Disfrutar con respeto

De cómo un hombre me hizo sentir especial sin apenas conocerme de nada.

DISFRUTAR CON RESPETO

-"Hola Juan, hoy duermo en mi piso, ¿te apetece que quedemos?"- él asintió con una risa emocionada y después de una breve conversación nos despedimos. Yo conduje mi coche y en medio del camino recibí un SMS: "Cuando llegue la noche mira al cielo. En cada estrella he dejado un beso para ti". Tuve que aparcar un momento en el arcén porque me parecía increíble que después de tan solo dos días alguien me hablase así. Una sonrisa de idiota me acompañó el resto del trayecto. Cuando llegué a la ciudad lo recogí en el lugar acordado y nos dirigimos hacia mi apartamento. Fueron 15 minutos de excitación total, de caricias eternas y de calentura. Sus dedos acariciaban mis labios produciéndome un cosquilleo riquísimo, y me pidió introducir un dedo en mi boca. El nivel de excitación era ya insostenible.

En un semáforo posó sus labios en los míos y su lengua inspeccionó toda mi boca. Tan abandonados estábamos al placer de ese beso que el semáforo cambió sin darnos cuenta, y un amable conductor nos pidió gentilmente que reiniciásemos la marcha con un: "¿Qué hostias hacéis, maricones de mierda? Venga, que algunos tenemos prisa". Ante tanta educación, una carcajada salió de nuestras gargantas, y mi coche prosiguió su andadura.

Una vez en mi apartamento, nos dirigimos a mi habitación sin hacer ruido, ya que yo comparto piso con otros dos muchachos, y ellos no conocen mi orientación sexual. YO estaba un poco avergonzado ante la inminente llegada de lo inevitable. Juan es un cielo y tomó la iniciativa para mitigar mis nervios. Sus manos se entrelazaron tras mi cintura, atrajeron mi cuerpo contra el suyo. Sus labios buscaron los míos y yo, sin saber porqué me retiré. Mi rostro denotaba mi estado de nervios. Era nuestro primer encuentro y temí haberme precipitado. Mientras una mano sostenía mi cuerpo contra el suyo, la otra buscaba mi nuca para evitar otro rechazo. Su voz calida entró por mi oído para darme paz. Juan me dijo: -"no te preocupes, todo va a salir bien"- Sus labios buscaron de nuevo los míos. Yo no los rechacé esta vez. Entreabrí mi boca y nuestras lenguas bailaron la canción que narra el encuentro de dos almas abandonadas al deseo. Cuanto duró ese beso nunca lo sabré, pero nunca olvidaré el sabor a hombre de aquella boca. Ese elixir nubló mi voluntad y así Juan pudo comenzar a desnudar no solo mi cuerpo sino también mi alma. Ahora comprendo el por qué de tantas preguntas

Nos conocíamos solo desde hacia dos días, apenas sabíamos nada el uno del otro más allá de gustos sexuales, lugar de trabajo y otros detalles carentes de importancia. Cuando yo quedé desnudo hice lo propio con él. Juan no es guapo pero tiene un cuerpo que quita el sentido. Besé cada músculo de su cuerpo. Me gustaba sentir su carne de gallina y el cosquilleo de su vello. Me entretuve en sus pezones porque me había dicho que eso le excitaba muchísimo. Cuando noté que ya estaba suficientemente excitado fui besando la línea de vello que baja de su pecho hacia su abdomen y pubis para encontrarme allí con el mejor regalo: una polla como Dios manda. Miré hacia arriba para cerciorarme de su aprobación. Haciendo uso de su dulzura, bajó su cabeza, me besó y me dijo: -"hazme sentir bien, por favor"- Con una mano sujetaba su polla, con la otra guiaba mi cabeza, temiendo que me entrase el miedo escénico y le rechazase de nuevo. Nada más lejos de mi intención. Con sumo cuidado acarició de nuevo mis labios, esta vez con su glande enrojecido por la excitación. Su dureza, su calor y su olor me excitaron al máximo. Mi corazón aceleró sus latidos al punto de que pensé que se me saldría por la boca. Cuando le iba a decir que me dejase hacer a mí, guió su miembro por mi boca y me dijo. "Te tomarás todo este biberón, como un niño bueno". Mi boca se abría al máximo y trataba de engullir aquel pedazo de carne. Pero llegaba un punto en el que tocaba mi campanilla y me provocaba una arcada. Yo temía molestarle, con lo cual empecé a succionar suavemente, acompañando mi succión con caricias en sus huevos. Su líquido preseminal inundaba mi boca de un sabor salado pero nunca desagradable. Llegado el punto de que me sentía algo cansado de succionar, me dediqué a pasear todo el falo con mi lengua, y Jon no dejaba de gemir en voz baja. Su respiración se notaba muy acelerada, así es que decidí darle mas placer aun. Mis succiones se hicieron un poco más profundas y él me retiró la cabeza quizás con violencia.

Me ayudó a levantarme, me besó y me dijo: -"ey, no corras tanto que tengo algo mejor para ti"- Retiró la ropa de mi cama, colocó el colchón en el suelo (mi cama es muy vieja y cruje con el movimiento) y me ayudó gentilmente a tenderme sobre él. Yo estaba flotando en una nube. No recordaba que nadie me hubiese tratado con tanto respeto en mucho tiempo. El ambiente era perfecto. La luz tenue de las farolas entraba por las rendijas de la ventana e iluminaban nuestros cuerpos. Las sombras eran cómplices de aquel encuentro, Mis ojos buscaban su tenue silueta. De pronto me pidió: -"Lios, mírame"- Otro beso largo y cálido me hizo perder la noción de la realidad. Mis ojos se cerraron involuntariamente. Sus manos acariciaban mi cuello y mi pelo. Dios mío, que mezcla de sentimientos. Yo ordenaba a mi cerebro en silencio que disfrutase del placer físico, pero mi mente no atendía a razones, y de repente pensé qué bonito sería compartir mi vida con una persona como él.

Sus labios comenzaron a explorar mi barbilla, mi cuello y llegaron a mis orejas. Un mordisquito en el lóbulo de la oreja robó un gemido de mi garganta, y Juan me dijo: -"así me gusta, mi vida, que disfrutes. Estoy aquí para darte la mejor noche de tu vida"- Su aliento en mi oreja me ponía a cien. –"Ponme tú mismo el condón". me dijo mientras me ayudaba a incorporarme. –"quiero estar dentro de ti"- ¿Quiero estar dentro de ti? ¿Quién dice esas cosas ahora? Yo estaba acostumbrado a frases sutiles tales como –"ah, que gusto. ¿Te la meto ya? ¿Eh? ¿Te follo ya?"- Rompí el envoltorio del condón mientras le miraba a los ojos, y él me correspondía con una sonrisa. Se lo coloqué con toda la delicadeza de la que era capaz para demostrarle gratitud. Yo esperaba una noche de sexo sin ningún tipo de ternura, y él me estaba haciendo sentir especial.

Por fin llegó el momento más anhelado. Yo soy estrecho, es decir, poco elástico de esfínter. Se lo expliqué y le dije: -"por favor, no pongo límites, pero no seas brusco, no me hagas daño". Cogió un tubo de lubricante al agua, se untó los dedos y empezó a acariciar mi agujero. Era raro, porque yo siempre me he sentido incómodo cuando alguien intentaba introducirme sus dedos, pero Juan era tan cuidadoso, tan atento que me hizo olvidar mis vergüenzas. Logró dilatar un poco mi ano y me pidió que me tumbase boca abajo. Colocó una almohada bajo mi pelvis, colocó su polla con mi ano y empezó a introducirla poco a poco. Tuve que morder el colchón para no gritar, y él se detuvo para facilitar la dilatación, haciendo que mi cuerpo se acostumbrase a su miembro. Poco a poco iba entrando más, y luego más. y así hasta que sus huevos tocaban mis nalgas. Se tumbó sobre mi espalda y me dijo al oído. –"Muévete tú cuando estés preparado, no quiero que sientas dolor"- Pero cada vez que me movía, aquello parecía que iba a partir mi cuerpo en dos. Me dijo que el dolor pasaría pronto, y que iba a tomar él las riendas del juego. Tapó mi boca con su mano y empezó a embestirme con cuidado.

Poco a poco aceleró sus movimientos y me dijo que tenía que ser así, que pronto el dolor se convertiría en placer. Tenía razón, eso ya me había sucedido muchas veces antes así es que traté de pensar en sus besos y en su ternura para olvidar el tremendo dolor que estaba sintiendo. Por fin el placer inundó mi cuerpo y mis músculos se relajaron. Juan se percató de ello y me dijo que iba a quitar su mano de mi boca, y que por favor no gritase. Apoyó sus manos a la altura de mis hombros y prosiguió con esos movimientos que me llevaban a la locura. Era tan cuidadoso que solo se preocupaba de hacerme disfrutar. Cuando mis piernas se cerraban (involuntariamente) él las separaba con la ayuda de las suyas. Esa posesión y ese dominio me estaban volviendo loco. Juan conocía lo que me gustaba, y se estaba esmerando en no olvidar ni un detalle.

Cuando ya habíamos estado varios minutos, no sé cuantos, en esa posición, me hizo voltear quedando boca arriba. Separó mis piernas, levantó mi cuerpo y me la volvió a meter en aquella postura. Mis caderas estaban recostadas sobre sus piernas, y él se echó hacia delante para besarme sin abandonar el ritmo de la penetración. Me sentía en el cielo. Cada penetración era más profunda que la anterior, y su aliento calentaba mi boca, que buscaba desesperadamente su lengua. Mi boca entreabierta dejaba escapar sonidos que Juan ahogaba con besos cuando el volumen subía. Sabía que mis compañeros no debían saber lo que estaba pasando, y se esmeró en que ambos no hiciésemos ruido.

Todo iba muy bien, nos divertíamos mucho y el placer se palpaba en el aire. Me pidió que me pusiese a cuatro patas. Tampoco me gusta verme así, pero él merecía que yo hiciese lo que él quería. Me coloqué y de nuevo me hizo sentir lleno. Dios, qué placer me daba. De vez en cuando se detenía un momento, me besaba la nuca y me preguntaba – "qué tal?"- Yo le dediqué una sonrisa y él me la devolvió. No necesitábamos hablar, los gestos lo decían todo. Mientras metía dos dedos en mi boca me dijo –"chúpamelos, por favor"- Por favor…. ¿cómo le voy a negar nada si me lo pide así? Nadie me ha pedido nada por favor en momentos como este. Hice lo que me pidió hasta que noté que estaba a punto de venirme, y se lo dije. –"No, por favor, espérame"- Aceleró el ritmo y la intensidad de sus embestidas hasta que no pude esperar más. El notaba cómo se contraía mi ano y esto le ayudó a venirse a él también, aunque un poco más tarde que yo. Después de limpiarnos descansamos un momento, pero él no tenía pensado dormirse tan pronto. Me pidió ayuda para volver a excitarlo, y me dijo que como aperitivo había estado bien, pero ahora me iba a enseñar a disfrutar, y vaya si me enseñó. Le dije que me había encantado la experiencia, que me sentía satisfecho y sobre todo respetado, por eso le pedí que hiciese lo que quisiera, porque no me iba a oponer.

El tercer polvo nos dejó exhaustos a los dos, y nos quedamos abrazados y besándonos. Lo último que recuerdo de la noche es el sabor de su bocay el calor de su cuerpo, pues me quedé dormido entre sus brazos, la más bella cárcel que pueda existir.

A la mañana siguiente nos despertamos a las siete, cada uno volvió a sus quehaceres, no sin antes quedar para futuros encuentros. Nunca será el hombre de mi vida, pero sí quedará en mi memoria como el primer hombre que me hizo sentir especial, y eso nunca se olvida.