Disección del autor (2)
O el extraño caso del autor reconocido. Un asunto kafkiano, si no fuera de risa
1877, en algún lugar de las inmensas llanuras, entre Tejas y Arkansas, un taciturno vaquero cabalga, arreando un modesto rebaño de escuálidas reses.
Lejos, más al norte, los pastos son verdes, las chicas más amables (espera que las haya, al menos, amables o no) y la gente mata por un buen filete, aunque sea de vaca.
Aún se encuentra a mitad de camino y el viaje ha sido un infierno: el sol castiga implacable su curtido rostro (sin protección 50), las gélidas noches son un tormento insufrible (el SEPRONA está al acecho de los pirómanos de las praderas y prefiere mil veces aguantar el frío a caer en sus garras), los nativos no son peligrosos (pero la última avalancha de pateras, en la costa del Pacífico, ha llenado estos parajes de gente muy poco recomendable). Se mantiene en guardia, día tras día, noche tras noche y la tensión nerviosa empieza a pasar factura. Pero lo peor de todo, con mucho, es la abstinencia forzosa de tres meses. Ya ha sorprendido en un par de ocasiones a su caballo, mirándole con esos ojazos. (Pero no es éste el tono de la película. Ha de ser épica y reivindicativa. Cortar la escena de seducción equina).
Medio saco de habichuelas, treinta libras de tocino y sesenta cafeteras después, llega a su destino. Una ciudad minera de Montana.
Nuestro héroe, al menos el de los mineros, ávidos de carne jugosa, aunque sea de vaca, reciben la llegada de la reata con alborozo. Nuestro apuesto galán (personalmente, elegiría para el papel a James Stewart, en pose de digna resolución, sin dar el brazo a torcer, ante los brutales zarpazos del destino; dado el giro dramático que dentro de poco darán los acontecimientos).
De momento, James, se embolsa una bonita cantidad de pasta y se dispone a disfrutar de los placeres decadentes que le brinda la civilización. (Planos generales del típico recorrido que hace un vaquero al llegar a la ciudad: buscar un lujoso establo para su fiel compañero de cabalgada, una visita a los baños públicos, será un vaquero, pero muy tiquis miquis con lo del aseo personal, renueva su vestuario, incluyendo el comentario jocoso del dependiente ante el estado de sus calzoncillos largos, sus únicos calzoncillos largos, una generosa ración de condones en el todo a cien y decidirse por uno de los múltiples saloones, con altillos de alquiler por horas y alegres parroquianas.
Elige el menos cochambroso, con buen criterio. Es moderado con la cerveza, sigue conservando el buen criterio y elige una alegre parroquiana para un rápido paseo por el altillo; en éste caso, con dudoso criterio por las prisas, ya se sabe.
No se olvida de telegrafiar a su mamá, en la lejana Tejas, al sur, dando cuenta del lucrativo negocio y mandarle un giro postal, que aliviará, a buen seguro, la apurada situación del rancho familiar.
Al día siguiente, encontramos a James apoyado en el banco de la entrada del todo a cien, humedeciendo la punta de un lápiz y haciendo la lista de la compra, nervioso.
-"Habichuelas se escribe con h y condones con n, no con m". Le sopla bajito, al oído, una cálida voz femenina.
¡Cáspita! (Borren ahora mismo esa torcida sonrisa de su cara. Lo de la censura es una cosa seria). La maestra del pueblo. Joven, bonita, alegre y completamente vestida.
Nuestro querido James murmura palabras de disculpa, achacando las incorrecciones ortográficas al muy deficiente sistema educativo tejano, se presenta, descubriéndose ante la dama y calibra la potencia de las ancas de la misma, cubiertas por el miriñaque, con ojo experto.
El sofocón posterior, será diligentemente eliminado por otra alegre parroquiana; ésta sin miriñaque, después de haberse despedido de la anterior y concretado unas clases particulares que palien sus carencias ortográficas.
Una semana después, encontramos a James concentrado en rellenar, con escritura redondilla, un cuaderno Rubio nº 10, sentado en el saloon, sin parroquiana alguna que lo distraiga.
-"Tu cara me suena, vaquero". Oye que le interpelan abruptamente.
-"La tuya, no. Minero". Responde tranquilo, ante la mirada cejijunta del minero.
-"Abilene. Hace dos años. Nunca olvido una cara, vaquero". Insiste el minero.
-"¿Y te di calabazas, minero?". Responde, ya mosqueado el vaquero.
La cosa no pasa a mayores, de momento.
Al día siguiente, el cálido ambiente de la ciudad, cambia. Un sutil cambio, que será remarcado por la banda sonora.
El chino del todo a cien se esconde en la trastienda y huye por la puerta trasera, cuando James traspasa el umbral de la puerta. Las señoras cambian de acera, alarmadas, al tropezárselo paseando. El barman del saloon le atiende, pero remiso. Los clientes le eluden. Las parroquianas pretextan sospechosas indisposiciones y la joven, bonita y siempre vestida maestra, de la que guarda un precioso mechón de cabellos en el cuaderno Rubio nº 10, solloza cuando intenta preguntar qué ocurre.
Le van llegando confusos retazos de una historia, cuando, harto ya de tanta gilipollez, empieza a entrar por las bravas: Abilene, dos años antes, una banda de forajidos llega a la ciudad, escándalo público, atraco al banco, esos pobres niños, inocentes, masacrados, persecución por la pradera, un forajido consigue huir, el resto se balancea en la horca.
Nuestro querido James, incrédulo, abrumado, constata que ya no es un sólo minero loco quién dice reconocerle, ahora son multitud debía ser muy popular Abilene entre los mineros, hace dos años.
Cansado, aburrido, con el corazón destrozado, nuestro héroe abandona la ciudad al atardecer. Su enjuta figura y la de su caballo, cabalgando hacia el sol poniente (en plano general, el violín debe arrancar alguna lagrimita de los corazones sensibles, sin pasarse en el tono lacrimógeno). Abre el cuaderno, un mechón de cabello se desliza inadvertidamente hasta caer al polvo del camino, repasa la última hoja y comprueba, con satisfacción, que ha resuelto el dictado sin faltas. Espolea a su fiel compañero y cabalga resuelto en busca de más verdes prados mientras, su caballo, trota, alegre quizá en el próximo viaje.
Ciento treinta años después, algunas claves para resolver tan misteriosos acontecimientos:
James: el tataranieto del hermano que no emigró.
El saloon: cierta página web de relatos.
Los mineros: siguen locos.
La maestra y las parroquianas: más quisieras tú, salido.
El rebaño de vacas: cierto número de relatos publicados, con escaso éxito de público y crítica.
El cuaderno Rubio nº 10: Ciertas carencias, de estilo, quizá subsanables, con paciencia.
El caballo: el autor y sus circunstancias (metafísica pura, sólo apta para iniciados).
Los sucesos de Abilene: ¿Quién cojones sabe qué pasó en Abilene?...¿Por dónde cae Abilene?.