Divina obsesión de piedra
Sasha participa en el Ejercicio con un micro en que nos cuenta la obsesión de una mujer por conseguir alcanzar su ideal.
Su fascinación era más que eso, lo amaba. No había hombre que se le igualara, no había belleza semejante. Lástima que era de piedra, mármol macizo; gigante, liso, perfecto; pero gris, fríamente gris. No, frío no; de niña su madre le contó la hazaña del fiero y astuto David matando al ignorante Goliat y siempre le agradecería al Buonarotti haberlo eternizado en su más pura hermosura.
Y pensando de esa manera jamás pudo niño, muchacho u hombre enamorarla ni complacerla, siempre los veía y comparaba. No, ninguno las hermosas piernas del David; no, ninguno su cabello perfectamente ensortijado; no, ninguno esa pasión grabada en cada centímetro de esa piedra; no, ninguno esa fuerza desbordada del martillo y el cincel.
Pero en estos días de modernidad ella tuvo su ocasión. Paseando por un boulevard encontró uno de esos maniquíes vivientes que magistralmente imitaba a su amado David. La misma pose, el mismo cabello ensortijado, el mismo cuerpo perfecto pero ¿Por qué sus ojos tenían color? ¿Por qué un taparrabos? No, ¡Así no era él!
En vez de una limosna ella puso una tarjeta: "Te espero esta noche en el Hotel Central, quiero verte tal como ahora, quiero convertirte en mi David inolvidable. Pregunta por Ximena"
Él, macho hedonista picado en el sexo, ni lo pensó, la noche prometía. Fue a la cita maquillado perfectamente y debajo del taparrabo sólo sus ganas. Lo último que escuchó fue una voz aniñada en la oscuridad intentando ser sexy y pidiéndole cerrar los ojos. Luego el pinchazo y la nada.
El siguiente día despertó el mundo con el grito de una mucama ante la terrible imagen: ella, desnuda en el balcón, la mirada perdida, roja de pies a cabeza, cincel en mano y una sonrisa soñadora y satisfecha; él, con sus abdominales tallados en sangre, sin ojos pero con las cuencas rellenas de yeso gris, igual que su cabello, y el pene cortado milimétricamente para asemejarse al original muerto e inmortalizado sobre la cama.
Como única respuesta al grito ella giró y simplemente dijo: Ahora sí, ahora sí es mi David.
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