Divirtiéndome con las esposas de otros

No pensaba encontrarme con esposas tan liberales

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No se le ocurrió mejor plan a Roberto que casarse a 300 kilómetros de donde vivíamos todos: al parecer la novia era de allí. Del grupo de conocidos todo el mundo tuvo excusas para no ir salvo Dolores, su hermana Marta y los maridos de ambas. Ir desparejado es lo último que me apetecía y además sin conocer a nadie salvo a las propias Dolores y Marta y sus maridos.

Al final Marta me convenció. Pese a que era unos quince años más joven que yo (toda la pandilla era más joven que yo), Marta era una especie de hijita consentida mía y no me pude negar. Dolores y ella rondarían los treinta y los maridos por ahí les andarían y Marta, desde que entró a trabajar en mi empresa, se puso bajo mi protección y me considerara una especie de 'padre' profesional y no se cansaba de repetirlo a todo el que le quisiera escuchar por lo que todo el mundo, yo incluido, la consideraba como mi hija.

A última hora el marido de Marta no pudo venir porque tenía lío en la oficina lo cual terminó de aguarme el viaje. Al ir Marta y yo desparejados todo el mundo daba por hecho que nos cuidaríamos el uno al otro y si algo me divertía de la boda no era precisamente cuidar de mi 'hija'. No había ninguna posibilidad de que nos enrolláramos porque ya digo que Marta es como mi hija pequeña pero es que además no podría dedicarme a buscar alguna presa que me acompañara en la cama la noche de bodas.

Y fue una putada porque nada más llegar a la Iglesia me encontré con una hembra espectacular a la que no pude quitar ojo de encima. Era mayor que yo, tendría unos cincuenta años, pero era la única que no parecía querer competir en el premio al vestido más cursi de la tarde. Llevaba la buena señora un vestido de brocados de oro, ceñido a su espectacular figura, y brillaba deslumbrándonos a todos. No llevaba pamela, bordados, pliegues ni ostias en vinagre, solo un escote generoso que dejaba a la vista el comienzo de un par de tetas de aspecto muy, muy prometedor.

Por desgracia vi que no se separaba de ella un sesentón calvo vestido con frac por lo que supuse que sería un pariente del novio o de la novia. Cada vez que el calvo se alejaba unos metros, me dejaba caer junto a ella como quien no quiere la cosa. Intercambiamos algunas frases que yo procuraba que sonaran divertidas y, en algunos casos, subidas de tono. Me dio esperanzas ver que ella parecía tan aburrida como yo con la boda y solo mi presencia parecía hacerle brillar los ojos con una chispa descarada que me volvió loco.

Mi sorpresa fue descubrir que era la madre de la novia. En ese momento se apagaron todas mis esperanzas.

Me dediqué pues a Marta, mi niña protegida. Sabía que no podía hacer nada con ella pero, he de reconocer, que estaba exuberante aquella tarde y, en más de una ocasión, me pilló asomado a su escote, cosa que no pareció importarle lo más mínimo.

Después de la cena se abrió una carpa para el baile. Empezaron a circular los mojitos, los gin-tonics y los güisquis. Decidí que era el momento de ver de cerca a esa preciosidad de suegra que se había echado Roberto. Resultó que era una mujer encantadora y divertida. Además, parecía evidente que su marido se estaba pasando de copas y la ignoraba de forma flagrante por lo que ella estaba encantada que alguien más joven estuviera dispuesto a atenderla.

La verdad es que, además de la figura estupenda, era una preciosidad de mujer, rubia con los ojos deliciosamente azules y una sonrisa encantadora y provocativa con un lápiz de labios rojo intenso. Me pregunté si en su vida normal usaría un pintalabios tan 'provocativo' o solo en la boda de su hija.

— Por cierto, me llamo Margarita.

— Yo soy Jaime

Pese a mis intentos nada disimulados de intentar congeniar con ella no hubo manera porque ella era parte del espectáculo por lo que, con gran dolor de mi corazón y autoestima, tuve que pasar de ella y dedicarme a beber con Marta.

Ya de madrugada, me sentía eufórico por el alcohol y Marta era evidente que estaba ligeramente ebria por lo que decidí que, dadas las pocas posibilidades de que aquella noche triunfara, despedirme del festejo.

— Marta, yo creo que estás pasada de copas. Te debería llevar al hotel.

Aceptó encantada y juntos abandonamos el lugar.

El hotel estaba a menos de un kilómetro por un camino rural por lo que pensé que lo mejor sería ir dando un paseo que nos vendría bien para despejarnos un poco.

— Joder, Jaime, me lo he pasado genial... pero es una pena que no ligara.

Me extrañó que me contara esas cosas y supuse que era el alcohol el que le animaba a esas confianzas. ¿Qué pensaría su marido si se enteraba?

— Me podías buscar un macho que me apagara los ardores —dijo entre risas incontroladas.

— Sí, ahora te busco un tío y cuando tu marido se entere me mata a ostias.

La sujetaba por la cintura para evitar que Marta terminara a cuatro patas sobre el asfalto.

— Mira —me explicó con voz insegura de beoda tomando mi mano de la cintura—, si esta manita tuya subiera unos centímetros, ¿con qué se encontraría?

Me miraba con esa mirada turbia de quién está pasado de copas y me sonreía zalamera. No dije nada y simplemente le devolví la sonrisa inocentemente.

— ¿No lo sabes?, ¿no sabes que se encontraría tu manita?

Intentó ignorarla. Me parecía muy peligroso el juego en el que estaba intentado embaucarme.

— ¡Venga, hombre!, sube la manita y dime con qué te encuentras.

— Marta, has tomado muchas copas, déjalo ya.

— Sube la manita, picarón, que ya sé que te gustaría.

Decidí seguirle la broma para ver si se callaba y subí la mano hasta dejarla casi al borde de su teta.

— Sube un poquito más, maricón —me incitó.

Atrapé su pecho con la mano mientras la miraba divertido.

— ¿Lo notas? —me preguntó.

— ¿Notar el qué?

— ¿No lo notas?

— Lo que noto es que tienes unas tetas preciosas —No sabía a qué coño se refería pero aquella inconsciente estaba jugando con fuego y me estaba poniendo cachondo.

— No me refiero a eso... —frunció la boca haciendo que estaba enfadada—, ¿pero de verdad que te gustan? —parecía complacida de verdad.

— Por supuesto, tienes una tetas preciosas —dije sin dejar de acariciar su pecho—, pero a qué te referías tú cuando decías que si lo notaba.

— Pareces tonto —dijo entre risas—, me estaba refiriendo a los pezones.

— ¿Los pezones? —no tenía ni idea de qué estaba hablando pero me dio la excusa justa para seguir acariciando su teta ahora centrado en intentar sentir sus pezones.

He de reconocer que yo tampoco era muy consciente de lo que estaba ocurriendo pero investigar el estado de sus pezones me estaba poniendo muy, muy caliente. Y era verdad que se le notaba el pezón a través de la tela. Me fascinó acariciárselo dulcemente sin dejar de mirarla. Ella sostenía mi mirada con una sonrisa tonta en los labios. Parecía que le gustaba sentirse acariciaba.

— Lo noto.

— ¿Y sabes porqué tengo los pezones duros?

— ¿Porqué?

— Porque estoy caliente —dijo ella susurrándomelo al oído.

No pude evitar mirarla con sorna, me estaba excitando de verdad. En ningún momento pensé en ponerle los cuernos al pobre marido de Marta, pero aquella ocasión era para hacer dudar al más pintado.

— ¿Estas segura de que tienes los pezones duros? —le dije intentando que notara que me burlaba de ella—. ¿Estás segura de que eso no es la costura del sujetador?

Me miró divertida. Estaba borracha pero sospecho que se estaba dando cuenta de mi juego.

— Tu lo que quieres es que pique y te enseñe las tetas —me dijo soltando una carcajada.

—  Ni se me ocurriría —contesté intentando mostrar una seriedad que no es nada real.

— ¿No te gustaría verme las tetas?

— Me encantaría, Marta, pero déjalo, llevas muchas copas encima —uno de los dos debía poner sensatez a aquella locura.

— ¿Y qué? Sí, puede que esté un poco borracha pero si quiero enseñarte las tetas, ¿no puedo?

Sin darme tiempo a contestar se quitó ambos tirantes y se bajó el vestido hasta la cintura. Se quedó delante de mí solo con el sujetador cubriéndole el pecho. Y la verdad es que ese sostén dejaba poco a la imaginación, era una prenda coquetona muy transparente y con unos sutiles bordados haciendo una invisible filigrana. En realidad no hacía falta que se lo quitara para que pudiera comprobar que, efectivamente, tenía los pezones duros. Pero Marta estaba empeñada en mostrarme las tetas, supongo que animada por su grado etílico. Echó las manos a la espalda para desabrochar el sujetador. Giró la cabeza haciendo un esfuerzo para llegar más fácilmente pero se encontró con dificultades así que, sin pensárselo, como hizo con el vestido, se soltó los tirantes y de un tirón se bajó el sostén hasta dejarlo a la altura del vientre. Luego sacó pecho para que pudiera comprobar el estado de sus pezones.

La miré divertido y excitado y, pese a que me había prometido no hacerlo, alargué las manos para tocárselos. Esos pezones duros y enhiestos me atrajeron como la miel a una abeja.

No me dejó investigar mucho porque, igual que se había desnudado, de repente se vistió y me tomó de la mano para acelerar nuestra llegada al hotel que ya era visible desde nuestra posición. Evidentemente Marta no tenía en mente que yo fuera a ser su ligue de la noche.

En el fondo se lo agradecí porque no estaba dispuesto a aprovecharme de ella en el estado en que se encontraba.

Cuando estábamos entrando en el hotel paró un taxi en la puerta del que se bajaron, Margarita y su marido que apenas podía mantenerse en pié.

Nos saludamos cortésmente y me gustó creer ver en su mirada una especie de desilusión por verme acompañado. Antes de que pudiera explicarla que estoy acompañando a Marta al hotel pero que no es mi pareja, de buenas a primeras Marta le susurra al oído a una Margarita bastante sorprendida.

— Le estaba enseñando las tetas a Jaime para que viera que estoy caliente.

Margarita no parece escandalizarse y nos mira divertida. Yo la verdad es que no sabía qué decir y encojo los hombros intentando disculparla mientras sonrío como un estúpido.

— Dejarme que acueste a éste pesado y me tomo una copa con vosotros —contestó Margarita mirándome curiosa.

Sorprendido por la vertiente que está tomando la noche, una Marta feliz por el éxito que estaba teniendo me llevó al bar del hotel que es lo único que parecía que estaba abierto a esas horas de la madrugada. Con Marta es posible que no ocurra nada pero con Margarita la cosa parece más prometedora.

Nos sentamos en un rincón del desierto local y casi tuvimos que despertar al único camarero que atiende el lugar.

Cuando nos trajeron las copas, Marta triunfante me comenta su éxito.

— ¿Ves?, al menos ella sí me cree que estoy caliente.

Por un momento pensé en animar a Marta para que se enrolle con el camarero y así tener yo vía libre con Margarita pero, en el estado en que se encuentra, me parece una  putada hacerla victima de algo así pese a que ella lo está pidiendo a gritos. Sin embargo decido divertirme siguiéndola el juego.

— ¿También le vas a enseñar las tetas a Margarita?

— Si ella quiere... no lo había pensado pero un revolcón con la madre de la novia también puede servir —caviló en voz alta entre risas—, ¿te gustaría vernos tortillear a nosotras dos?

No puedo evitar soltar una carcajada. Por supuesto no le comenté que me encantaría ser testigo de algo así pero que no me imagino a una mujer como Margarita contentándose en comer un conejo cuando puede comer un rábano.

No tardó mucho en aparecer Margarita en el bar. Antes de acercarse donde estábamos sentados le pidió al camero una copa y luego vino hacia nosotros. Me dio tiempo, entonces, de observarla despacio. Como ya he dicho era una mujer realmente preciosa con el morbo añadido que da una cara angelical en un cuerpo de vicio. Era indudable que los adornos de aquel sencillo vestido eran su propio cuerpo. Sus caderas ligeramente anchas que no gruesas daban pie a dos piernas perfectas que la falda hasta la rodilla mostraba con decoro.

No pudo menos que sonreír viendo el escrutinio al que tanto Marta como yo la sometimos.

Cuando llegó a nuestro lado se sentó junto a Marta.

— Así que le estabas demostrando a este caballero lo caliente que estabas... —dijo nada más sentarse.

Marta afirmó con la cabeza entre risas.

— ¿Y en qué consistía la demostración? —preguntó divertida.

— Le mostraba los pezones —Marta se reía de forma inconsciente.

— ¿Los tienes duros?

— Como piedras, ¿lo quiere tú también comprobar?

A mí aquella conversación me estaba resultando esperpéntica. ¿Como era posible que aquella mujer de cincuenta años entrara en el juego de una desconocida de treinta años? Bajo ningún concepto admitiría que Margarita fuera lesbiana pero indudablemente le gustaba jugar con fuego.

Ambas se callaron cuando el camarero se acercó con la bebida y entre los tres intercambiamos miradas cómplices. Ninguna hizo intención de atender al camarero por lo que supuse que aquel semental no iba a ser rival para mí. Cuando se alejó ambas mujeres volvieron al ataque.

— Bien, por donde íbamos —dijo Margarita volviéndose hacia Marta.

— Me ibas a tocar las tetas.

— Pero, cariño, el que tengas los pezones duros no es solo porque estés cachonda, también puede ser por el frío, los nervios... yo que sé... hay otros motivos.

Marta y yo la miramos sin saber adonde quería llegar.

— Para saber de verdad si estás caliente es necesaria una inspección de bajos —continuó entre risas—, ¿tienes el coño húmedo?

No me creía estar siendo testigo de algo así y la verdad es que, no sé ellas, pero yo estaba cachondo perdido.

— ¿Quieres que me quite las bragas aquí mismo? —dijo Marta dispuesta a no ser ella la que diera su brazo a torcer.

— En realidad no hace falta pero si estuvieras sin bragas facilitaría la comprobación —ronroneó Margarita.

Marta no lo dudó un instante. Se puso de pie y, sin importarle si el camarero la veía, y por supuesto sin importarle que yo, su 'padre' profesional estuviera delante, se levantó la falda mirando a Margarita desafiante y de un tirón se bajó las bragas hasta las rodillas. Luego se puso frente a ella con los brazos en jarras y abrió ligeramente las piernas dispuesta a que la sometieran a la comprobación.

— Soy toda tuya —dijo arrogante.

Margarita me miró como pidiendo mi aprobación pero yo no sabía donde mirar si la cara de Margarita o el coño afeitado de Marta y me encogí de hombros. La mujer madura alargó la mano y la introdujo en su entrepierna y empezó a manipularla.

¡Dios, aquello no podía ser real! Incrédulo miré hacia donde estaba el camarero y por lo que vi él tampoco podía creerse de lo que estaba siendo testigo y nos espiaba sin perder detalle de la escena.

— ¡Dios!, Marta, cariño, estás empapada —musitó cautivadora.

Marta, sin dejar que Margarita sacara la mano de su coño, se inclinó sobre ella y la besó en la boca. Estuvieron intercambiando su lengua sin procurar disimular los ruidos de los chupetones y al final se separaron mirándose con cariño.

— ¿Y a tí, Margarita te excita tocar a una mujer excitada? —preguntó Marta provocativa.

Margarita me miró con un gesto de burla en la cara.

— No te puedes hacer idea de cuanto. Si me tocas el coño comprobarás que estoy deseando meteros a vosotros dos en mi cama. Me alegró saber que, al menos ella, contaba conmigo para el revolcón.

Marta se sentó junto a ella y de nuevo la besó en la boca.

— Sospecho que ahora deberías ser tú la que se quitara las bragas, me gustaría ver qué caliente estás.

Margarita sonrió dulcemente y, como antes hizo Marta, se puso de pie, se levantó la falda del vestido y se bajó las bragas. Cuando miré hacia el camarero para comprobar su reacción me lo encontré con unos movimientos detrás de la barra que me hicieron sospechar que se estaba masturbando.

Marta la masturbó dulcemente mirándola directamente a los ojos. Luego, también ella se inclinó y empezó a comerle la boca a su nueva amiga. Yo no sabía donde meterme ni en que posición colocarme porque la polla asfixiada en el pantalón luchaba en busca de espacio libre. Por un momento envidié al camarero que seguía masturbándose sin disimulo detrás de la barra.

Margarita fue quien decidió que había que hace algo mejor así que nos indicó que subiéramos a mi habitación. Ella misma se dirigió al camarero para pagar la cuenta pese a mi oposición y pudimos ver como el hijo de puta ni se molestó en ocultar la polla dentro de la bragueta.

Margarita le miró sonriente.

— ¿Te ha gustado?, ¿te has podido correr?

El camarero negó violentamente con la cabeza, entonces Margarita dio la vuelta a la barra y se puso junto a él, le agarró el manubrio y se lo empezó a agitar violentamente.

— ¡Córrete, capullo! —le dijo pero sin dejar de observarnos a Marta y a mí como queriendo comprobar nuestra reacción.

El pobre chaval soltó un largo y espeso chorro de semen sobre los vasos y copas de detrás de la barra y se apoyó en la misma antes de caer derrengado. Margarita se limpió la mano en sus pantalones y sin dedicarle una mirada nos hizo seguirla hacia el ascensor.

Nada más entrar en el ascensor aquellas dos zorras se abrazaron. Me sentí como invitado de piedra mirando como se comían la boca mientras la mano de cada una se perdía bajo la falda de la otra. Es verdad, me sentía de más, sobraba en aquella 'orgía'. Sobraba hasta que Margarita alargó una mano hacia mí y tanteando me buscó el frente del pantalón donde se dedicó a frotar mi, hasta entonces, ignorada polla.