Disfrutando del “Pegging”

Matrimonio descubre nuevos placeres con un arnés, un enorme consolador y un amigo gay.

Mi marido y yo nos conocimos en la universidad. Él era un hombre muy inteligente que estudiaba derecho y yo una mujer muy curiosa que cursaba periodismo. Éramos muy jóvenes, unos niños, y nos enamoramos, profundamente, el uno del otro. Nada más terminar nuestras carreras, empezamos a trabajar; él en un importante bufete de abogados, y yo en una conocida cadena de televisión, de reportera. Teníamos que forjarnos un futuro, y para ello trabajamos muy duro, los dos.

Apenas nos veíamos unos momentos durante la semana. Mi esposo entraba a trabajar a las 8:00 de la mañana y no salía hasta las 20:00 de la tarde, incluso comía en su mesa de trabajo, pues tenía que labrarse una buena reputación; y los fines de semana hasta se llevaba trabajo a casa. Yo por mi parte me pasaba los días yendo y viniendo por toda la geografía española. Un día tenía que cubrir un acontecimiento en Cádiz, al otro en Barcelona y al siguiente en Santiago de Compostela, con lo que muchas veces ni iba a dormir a casa. Pasaba más tiempo con el chico que trabajaba de cámara de televisión, que con cualquier otra persona de mi entorno.

Al menos, cuando estábamos juntos, éramos un matrimonio feliz, a nuestra manera.

Intenté quedarme embarazada en un par de ocasiones, pero en ambas la cosa no salió bien. Tuve dos abortos naturales, de apenas unas semanas que, si bien no me dejaron secuelas físicas, psicológicamente me destrozaron. Además, nos convencimos de que llevando la vida que llevábamos, era casi imposible ser padres. Lo mejor, era vivir nuestra relación de pareja, los dos solos.

De nuestros encuentros amorosos, al principio, eran apasionados, en ocasiones demasiado, pues recuerdo que rompimos una cama del hotel donde pasamos nuestra luna de miel. Yo tenía siempre ganas de complacerle, de hacerle sentir el mejor amante del mundo. A pesar de que a veces tenía tanta pasión, que apenas había besos o caricias o cualquier otro preámbulo. Simplemente se ponía encima y me penetraba con un ritmo frenético, hasta que eyaculaba dentro de mí.

Pero los años pasan y la rutina diaria y el trabajo duro hace que las relaciones sean más y más esporádicas, hasta casi inexistentes. Pero es algo normal, supongo. De la pasión de juventud a la tranquila madurez, es un proceso natural que les sucede a la mayoría de parejas.

Sin embargo, todo cambió un buen día que me mandaron realizar un reportaje sobre los sexshops y los juguetes eróticos.

Fuimos mi cámara y yo a un gran establecimiento para adultos en el centro de la ciudad. Allí, previamente habíamos quedado con el propietario del negocio. A cambio de hacer publicidad a su comercio, él nos dejaría grabar dentro del local, y nos mostraría parte de los productos que tienen a la venta. La verdad es que, tratándose de un antro que comerciaba con sexo, me imaginaba algo más siniestro, más sucio y oscuro. En cambio, el lugar estaba muy limpio e iluminado; se notaba, en cualquier caso, que habían invertido mucho dinero en ponerlo todo moderno y de buen gusto. ¡Me sorprendió gratamente!

La entrevista fue muy bien. El hombre, un señor de unos cincuenta y pocos años, era un tipo muy agradable y simpático. Nos fue mostrando una serie de artículos, muchos de los cuales, eran realmente increíbles. Había, por supuesto, vídeos y revistas pornográficas, todo tipo de lencería para hombre y mujer, bolas vaginales y anales, y dildos, consoladores y tapones anales de todos los tamaños, formas y colores imaginables. De todos aquellos artículos, lo que más llamó mi atención fue un arnés con un gran pene de látex. Entre bromas y veras me lo puse por encima de la ropa. Até las cintas de aquel monstruoso falo a mis caderas, y lo juro, por primera vez en mi vida, tuve un calentón instantáneo, como nunca antes había tenido.

No sé si fue la sensación de poder que sentía al tener entre las piernas aquella descomunal verga, o que mi imaginación me jugó una mala pasada, el caso es que me humedecí toda. Sentía todo mi cuerpo arder. Un calor inmenso que me abrasaba y me volvía loca de placer. Mi sexo encendido y totalmente mojado por mis jugos vaginales. Por suerte llevaba puesto unos pantalones jeans que no dejaban ver como se escurría por mis piernas aquel vergonzoso líquido, pues más parecía que me estaba meando. Lo que me fue imposible ocultar, fueron los pezones de mis pechos, pues no uso sujetador y, a través de la fina tela de mi camisa, dejaron al descubierto la dureza de mis aureolas.

Terminé como pude el reportaje, no sin fijarme, en las miradas que echó a mi escote el dueño del local. El hombre se dio perfecta cuenta de lo que me había pasado, y con una sonrisita sarcástica, me ofreció el arnés y el consolador de regalo, por la gran publicidad que le había dado con aquella entrevista, dijo él.

En el camino de vuelta, hablando con mi compañero, que era abiertamente gay (y teníamos una confianza plena y una grandísima amistad de años de trabajar juntos) me dijo que: “le había sorprendido verme con aquel pollón entre las piernas”, esas fueron sus palabras textuales. Y charlando del tema, me llegó a confesar que, a él, que nunca había estado con ninguna hembra, no le importaría que le metiesen por el culo una polla como la del arnés, aunque lo hiciese una mujer. Ese comentario excitó mi imaginación, y me vi a mí misma rompiéndole su delgadito culito con el descomunal dildo. Casi tuve otro orgasmo allí mismo.

En cuanto llegué a casa, lo primero que hice fue irme a la ducha, a ver si con el agua fresca se me calmaba algo el ardor sexual que sufría. Restregué bien todo mi sexo, para limpiarlo de la corrida que había tenido en el Sexshop, pero cuanto más frotaba, más me iba calentado de nuevo. Me suelo hacer la depilación brasileña, así que apenas tenía bello por el pubis, con lo que podía acariciar mi vulva y sentir todo el calor de mi mano en esa zona tan sensible de mi cuerpo.

No podía dejar de pensar en mí misma, follándome el culito de mi cónyuge mientras metía y sacaba los dedos de mi mano derecha por la abertura de los labios vaginales, y rozaba delicadamente mi clítoris. Con la mano izquierda apretaba los pezones de mis senos, que en esos momentos estaban tan duros y encogidos como un par de garbanzos de gran tamaño. Durante un buen rato, estuve dándome tanto placer, que terminé por explotar y volver a soltar una gran carga de líquido vaginal por mi abierto coñito, gimiendo y susurrando: ¡Qué delicia!

Estaba tan absorta en mi manipulación manual, que no me di cuenta de que mi esposo estaba allí, en la puerta del baño, de pie, observándome con indisimulada curiosidad, y por el bulto de sus pantalones, excitadísimo. Pero le dejé con las ganas, pues estaba avergonzada de que me hubiese pillado masturbándome. Me puse una toalla alrededor de mi cuerpo y me fui a la habitación. Y allí, sobre la cama descansaba el artilugio que tanto gusto me había proporcionado, aún sin haberlo usado realmente.

Mi marido, que me había seguido hasta nuestro cuarto, vio enseguida el consolador y silbó asombrado ante el monstruoso instrumento.

– ¡Menudo pollazo! –Dijo él. –¿Quieres que juguemos los dos con él, mi amor?

Yo le miré pícara y con una sonrisa de oreja a oreja, acepté encantada.

Me quité la toalla que llevaba puesta, y me tumbé en la cama matrimonial con las piernas arqueadas y completamente abiertas, enseñándole la ardiente oquedad de mi coño, a modo de invitación. Él se desnudó a toda velocidad. Mostrándome una erección que yo ya conocía a la perfección. Quiso metérmela al momento, pero refrené ese primer impulso. Por primera vez en mi vida, fui yo la que llevó las riendas del acto sexual. Le pedí que me lamiese toda la vulva, pues estaba muy caliente y quería sentir el frescor de su húmeda lengua jugando en mi monte de Venus. El a regañadientes, metió su cabeza entre mis muslos y se dispuso a darme placer oral.

Introducía y sacaba su lengua con suavidad de mi vagina. Atrapaba con sus labios mis labios vaginales. Yo apretaba con fuerza su cabeza contra mi pelvis. Le tenía prisionero entre mis manos y mis piernas. Suspiraba y gemía como una loca, pues el placer que estaba sintiendo hacía mucho tiempo que no lo sentía. Sólo una mujer sabe lo que se siente cuando un hombre acaricia y lame con tanta pasión dentro de tu cuerpo. Explicarlo me resulta imposible. Pero todas me entendéis perfectamente lo que digo. Nuevamente me llegó otro orgasmo, el tercero de ese día; y quedé allí tendida, exhausta y jadeando como una auténtica perra en celo.

Mi esposo, con toda la cara chorreada de mis jugos, viendo que yo estaba derrotada se puso encima de mí. Me quería montar como siempre, haciendo la típica postura del misionero, pero yo no estaba por la labor de cumplir como la mujercita sumisa de toda la vida. Ese día estaba muy excitada y volví a llevar la iniciativa. En cuanto me penetró con su durísima verga, atrapé sus glúteos con mis manos y los masajeé con fuerza. Le nalgueé sin piedad y mirándole con malicia, mordí uno de sus pezones hasta hacerle chillar.

Él inasequible, siguió con su mete y saca mientras yo hurgaba con mis dedos por entre la raja de su culo. En cuanto alcancé su ano, introduje un dedo por él. Mi marido no daba crédito, pues antes nunca habíamos intentado nada parecido. Pero yo estaba completamente fuera de mí. Me obsesionaba tanto la idea de meterle el consolador por su culito que, sin pensarlo demasiado, no pude evitar penetrar su apretado anillo de carne con mi falange. Él dio un pequeño grito, seguido de un apagado suspiro, pero no se detuvo. Siguió follándome, con más brío si cabe. Metía y sacaba su polla de mi coño, al mismo ritmo que yo metía y sacaba mi dedo de su culo. Pronto acabó corriéndose dentro de mí, gimiendo como nunca antes lo había hecho; mientras yo seguía masajeando su próstata con mi dedito, jugando dentro de él.

Por la cara de felicidad que vi reflejada en su rostro, supe que estábamos ante un gran descubrimiento para ambos. Le conté toda la historia que había vivido en el Sexshop y como el gerente del local me había regalado aquel arnés y lo mucho que me habían excitado las palabras de mi cámara, y las ganas locas que tenía de probar follarme el ano de un hombre con aquel consolador enorme. Él me miró extrañado y algo inseguro; con miedo diría yo. Pero su reacción lejos de acobardarme, me dio alas. Me fui a por un bote de lubricante que tengo en mi mesilla para esas veces que mi marido quiere follar y yo tengo la vagina algo reseca y enseñándoselo me acerqué a mi hombre con él en una mano y el arnés en la otra.

Por su expresión supe que se iba a negar, pero yo fui más rápida. Le besé apasionadamente en la boca. Metí mi lengua hasta encontrarme con la suya. Succioné suavemente y con delicadeza sus labios con los míos. Y me puse encima de él para impedirle huir de aquella situación. Le susurré al oído todos los argumentos que se me ocurrieron para tratar de convencerle y al final le dije que así me haría muy feliz y que, de lo contrario, estaría muy insatisfecha y enfadada. Él acabó aceptado, no sin antes prometerle que, si le dolía mucho y no podría soportarlo, pararía y no se lo volvería a pedir.

Yo estaba desatada. No podía esperar ni un segundo más. Mi cuerpo me pedía perderme en aquel laberinto de pasiones desbordadas. Le puse boca abajo en la cama, y como estaba algo tenso, le di un pequeño masaje por los hombros. Después le besé desde la nuca y fui bajando poco a poco recorriendo con mi boca su extensa espalda, hasta llegar a su prominente trasero. Separé con mis manos las carnosas y velludas nalgas e introduje entre sus cachetes mi lengua, humedeciéndole así toda esa zona. Él, mientras, ronroneaba como un gatito, a pesar de sus quejas, le estaba encantando mi manipulación en tan sensible área. ¿Y a qué hombre no le gusta que le coman el culito? Durante un buen rato me entretuve en introducir profundamente mi lengua por su prieto agujerito.

Acto seguido, pasé a aplicarle algo de lubricante en su esfínter. Metí primero mi dedo índice para que se fuera adaptando poco a poco y así no fuese desagradable para él. Cuando se acopló al mete y saca de mi dedo, procedí a introducir dos juntos y dilatarle más el ano. Mientras, mi marido, movía su culo muy gustoso al ritmo de mis acometidas, por lo que deduje que, a pesar de sus quejas iniciales, le estaba entusiasmando toda aquella situación. Para terminar de abrirle totalmente su ojete, le metí tres de mis dedos por su apretada abertura. Yo me estaba volviendo a calentar ante tamaño espectáculo. Esto era lo más cachondo y lo más atrevido que había hecho sexualmente en toda mi vida, y me encantaba. Mi coñito volvía a humedecerse y hasta mi clítoris se había hinchado un poco más de lo normal, y todo sólo de pensar en follar yo a mi esposo.

Sin prisa, pero sin pausa, me puse el arnés, atándolo firmemente a mis caderas. Sujeté con las dos manos el descomunal miembro de látex, apenas podía abarcarlo, y unté bien de lubricante por todo el ancho y el largo de aquel monstruo destroza culos. Sentir mi ardiente sexo presionado por el látex y el cuero de las cintas del arnés hizo que casi me corriese, antes incluso de penetrar a mi hombre.

Acerqué lentamente la punta de la polla artificial hasta la entonces, virginal e inexperta entrada anal de mi chico. Él en cuanto sintió el enorme falo presionando su intacto esfínter, apretó instintivamente las nalgas. Pero yo no estaba dispuesta a cejar en mi follada, así que le di unos cuantos azotes con toda la mano abierta para que se relajara y disfrutara, tanto como yo, de aquella violación a su ano.

Protestó mucho cuando le metí la puntita del capullo del dildo y, sin embargo, le entró sin apenas resistencia, abriéndole completamente y dejándolo indefenso ante mis acometidas.

Yo no podía esperar más, me moría de ganas de meterle todo ese instrumento dentro de las entrañas de mi hombre, estaba como loca por follármelo. Por el contrario, él no paraba de quejarse, de decirme lo mucho que le iba a doler si seguía con la penetración, pero no atendí sus protestas y fui poco a poco metiendo en su culo, centímetro a centímetro, toda la inmensidad de aquella monstruosa polla. Me sentí en la mismísima gloria, cuando por fin pudo entrar todo el consolador entero dentro de sus entrañas. Mi marido gemía muy fuerte y resoplaba, hasta creo que se le escapó alguna lagrimita. Yo, sin embargo, tenía un cosquilleo por todo mi cuerpo, y un calor abrasador en mi pecho y en mi sexo, que obnubilaba mi mente y sólo me permitía concentrarme en consumar la violación de mi hombre.

A pesar de las quejas y protestas iniciales de mi esposo, después de un buen rato de estar follándole el culito, vi por la falta de tensión en su cuerpo, que ya se había acostumbrado a ser atravesado por esa estaca de látex, y que se estaba relajando gracias al masaje prostático que le estaba proporcionando el consolador. Así que viéndole tan a gusto, se me ocurrió que deberíamos grabar aquel polvo en vídeo, para inmortalizarlo, y poderlo rememorar en cualquier momento.

En medio de la vorágine de follarme a mi esposo, y totalmente desinhibida, se me ocurrió llamar a mi amigo y compañero el cámara gay, y así que nos hiciera una buena película porno casera. Y tal cual, se lo dije a mi marido. Él que estaba boca a bajo y con el ojete taladrado y completamente lleno por el dildo, me preguntó que si estaba loca. Por supuesto que se negó a que nadie viera como le daban por el culo. Pero a mí ese día nada iba a pararme. Y rauda nalgueé nuevamente a mi querido cónyuge, hasta acallar sus miedosas dudas. Le gustase o no, era mi gran follada y ocurriría tal y como a mí me apeteciese; siempre había sido al revés, todas las otras veces, y ya llevábamos años, había sido él quien dirigía a su gusto los polvos que echábamos, pero hoy era yo la que iba a imponer mi voluntad.

Saqué sin miramientos el gran pollón del trabajado ano y pude comprobar que su ojete era un círculo de carne perfecto. Lo tenía totalmente abierto y con una oquedad propia de quién ha sido follado con muchas ganas durante largo tiempo. Estaba extasiada de ver el espectacular trabajo que estaba realizando con su culito y casi se me olvida hacer la llamada telefónica, pero pronto recordé que debía guardar para siempre este precioso día, y marqué el número de mi colega.

Por la confianza de muchos años trabajando juntos, y todos los íntimos secretos que durante ese tiempo nos habíamos contado, no tuve ningún problema en contarle cual era mi proyecto y que le necesitaba para hacerlo realidad. De paso, le pagaría algo de dinero y así se sacaba un extra. Él aceptó encantado, aunque algo cortado, la verdad. No vivía muy lejos de nuestra casa y tenía todo el material de trabajo siempre preparado por si nos llamaban urgente de la cadena de televisión, así que se presentó en unos pocos minutos en nuestra vivienda. Yo salí a recibirle con el enorme rabo colgando entre mis piernas y totalmente desnuda, pues nada me inhibía ya. Mi amigo se asombró al verme de esa guisa, pero sin hacer ningún comentario, entró en mi casa y se puso a preparar todo el material para grabar la película porno casera.

Le llevé a la habitación en donde mi esposo estaba aún tumbado en la cama. Al oír el timbre de la puerta, se había cubierto con las sábanas, para que no le viesen con el trasero en pompa. Pero yo con mucha malicia, le dejé nuevamente con el culo al aíre.

La reacción de mi compañero me sorprendió, pues no estaba en absoluto molesto o incómodo con todo aquello, al contrario, parecía que le divertía mucho la situación. En cuanto él me lo indicó, volví a la acción.

Nuevamente tomé el lubricante y volví a embadurnar la gran polla con él. Metí mis dedos llenos del gel por el esfínter de mi hombre, esta vez no opuso resistencia alguna. Aproximé el capullo de látex a su ano y de un golpe de pelvis se lo clavé con más ganas si cabe. Mi amigo no paraba de moverse por toda la habitación grabando con su cámara desde todos los ángulos posibles. Se veía que estaba disfrutando con el espectáculo que le ofrecíamos. Mi marido, por el contrario, tenía la cara metida en la almohada, supongo que por la vergüenza. Pero eso lejos de infundirme desánimo, me daba más morbo. Allí estaba yo, humillándole y follándome su culito. Estaba tan cachonda que volví a soltar otra carga de mis jugos por el coño.

El cámara nos pidió que cambiásemos de postura, y le hizo poner a cuatro patas, con todo su ojete expuesto a los ataques de mi consolador. Antes de volver al mete y saca, le hizo un buen zoom de su agujerito anal totalmente roto por mí. Pude comprobar, que mi amigo tenía una erección tremenda, y ya os estaréis imaginando lo que se me ocurrió en ese preciso instante. Ni corta ni perezosa, le desabroché los pantalones y se los bajé junto con los calzoncillos, y efectivamente, allí estaba su polla totalmente erecta.

A todo esto, mi marido seguía con su cara metida en la almohada, y no se percató de lo que estaba pertrechando yo. Por gestos le indiqué a mi amigo gay que me pasara la cámara, que iba a ser yo la que le grabara a él follándose a mi esposo. Mi compañero aceptó gustoso, y quitándose toda su ropa, se puso por detrás de mi hombre, que seguía sin querer ver nada de lo que estaba sucediendo. Se agarró bien a sus caderas, y procedió a penetrarle analmente. Yo estaba cachondísima y metí el objetivo de la cámara por entre las piernas de mi amigo, para poder verlo todo al detalle.

Pude observar cómo apoyaba el capullo de su polla en la entrada del ano de mi marido. El gemido de éste cuando consiguió entrar rompiendo la resistencia de su esfínter, y como le fue metiendo a poquitos toda esa masa de dura carne por el culo. Supongo que él ya estaba totalmente rendido a mis caprichos y manejos y se dejó hacer. De perdidos al rio, como se suele decir. Durante un buen rato le estuve acariciando la polla, mientras le daban por detrás. Él reaccionó automáticamente, y se puso erecto en pocos segundos. Yo estaba grabando con una mano y con la otra masturbaba a mi esposo.

Durante unos interminables minutos, estuvimos en esa posición los tres, hasta que les dije que parasen, pues ya los veía a ambos próximos a correrse y soltar toda la carga de sus huevos. Cambiamos de posición, ahora mi esposo estaba tumbado boca arriba, mi amigo, de rodillas por detrás, le sujetaba las piernas en alto, dejando así acceso a su muy violado culito y yo me puse a horcajadas, ya sin el arnés ni la cámara, sobre la cara de mi hombre, dispuesta a hacerle una buena mamada, a la vez que él era penetrado.

Mientras él metía su lengua por mi coñito, yo me divertía tragándome su verga y viendo en primerísimo plano como una y otra vez le perforaban el ojete. Los tres nos corrimos casi simultáneamente. Mi amigo dentro del culo de mi esposo, él en mi boca y yo en la suya.

Caímos rendidos y felices. Aquella fue la primera, de un sinfín de experiencias, que hemos compartido juntos. Espero que hayáis disfrutado de esta fantasía tanto como yo. Hasta pronto.

FIN