Divino confinamiento I El adiestramiento 1

En una situación excepcional, suceden cosas excepcionales...

Divino confinamiento I El adiestramiento 1

Sábado, 14 de marzo de 2020

Samuel:

El presidente del gobierno Pedro Sánchez comparece para anunciar el Estado de Alarma y decretar el confinamiento que se inicia a las 00:00 del domingo 15 de marzo de 2020.

Un hecho histórico, una medida extrema que alterara la vida de la inmensa mayoría, pero no la mía. Mi rutina diaria no va a cambiar. Mi vida es normal y aburrida, si me paro a pensarlo yo ya vivo confinado, desde hace ocho meses, solo que antes lo llamaba “vida de opositor”. Confinado en este cuchitril que heredé de mi abuelo en la Avenida de Francia en Leganés, en la provincia de Madrid. Mientras el resto de mi familia reside en la casa familiar en la zona centro de Zaragoza. ¿Porque estoy aquí? No por voluntad propia, si de mi dependiera me volvía a Zaragoza hoy mismo al hogar familiar, un autentico hotel cinco estrellas lleno de lujos y comodidades. Donde la comida (que prepara la asistenta) es digna de tal nombre y no la mierda de pizza precocinada que sería mi cena aquel día.

Mi padre es notario, como mi tío y abuelo así que, ¿adivinad que debo ser yo? ¡Bingo! Notario. No es que tenga vocación, ni falta de ella. Estudié derecho como manda la tradición familiar en la Universidad de Zaragoza. Fueron buenos años en los que cumplía con mis estudios entre semana y salia los fines de semana con los amigos. Hasta aquí todo bien, no me podía quejar de la vida que tenía. Tal vez en materia de mujeres, ligaba poco tirando a nada porque, admitámoslo soy un pardillo de manual. Aun así lo llevaba bien, mi grupito de amigos era de pardillos como yo y mal de muchos...

Se acabó la universidad y empezó mi tortura: las putas oposiciones. Me enviaron a Madrid, al piso que herede del abuelo y que llevaba años sin ocuparse para iniciar mi confinamiento. Lejos de mi familia y lo que peor llevaba: de las comodidades del hogar familiar, de mi libertad y de mis amigos. “Así te centras y estudias como hice yo” me dijo mi padre al notificarme mi destierro. Lo que no me dijo el cabrón pero estoy seguro que pensaba es que en el piso de mi abuelo sin comodidades, y con un presupuesto tan ajustado que salir de fiesta (si tuviera con quien hacerlo) significa dejar de comer no me iba a gustar en absoluto. Sabiendo que solo aprobando las malditas oposiciones regresaría a mi anterior vida llena de comodidades, iba a estudiar por cojones. Mi destierro se me estaba haciendo eterno. En su momento mi abuelo hizo lo mismo con mi padre, con excelentes resultados; por eso estoy seguro que el cabrón sabía lo que hacía. Además mi padre lo había hecho el siglo pasado, en un tiempo en el que si salías por la noche te podían calentar “los maderos”. En un tiempo sin redes sociales donde tus amigos te ponen los dientes largos colgando sus fotos de viajes, de marcha... ¡Y de novias! Sí, ahora alguno de aquellos pardillos hasta follaba. Y yo, en este piso, haciéndome pajas como un mono con los vídeos porno que veía en Internet. ¡Perra vida!

Llevaba así ocho larguísimos meses. ¡Desde agosto! Mi abuela era una santa pero mi padre era el hijoputa que me había enviado a Madrid en pleno agosto, debería haberlo demandado ante el Tribunal de La Haya por crímenes contra la humanidad. El primer mes adelgacé cinco kilos, gracias al programa “sauna 24/7”. El cuchitril no tenía aire acondicionado, me pasaba el día en gayumbos pero ni por esas, sudaba como un pollo.

Mi bloque como el barrio es multiétnico, si molestas te pueden insultar en más de diez idiomas, todos desconocidos para mí. Sin ir más lejos en la puerta de enfrente vive una subsahariana (lo que en mi pueblo de toda la vida de Dios se ha llamado una negra) bastante mona, con la que aún no he cruzado palabra. Ni con ella ni prácticamente con nadie desde que estoy aquí, excepto la cajera del supermercado a la hora de pagar la compra. Esa es mi “apasionante” vida social.

Ahí estaba yo con mis apuntes el día de autos (como todos los putos días). ¿Y que pensé? ¡Que se jodan! Yo ya llevaba ocho meses de confinamiento, mi vida iba a ser exactamente igual. ¡La de mis padres y colegas no, ahora sabrían lo que se siente joder! Así que me hice una pizza en el microondas para cenar y me bebí las seis birras que tenía en la nevera para celebrarlo. ¡Un día es un día coño!

domingo 15 de marzo de 2020 10:00

María:

¡Joder vaya putada! Habían decretado el confinamiento y mi “socio” actual en mi negocio vivía en la otra punta de Madrid y no podía venir a su “centro de trabajo” por diversas razones:

1-El epígrafe de la actividad no estaba contemplado entre los admitidos como servicios esenciales.

2-La actividad era en el mejor de los casos alegal, trabajábamos en la economía sumergida.

3-No estábamos dados de alta en ningún sitio y cobrábamos en negro (nótese la ironía).

Me dedico al sector del ocio, del ocio para adultos, tengo una webcam con la que ofrezco a mis clientes espectáculos eróticos de todo tipo, dispongo de una buena colección de disfraces y juguetes eróticos con los que cumplir multitud de fantasías. El como he llegado a este punto era una larga historia pero al parecer iba a tener tiempo de sobra para recordarla.

Me llamo María García Fernández, ya, no me pega, de hecho no es mi verdadero nombre. Nací el año 2000 en una aldea de Nigeria, mi padre había muerto a manos de una milicia y mi madre soñaba con algo mejor para ella así que con tan solo un año iniciamos el viaje al “paraíso europeo”. No sé que tuvo que hacer para conseguirlo, acababa de cumplir dos años cuando conseguimos entrar en España, era una época de bonanza económica y mi madre no tuvo problemas para encontrar un trabajo como interna cuidando de una pareja de ancianos. Me inscribió en el registro civil con mi nuevo nombre más acorde a nuestro nuevo hogar. Mi infancia fue buena, sin grandes lujos pero sin carencias. Eramos felices nos teníamos la una a la otra, la mejor etapa de mi vida, hasta que llego el desastre: la crisis económica de 2008. Al principio mi madre pensó que no nos afectaría, “mis abuelitos” como ella los llamaba, cobraban sus pensiones regularmente y no tenían más cargas que nosotras. Hasta que un buen día se presentó en la casa el hijo prodigo: un albañil que se había comprado un esplendido chalet y un cochazo tan solo dos años antes y que ahora sin trabajo, el banco se lo había embargado todo. Así que él y su familia vivirían con y de sus padres. Mamá y yo sobrábamos, en menos de una semana nos pusieron de patitas en la calle. Mi madre estiró sus ahorros unos meses haciendo pequeños trabajos mal pagados, a mediados de 2009 el dinero se acabó. Tendríamos que vivir en la calle y eso era algo que mi madre no quería para su pequeña hija. Con profundo dolor para ambas me entregó a los servicios sociales, a partir de aquel momento solo la veía en ocasiones, no parecía que viviera en la calle: no vestía mal y siempre me traía algún detalle, llegue a creer que se avergonzaba de mí, que tenía una nueva vida donde yo sobraba. Cada vez que me visitaba procuraba mostrarme alegre y cariñosa, ocultando la duda y el rencor que sentía por su actitud, hasta el momento de su marcha en el que lloraba y me aferraba a ella implorándole que me llevara consigo. Era un momento doloroso para ambas que nos dejaba con mal sabor de boca. La realidad era más sórdida como descubrí unos años después, mi madre ejercía el oficio más viejo del mundo, al principio lo sobrellevaba con ayuda del alcohol después llegaron los chulos con sus palizas y las drogas, así las putas rendían más, cuando se morían siempre había carne fresca disponible para reemplazarlas.

La ultima vez que vino a verme tenía doce años y hacía más de seis meses que no la veía. Al principio no la reconocí, estaba demacrada como si en vez de tener treinta años tuviera setenta, caminaba en una postura extraña y temblaba a pesar del calor. Se moría y quería ver una ultima vez a su hija, fue desgarrador para mí, el fin de mi infancia y la entrada en el mundo adulto de forma brutal. Ser consciente de estar completamente sola en el mundo. Mi madre me hizo jurar que me cuidaría mucho y que haría lo que fuera necesario para no acabar como ella.

Creo que hasta la fecha he honrado el juramento que le hice, a pesar de que mi fuente de ingresos actual se acerca al trabajo prohibido. Es solamente algo temporal, paga las facturas de mi humilde piso y mis estudios de derecho. Cuando me licencie y encuentre un buen trabajo podré acercarme a la tumba de mi madre y decirle “lo conseguí mamá, tus esfuerzos no han sido en vano”.

Llegué a este trabajo por casualidad, hasta entonces había trabajado de cajera, reponedora limpiadora, pero eso me daba lo justo para comer y pagarme una habitación en un piso de estudiantes. Necesitaba ganar más dinero para poder estudiar y labrarme un porvenir. De no ser por la promesa a mi madre tal vez hubiera probado a ejercer la prostitución, no es que me quedasen muchas opciones más para una inmigrante sola. En una de las habitaciones del piso vivía una pija insufrible que nos miraba a las demás por encima del hombro. Siempre cerraba la puerta de su cuarto con llave y a veces se traía algún tío, nada extraño. Un día un grito desgarrador nos hizo entrar en su cuarto. Su amiguito se había emocionado y le había clavado un dildo monstruoso en el culo. Lo echamos fuera entre las otras tres y atendimos a Vane (así se llamaba la pija), no quería que llamáramos a urgencias así que tuvimos que “descorcharla” con cuidado, desinfectar y curar el pequeño desgarro anal. Cuando estuvo tranquila respondió a nuestra muda pregunta. Trabajaba con una webcam haciendo numeritos eróticos para los que a menudo utilizaba voluntarios: ese fue su error, con un profesional eso no hubiera sucedido. Inicié un exhaustivo interrogatorio movida por una intuición. En otras circunstancias me hubiera valido para que me mandara a la mierda, pero en aquella ocasión Vane estaba puesta de calmantes y respondía a cualquier pregunta.

Me considero inteligente y sé que estoy buena, son hechos objetivos. Vi en aquel negocio la llave de mi futuro, la manera de ganarme la vida, pagarme los estudios y no morir en el intento. Tenía suficiente experiencia con el sexo opuesto, me desarrollé pronto en un entorno promiscuo y en el que los embarazos no deseados y las E.T.S. estaban a la orden del día. Siempre fui cuidadosa, tenía presente el coste de un error. Empecé poco a poco mi nuevo negocio, tenía lo básico y conseguí que Vane me prestase algunos juguetes y disfraces, a cambio de trabajar alguna vez con ella en numeritos lésbicos o similares. Tengo un buen ingles, es mi idioma materno y única herencia. Mi madre se empeño en que siempre hablásemos en él pensando en mi futuro. Enseguida pensé en expandir el negocio al mercado internacional, jugando con los usos horarios podía conseguir audiencias muy superiores de publico angloparlante y acceder a mercados tan fetichistas como el japonés. Pronto superé a mi mentora, alquilé este humilde piso para mi sola y con un socio profesional conseguí unos buenos ingresos que me permitieron la instalación del imprescindible aire acondicionado. Uso una habitación como escenario y otra para mi uso particular, eso me permite desconectar del trabajo y las sensaciones poco agradables que me provoca. Sé que esté donde esté mi madre comprende y acepta que me dedique a esto. No vendo mi cuerpo, solo su imagen, mis relaciones en las sesiones siempre son consentidas y yo tengo el control en todo momento. Eso me da seguridad y tranquiliza mi conciencia, de algún modo al mantener el control siento que es menos sórdido y humillante. Cuando abandono ese cuarto y cierro la puerta tras de mí esa parte de mí vida se oculta y me convierto en una estudiante de derecho más de los cientos que llenan las aulas de la Complutense.

La cosa iba bien hasta que llegó el maldito coronavirus a joderlo. El confinamiento de medio mundo reducirá mis ingresos por partida doble, por un lado los que se conectaban a espaldas de sus parejas lo tendrán muy difícil y por otro al no poder contar con mi socio las sesiones serán más vulgares y peor retribuidas en un mercado saturado.

Por eso estoy ahora aquí delante de su puerta, el domingo a las diez de la mañana tocando el timbre de mi vecino el ermitaño: un pijo de provincias, un chico mono, del montón con cara de pardillo y un par de años mayor que yo, estudia oposiciones de notaria en un piso de su familia. Todo eso lo sé por la cajera del supermercado de la esquina que es la cotilla oficial. Conviene saber quien tienes por vecino si quieres evitarte un susto. No ha sido difícil localizarlo en las redes sociales, su escasa actividad desde que vive aquí indica que se esta tomando en serio lo del estudio, eso y que no huele a porro, también podría pertenecer a una secta de ermitaños o ser adicto a los videojuegos. Esperaba que solo fuera un niño de papá que no ha salido del nido, alguien a quien embaucar fácilmente. Pensaba averiguarlo antes de ofrecerle un puesto temporal en mi peculiar empresa.

La primera impresión no fue muy favorable, si mi lista de aspirantes no fuese tan corta (solo estaba él) lo habría rechazado: de higiene dudosa, tenía cara de haberse caído de la cama, su aliento apestaba a cerveza o era un borracho matutino o ayer se pego una buena juerga. Esperaba que fuera lo segundo y que no fuese una practica habitual. Quería un empleado serio y competente. Del pelo y la barba que le habían valido el apodo yo misma me podía encargar, también del vestuario, el físico era perfecto: la gente asocia amateur a tíos delgaduchos sin mucho musculo para identificarse con ellos, con las tías son más exigentes. Razón por la que práctico bastante deporte para mantener lo que la genética me ha dado. Entro en su piso sin esperar invitación, pasando revista como una suegra quisquillosa. Es un piso dedicado al estudio, razonablemente limpio para un tío que vive solo, con un ambiente cargado por la escasa ventilación. Me planté en medio del salón y di entonces comienzo a su entrevista a mi sorprendido anfitrión.

—El piso podría estar más limpio pero lo dejaremos pasar, espero que no seas un borracho habitual. —Dije observando la sala con los brazos cruzados sobre mi pecho, paseando la mirada por la estancia con mi mejor pose de jefa.

—¿Quien coño eres y que haces en mi casa? —Mi anfitrión estaba sorprendido y visiblemente molesto por mi irrupción en sus dominios.

—Soy tu vecina de enfrente, aunque eso ya lo sabes, mi nombre es María García Fernández. ¿Tú eres? —Me giro y le miro a los ojos en espera de su respuesta.

Samuel:

No me esperaba yo que alguien tocase el timbre a las diez de la mañana. Bueno a las diez ni a otra hora, ni sabía que tenía timbre. Mi cerebro a medio gas no me permitía procesar la extraña situación, abrí la puerta esperando que me pidiera sal o cualquier gilipollez, no me esperaba que entrase sin ser invitada y se permitiera juzgar el estado de mi humilde morada sin mostrar un mínimo de educación. Su respuesta no me había aclarado nada salvo su nombre, que no había sabido hasta la fecha y carecía de interés para mí. Le respondí por inercia extendiendo mi mano, que ella no tuviera modales no significaba que yo olvidase los míos.

—Mi nombre es Samuel Pérez Tudela.

—Encantada Samuel.

Mi vecina ignoró mi mano y se acercó a darme dos besos en las mejillas clavándome sus pechos lo que levantó una humillante tienda de campaña en mi viejo pantalón de deporte. Recordándome que hacía un par de días que no me la pelaba y siglos desde mi ultimo contacto con una mujer. Mi vecina miró mis pantalones con una sonrisa apreciativa diciendo:

—Te iba a preguntar si eres heterosexual pero ya me ha respondido tu amiguito al salir a saludar, parece que no estás nada mal.

¿Que coño decía aquella tía? ¿No nos habíamos dirigido ni una palabra en ocho meses y ahora quería pegar un polvo? Si no estuviera en mi propio piso pensaría que era una cámara oculta. ¡Espera, tal vez la llevase ella encima! Le pregunte:

—¿Donde está la cámara?

¿Sabía él a que se dedicaba? Tal vez, Internet es muy amplio y hay mucho pajillero como él.

—En mi piso, claro. —Me respondió tras dudarlo un momento mostrándose sorprendida por mi descubrimiento.

¿Debía creer que era estúpido? ¡Como si fuera normal que las desconocidas se acercaran a mi puerta para proponerme sexo! En mis veintitrés años ninguna mujer se me había acercado con semejante propuesta sin perseguir una contraprestación económica, así de triste era mi vida sexual. ¿Podría grabarme desde su piso? No lo creía posible pero no estaba en mi momento más lucido. Mejor acabar con todo aquello y volver a la cama. La empuje suavemente pero con decisión hacia la salida diciendo con toda la educación del mundo:

—Señorita María, encantado de conocerte, pero vendas lo que vendas no compro.

No parecía conforme con mi escaso interés. A mitad del pasillo se separó y dándose la vuelta se quito la camiseta dejando al aire sus hermosas tetas, erguidas sin necesidad de sujetador.

¡Mi vecina se había quedado en medio de mi pasillo con las tetas al aire! ¡Y vaya tetas! Había visto unas cuantas pero nunca había tenido la fortuna de tener un par así al alcance de mi mano sin pagar. ¿Sería una prostituta? A mi polla le dio igual y se alzó de nuevo para saludarlas como si se conociesen y mis ojos se quedaron clavados en ellas. Solo cuando escuché su voz separé mi mirada de ellas para enfrentar su cara.

—¿Te gusta lo que ves? —Pregunto con tono seductor y las manos en las caderas.

¿Como responder a eso? ¿Que demonios hacia ella allí con las tetas al aire? Sin olvidarme de la cámara. ¡Eso debía ser! Empece a disculparme sin saber como salir de aquella situación y protagonizar un vídeo en Internet. Aquello no alegraría precisamente a mis padres.

—Señorita María, disculpe yo... —Respondí rojo como un tomate.

María observaba mi cara con atención: mi rostro es anguloso y atractivo (si le quitas la barba de talibán claro), el cabello negro fino necesita un corte con urgencia, nariz recta, labios sensuales y expresivos ojos chocolate que miraban a ella sorprendido y asustado. Su boca se curvo en una sonrisa al constatar que sus tetas me habían hipnotizado antes de decir.

—Responde a la pregunta.

¿Que debía decir? Aquella situación era absurda, sin embargo ahí estábamos. Respondí de forma educada, tan educada como era posible en esas circunstancias.

—Sí claro... tiene unos pechos preciosos.

Mi respuesta sincera sin caer en lo soez pareció agradarle porque subió la apuesta.

—¿Quieres tocarlos? —Alzo sus tetas con sus manos en ofrenda apoyando con el gesto su invitación.

Aquello no podía ser cierto. Tenía que tratarse de una trampa. Negué acojonado.

—Perdóneme, yo no debo. Márchese por favor. —Estuve tentado de empujar sus hombros con las manos pero no me atreví por temor a que mis manos se deslizaran a su tentadora oferta.

—¿Has tocado algunos como estos? —Dijo María acercándose hasta casi sentir el roce de sus pezones en mi pecho, estaba bloqueado: rojo como un tomate, completamente empalmado, sus manos bajo sus tetas en ofrenda, creo que nunca había tenido semejante par de tetas al alcance de mi mano, podría correrme con solo tocarlas.

María sonrió al ver el bulto sobre mi pantalón y que además de mi vergüenza dejaba patente que no estaba mal dotado.

Me había quedado mudo, ni en mis sueños más calenturientos hubiese imaginado esta escena propia de película porno. Cuando María me acercó sus tetas, mis manos cobraron vida y se posaron sobre esas dos maravillas suaves y calientes de las que no podía apartar la mirada. Me pierdo en su tacto sedoso y cálido, con esos pezones aún más oscuros que me apuntan como pitones de toro. En su olor a gel de coco, mi olor favorito a partir de ahora. Tenía que estar soñando y no deseaba despertar.

María sonríe, sabe que estoy en sus manos, mis ojos y manos veneraban sus tetas, ahora debía cerrar la trampa con cuidado.

—Veo que te gustan Samuel. ¿Te gustaría poder tocarlas más veces? —Su voz me sacó del trance en el que me habían sumido sus tetas y solo atiné a contestar:

—Sí..., no perdóneme yo no quería...

¡No sabia que coño estaba haciendo ni diciendo! Bajé las manos lamentándome, intentando librarme de su embrujo. ¿En que lio me había metido?

María cogió mis manos y las volvió a poner sobre sus tetas, me cogió la polla por encima del pantalón con la mano derecha y empezó a acariciarla suavemente mientras decía con voz aterciopelada.

—No hay nada que perdonar. Puedes tocarlas. A mí me gusta tocar tu polla. ¿Y a ti?

¡Joderrr! ¿Y ahora que le digo? Un escalofrió de placer viaja de mi polla a mi cerebro al sentir la mano de María sobre mi polla sobándomela lentamente. Hacía mucho tiempo que otra mano distinta de la mía me acariciaba. No tardaría mucho en correrme. Respondí entre jadeos con mi otra cabeza.

—A mí… me gusta… sí. Síiii, me gusta mucho. —Empece a acompañar con mi cadera los movimientos de aquella diestra mano concentrado en mi placer.

—¿Entonces? —Ella me pregunta consciente de que me tiene en sus manos, de forma literal. Sin dejar de acariciarme con lentitud. Respondo con la voz temblorosa al sentir esa mano meciendo mi rabo tieso, estoy flipando. No entendía nada de nada.

—¿Perdón señorita María? —Mi respuesta la hace componer un mohín levemente reprobador. Era evidente que la sangre no me llegaba al cerebro en aquellas circunstancias. Ella iba a aprovechar su ventaja.

—¿Te gustaría tocar mis tetas más veces y que yo te toque a ti? —Me pregunta con voz de niñita sensual y erótica sin dejar de acariciarme.

La propuesta es más que contundente y mi polla se tensa a través de la tela del pantalón entre sus dedos, algo que parece hacerle gracia. Estaba a punto de correrme. Respondo con la voz entrecortada mientras ella continúa con esa deliciosa paja, mis palabras salieron entre jadeos, sin razonarlas, solo en busca de mi liberación.

—Sí, ahh, sí por favor ahhh.

—Bien, podemos llegar a un acuerdo satisfactorio para ambos. A condición de que hagas lo que yo te diga. De lo contrario olvidate de esta.

Un duro tirón sobre mi polla cortó mi eyaculación y me hizo regresar a la realidad. ¿Lo había entendido bien? ¿Ella proponía que lo hiciéramos más veces? ¿A cambio de hacer que? No lo creía posible, pero su mano sobre mi polla y las mías en sus formidables tetas decían lo contrario. Pregunte en busca de la trampa en todo aquello, dejando patente mis temores.

—¿Que se supone que debo hacer? ¿No será algo ilegal? Yo no quiero líos.

—No es ilegal, bueno no mucho, no te meterás en líos y pasarás un buen rato. ¿Que me dices?

Era el momento de plantear su propuesta mientras me tenía cogido por los huevos. Tanto mejor para sus planes.

—Espera. ¿Que es eso de que es un poco ilegal? No esperes que acepte sin saber exactamente a que me comprometo. —Parte de la sangre regreso a mi cerebro al escuchar la palabra ilegal. Estaba desesperado por correrme pero no tanto como para arruinar mi vida por una simple paja.

—Te lo explicaré si me prometes no revelar nada de lo que te diga.

Su mano abandonando mi miembro y su tono misterioso encendió mis alarmas debió notarlo en mi actitud y el tono de mi respuesta.

—El hecho de saber a que te dedicas me convierte en cómplice de tu delito. — Apartando mis manos de sus tetas y separándome un paso de ella para abstraerme de su influjo.

Ella no hizo ningún movimiento y se limito a responderme.

—No se trata de ningún delito, no te montes películas tío, solo quiero mantener mi privacidad. ¿Entiendes? —Su tono molesto como si estuviera explicándose a alguien especialmente obtuso. Ignoré su malestar, en mi estado de enajenación y también llevado por la curiosidad cedí con condiciones.

—No del todo pero me arriesgaré aunque te lo advierto si creo que me compromete a nivel jurídico...

—Sí lo he captado letrado, reserva tu labia y acompañame a mi piso.

Mi respuesta debió satisfacerla, se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la entrada. Seguí a mí vecina que se puso la camiseta antes de salir, cruzamos el rellano y entramos a un piso como el mío pero decorado con buen gusto, el mío no lo estaba (decorado) no era ostentoso (un par de fotografias enmarcadas de paisajes), ni había mucho mobiliario que era escaso pero funcional: el sofá parecía cómodo, un gran televisor donde sería una gozada ver películas y... ¡Aire acondicionado! Aquel piso estaba equipado con las comodidades mínimas del siglo XXI a diferencia del mío que así seguiría ya que la generosa asignación de mi padre me alcanzaba solo para subsistir. Disponía también de un jugoso fideicomiso de 300.000€, al que solo podría acceder cuando aprobase las oposiciones a notario o cuando contrajera matrimonio, total como tener un tío en la Habana que decía mi padre. Así me evitaba tentaciones y me proporcionaba un sinfín de penurias. ¡Como ansiaba tener mi propio dinero! El cabrón sabía bien lo que hacía enviándome a aquel lugar perdido de Dios con lo justo para comer. ¡Ni para un televisor tenía! Veía las películas en la pequeña pantalla de mi portátil. Era un autentico ermitaño del siglo XXI, en cambio a mi vecina no le iba mal, nada mal, aquello me daba mala espina, estaba más interesado en marcharme que en saber a que se dedicaba.

Mientras estaba curioseando en la cocina apareció a mi espalda con unas sandalias y-nada-más. ¡Estaba en pelotas frente a mí! y mi amiguito se volvió a alzar por tercera vez aquella mañana. Sí quería contar con mi atención lo había conseguido, ante mi expresión de asombro se limito a decir.

—Me gusta estar cómoda en casa, ya te acostumbraras.

Recorrí su cuerpo con mirada famélica. ¡Los cojones me iba a acostumbrar! Ver a ese pibón en pelotas podría provocarme un episodio de priapismo. No se que esperaba que hiciera, pero si ella iba a estar así todo el rato yo solo podría babear. Estaba buenísima y tenia un culito que... ¡Argh! Tendría material para un montón de pajas. Mis planes de fuga estaban olvidados y mi otra cabeza tenía el control. María sonrío al sentir en que parte de su anatomía se clavaban mis ojos, si la sangre no me llegaba al cerebro no podría negarme a su propuesta. Seguí aquel culito que se balanceaba frente a mí, como si tirara de una correa con sus nalgas. Abrió la puerta de una habitación y me franqueo el paso. Al entrar tuve la sensación de estar en un pequeño estudio de fotografía: una webcam enfocaba una zona repleta de cojines y en un rincón una caja repleta de artilugios sexuales, muchos no sabia que eran pero los vibradores y látigos sí. Tenía una idea de lo que hacía allí y si quería mi participación en aquello lo llevaba claro, una cosa era que tuviese desavenencias con mis progenitores y otra bien distinta que quisiera provocarles un infarto con mi incursión en el mundo del porno amateur.

—¿Grabas vídeos o sesiones de webcam? Si pretendes que actúe olvidate, yo soy una persona sería. —Conteste serio, dispuesto a abandonar el piso y tratar de olvidarme de aquella pecaminosa mujer.

—¿Y crees que yo no, crees que lo hago por gusto? A diferencia de ti yo no soy una niña de papá a la que le costean todo y está todo el día lamentándose de su desgracia. —La fiera mirada que me lanzaba aquella chica era un contrapunto curioso a su desnudez. Su tono duro y ofendido me golpeo, desnuda frente a mí con los brazos en jarras parecía una reina juzgando a su súbdito.

—Perdona, yo no quería decir... insinuar... te pido disculpas. —Me disculpé por mi supuesta ofensa, solo deseaba largarme de allí.

Al mostrarme compungido pareció calmarse y prosiguió con su explicación.

—Disculpas aceptadas, si hago sesiones de webcam, pero con mascara y modulador de voz. Tampoco deseo que me reconozcan en la calle y menos cuando lo deje al acabar la carrera. —Dijo esto con tono serio y profesional mostrándome ambos objetos. Aunque lo que más llamó mi atención fue su última palabra que repetí en forma de pregunta.

—¿La carrera? —María retiro los objetos y pareció meditar si compartir esa información conmigo. Allí en pelotas y después de mostrarme a que se dedicaba, su reticencia parecía fuera de lugar, un sorprendente detalle más de mi sorprendente vecina.

—Sí, estudio derecho en la Complutense. Cuando termine buscaré un buen empleo y dejaré esto. —Su respuesta sonaba como un buen plan, aquella chica tenía más huevos que yo y todos mis amigos. Se había buscado la vida con coraje y no le había salido mal. Sentí admiración por ella y más curiosidad.

—¿Y tu familia? —Era una pregunta lógica, una a la que tampoco parecía querer responder, lo hizo entendiendo que era necesario mostrar algo de confianza.

—Vine a España con mi madre, murió cuando tenía doce. —Aquella frase dicha con tono ausente y la mirada perdida me impactó. Detrás de la corta historia era fácil intuir el drama, estar sola en el mundo desde los doce no debía ser un camino de rosas. Más para una inmigrante de color. Tenía muchas preguntas que no podía hacerle en aquel momento. Sus brazos cruzados mostraban ahora una actitud defensiva, seguí por el lado profesional que tenía más posibilidades de obtener respuesta.

—¡Lo siento mucho! ¿Y como llegaste a...? —Me cortó, tenía prisa por acabar con esta parte.

—Por casualidad, solía trabajar de cajera o reponedora en algún supermercado, hasta que un día descubrí que una compañera de piso se dedicaba a esto y le iba bien, me animé a probar y aquí estoy. —Su tono y su actitud eran más relajados al volver al tema profesional, un tema más cómodo que el personal. Respondo sincero y planteo mis dudas.

—¡Wow, vaya historia, has tenido mucho coraje! ¿Pero, porqué y porque yo?

—La puta cuarentena, mi socio actual vive en la otra punta de Madrid, no puede venir y ahí entrás tú. —Otra vez la respuesta concisa y profesional, pero yo quiero saber más sobre su relación con su socio.

—¿Ese socio y tu no sois...?

—¿Pareja? No, es solo trabajo, de hecho el tiene novio. —Sonríe al responder como si mi pregunta fuera demasiado inocente y ante mi cara de incomprensión añadió:

—Es bisexual, sería un problema en caso contrario, no resulta muy útil si no se le levanta. Tú no tienes ese problema. —Esto último lo dijo mirando mi tienda de campaña que mi amiguito se negaba a desmontar.

Su comentario señalando el bulto de mi pantalón con el indice devolvió el rubor a mi cara, recordándome cuan interesado estaba mi “socio” en mi vecina. Insensible a mi incomodidad siguió diciendo:

—Con la mascara y el modulador de voz nadie puede reconocerte, ademas uso tatuajes y piercings falsos para dar mas morbo y despistar.

No lo veía nada claro y no me iba a arriesgar por tentadora que resultase la oferta para mi “socio”.

—Me alegro y aplaudo tu iniciativa pero yo no... —María decidió que era el momento de dar una vuelta de tuerca, en dos zancadas se puso junto a mi de nuevo, puso mis manos sobre sus tetas y metiendo la mano en mi pantalón empezó a pajearme a la vez que preguntaba de nuevo con voz aterciopelada (sin duda era una gran actriz):

—¿Estás seguro que quieres renunciar a esto? Puedo darte mucho placer, delante y detrás de la cámara.

Con el último resto de mi sensatez bajé mis manos de aquellas tetas y aparté su diabólica mano de mi miembro. No podía jugarme mi carrera por un par de pajas, aunque fueran hechas por aquellas manos diciendo:

—Lo siento María, yo no puedo... tendrás que buscar a otro. Lo siento mucho, adiós.

Me di la vuelta sabiendo lo mucho que una parte de mí se arrepentiría de ello: no podía jugármela. Estaba en mitad del pasillo cuando me agarró por el hombro diciendo:

—¿Es que no lo entiendes? ¡Te necesito!

Me giré para ver su rostro bañado en lagrimas y como su cuerpo colapsaba, la sostuve antes de que cayera y la llevé en brazos hasta el sofá intentando olvidar que estaba desnuda, aunque más fácil habría sido dejar de respirar. Había encontrado la forma de resistir sus cantos de sirena, me marchaba y se lo jugó a una carta, la lastima y le había funcionado. Ahora estaba en mi regazo, las lagrimas le habían conseguido tiempo, pero debía volver a intentar cerrar su trampa. Pregunté en busca de una salida para mí.

—¿Por qué me necesitas? ¿Por qué yo y no otro? ¿Por qué no sola?

Para mi desgracia tenía respuestas para todas mis objeciones en tono lastimoso que comenzaba a dudar que no fuera fingido.

—¿Se te ocurre otro candidato en el edificio? Ya te digo yo que no, conozco a todo el mundo o son ancianos o son parejas, no hay más solteros. Y no puedo hacerlo sola, la competencia es feroz y los ingresos no me bastarían para cubrir las facturas, sabe Dios cuanto tiempo va a durar esta mierda.

Eran argumentos de peso, no podía negarme y no porque estuviera empalmadisimo que también ayudaba, allí entre mis brazos la sentí triste y desvalida, yo era el culpable o al menos en mi mano estaba solventarlo. Algo dentro de mí me hacía imposible negarme a ayudarla. A mi padre le gustaba recordarme que nuestros ancestros habían sido honorables caballeros y que nosotros a nuestra manera debíamos honrar su memoria, pues bien esta era la ocasión de ayudar a una persona desvalida. Seguro que muchos no lo verían así, mi padre entre ellos, pero era mi vida y debía tomar mis decisiones como un hombre: excusas, solo estaba buscando pretextos para validar la decisión que ya había tomado por eso pregunté:

—¿Seguro que no me reconocerán?, mis padres no lo soportarían. —María no pudo ocultar su jubilo, pero solo fue durante una fracción de segundo como si lo hubiera soñado. Se dispuso a tumbar mis ultimas reticencias de forma profesional.

—No: con el antifaz, peluca, distorsionador de voz y tatuajes falsos con los que podemos cubrir si tienes alguna marca de nacimiento es imposible. Mi amiga contaba entre sus clientes con varios profesores y ninguno la reconoció nunca. ¡Ven te lo enseñare!

Seguí a una más animada María hasta el interior de la habitación y cuando se inclino para sacar algo de un baúl tuve que morderme la lengua para no saltar sobre ella y el primer plano de su coñito abierto. ¡Dioss si seguía así me tendrían que amputar el miembro por priapismo! ¿Como podía ser aquella chica tan inocente? ¿O no lo era y me estaba camelando? Mejor no pensar, había aceptado y ahora me tocaba apechugar. Así aprendería a no pensar con el pito.

Se giró hacia mí sin percatarse aparentemente de mi estado de máxima excitación y me entregó un antifaz mientras me colocaba una peluca rosa con gracia y después me daba un micro que debía incorporar el distorsionador de voz se acercó a un portátil y me dijo:

—Mirate en el espejo.

La verdad es que no parecía yo, salvo por la ropa no me reconocería y así lo dije.

—No me reconozco.

Mi voz sonó de pito gracias al distorsionador, entonces una risueña María dijo:

—Esa voz no es muy masculina, prueba otra vez.

—Pon una más masculina.

¡Fantástico, ahora parecía un pitufo!

—¡María...!

¡Y ahora un orco, joder con la niña! La miré mal y captó el mensaje, tocó unos ajustes y asintió.

—Espero que esta vez... Sí, esta me gusta más, a ver. ¡Me dan ganas de cantar el Bella Ciao!

Me había puesto voz de tenor. Estaba un poco más tranquilo, mi identidad estaba a salvo. Debió verlo en mis ojos porque avanzó como una leona hacía mí, me bajó los pantalones y los calzoncillos a la vez diciendo:

—¡Hola bonita, ya era hora que nos conociéramos tú y yo!

Se arrodilló frente a mí hasta tener su cara a la altura de mi polla, me la cogió con ambas manos para llevársela a los labios. Sentir aquella tibia humedad me hizo estremecer. Fue dando suaves besitos y no tardó en sacar su mojada lengua y pasarla por la sensible punta.

Aquella experimentada lengua bajó por todo el duro tronco de mi pene para luego volver arriba y la engulló con glotonería, se tragó mi polla hasta más de la mitad. Sentirla envolviendo mi miembro me hizo temblar y buscar asidero para mis brazos, mis piernas amenazaban convertirse en gelatina. Miré a María que solo tenía ojos para mi barra de carne, comenzó a mover su cabeza atrás y adelante, en un movimiento de vaivén mientras me engullía. Masturbaba el resto de mi miembro que su boca no alcanzaba. Sentía su lengua presionar alrededor de mi miembro. Moví mis caderas un poco intentando aumentar la profundidad, hasta que María con una mano me hizo mantenerme quieto para no ahogarla, más adelante tal vez dejaría que le follase la boca (mi “socio” daba por hecho que esto se repetiría más veces), cuando tuviera confianza en mi control, por ahora ella dirigía la mamada haciendo que mi polla se deslizara hasta casi rozar su garganta. Luego, la sacaba y volvía a lamerla, seguía moviendo su cabecita y yo alternaba con la mirada el movimiento de su cabeza y su espalda acabada en aquel precioso culito que deseaba acariciar. Aceleró sus movimientos, haciendo que el placer resultara deliciosamente insoportable.

—Aaaah... María..., me voy a correr... ¡Dios que boquita tienes! Aah... que gusto... aaaaaah.

Sentí como mi pene sufría varios espasmos. Me puse rígido y todo mi cuerpo tembló ante la brutal corrida que acompañe cerrando los ojos y con un grito animal. Fue mi corrida más intensa hasta la fecha, menos mal que me había sujetado porque noté mis fuerzas desaparecer y mis piernas volverse gelatina. Al recuperarme abrí los ojos y vi a María con la polla aun metida en su boca. Apretando sus labios, se la fue sacando con lentitud. Cuando terminó de salir, un reguero de semen cayó de la punta y ella lo recogió con sus dedos. Al mismo tiempo y bajo mi atenta mirada, se tragó todo el semen almacenado en los carrillos de una sentada. Se lamió los dedos que estaban pringados con lo que había recogido y pasó su lengua por la punta de mi pene para limpiar lo que quedase. Relamiéndose después y mirándome a los ojos con lujuria (¿real o fingida?) para decirme.

—Muy rica, creo que me voy a aficionar a beber esta leche calentita. Veo que te ha gustado, la tienes grande, yo también tendré que practicar si quiero tragármela entera. Te corres muy rápido, no sé si te pasa a menudo, tendremos que trabajar tu aguante, es esencial que controles tu eyaculación en las escenas, el directo no admiten margen aunque por lo que veo enseguida te recuperas eso es bueno, a los clientes les gusta ver corridas, las pagan bien.

Cuando fui dueño de mi voz contesté perdido en mis sensaciones.

—¡Uff, ha sido brutal, estoy deseando comenzar!

María me había dado la mejor mamada de mi vida, mejor que las profesionales, me había corrido dentro de aquella deliciosa boca. Aquella manera de ayudar al prójimo resultaba muy placentera. Me respondió relajada y picarona, sin rastro de su congoja anterior. Cada vez tenía más claro que había caído en sus redes como el pardillo que era.

—¡Quieto león, tu lo que quieres es otra mamada! No te preocupes, vas a disfrutar de mi boquita muchas veces, esto solo ha sido una pequeña gratificación. Vamos al salón y te explico.

De camino al salón yo iba en una nube pero al llegar allí María me hizo bajar de golpe, ¡está chica tenía la delicadeza de un bulldozer!.

—Punto primero, las E.T.S., mirá aquí tienes mi ultimo certificado, estoy limpia.

Me mostró un análisis de febrero. Yo no tenía nada parecido (mi mano y yo nos tenemos confianza), tendría que confiar en mi palabra...

—Yo también, siempre lo he hecho con protección y hace mucho que no lo hago...

—¿Mucho cuanto tiempo es? —Pregunto con tono profesional, aquello solo era trabajo para ella.

—Un año... En mi tierra no tenía mucho éxito. —Respondí reticente, no resulta agradable para ningún hombre tener que admitir este tipo de carencias.

—Ya veo, tu herramienta tiene poco rodaje, habrá que ponerte a punto con el tema del aguante. Al menos podremos hacerlo a pelo con tranquilidad.

—¿A pelo? Yo nunca... —Solo de pensarlo se me puso durísima, si su boca se sentía tan bien su coño sería...

—No sabes lo que te pierdes, te gustará y a los clientes les encanta ver la manguera chorreando. —Respondió jocosamente y aún se me puso más dura. María se dio cuenta y lo señaló.

—¿Te gusta la idea, eh pillín? ¿Me clavaras tu lanza blanca en mis negros agujeritos? No hace falta que me respondas, jajaja. —Las insinuaciones de María me estaban llevando al limite y le advertí.

—María si sigues así no voy a poder...

—¡Hay que mono, mi nene está salido y necesita descargar! Anda siéntate en el sofá. —Respondió como una canguro cachonda.

No me lo tuvo que repetir. Se puso a horcajadas sobre mí y se fue introduciendo mi instrumento poco a poco para encajar mi tamaño en aquella funda sedosa y caliente que era su coño, envolviéndola con mimo como si fuese su mejor amigo.

Me aferraba al sofá para evitar moverme a la espera de las ordenes de María. La sensación era una tortura deliciosa, ¡necesitaba moverme!. Tuve que llegar a morderme el labio inferior hasta sangrar para mantener mi culo quieto y no hacerle daño a aquella diosa de ébano que se empalaba frente a mí.

—¡Uff...¡ Joderrrr... que grande! ¡Me estás destrozando...! ¡ahhh... siii... ya... casi... está... toda... dentro...!

Los dos gemimos con fuerza cuando nuestros pubis chocaron. ¡Por fin estaba dentro de aquella preciosidad!

—¿A que da más gustito a pelo, eh? Mmmm, estás muy bueno cabrón, nos lo vamos a pasar muy bien tu y yo. —Sonaba sincera, yo desde luego estaba en el paraíso. Nunca me había sentido así, no solo porque María fuera la tía más buena que me había follado. Tal vez porque a diferencia de las prostitutas parecía disfrutar realmente, porque era mi primer polvo a pelo, piel con piel la sensación era más intensa y porque había algo en su mirada, su sonrisa incluso sus jadeos, algo que me calentaba por dentro.

—Por donde íbamos... ah sí, la imagen, tienes que afeitarte la barba, yo me encargare de tu pelo de arriba y de abajo. —María cambio de registro y sin dejar de follarme se puso a tratar los temas de logística, reduciendo de paso mi nivel de excitación, especialmente al imaginarme pasando por el trance de depilarme ahí abajo.

—¿No tendré que depilarme?

—No, que miedicas sois los hombres, solo te lo recortare un poco para dejarlo curioso. Ya veras como agradecerás que lo lleve depiladito cuando me lo comas. ¿Por cierto que tal lo comes? —Respondió burlona por mis temores, lanzando de vuelta una pregunta sobre mi nivel de destreza.

—Yo nunca... —Volví a responder con aquella sensación de ingenuidad que estaba siendo la tónica con ella.

—¡Uy que verdes estamos! ¡Te voy a tener que hacer un intensivo, conejo, beso negro...! —Respondió jocosa y para nada molesta por mi falta de experiencia. Tal vez le gustaran los virginales. Pregunte para aclarar aquello que no sonaba demasiado bien.

—¿Beso negro?

—Ya te explicaré, no te agobies. En una semana serás todo un experto. Tus siguientes ligues te lo agradecerán. —Le quito importancia a mi duda. Su último comentario me recordó lo triste de mi rutina.

—No es que tenga mucha vida social con las putas oposiciones. —Me quejé olvidando por un momento donde tenía metida mi polla.

—Bueno, ahora me tienes a mí, al menos durante la cuarentena no vas a tener que cascártela. —Dijo aquello en un tono de lasciva promesa que se la levantaría a un muerto.

—Y también esta el tema de la forma física y el manejo de ciertos instrumentos como el látigo o la pala, plugs, etc.. —María me iba explicando mis obligaciones tocando aspectos que no me hacían ninguna ilusión.

—No soy mucho de gimnasio, en casa no tengo nada. —Dejé clara mi postura. ¡Ni putas ganas que tenía de ponerme a hacer abdominales yo solo quería follar!

—Por eso no te preocupes, yo tengo de todo, además podemos comer y cenar juntos así ahorramos trabajo y tengo Netflix si alguna vez te apetece ver algo...

¡A tomar por culo mis excusas! Al menos lo de la comida y Netflix con aquel televisor no sonaba mal, estaba harto de comida precocinada. Era inteligente, me ofrecía ventajas que yo apreciaría. ¿Sabría que no sabía cocinar (que no tenía televisor lo había visto)? Las mujeres parecen tener un sexto sentido y María parecía tener hasta un séptimo viendo la forma en que me estaba manejando como una simple marioneta con su coñito caliente.

Aquello no pintaba mal, salvo lo del ejercicio, pero era para una buena causa (follar) bueno eso también. ¡Joder que a nadie le amarga un dulce! Además cuesta decir que no cuando te están follando y eso es lo que estaba haciendo María conmigo. Habría aceptado cualquier cosa estando dentro de su coño. Debíamos haber aclarado las cuestiones principales porque María se sujeto a mis hombros y comenzó a montarme más duro.

María:

Me felicité interiormente, lo había conseguido, había usado el recurso de la lastima y había funcionado. Ahora estaba en el interior de mi coño mientras lo montaba duro e iba a asegurarme que no saliera de mi coño y mi casa hasta aceptar todas las clausulas de su compromiso.

Podría haberle ofrecido dinero pero intuía que no lo convencería por ese lado, tenía habilidad para calar a las personas con solo cruzar un par de frases y su lenguaje corporal. El truco estaba en fijarse en lo que se decía y lo que no y en lo que se hacía y lo que no. Muchos en su lugar habrían saltado hacía tiempo sobre mi, cuando le enseñe las tetas, en cambio el se había limitado a tocarme cuando se vio obligado. Me había mirado con deseo como cualquier varón heterosexual pero se había contenido. Respetaría mis limites y no intentaría abusar de mí. La confianza era esencial, en ciertas practicas fetichistas te ponías en manos del otro y sería imposible demostrar una violación.

Parecía un buen tipo, sinceramente esperaba que fuera así, en mi profesión era importante que hubiera buen ambiente.

Lo iba a hacer currar de lo lindo al pobre, gratis, así que algún beneficio adicional debería darle.

No me faltaba mucho para correrme, tenía una buena herramienta, mis clientes estarían contentos y yo también. Aquel enorme pollón en mi interior prometía muchísimos placeres, no necesitaría fingir cuando lo tuviese entrenado.

Me movía rápidamente arriba y abajo sobre el cilindro de carne alojado en mis entrañas hacía tiempo que no disfrutaba tanto en mi trabajo (eso era para mí y no debía olvidarlo). Con mis caderas marcaba el ritmo de penetración, sintiendo como se abría paso en mi interior, abriéndome todo el coño. Eché la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y abriendo la boca para dejar escapar mis palabras entre gemidos.

—¿Que bueno estás! ¡Hay sí..., que bueno! ¡Ahhhh, así, así... ahhh!

Él también estaba muy cerca, su polla latía dentro de mi coño que la abrazaba como un guante. Su calor me calentaba por dentro, sus manos se clavaban en mi culito haciendome sentir deseada y cuando llevo su boca y empezó a mamar de mis tetas. Le dije cuanto me gustaban sus atenciones.

—¡Hay si..., que bueno, clavamela! ¡Así, así... ahhh! ¡Cómo me llenas cabronazo! ¡Comeme las tetas! ¡Mmmm que rico!

Mientras me comía las tetas y me clavaba los dedos en mi culito, seguí cabalgándolo con fuerza en busca de mi placer. No aguantó más, empecé a sentir los espasmos de su polla, el semen salió disparado e inundó todo mi interior lo que me arrastró con él. Me corrí con un grito agónico, mi cuerpo se tensó por la sobrecarga sensorial de aquel devastador orgasmo, la cálida inundación le añadía más intensidad. Nos detuvimos y el sonido del choque de nuestros cuerpos cesó dando paso a los jadeos en busca del aire que nos faltaba, el olor a sexo y sudor que invadía mis fosas nasales recordándome la batalla que acabábamos de librar, era un agradable perfume que me gustaría poder embotellar, segura de que muchas mujeres lo comprarían para llevárselo a su hogar y así rememorar las sensaciones. Abrí los ojos y sonreí, había sido un buen polvo, mi nueva adquisición tenía mucho potencial. Lo besé levemente en los labios en señal de agradecimiento, diciendo:

—¡Gracias machote, ha sido un polvazo! Venga, vamos a ducharnos y te invito a comer.

Más calmados tras aquel polvazo, Samuel me siguió dócil a la ducha. El baño de mi piso estaba reformado y donde debería haber una bañera había una gran ducha en la que cabíamos perfectamente. Cogí gel con las manos y recorrí el cuerpo de mi macho temporal, no tenia mucho vello, ni marcas distintivas en la piel blanquísima, delgado y con escasa masa muscular algo que tendría que corregir: las sesiones son largas y exigentes y el directo no admite pausas. Me entretuve con su miembro y su ano incluso metiendo mi fino indice en su interior lo que le provoco un escalofrío, para terminar con su cabeza, su pelo negro y fino me gustaba, un corte más actual completaría su imagen. Le aclaré con el teléfono, ahora me tocaba a él, untó sus manos con gel y dibujo mi cuerpo, sus manos suaves, de pianista. Se recrea en mis tetas con delicadeza, adorándolas, recorren mi abdomen liso y más abajo mi monte de venus y mi pubis depilado flanqueado por las dos columnas que son mis muslos. En mi espalda sigue los trazos del tatuaje que cubre la parte superior, contesto a su muda pregunta diciéndole que es temporal, mi respuesta parece satisfacerlo puesto que abandonándolo baja mi espalda hasta mi culito que acaricia con devoción. Cuando llega a mi pelo castaño grueso y muy rizado propio de mi pueblo que llevo muy corto, para ponerme cualquier peluca, lo masajea arrancándome un ronroneo placentero. Mira mi cara, uno de mis mejores atributos según muchos hombres, un ovalo en el que destacan mis felinos ojos chocolate caliente bajo unas cejas perfectamente delineadas, nariz recta y unos labios llenos y sensuales. Le miro con una expresión risueña, fresca y jovial. Soy algo más baja que él 1,7m y tres años más joven. Pero la vida no ha sido tan amable conmigo y para mí él es un crío ingenuo, en cambio yo soy una mujer madura, sensata y segura de sí misma. A pesar de lo vivido aún conservo algo del aire inocente de la juventud, que palidece frente al que desprende su mirada que es pura inocencia. Por un instante pienso que podría perderme en su mirada como Ulises con las sirenas, si pudiera permitirme tal lujo. Me doy una colleja mental reprendiéndome por ese estúpido pensamiento. Samuel es solo una herramienta, un elemento necesario para alcanzar mis objetivos. Le doy un piquito que tiene la facultad de romper el hechizo de su mirada. Termina de enjabonarme y me enjuaga con el teléfono. Nos secamos y salimos de la ducha. Salgo desnuda, me gusta estar así en casa y es bueno que Samuel se acostumbre para mejorar su control. El parece dudar si vestirse o no, al final opta por imitarme, se ofrece a ayudarme con la comida admitiendo que no sabe cocinar, no se ve muy feliz ante el menú de ensalada, estoy segura de que hace meses que no la prueba, su timidez y educación le impide quejarse. Tras la comida nos sentamos en el sofá e intercambiamos anécdotas estudiantiles, es un terreno neutral en el que ambos nos sentimos cómodos. La conversación fluye con facilidad como si el sexo hubiese establecido un vinculo que solo se consigue con años de amistad, escogemos una película y la vemos juntos en el sofá, todavía no hace calor y la proximidad de los cuerpos resulta agradable, parecemos una pareja de novios pasando el domingo. Nada más lejos de la realidad. A la hora de la cena en un acuerdo tácito la preparamos juntos un poco de fiambre, queso y pan regado con vino blanco. Al acabar regresa a su piso y yo me voy a dormir satisfecha, el día ha sido perfecto, tengo un nuevo empleado a coste cero, pagando solo en especie, un pago muy placentero también para mí, tendré que adiestrarlo pero no debería llevarme mucho tiempo, una semana como máximo, a partir de entonces exprimiré mi inversión, en más de un sentido pensé con picardía.