Distopía Anti-electrónica: Daisy

Daisy es una chica de treinta años con baja autoestima. Hoy está viviendo un mal día, que incluso puede ir a peor. Relato situado en un mundo distópico donde la electrónica ha desaparecido y hemos vuelto a los años setenta.


LA DISTOPÍA:

Una distopía es (Wikipedia): “

una sociedad ficticia indeseable en sí misma”, lo contrario de Utopía.

Este mundo vive una distopía. Empezó en 2020 con los atentados del movimiento “Synonimous”. Comenzaron destruyendo fábricas de tecnología. También asesinaron masivamente a ingenieros, profesores… Y el golpe definitivo: provocaron simultáneamente un gran número de pulsos electromagnéticos que destruyeron aparatos electrónicos a millones. Ese hecho se conoció como “El Evento”.

Después de aquella oleada, la tecnología electrónica quedó prácticamente borrada del planeta. Un dispositivo electrónico era guardado como un raro diamante porque no existía fabricación de nuevas unidades. Por supuesto, la humanidad intentó rehacer la tecnología perdida, pero la destrucción no sólo de medios de producción sino también de diseños, planos, plantillas… lo puso muy difícil. Entonces nos dimos cuenta de que habían eliminado selectivamente a las personas que podrían reconstruir el mundo electrónico. Hasta cobraron sentido ciertos atentados “menores” donde los militantes de “Synonimous” se habían colado en bibliotecas destruyendo libros que permitirían recuperar conocimientos clave.

En esta situación, en el año actual (2050), el planeta entero vive, básicamente, con la tecnología de 1970. Existen teléfonos fijos, telégrafos, televisión analógica… se ha vuelto a las válvulas de vacío y a los transistores discretos.

Todos los gobiernos del mundo reaccionaron fuertemente ante aquel ataque sin precedentes. Cualquiera sospechoso de ser militante o simpatizante de “Synonimous” sería arrestado y posiblemente maltratado por las autoridades. Como consecuencia todos los delincuentes empezaron a ser tratados con mayor rigor que antes del “Evento”, las libertades civiles fueron recortadas en pos de la seguridad colectiva. Aunque hace años que no se detecta a ningún miembro de la organización, el sistema policial y judicial en todo el mundo sigue siendo de una extrema dureza.


DAISY:

¡¡¡Vaya día!!! Robert, Robert… ¿Dónde estás? Por qué te fuiste… En la tele no hay más que basura. Dicen que antes del “Evento”, había decenas de canales y tampoco había mucho que ver. ¿Qué vamos a ver ahora con sólo tres canales?

Yo nací el año del “Evento”. Sólo ví algún ordenador viejo a punto de estropearse. Los teléfonos móviles ya eran inservibles porque no había red de comunicaciones que los soportara.

Eso no impidió que viviéramos… Fui al instituto, a la Universidad… Conseguí un buen trabajo después… ¿Por qué estoy aquí lloriqueando delante de la tele y bebiendo vino? En el instituto ya me llamaban “langostina”... Dioss: alta, delgada, cuerpo aceptable… pero la cabeza no se aprovecha. Otros decían que me follarían pero si me pongo el pasamontañas. Los adolescentes son crueles… muy crueles, pero muy sinceros, sueltan lo que piensan y ya está. Sé que mi cara no es agraciada, yo no me veo tan fea… pelo largo, castaño claro, metro setenta, noventa y cinco, sesenta, ochenta y cinco… El cuerpo duro, la piel muy blanca… no encuentro manera de broncearme, sólo consigo quemarme la piel.

Nunca me faltó quien me quisiera follar… es lo que tiene tener buen cuerpo, pero novios, chicos que me quisieran un poco… No sé si he tenido… El último intento fue Robert.

Suena el timbre… Dioss… a estas horas. No sé si contestar… mejor pasar de todo. ¿Serán atracadores?, ¿Será Robert? No, él no… Me levanto dudando… el vino me hace tambalear un poco.

  • Abra… ¡¡¡Policía!!! Sabemos que está ahí.

¿Qué? Me dirijo a la puerta asustada… definitivamente estoy borracha y lo parezco. Abro… Hay dos agentes. Un hombre de paisano, con la placa en su mano… también en mi narices. La chica va uniformada. Un coche patrulla está aparcado allí delante.

  • ¿Tiene usted un vehículo blanco?, ¿Un “Furia” blanco? -pregunta el hombre.
  • Sí.. -respondo, no puedo evitar expulsar un terrible eructo con olor a alcohol, también me tambaleo un poco.
  • ¿Ha bebido señora?
  • Sí, un poco.
  • Tenemos que ver el vehículo… Hay una denuncia por un accidente.
  • ¿Accidente? No sé nada, no ví nada…
  • ¿Ha conducido el coche hace una hora aproximadamente?
  • Sí, fui… fui al supermercado.

Los dos agentes entran… Ni piden permiso. “Ley de seguridad cívica”, pueden registrar un domicilio por meras sospechas. Ven dos botellas sobre la mesa del salón… La de vino blanco está vacía… La de tinto está a medias. La copa, manchada de tinto, está casi vacía… Encuentran el recibo de la tienda. Una botella de vino tinto. Se me acabó el blanco y fui por más… Una vez allí, quise variar un poco.

Vamos a ver el coche… Dioss, tiene una abolladura manchada de sangre junto al faro derecho. ¿De dónde sale?, ¿Qué he hecho? La mujer, detrás de mí, me grita secamente:

  • Está arrestada por sospechas de delito grave: atropello y fuga. Agravante: embriaguez. Las manos en la nuca, por favor.

Obedezco… si no va a ser peor. ¡¡¡Ayyy!!! Noto algo alrededor de mi muñeca izquierda… cierra con sonido metálico… “raaack”... es como una carraca, me aprieta, duele un poco. ¡¡¡Ahhh!!! Ella tira de mi brazo izquierdo… aprovecha el grillete que me acaba de poner, duele… Me coge la otra mano, junta ambas en mi espalda. Otro “raaack”, noto la manilla de acero alrededor de mi muñeca derecha.

Después de haberme esposado me cachea… Es cualquier cosa menos delicada.

Estoy descalza… salí descalza a recibirlos. Me piden que busque unos zapatos, que voy a tener que acompañarlos y no puedo ir descalza. En el salón hay unos zuecos de tacón, no son cómodos pero los puedo calzar sin usar las manos.

Me preguntan si tengo un bolso, debería llevar cartera y llaves. Sí, está allí, beige, a juego con los zuecos. La mujer coge el bolso y me lleva a la patrulla. Antes deja la las llaves al hombre. Él se va a llevar el coche y va a poner un precinto en la puerta. Me informan de que pueden volver a registrar la vivienda cuando quieran…

La mujer me mete en la parte trasera. Está separada por una malla metálica. Las puertas no tienen manilla por dentro. Me pone el cinturón con las manos esposadas a la espalda. Cierra la puerta y va a hablar con el hombre.

Por fin, vuelve y arranca el coche. No sé cuánto tiempo llevo aquí, inmovilizada y en oscuridad. A mí me ha parecido eterno. Debe ser la una de la mañana. Circulamos rápidamente, por calles sin tráfico. A la luz de las farolas.

Llegamos a un viejo edificio. Creo que fue un instituto. Ahora es comisaría y cárcel municipal. El coche para junto a una garita y abren la verja. Llevo todo el camino retorciéndome, sé que no me puedo mover pero algo en mí se niega a aceptarlo. Por dentro, la cosa tampoco va bien. Intento no pensar… y si pienso, pienso muy negro: ¿De verdad he herido a alguien?, ¿He matado a alguien y ni me he enterado?, ¿Merezco lo que me pase?, ¿Qué me pasará?

Al bajar del coche me conducen a algo que parece la recepción de un hotel muy cutre. Hay una especie de policía recepcionista y varios bancos de madera con patas y reposa-brazos de hierro.

Al vernos llegar, el recepcionista se dirige a nosotras con un par de grilletes en la mano. Era un par de esposas de fabricación tosca pero fuertes. La cadena era relativamente larga, cinco eslabones, unos doce centímetros.

El hombre engancha un grillete en un reposa-brazos y le dice a la agente que me custodiaba.

  • Quítale tus esposas.
  • Siéntese -me dice a mí, en cuanto tuve las manos libres.

El hombre sujeta mi muñeca derecha con el grillete sobrante. No aprieta mucho. En ese momento, veo a la agente femenina guardar las esposas que traje en mis muñecas. No las había podido ver… dos fuertes grilletes unidos por dos pequeñas bisagras, mucho más limitantes que las de cadena.

El hombre y la agente se dirigen al mostrador. Ella le entrega mi bolso y cubre un formulario. Yo permanezco allí sentada, esperando no sé lo qué. La chica se va y el hombre desaparece por la puerta que hay tras su mostrador… Estoy sola, no hay mucha luz, noto un poco de frío… Y un frío interno aterrador.

Llevaba allí como una hora cuando entra otra agente con una chica esposada. Ella va en lo que parece ropa interior, medias negras y tacones de aguja del mismo color. Se había cubierto con una americana y la habían esposado con las manos al frente. La agente agarraba firmemente las esposas y tiraba de ellas para manejar a su prisionera a gusto. Me fijo en la cara de ella, aparte de llorosa, ponía una expresión de dolor cada vez que tiraban de las esposas. Se movía a saltitos taconeando con un ruido que a esa hora parecía escandaloso.

Sale el mismo hombre de antes y la amarran igual que a mí a un asiento en el otro extremo de la sala.

En un rato, salen dos agentes femeninas. Vienen claramente hacia mí. Me sueltan la mano y el grillete que estaba unido al asiento. Me conducen a una puerta al fondo. Una de ellas, lleva los grilletes en la mano, oigo como juega con ellos haciendo tintinear la cadena.

Me llevan ante una especie de mostrador. Me ordenan quitarme todos los “complementos”, los pendientes, la gargantilla. Guardan todo en sobrecitos. Al terminar, me ordenan quitarme cinturón y zapatos. Lo hice y quedé allí, descalza, viendo como guardaban ambas cosas en una bolsa.

Después de eso, veo como preparan lo que parece una pulsera de tela. Escriben un número sobre ella y la grapan alrededor de mi muñeca con una especie de remache y una herramienta.

  • Ahora desnúdate por completo -dice una de ellas.

No me hizo ninguna gracia pero pensé un momento… Dos mujeres, seguramente más fuertes que yo y armadas con porras (ninguno de los agentes allí dentro, llevaba pistola): no tenía nada que hacer… Obedecí. Me quité camiseta y pantalón… Las doblé con cuidado…

  • Esto se envía a lavandería -dijo una de ellas mientras guardaba la ropa en otra bolsa.
  • Falta la ropa interior -añadió...

Aquello ya era la humillación máxima, o eso me parece, espero que no vaya a peor. De mala gana, me quito el sujetador y las bragas y veo como los meten en la misma bolsa.

La que está tras el mostrador me mira de arriba a abajo y saca unas bragas blancas similares a las de un bikini. Anudadas a los lados de la cadera. Me las pongo, son mi talla, también son ásperas y, aunque estén lavadas, han sido usadas antes por otras mujeres. Al darme cuenta, mi cara dibuja una terrible expresión de asco…

A ellas parece darles igual, me pasan una especie de vestido de manga corta. Me lo pongo, está descolorido, gastado y es de tacto poco agradable. El color es a rayas horizontales, blancas y negras.

  • Las manos -dice la mujer detrás del mostrador. Al tiempo, coge los grilletes que estaban allí posados.

Obedezco y me pone las esposas en ambas manos, por delante… Es desagradable, pero no es nada comparado con la sensación que me entra al ver un extraño par de grilletes unidos por una cadena larga. La otra mujer cogió el siniestro artilugio y me ordenó:

  • Firme y quieta, piernas derechas, manos sobre la cabeza.

Ella se agacha tras de mí. Noto un grillete en mi tobillo derecho. Miro…

  • Mirada al frente -dijo ella.

Noté el grillete en el otro tobillo. En ese momento me dan unas chanclas con suela de esparto plana y una tira gruesa de tela para sujetar el pie.

Me llevan a un mínimo despacho. Allí está el hombre que me recibió… Me toma las huellas con papel y tinta. Debo limpiar los dedos con alcohol… Hacer cosas esposada no es fácil, y eso que aun tengo algo de margen por la cadena de cinco eslabones. Me saca varias fotos. La cámara es de carrete con un flash eléctrico que parece prehistórico… El “Evento” acabó con las cámaras digitales.

Me hace firmar una hoja de ingreso con mis datos. Me da otra donde se explican mis derechos, también la firmo. Firmar esposada se me hace incómodo pero no es lo peor.

Ahora llama a las mujeres, les pregunta por un “informe de pertenencias”. Yo me quedo sentada delante de la mesa… No puedo hacer mucho encadenada de pies y manos. Él acaba trayendo el documento… es una lista de mis cosas: bolso, su contenido: cartera, llaves… joyas, cinturón, zapatos, ropa… Firmo la hoja al final.

Al terminar, el hombre me lleva por varios pasillos.

  • Vas a pasar el resto de la noche en calabozos -dice el hombre.
  • Por la mañana te interrogarán y te informarán de las pruebas -añade-. Si el fiscal decide procesarte, pasarás a la cárcel municipal; si no, saldrás a la calle.

Acabamos llegando a un siniestro pasillo. Tuvimos que entrar por una doble puerta vigilada por un agente. Hay celdas a ambos lados. El carcelero abre una y me invita a entrar. En la puerta, me suelta las manos pero no los pies. Mientras miro con horror el lugar donde me habían encerrado, me trae papel higiénico unas sábanas gastadas y un vaso metálico para beber.

Hay un ventanuco sobre el cabecero de la cama, no se ve nada, sólo cielo negro. La cama es un camastro de hierro con un colchón mugriento encima. Al lado de la puerta hay un extraño mueble metálico, combinación de retrete y pileta. Puedo ver gracias a una bombilla desnuda colgada del techo. Lo han limpiado todo a conciencia, huele a lejía. En la pared hay manchas muy sospechosas.

Empiezo paseando… mis pasos deben ser cortos. Arrastro la cadena de los grilletes. Es horrible.

Me subo al colchón, abro la ventana, un marco de madera y un cristal sucio… Al abrir veo dos gruesos barrotes en cruz. No veo nada más… la noche es negra, fría...

Pongo sólo la sábana bajera y me tumbo sobre la cama. No puedo dormir… Tengo los pies helados y la cabeza caliente como un horno. Me noto sudando, tengo la ropa empapada. Muchas ideas asaltan mi cabeza…

Creo que me voy quedando dormida… Pero algo me altera… siento como una hoguera dentro. Empiezo a agitar la cabeza, a moverme bruscamente… No puedo separar mucho los pies, pero los llevo al límite… Me duelen los grilletes… Hago ruido con ellos. Golpeo el vaso con los hierros de la cama. Grito… no sé lo qué pero grito…

  • Levántate, ven aquí -el carcelero me llama desde el otro lado de la puerta.

Es una puerta de malla metálica, una verja de gallinero. Recupero un poco el sentido y me acerco a la puerta… Tiemblo, ando tambaleándome. Llego a la puerta por mi lado.

  • Saca las manos por la ranura -dice él.

Hay una apertura rectangular a media altura de la puerta. Obedezco. ¡¡¡Ahhh!!! Me engrilleta las manos con esposas de bisagra… las que tenía en la cartuchera del cinturón. Ha apretado bastante. No puedo girar las muñecas. Abre la puerta, me lleva a la entrada del pasillo. Allí tiene una mesa y varias sillas. Me sienta.

  • Parece una crisis de ansiedad -dice.
  • Tienes que respirar despacio -añade-. Pon la bolsa tapando la boca y la nariz, respira despacio, mira la bolsa inflarse y desinflarse.

Al tiempo me ofrece una bolsa de papel. Intento obedecer.

  • Si te tranquilizas te suelto las manos -dice él.

Respiro lentamente como me dijo… Veo la bolsa… Poco a poco me fui derrumbando en el respaldo. Necesitaba estar apoyada. Por fin, la tormenta en mi cabeza para un poco.

Separo la bolsa y miro al guardia. Es la primera vez que lo veo como a una persona. Desde la detención, no me había fijado en ninguna cara. Es un tipo de mi edad, más bien bajo, de mi estatura… metro setenta es poco para un policía. Sin embargo, es ancho de hombros, parece practicar deporte y su cara es agradable. No me parece guapo pero sí amable… me parece el primero que me trata como a una persona.

Al rato de estar sentada en silencio, él me libera las manos.

  • Gracias -le digo.
  • Los ataques de ansiedad son normales aquí -responde-. Ahora tienes que descansar. Te llevo a la celda.
  • No, No, No… A la celda, no, por favor. Allí me pasará lo mismo otra vez. Déjame descansar aquí un rato.

Él accede… Me da un poco de conversación… Me pregunta mi edad, de dónde soy… ¿A qué me dedico? Llegamos al inevitable, ¿Por qué te han detenido? Se lo cuento… Estallo en lágrimas al reconocer que tal vez he matado o, al menos, herido a alguna persona.

  • Pero no me enteré… no sé si puedo ser culpable si no me enteré -le digo.
  • Nunca debiste ponerte al volante borracha -contesta él.

Seguimos hablando… Me recomienda que en los interrogatorios insista en no recordar… así no podrán alegar voluntariedad ni fuga del accidente. La imprudencia criminal por conducir borracha me puede costar cinco años pero si añaden la fuga, llegaría a diez. Dioss… cinco o diez años, suena casi como muerte en vida. Los penales deben ser lugares horrendos, me vienen a la mente las imágenes de los campos nazis.

Él intenta tranquilizarme… teme que me vuelva a dar algo. Me ofrece comida, tiene un par de bocadillos, los comparte conmigo. La verdad es que tengo hambre… empiezo a comer. ¡¡¡Ohhh!!! Saca un par de botellines de cerveza. “No debería tener esto aquí y menos ofrecerte”... El bocadillo y la cerveza entran muy bien… No hay problema, hoy no voy a conducir más. ¡¡¡Ehhh!!! He hecho una broma con mi desgracia, me estoy relajando…

Siento que la cerveza se me sube un poco… ¿Cómo se me va a subir un botellín? Ya no tengo quince años… Y he comido con ella. ¡¡¡Ufff!!! Sentirse borracho habiendo ingerido muy poco alcohol es un síntoma de alcoholismo… La verdad es que, desde que Robert me dejó, bebo vino cada noche hasta caer inconsciente sobre mi cama.

Cuando me doy cuenta, estoy apoyando mi cabeza en el pecho del policía. Él se deja llevar… acaricia mi pelo… ¡¡¡Ahhh!!! Me está besando… me besa con lengua, suave, húmedo…

  • Perdón -dice mientras se aparta bruscamente.

No hay nada que perdonar… Lo abrazo por el cuello y traigo su boca a la mía. Ahora soy yo quien introduce la lengua en su boca, hasta la mayor profundidad posible.

No me controlo… me arrodillo delante de él y le bajo los pantalones y el calzoncillo. Su miembro está erecto y yo comienzo a chuparlo suavemente… Lo baño en saliva y lo introduzco en mi boca lentamente… Siento sus convulsiones. Noto como se retuerce de placer, veo como cierra los ojos e inclina la cabeza hacia atrás.

¡¡¡Ehhh!!! Me para, ¿Qué pasa?, ¿No le gusta?, ¿Me va a castigar? Me besa… Me desnuda de un solo tirón… Me chupa los pezones, aprieta mis senos con sus manos.

  • Perdona por separarte, pero debo conservar algo de fuerza -dice mientras me toca.

Me quita la braga desatando los laterales… ¡¡¡Vale!!! Una normal no pasaría por los grilletes. Aquí lo piensan todo...

¡¡¡Ahh!!! Me toca la entrepierna… con dos dedos, los humedece con saliva… va entrando lentamente, lo hace suave, despacio… ¡¡¡Ahhh!!! Introduce sus dedos hasta el fondo. Ambos estamos tirados en el suelo… ¡¡¡Ahhh!!! Me lo está chupando… ¡¡¡Ahhh!!! ¡¡¡Me encanta!!! ¡¡¡Ahhh!!! Nunca me habían hecho esto… Un hombre que se preocupa de darme placer… Que no sólo va a darse gusto a sí mismo. ¿Dónde estabas? Por qué no te conocí antes y en mejores circunstancias…

¡¡¡Ahhh!!! ¿Por qué paras? Me iba a correr… Estoy húmeda, lubricada.

  • Fóllame -le digo.

El me toca la entrepierna con una mano y el culo con la otra… Me manosea el culo a gusto un rato… Yo abro las piernas… ¡¡¡Ehh!!! No puedo… Sigo encadenada por los pies.

  • Quítame esto -le digo.
  • No puedo, el carcelero no tiene esa llave -dice él.

Suavemente, me da la vuelta sobre el suelo. ¡¡¡Ahhh!!! Me busca por detrás con sus dedos… ¡¡¡Ahhh!!! Ahora me penetra con su pene… despacio… adelante, atrás… adelante, atrás… cada vez un poco más. Suave, lento… Más fuerte, más rápido… más fuerte… más rápido… Me toca el clítoris por delante… Sí… sí… Me corro, se corre… lo noto, húmedo, espeso, caliente… Nos corremos a la vez en un gran espasmo.

¡¡¡Ahhh!!! Pierdo el control de mi cuerpo por completo, me retuerzo, tiro de los grilletes,me duele… chillo, chillo de placer… ¡¡¡Ahhhh!!!

Descansamos sentados en el suelo, desnudos, yo apoyada en su pecho.

  • Gracias -le digo.
  • ¿Por qué?
  • Por tratarme como a una mujer y no como a un perro rabioso.
  • Sólo cometiste un error… Grave, eso sí, pero no eres una delincuente, eso lo tendrán en cuenta -dice mientras me acaricia el pelo.
  • Pero soy la chica feucha, no suelo provocar estas reacciones.
  • A mí no me pareces fea -dice él.
  • Oye, soy Daisy, creo que no te lo dije.
  • Yo soy Henry -dice él.

No habíamos intercambiado los nombres… Intercambiar nombres convierte al otro en persona. Ya no es un policía ni un guardián. Ahora es Henry.


HENRY:

Acabo el turno y salgo de comisaría. Antes llevé a Daisy a su celda. No iba muy feliz pero dijo que de día lo iba a llevar mejor. En un rato la sacarán para declarar.

Dioss… es una detenida, por qué la llamo por su nombre. Eso que hicimos esta noche no estuvo bien. Encima nos dijimos los nombres… Ahora es Daisy, no la prisionera 271. La llevé a su calabozo casi pidiéndole perdón… y sin esposas. Esto no es nada profesional.

Bueno, después del interrogatorio la llevarán al módulo de mujeres de la cárcel municipal y no la veré más. La verdad es que es una putada… Dejar que la depresión te lleve al alcohol y el alcohol a la cárcel. No se lo dije, pero ví el informe de su caso antes de invitarla a bocatas… La chica atropellada está muy grave en el hospital. Si muere la condena va a ser el doble.

En fin… llego andando a casa… toca dormir….


Cinco de la tarde, he dormido, he comido un poco. Voy andando al taller… al taller donde trabaja Martha. Llego y voy hacia la oficina. Allí está… sólo metro cincuenta de chica y reina sobre todos los machos de este lugar masculino. La veo sentada tras su mesa, habla con un cliente… veo mirada lasciva en el hombre. No me extraña… vestido ligero, generoso escote, melena morena, cuidada, brillante.

Cuando el tipo se va, me mira, sonríe, se levanta… Me lo imaginaba, el vestido no cubre la rodilla, medias negras, zapatos de tacón rojos, bolso rojo… labios rojos…

  • Nos vamos, chico -me dice.
  • Sí, claro -respondo.

Vamos a su estudio… Un minúsculo pero bien equipado apartamento de treinta y cinco metros cuadrados. Al entrar, tengo que visitar el baño… Al salir, Martha me espera sentada en la cama. Lleva su vestido, medias y zapatos. Pero sobre la cama veo las bragas y sujetador negros de encaje… antes no estaban. ¿Se los ha quitado y se ha vuelto a vestir? Habrá que comprobarlo…

La beso, con lengua… beso sus senos… la toco, la recorro con las manos. Culo, muslos… Le quito los zapatos. Le quito el vestido… No, no hay ropa interior. Espero que la quitara ahora… Que no fuera así a trabajar.

Le chupo las tetas… tiembla, se retuerce… ¡¡¡Le encanta!!!

Voy bajando… mi boca en su ombligo… le bajo las medias… Ella me va desnudando… Yo se lo permito.

Llego a donde ella espera… Le beso el sexo… lentamente… lo humedezco, lo acaricio con la lengua… Noto como convulsiona, como grita como disfruta. Paro cuando creo que está a punto de correrse… Espera un poco, el niño también quiere un poco de placer… te voy a follar.

  • Las trajiste -me dice, de repente.

Cojo mi bandolera… la abro. Las saco, esposas de cadena, las típicas del interior de la cárcel. Ella sonríe y extiende las manos. La engrilleto con cuidado, sin apretar…

  • Aprieta más… como a una detenida de verdad -insiste.

Aprieto hasta que entre el acero y su muñeca sólo cabe mi meñique. Aplico el doble cierre… Ya no se pueden apretar más sin la llave. Apretadas así no va a poder girar las muñecas, va a pasar una tarde incómoda.

  • Ahora no me vas a follar… te follaré yo -dice.

Acepto… me tumbo boca arriba… Ella cabalga sobre mí… con cuidado introduce mi pene dentro de ella. Se mueve arriba y abajo… Se apoya en mi pecho… no puede separar mucho las manos… Le toco las tetas. Empieza despacio… acelera… más rápido, más fuerte… Chilla, se corre… se retuerce…

Se extraña de que yo no haya acabado…. Delicadamente, salgo de ella… La tumbo sobre la cama, agarro la cadena, arrastro sus manos hasta que se toca la coronilla. La cabalgo… la penetro… despacio… con cuidado.. lento… más rápido, más fuerte… ¡¡¡Ahora!!! Sin freno, sin cuidado, sin piedad… ¡¡¡Ahhh!!! Eyaculo dentro de ella…

No quedamos desnudos sobre la cama, en silencio… Ella se tumba sobre mi pecho… frágil, mimosa… todavía esposada, sumisa por una vez.

Al llegar la noche me voy a trabajar. Le quito los grilletes y me despido con un beso. Llevamos un año saliendo y todavía follamos como adolescentes… Yo tengo veintinueve y ella diez más… Sí, una relación con una chica mayor puede ser muy buena.

¿Le he sido infiel? Sí… Pero no pienso decir ni palabra…


DAISY:

Ya amaneció… Vienen a buscarme. Me encadenan las manos. Me llevan a un despacho. Una mujer me interroga. Reconozco que salí a comprar más vino, no era consciente de estar borracha. Me expone las pruebas. No hay prueba de alcoholemia, vivimos en “cutrelandia”, el testimonio de los agentes es suficiente. Los testigos lo vieron todo: al salir del aparcamiento golpeé a una mujer. Vieron el modelo, gran parte de la matrícula. El coche iba dando bandazos. El golpe fue seco, duro… La abolladura es compatible con el relato. En mi casa había restos de alcohol…

Esto pinta muy mal… La víctima está grave, si muere todo irá a peor.

Me van a procesar… Me llevan a la cárcel. Está en el mismo recinto. Camino encadenada por varios pasillos con un guardia giándome, custodiándome… Es la cárcel municipal. Allí sólo hay personas esperando juicio. Si resulto culpable me llevarán a un penal femenino. No sé cómo es un penal… Me da pánico pensarlo.

En la cárcel la vida es aburrida. Dormimos encerradas en celdas de a dos. Nos llevan al comedor para desayunar… Pasamos el día entre el comedor y el patio. Si llueve, sólo en el comedor. Actividades posibles: leer libros de una biblioteca desactualizada, jugar a las cartas o al ajedrez. Actividad estrella: mirar una y otra vez los grilletes en tus tobillos y maldecir todo y a todos…o intentar quitártelos cien veces de cien maneras… A la brava, con jabón, con aceite… Todas sin éxito. Si te pillan, celda de castigo… si te peleas, celda de castigo…

Llevo aquí veinte días y ya he tenido tres compañeras de celda. Antes de una semana se las llevan a juicio y no vuelven… Espero que no las ahorquen tras la sentencia. Los juicios son rápidos… El mío no da llegado porque están esperando a la evolución de la víctima… No me dicen nada pero si no me llevan a juicio, todavía vive…

Por lo que he oído, tras el juicio te llevan a la estación de tren más cercana. En los trenes regulares, han habilitado espacios en los furgones de cola (los que llevan correo) para transportar presos. Allí, encerrada en un barracón de la estación, deberé esperar mi tren hacia el temido penal.

Pienso en eso tumbada en la cama. Después de la comida nos encierran dos horas en las celdas… A mi tercera compañera se la llevaron ayer. El calabozo es un poco más grande que el de la zona de detenidos. Tiene dos camastros, uno en cada pared lateral. Entre ellos hay un estrecho pasillo. En un extremo está la puerta y en el otro el “retrete-pileta”.

En ese momento, traen a otra mujer. Veo como la arrastran hasta la puerta tirando de las esposas de sus manos. Abren la puerta y la empujan dentro. Por la ranura de la puerta, le sueltan las manos. Ella maldice un poco en voz baja mientras se frota las muñecas.

Se da la vuelta y me mira… Altiva, desafiante… Parece una delincuente habitual. Las otras chicas eran pringadas como yo… Chicas normales con mala suerte. Esta me da miedo… Es rubia, atractiva, pero robusta de hombros y fuerte, tan alta como yo, parece recién llegada del peor barrio de la ciudad.

  • Soy Lily -se presenta.
  • Daisy.

Tras la presentación se tumba en la otra cama… Yo procuro no mirarla… Voy a estar mucho tiempo a solas con ella. De repente, ella dice:

  • Déjame dormir la siesta contigo.

Yo no sé qué responder… me quedo con cara de susto. Ella insiste:

  • Por favor… déjame entrar en tu cama y te la chupo como nunca te lo han hecho.
  • Yo… Yo no soy lesbiana -contesto.
  • Toma, ni yo… Pero aquí, en el módulo de mujeres no hay ningún rabo. Ni siquiera hay guardias hombres. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
  • Unos veinte días…
  • Y no tienes el coño ardiendo de ganas…

No contesto… Ella lo toma por un sí… Es un sí… Soñaba cada noche con el carcelero que me folló antes de entrar aquí, me consolaba tocándome todas las noches… La propuesta empezó a no parecer tan mala.

  • Venga… -dijo, al verme dudar.

Sin decir nada, metí la mano bajo el vestido… desaté los cordeles laterales de la braga y cuando estuvo libre la tiré al suelo.

Ella sonrió y se acercó a mí… colocó su cabeza sobre la cama, a mis pies y reptó hacia mi entrepierna…

¡¡¡Ahhh!!! Empiezo a notar una sensación suave y húmeda. De velocidad y fuerza variable… Cerré los ojos y, sin poder controlarlo, empecé a retorcerme… a gemir débilmente. Una vocecilla interior seguía insistiendo que no me gustaban las mujeres, pero cada vez era más débil ante el enorme placer que sentía.

¡¡¡Ahhh!!! No controlo el tiempo… sé que ha pasado bastante, quizás veinte minutos… Me acabo corriendo sin grandes gritos, pero sí en medio de una gran convulsión. Ella me desnuda y se acuesta conmigo, también desnuda, haciendo la cuchara...

Vaya con la mafiosa barriobajera… Me la ha chupado a cambio de cariño. No me disgusta el tacto suave y cálido de su cuerpo. Va a resultar que sí tengo un poco de lesbiana… Intento corresponder su favor… A ciegas, con mi mano izquierda, busco su entrepierna… Me doy la vuelta, acaricio su sexo, despacio, suave… le masajeo el clítoris dándole placer. Acompaño la maniobra besándola en la boca, con lengua, con saliva.

  • No es necesario -gime ella, con voz débil y aguda.

Yo sigo suavemente… acelero un poco por momentos. Sigo hasta que veo el orgasmo en su cara… Un orgasmo suave, silencioso pero placentero. El que ella necesitaba.

Nos entrelazamos y dormimos el resto de la siesta.

Por la noche volvemos a la carga… Por la mañana, me vienen a buscar grilletes en mano. Me llevan si terminar el desayuno. El juicio me espera al día siguiente.


HENRY:

Hoy me han cambiado el turno. Salgo a las doce de la noche. Voy a casa de Martha… No la he llamado pero tengo llave.

Entro… ¿Estará durmiendo? Oigo un ruido de muelles… No, no está durmiendo… Está follando. Creo que es un maromo del taller… metro noventa de brutalidad. Los dos, bueno, los tres quedamos atónitos. Parece que les he cortado el rollo, el tío se levanta desnudo y pone cara de terror. Piensa que lo voy a detener o qué…

Martha llorosa empieza a disculparse sobre la cama. Por alguna razón se tapa con una sábana…

El tío, por alguna razón, se empieza a envalentonar. Me dice que yo nunca estoy por la noche, que ella está muy sola… Habla cada vez más fuerte e incoherente. Me dice que si no fuera armado me partiría la cara.

  • No estoy de servicio, no voy armado -le digo.

Sí… lo hace. Confiado en su corpulencia se lanza sobre mí… Ya lo esperaba. Esquivo el primer golpe, me agacho y lanzo una barrida a su tobillo derecho… Sus más de cien kilos caen como un saco de patatas. Lo espero con el codo levantado… justo bajo el esternón… Golpe seco en el plexo solar, empezará a respirar con dificultad. Un golpe más fuerte en el mismo sitio podría matarlo. Lo dejo caer de costado… puede haberse dislocado el hombro izquierdo. Agarro su brazo derecho… lo retuerzo sin piedad… pego su muñeca a la nuca. Chilla de dolor, se retuerce intentando soltarse…

Con la mano izquierda, rodeo su cabeza. Mi bíceps en la oreja izquierda, mi mano tras la derecha. Alzo la mirada y miro a Martha fijamente… Su expresión es de pánico. Sabe que si le giro el cuello con fuerza lo puedo matar, cervicales rotas, decapitación interna...

  • Déjalo, por favor -dice ella.

Lo suelto y lo dejo caer… Se lamenta en el suelo. Dejo caer la llave de Martha en el suelo y me voy. Cierro la puerta con suavidad, no me gustan los portazos. Oigo a Martha a lo lejos.

  • Estás loco… eres más grande, pero él fue militar, practica aikido, kungfu y kickboxing. Sabe veinte maneras de matarte sin armas.

Al llegar a casa comienzo a mirar documentación sobre plazas de traslado que podría pedir. Quiero dejar esta ciudad.


DAISY:

Despierto en mi mugriento camastro. Ayer me trajeron al juzgado y me encerraron en los calabozos que hay en el sótano. Los muy cachondos les llaman “las mazmorras”. Lo peor es que el ventanuco, mejor dicho tragaluz, que ventila un poco este agujero da a la calle. A una acera a la altura de los pies. Por supuesto, enrejado con una cruz de gruesos barrotes. Me pasé todo el día con la nariz pegada a los barrotes. Ví pasar pies y también intuí algún

coche… Pero sobre todo pies: lentos, rápidos, cansados, ágiles. Ancianos, niños, padres, madres, jóvenes… Gente libre. Gente que va a trabajar, a clase… Zapatos nuevos, viejos, caros, baratos… Tacones, zapatos planos…

No volveré a verlos… Ayer vi por segunda vez a mi abogado. He podido contratar a uno de pago. Me recomienda declararme culpable de imprudencia criminal e intentar salir absuelta de la omisión de socorro porque mi embriaguez no me permitió ser consciente del accidente. La mujer ha sobrevivido, menos mal, pero no podrá andar bien el resto de su vida. Intentaremos que mi depresión por desengaños amorosos sirva de atenuante.

Quiero salir libre, claro que quiero… pero también sé que hice mal, que esa mujer no tiene la culpa y lo sufrirá de por vida…

Me traen un desayuno asqueroso y después me sacan de la celda. Me dejan vestir mi ropa. Tuve que avisar a una amiga para que me cogiera un traje de chaqueta en casa. No me quedan muchos amigos… Me hizo el favor de traerlo a la cárcel, pero no quiso saber más… Para todos soy una malvada.

Me han tenido que quitar los grilletes de los pies para que me vista… Creo que es la primera vez en casi un mes. Ni para la ducha te los quitan. Me vuelven a encadenar.

El juicio va según lo previsto… Parece que creen que no me dí cuenta… Los síntomas de borrachera eran muy obvios, las botellas en mi casa.

El atenuante sobre la imprudencia ya no cuela tan bien… Culpable sin atenuantes. De momento no sé más… Me bajan al calabozo a espera de sentencia. Otra vez ropa de presa, grilletes en los pies, como no… y encerrada a cal y canto.

Al día siguiente me despiertan con un documento firmado y sellado. Cinco a ocho años de trabajos forzados en un penal. Serán cinco si no hay faltas de comportamiento. La cosa se complementa con una importante indemnización a la víctima… Ya me lo dijo el abogado. Me embargarán la casa… Saldré con treinta y cinco años (o eso espero), un poco de dinero en el banco (un tercio del salario mínimo al mes, por romperme la espalda de sol a sol) y derecho a vivir en un piso compartido con otras ex-presas durante seis meses máximo.


HENRY:

He conseguido una plaza lejos, muy lejos. Viajo en tren a mi nuevo destino. Ayer vino Martha a verme… Inventó una excusa no muy buena. Se echó la culpa… “Me gustan demasiado los hombres”. Me contó que su otro amante quedó un poco perjudicado tras nuestro encuentro de hace unos días. Esperaron a la mañana para hacerlo pasar por accidente laboral y se pasó la noche quejándose. Estuvo en el hospital varios días y ahora ella lo cuida en casa, aun tiene para bastantes días de baja.

  • En casa a todas horas es insoportable -se lamenta-. Y no para de quejarse.

Antes de que se fuera echamos un polvo salvaje. Va a ser verdad que una ex dura toda la vida.


DAISY:

Hace un par de horas que leí la sentencia. Los cinco a ocho años aún retumban en mi cabeza. La puerta se abre con estruendo. Aparece una guardiana con grilletes colgando de su mano. Sumisa, me levanto y me acerco a ella ofreciendo las manos. Me engrilleta apretando fuerte. Una patrulla me lleva a la estación de tren. Me encierran sola en lo que debió ser un almacén. Sentada en un banco de madera, con una muñeca esposada y el otro grillete unido a una argolla en la pared.

Espero horas… horas… o eso me parece. Por fin, vienen a buscarme. Sueltan el grillete de la argolla y lo ponen en mi otra muñeca. Me llevan al andén. Tengo que esperar en un extremo, donde no hay pasajeros.

Subo al último furgón. El “vagón-cárcel”. Hay dos guardias, hombre y mujer, encargados del mismo. La chica me lleva a un mínimo baño y me invita a orinar.

  • Aprovecha ahora que después vas a tener que aguantar -me dice.

Después me encierra en la celda más pequeña que he visto hasta ahora. Apenas un metro de ancho por dos de fondo. Hay una estrecha litera metálica a lo largo (realmente, una plancha de acero con una colchoneta encima). En paralelo queda un “pasillo” por el que apenas cabe una persona de perfil. Una vez dentro me liberan las manos, pero me avisan de que a la mínima me vuelven a poner las “pulseras”.

Las paredes laterales son malla de gallinero, igual que la puerta. Al fondo hay un ventanuco enrejado… Me siento en la cama y oigo como el tren arranca. Estoy cansada porque no dormí nada pensando en la sentencia. Por malas que parezcan las condiciones caigo dormida. Despierto ya de noche, me dan un bocadillo horrible y un poco de agua.

Pido ir al baño… A regañadientes, me esposan y me sacan al baño, para después volver al habitáculo.

El tren es lento… casi decimonónico… Después de veinticuatro horas de viaje y de muchas paradas me informan de que he llegado a destino. Me bajan del vagón, encadenada de pies y manos… Estoy ante un minúsculo apeadero en medio de la nada. Bueno, detrás de la mínima “estación” hay un siniestro muro, no se ve lo que hay detrás, sólo destacan las torres de vigilancia. Son torres metálicas construidas por fuera del muro. Desde allí abajo se distingue a los guardias armados.

Una agente me esperaba en la estación… Agarra la cadena de las esposas y tira por mí. Me lleva a la puerta del recinto. Leo el cartel: “Penal Femenino del Páramo”. Entrega una ficha que le dieron los guardias del tren… entramos.

Dentro hay un montón de edificios bajos todo iguales, podrían ser barracones, graneros, establos… Cualquier cosa menos lugares agradables de habitar.

Me lleva a una sala donde veo una cadena colgada del techo que termina en un gran eslabón redondo. Por ese eslabón han colado unas esposas como las que llevo en las manos.

La mujer me libera las manos… me froto las muñecas pero la alegría va a durar poco.

  • Quítate el camisón -ordena.

Yo ya he renunciado a cualquier tipo de resistencia, obedezco. La mujer me esposa las manos con los grilletes colgantes. Otra mujer entra en la sala y veo como aprieta un botón en la pared. La cadena sube hasta obligarme a colocar las manos por encima de la cabeza.

La primera mujer me quita los grilletes de los tobillos pero también me quita las bragas. Me siento terriblemente indefensa. Podrían torturarme, matarme…

En vez de eso veo que coge otros grilletes muy similares. Tienen la misma forma. Veo como pone uno en mi tobillo derecho. ¡¡¡Ehhh!!! Para cerrarlo ha introducido un tornillo y lo aprieta con una herramienta eléctrica. Hace lo mismo del lado izquierdo. La forma es la misma pero no tienen llave.

  • Grilletes permanentes, niña… Vivirás con ellos toda tu condena -me dicen con expresión sádica.

Seguía teniendo una pulsera de tela grapada a la muñeca. La comprueban. Después usan una máquina militar para cortarme el pelo. Siempre me he sentido poco agraciada, el pelo era de lo poco que me gustaba… veía caer mechones enteros.

  • Al uno, así no habrá piojos -continúan.

Pero lo peor estaba por venir. Aquellas mujeres sacan un extraño artilugio aterrador. Es como un cinturón de hierro con varias bisagras para poder ajustarlo. De los laterales cuelgan dos grilletes de tipo antiguo.

Me colocan el artilugio en la cintura… Yo, aterrada, aguanto la respiración. Lo aseguran con un pasador. Temía que usaran candados.

Continúan sacando un objeto que parece como un tanga, con una parte triangular y dos tirantes de cuero colgando. Enganchan el triángulo por delante, en las argollas del cinturón. ¡¡¡Ehh!!! Ahora ponen dos candados sujetando cinturón y triángulo.

Los tirantes los colocan por detrás… Sí, es como un tanga pero con dos tiras, una sobre cada glúteo. Tensan las tiras y las amarran al cinturón con remaches. Cortan la parte sobrante.

  • Teníamos muchos problemas de violaciones, relaciones entre presas, entre presas y guardias… Ahora os ponemos cinturones para evitarlo. Por la semana, los chochitos estarán encarcelados. Si os portáis bien, os lo liberamos el domingo.

¿Qué? Un cinturón de castidad medieval… Aquello superaba cualquier pesadilla. Las tiras del culo estaban separadas para permitirme defecar. El triángulo tiene una rejilla para orinar.

Las esposas laterales tienen una utilidad evidente.


HENRY:

Por fin llego a destino. Me bajo del tren. Un penal de mujeres. Me han tomado bastante el pelo con eso en comisaría… Creo que nadie quería este puesto, ni hombre ni mujer. Teóricamente es un ascenso… paso de sargento a brigada… Esto está en medio de la nada. Un penal es la versión actual de un campo de concentración… Habrá que tomárselo con calma.


DAISY:

Por encima del cinturón nos hacen vestir un camisón… Casi igual al que traíamos de las cárceles municipales. Este es de un solo color, gris… Debe ser para que después de mil lavados siga siendo del mismo color, el color que resulta si se mezclan todos los demás.

El camisón, normalmente, tapa las esposas laterales y evita que al caminar vayan sonando como dos cencerros. Diseñan todo con mucha cabeza… A la altura de la cintura, hay dos ranuras que les permiten sacar las esposas hacia fuera y utilizarlas.

El penal funciona casi como una empresa de trabajo temporal. Como una empresa de trabajos penosos y temporales. Entidades cercanas: granjas, ayuntamientos… contratan cuadrillas para limpiar carreteras, alisar caminos forestales, desbrozar…

Cada mañana vamos del barracón a un pabellón donde desayunamos y al acabar nos espera la sorpresa. Las guardianas (creo que todas son mujeres) nos obligan a hacer filas y a subir a camionetas. Al subir te ponen las esposas del cinturón. Te sientas en un banco de madera, la camioneta arranca y no sabes el destino.

Al llegar, te sueltan las manos para que puedas trabajar. Una guardiana hace de capataz dirigiendo la operación. Normalmente otras dos no nos quitan ojo de encima… Dentro de la cárcel sólo llevan porras pero en el exterior nos vigilan armadas con escopetas y revólveres. Todas llevamos grilletes en los pies, nadie se va a echar a correr, pero sospecho que si alguien lo hiciera, la matarían.

Llega mi primer domingo aquí… Todas se levantan excitadas. En el barracón se monta una enorme cola. Lentamente, mis compañeras van pasando por dos guardianas socarronas que les quitan los cinturones. “Cola ordenada, chicas. La que empuje se queda con las bragas de cuero puestas”. Me pongo al final de la cola. Todas tienen su rollo… muchas con otras presas, algunas con guardianas. Esas son las que menos trabajan y las que mejor comen. Yo no tengo ninguna expectativa… es cierto que tengo ganas, al menos de tocarme a gusto, donde nadie me vea, pero no pasaré de ahí.

Según dicen hacen esto para lavar el material… Menos mal, si no íbamos a morir todas gangrenadas. Como sea, también sirve para desfogar, que buena falta hace…

Cuando llego, las mujeres consultan un extraño papel.

  • ¿Qué ocurre? -pregunto, asustada.
  • Lo siento chica, hay un requerimiento -contesta.
  • ¿Qué es eso?
  • Que tienes que ir a ver al jefe de módulo.
  • No es justo, no he hecho nada -protesto.
  • ¿Vienes por las buenas o te llevo esposada?

Voy por las buenas. Me lleva a un despacho en otro edificio… Al entrar no puedo evitar abrir la boca de asombro.

  • Gracias, agente, puede irse -dice el hombre tras la mesa a la guardiana.

Yo me quedo allí todavía paralizada por la sorpresa… No es miedo, sólo es sorpresa. No había visto hombres, sólo guardianas… Al menos había uno… Era Henry… el mismo Henry que me hizo el amor en los calabozos de la comisaría.

  • Quería invitarte a un brunch, Daisy -me dice sonriendo.
  • Pero me quitarás esto -digo señalando al cinturón.
  • Claro, pero en su momento… ¿No tienes hambre?

La verdad es que acabo de ingerir el deficiente desayuno de la cárcel pero, en una habitación adjunta, él había reunido un montón de cosas ricas. Pan caliente, mantequilla, mermelada, fruta, jamón, embutidos, queso… café, leche, zumos… Como negarse, empiezo a comer… y sigo, sigo hasta llenarme, hasta después de llenarme.

Después me sienta en un sofá… ¡¡¡Ohhh!!! No sentía un asiento blando desde la noche de mi detención. Comienza a besarme… la lengua… ¡¡¡Sí!!! Por un momento lo paro… me hago de rogar…

  • Quítamelo, por favor, quítamelo...
  • Claro.

Él me quita el camisón… y empieza a manosearme las tetas.

  • No me refería a eso… El cinturón, hablaba del cinturón.

Él me lleva las manos a la cintura y las engrilleta al cinturón.

  • No, ¿Qué haces?

El me chupa los pezones, me tumba en el sofá… No me puedo mover pero la sensación suave del sofá me gusta, me incita a no resistirme. Lo siento sobre mí… se quita la camisa, su cuerpo es firme pero su piel es suave y cálida. ¡¡¡Ahhh!!! Su boca en mis senos… es suave, húmeda. Me besa el ombligo… Llega más abajo…

Coge algo, una llave, por fin… suelta los candados del cinturón… Retira la cubierta triangular… siento el aire fresco en la vulva… pueden ser imaginaciones. ¡¡¡Ehhh!!! Vuelve a poner los candados, asegura el cinturón pero ha soltado el triángulo y tengo el chocho al aire. ¡¡¡Te mataría!!! ¡¡¡Ahh!!! Me la estás chupando…

  • Debo tenerlo asqueroso, toda la semana encerrado.
  • Yo lo limpio…

Sigue chupando… me limpia con saliva. Me acaricia cada centímetro con paciencia. Yo me retuerzo, gimo, me muerdo la lengua para no chillar… apenas puedo moverme con las manos unidas a la cintura, tiro por ellas, me duelen un poco, pero es un dolor placentero.

Para justo antes de que me corra… Me coloca de costado… ¡¡¡Ahhh!!! Me penetra desde atrás… Empieza lentamente, con cuidado… va cada vez más rápido, para un momento… vuelve a ir lento, ahora más rápido… acelera, frena, acelera, frena… ¡¡¡Ahhh!!! Me retuerzo en un orgasmo lento y placentero… Él se corre, noto el líquido cálido dentro de mí…

Me suelta las manos, me quita el cinturón por completo…

  • Perdona, estaba un poco juguetón -dice él.

Nos quedamos allí, desnudos, todo el día… Por la noche, medio dormida, me lleva de nuevo al barracón. Por la mañana todas hacen cola para que les pongan de nuevo el cinturón. Caras tristes, acabó la fiesta, pero negarse es un día en aislamiento y un mes más de condena.

Llega mi turno, me ponen de nuevo ese abominable objeto.

  • Hoy ya no sales a trabajar fuera, ve al pabellón de servicios -me dice la sargento.

Eso significaba pasar a hacer trabajos de cocina y limpieza mucho menos duros… también significaba no salir del recinto en camioneta, no trabajar al sol o al frío, comer más y mejor.

Sí… estaré al menos cinco años aquí. Pero me he convertido en la amante de un guardián. Y no uno cualquiera, el jefe del módulo, superior a las sargentos que supervisan cada barracón.

FIN