una mujer y un hombre de más o menos nuestra edad y que se sentaban en la fila de butacas trasera, mostraban un semblante que les delataba haber estado mirándonos. Ella algo escandalizada, pero él totalmente encantado, como diciéndole a su mujer " aprende de esa otra".
Lo de los mirones no nos causó vergüenza ni disgusto, sino más bien supuso un acicate para el nacimiento de nuestra más que probable ardorosa relación sexual.