Distancia de seguridad parte XII

Siento la demora.

Distancia de seguridad parte XII

Fugarme conmigo.

Hoy es el día de la operación, mentiría si dijera que no estoy muerta de miedo, no por mí, por la niña, todo  tiene que salir bien, saldrá bien Sam… me repito una y una vez. A pesar de ser un hospital especializado no puedo de dejar de sentir este miedo, ¿Por qué a mi niña? Es la pregunta que mas me repito últimamente, ¿Cómo es posible que un ser tan inocente como una niña pueda tener que soportar todo este sufrimiento?

Todo ha pasado, la operación ha terminado, estoy aún un poco aturdida… Miro a mí alrededor y la veo sentada en la silla junto a mi cama, agarrando mi mano. Esta mujer está loca. – Pienso.

-          Bonita… -Acaricio su pelo.

-          Mmmm. –Sigue durmiendo.

-          Despierta. –La muevo y abre los ojos. –Hola.

-          Hola querida estúpida e idiota amiga. –Sonríe.

-          Yo también me alegro de verte Alice. –Me abraza. –Deja los sentimentalismo para luego, dime, ¿Cómo ha salido todo? ¿Cuándo llevas aquí? ¿Dónde está la niña?

-          Tranquila ¿quieres? Todo ha salido bien, el médico es optimista con la recuperación, pero aún hay que esperar.

Ha pasado un mes desde que la dieron el alta a la pequeña, el trasplante fue un éxito a falta de la recuperación completa. Y para eso, es solo cuestión de tiempo.

Seattle es una buena ciudad, pero ni a mí ni a la niña nos gusta esto, pero como aún no es conveniente hacer un viaje tan largo, nos hemos instalado aquí.

Alice volvió a casa, mantenemos contacto a través de internet, bendito internet, como echo de menos a las chicas, y si, como la echo de menos a ella, para que vamos a mentir, no he podido sacarla de mi cabeza y mucho menos de mi corazón.

Con el portátil en las rodillas intento escribir, como cada noche antes de dormir un mail dirigido a ella…

Te quiero decir que ya no te echo tanto de menos.

Te quiero decir que ya no te echo.

Te quiero decir que.

Te quiero.

Sería tan fácil darle a enviar, mis dedos juegan por las teclas intentando encontrar el valor que me falta. Pero no me toca a mi dar un paso al frente, yo hice todo para y le di todo para hacerla feliz a mi lado. Miles de imágenes de ella con Carmen pasan por mi mente, todos los sentimientos que me producen verla con otra cuando realmente me quiere a mí vuelven con más fuerza. Cierro el portátil. Se acabo.

Hoy regreso a casa, todo ha salido bien, hemos luchado y conseguimos la victoria. La niña duerme en mis brazos de camino a casa de mis padres, de momento me quedaré aquí hasta que la niña se habitué de nuevo.

-          Quita esa cara Samanta, ¿No te alegra estar en casa?

-          Está ya no es mi casa, mamá, solo estoy aquí por la niña. –Acaricio a la pequeña.

-          No digas eso. –Recrimina.

-          No lo digo yo, lo dijiste tú hace mucho tiempo. Basta de reproches, no hasta que no salga de tu casa. Te lo pido por la niña.

-          Pero Sam…

-          Hemos llegado mamá. –Finalicé la conversación saliendo del coche.

Es tarde y mi pequeño angelito ya duerme plácidamente en su cama. Paseo por la casa sin muchas ganas de nada, ni siquiera de dormir, me cuesta tanto hacerlo desde… Ya basta Sam, no empieces. –Me recrimino. Sin darme cuenta llego al jardín,  mi padre me ha dejado las llaves de mi antigua moto para poder moverme hasta que decida regresar del todo.

Acaricio despacio el manillar de la moto, cuantas alegrías me dio esta masa de hierro. Me subo a ella y arranco, sigue sonando como siempre, una vuelta no me hará daño. –Pienso. Me coloco el casco y acelero. No tardo mucho en llegar a la ciudad, como la echaba de menos coño. Sus calles atestada de gente a pesar de la hora. Paro en un semáforo y observo a mí alrededor, un pequeño grupo de adolescentes cruza mientras ríen de alguna broma, una pareja de abuelitos los sigue tomados de la mano. Cuando veo estas cosas me hacen creer que el amor dura para siempre, sin tener fechas de caducidad. Vuelvo a ponerme en marcha, las calles me llevan a nuestro bar favorito. En la terraza veo a mis amigas, bebiendo. Freno justo a su altura y se asustan.

-          ¿Qué clase de imbécil crees que eres para asustarnos así eh? –Mi amiga siempre tan… Ella. -Me quito el casco despacio, la miro y les sonrió.

-          Pues la imbécil que te ha echado de menos.

No me deja ni bajarme de la moto y se lanza corriendo a mis brazos, abrazándome con fuerza, con demasiada fuerza, tanta que consigue que tosa.

-          Joder Alice, calma. –Palmeo su espalda.

-          Llevo meses sin verte, desde que te vi en el hospital. –Ahora se enfada.

-          Lo sé, lo sé. ¿Me dejas bajarme? –Señalo la moto.

-          Que ganas tenía de que regresaras Sam. –Me abraza Carol.

-          Y yo amiga, no sabes cuánto. ¿Qué tal todo? ¿Esta loca ya nos ha hundido la empresa? –Bromeo.

-          Todo está bien, esperando tú regreso, sabes que no es lo mismo sin ti.

-          Eso tendrá que esperar de momento.

-          A lo realmente importante. –Nos corta Alice. – ¿Cómo está Ahinara?

-          Hecha un bicho, cansadita del viaje, la deje dormida antes de salir. –Contesto sonriendo.

-          Mañana podemos ir a verla, ¿Puedes tomarte el día libre no cielo? –Le pregunta a Carol.

-          Claro mi vida.

-          ¿Pero qué ha pasado en mi ausencia? ¿Desde cuándo vomitáis arcoíris? –Me descojono.

-          Ya está, ha vuelto… -Me pega Alice.

-          Auch Alice. –Me quejo.

-          Bueno Sam, tendremos que ponernos al día, ¿no? Tenemos mucho de qué hablar. –Carol siempre tan profesional.

-          Si no has tenido problema alguna hasta ahora, que siga así, yo estoy de vacaciones, además quien tiene mis acciones es tu novia la empalagosa. –Vuelve a pegarme. ¿Quieres dejar de pegarme?

-          No. –Dice muy seria. –Lo he echado mucho de menos.

-          Serás zorra. –Me levanto.

-          ¿A dónde vas ya? –Pregunta Carol.

-          ¿Dónde te estás quedando? Tengo las llaves de tu casa aquí.

-          No, no, tranquila, de momento me quedaré en la finca con la niña, y ya se me hace tarde, tengo un largo camino de regreso. Te llamo mañana y hacemos algo con la peque ¿Vale? –Las abrazo.

-          Vale, pero llámame o aparezco allí. –Me reta Alice.

-          Nos vemos mañana parejita. –Les tiro un beso.  Acelero y me dirijo de vuelta a la casa de mis padres.

Justo cuando dejo de distinguir a las chicas, a la distancia veo una silueta… no puede ser. Es ella. Me obligo a acelerar y dejar de pensar en ella.

-          Chicas lo siento mucho, ¿Me esperaron mucho? –Se disculpa Dani.

-          No solo un ratito. –Contesta Carol, mirando en mi dirección.

-          ¿Quién era ese de la moto? –Pregunta.

-          Era… -Alice no sabe que contestar, baja la mirada.

-          Sam. –Termina ella misma la frase.

Un fenómeno estelar que aparece cada amanecer, ¿sabes?. Justo cuando el Sol y el mar están en un único y fugaz punto exacto del horizonte. Cuando ni uno ni otro se atreven a ser protagonistas del momento. En ese instante, y sólo en ese, comparten papel y durante unas milésimas de segundos, el Sol y el mar se mecen  sobre un falso infinito y se deja entrever, - allá donde los sueños se pueden alcanzar, tu nombre y mi nombre tras el pseudónimo de Rayo Verde. Una luz directa y efímera, un haz de color repleto de un millón de matices y reflejado y resumido en un solo tono entre azul y ocre. Solo unos pocos han conseguido verlo. Y aún son menos los que han logrado inmortalizarlo a través de un ingenuo objetivo de cámara.

Vuelvo a la moto, es imposible ver algo tan bonito y no poder recordarte, recordar el sabor que tiene tu boca al besarte en mitad de la noche.

. . .

Ha llegado el momento de regresar a mi vida, a mi casa a la empresa y sí, a verla a ella también. He tenido bastante suerte estas últimas semanas y no hemos coincidido, según Alice, puro azar.

Abro la puerta de casa y es como si no me hubiese ido, todas mis cosas están en su sitio, limpias, al final no fue mala idea dejarle todo a mi loca amiga. En la mesa del recibidor hay tantas cartas que me abrumo solo de verlas…

-          Publicidad, el banco… -Digo mientras las paso. –Dani. –Pronunciar su nombre ya no duele.

Dejo todas las cartas en el mismo sitio y me salgo a la playa con la tabla de surf. La misma sensación desde hace meses: Libertad. Surfear me permite olvidarme de los problemas, de olvidarla a ella, al mundo.

Surfeo hasta que mis brazos y piernas no pueden más, me duelen todos los músculos del cuerpo, pero me encanta esta nueva sensación de “dolor”.

Alguien choca contra mí y caemos al agua, mi cuerpo cae encima e intento que no se ahogue, la miro, me mira.

-          Dani. –Susurro.