Disco stuut

historia sobre como se aprovechan de una chica necesitada de trabajo.no es real, pero podría serlo.

Disco Stuut.

Desde que empecé a trabajar de camarero en esta gran discoteca, supe del poder de la noche para atraer a las mujeres. Evidentemente, era más fácil siendo un gogó o el Dj, pero de camarero también se podía ligar bastante. Recuerdo que la primera vez que tuve un encuentro desde que comencé a trabajar aquí, fue con una chica que había venido por una despedida de soltera. Anduvieron por la discoteca hasta que cerramos. Entre tanto, y para mi suerte, las copas debían pedirlas en mi barra. Con una sonrisa muy amable y siempre dispuesta para hablar, la chavala pasó gran parte de la noche sentada en un taburete mientras parloteaba conmigo, a sabiendas de la poca gente que había por ser miércoles en la discoteca. Cuando cerramos, que ya todas se iban marchando cada una por su lado, la chica esperó por mí, pidiéndome que si la podía llevar a casa. Tras mis quehaceres, cogimos mi coche y la llevé a su apartamento, que compartía con otra de las chicas que había estado en la discoteca, pero que se había marchado antes por asuntos laborales al día siguiente. Me invitó a pasar siendo casi las 6 de la mañana. Acepté de buena gana, pues no quería hacerle un desaire, puesto que me gustaba. La cosa se puso bien cuando al entrar en el balcón para tomarnos unas cervezas que había sacado del frigorífico nos empezamos a besar. Las latas rodaron por el suelo mientras nuestros cuerpos se apretujaban el uno con el otro y la ropa empezaba a escasearnos puesta. Primero una mamada, aunque muy corta para mi gusto, y luego una penetración donde llegó el éxtasis que acabó con ambos en el suelo del balcón, sobre el frío suelo de baldosas, derrumbados y abrazados como si fuésemos pareja desde antaño.

Pero todo empezó a ir bastante bien en el trabajo. Después de varias chicas y varios polvos debido al encanto de la barra de la discoteca y al alcohol también, tuve la suerte de ser ascendido por el gerente. Primero le echaba una mano con los pedidos y todas esas cosas. Luego fue encargándome diferentes tipos de trabajo, desde ocuparme de las barras por completo como jefe de sección hasta ocupar su sitio los días que él libraba.

Por desgracia para todos, pues era muy querido, durante la cena de navidad de ese año, había tomado bastante y tuvo un accidente donde falleció junto a su novia. La discoteca estuvo de luto un par de semanas y cuando todos recobramos el sentido tras la tragedia, regresamos a trabajar. Para el dueño de la disco fue un gran palo, pues se trataba de un sobrino suyo, cosa que supimos cuando regresamos al trabajo de su propia persona. Quería seguir con todo esto como si no hubiese pasado nada, pero necesitaba de alguien que llevase todo a partir de ahora. Algunos compañeros ya me miraban a mí de reojo, pues de todos era sabido que el anterior gerente y yo habíamos hecho buenas migas y por eso trabajaba codo con codo con él. Incluso otros se lo propusieron en ese momento. Sin ningún inconveniente, acepté después de una breve reunión en el despacho, donde acordamos mi nuevo contrato.

Sabía cómo llevar una discoteca de gran auge como era aquella, pues ya llevaba allí casi 4 años trabajando, de los cuales, 3 había pasado pegado a Rafa, el gerente fallecido. Además, sabía de los trapos sucios de éste, pues aparte de involucrarse con drogas para tomar y fumar, y de su afición a la bebida, sabía que en cualquier momento y a cualquier hora, siempre que podía, le era infiel a su novia.

Tras el parón forzoso en plenas navidades, tuvimos que contratar gente nueva, pues algunos habían decidido dejar de trabajar la noche y otros habían encontrado mejores trabajos nocturnos también. En principio, había que buscar camareros/as y gogos, aunque de los primeros se solucionó rápido el tema, ya me metí a algunos conocidos que necesitaban el empleo.

Los gogos fueron algo más tardíos. Tras contratar a dos chicos, las chicas no aparecían por ningún sitio. Necesitábamos al menos 3, para ocupar las vacantes y poner una más. Casi dos semanas después, ya estaba todo solucionado y todo marchaba perfecto.

Cuando llegaron los meses de verano, las fiestas empezaban a ser la nota dominante de la discoteca, como en todas. Cada dos días, fiesta de esto, de lo otro. Siempre fiestas para que nuestros clientes disfrutasen de sus vacaciones al máximo.

Un día, casi abriendo la sala de fiestas, tocaron a la puerta de mi pequeña oficina. Uno de los porteros se presentó aludiendo a la visita de una chica que decía tener una cita profesional conmigo. No recordaba tener ninguna, así que la hice pasar.

Natalia se presentó ante mí tras salir Roberto, el gorila de la puerta principal de la estancia. Era una joven muchacha de apenas 18 años recién cumplidos, que había mentido para poder hablar conmigo en busca de un empleo. Ya estaba todo ocupado, y no podíamos meter más gente, pues la nómina de empleados era bastante larga.

  • Necesito el trabajo, por favor. Haré lo que sea. Me da igual de gogó, que de camarera o limpiando.

La verdad es que se le notaba desesperada. Preguntándole por su vida y por qué necesitaba ese dinero aunque no fuese asunto mío, me contó una historia que la verdad me conmovió.

  • ¿Sabes bailar salsa? – pregunté.
  • Bailo lo que sea. Me da igual la música que sea. Si quieres, le demuestro algo aquí mismo.

Asentí con la mano y estiré la mano mostrándole donde podría hacerlo. Puse un poco de música en un minidisc y Natalia comenzó a moverse muy lentamente. Luego de despojó de su chaqueta y bailó muy sensualmente un tema de salsa que se oía por lo pequeños altavoces. Tenía unos pechos no muy grandes, que botaban con sus movimientos, aludiendo a que no utilizaba sujetador en ese momento. Su cadera era bastante fina y su culo levantado, apretado contra sus pantalones largos. Además, había dejado suelto su pelo de color rojizo, que llegaba por debajo de los hombros.

Acabó la canción y me miró con cara de pena.

  • Me has gustado mucho, aunque yo no soy el que escoge a los bailarines. Pero en serio, lo siento mucho, no tenemos nada ahora mismo.

La cara de la chica se descompuso. Casi sollozando, salió de allí dando las gracias en un tono muy bajo y se perdió dejando la puerta abierta.

Al día siguiente, volvió a la discoteca y más de lo mismo, siempre le dije lo mismo que la primera vez las 4 o 5 veces seguidas que volvió.

Pero una semana después de su última visita, se volvió a presentar allí.

  • Ya no sé como decírtelo. Lo siento mucho. Intenta buscar en otro sitio – musité.
  • Lo he intentado, pero no encuentro nada. Estoy dispuesta a todo, lo que sea, me da igual, pero necesito el trabajo.

La malicia y el recuerdo de Rafa en esta situación pasaron por mi mente, hasta tal punto, que le pedí que volviese a bailar para mí.

Natalia se levantó, y mientras se quitaba la chaqueta rosa que traía puesta a conjunto con una falda, puse la música. Ella se movió mucho mejor y con más esmero que la primera vez que me había visitado. La falda volaba con cada vuelta que daba, mostrándome los cachetes de su culo respingón. La camiseta blanca de botones se abría casi hasta mostrar sus tetas, aunque esta vez sí se notaba el sujetador rosado que llevaba puesto. Me estaba calentando con su baile, pues ahora bailaba al son de una canción de reguetoon. Un baile caliente en el que no mostró ningún pudor a sabiendas de que su culo y su tanga aparecían cada dos por tres ante mis ojos.

Terminó y se quedó junto a la silla que antes ocupaba, jadeando por el esfuerzo.

  • Siéntate un minuto. – le pedí

Ella se sentó mientras le ofrecí una botella de agua pequeña y luego llamé por el teléfono a Sandra, la encargada de los bailarines y la música. Me envió lo que le había pedido desde los camerinos y un camarero llamado Peter me lo acercó al despacho. Cuando lo tuve en la mano, y tras pedirle a éste que cerrase la puerta, se lo tendí a Natalia. Ella miraba los trozos de tela que conformaban el vestuario de los gogos y sonrió.

  • Cógelo. Quiero que te lo pongas y bailes con él para mí.

Ella no dijo nada. Lo cogió y se levantó. Miró a su alrededor como buscando dónde poder cambiarse. Luego comprendió que lo que yo quería es que se lo pusiese delante de mí.

Un poco cortada por la vergüenza, comenzó a desvestirse. Sacó todos los botones de su blanca camiseta y dejó ver que sus pechos eran pequeños, pero bastantes acogedores bajo el sujetador. Luego se bajó la falda, mostrándome el tanga que antes había visto mientras revoloteaba al compás de la música. Se puso los shorts cortitos, de licra, entre sus piernas y los acomodó a su cuerpo. Ahora venía lo mejor. Sin dejar de mirarme, con la cara avergonzada, desató el sujetador y lo dejó caer, tapándose sus tetas de talla 85, incluso 90 con el antebrazo, aunque por poco tiempo, pues al intentar ponerse el que yo le había entregado, dejó al aire y a mi vista sus dos peritas dulces y puntiagudas.

Cuando acabó de ponérselo, al compás de la misma canción de antes, volvió a bailar. Creo que notó que cuando terminó, mi mano se apoyaba entre mis piernas, pues un bulto me había salido allí.

  • ¿Y bien? ¿Podré trabajar aquí? – preguntó algo más serena.
  • Me encantaría tenerte con nosotros, pero es que ya sabes….
  • Sí, ya me lo ha dicho, pero yo le dije que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por trabajar… cualquier cosa – repitió agitando levemente las manos y adulzando el rostro.

Si no había comprendido mal, estaba dispuesta a…cualquier cosa… y entonces solo me dio por decirle.

  • De acuerdo. ¿Hasta dónde estarías dispuesta a llegar?
  • Donde sea con tal de tener trabajo. – respondió de nuevo apoyando las manos sobre la mesa.
  • ¿a todo?
  • Sí, a todo lo que sea. Ya lo dije antes.
  • De acuerdo, está bien. – me puse de pie. – quiero que te quites la ropa, toda la ropa.

Aunque le volvió a la cara la vergüenza, no lo pensó y desató el sujetador de licra que tenía puesto. Lo dejó caer al suelo volviendo a mostrarme sus bonitas peritas. Acercó sus manos a los bordes de su cintura y bajó el short hasta deshacerse de él solo con la punta de sus pies. Se quedó mirándome con los brazos en cruz.

  • Todo, por favor. – repetí.

Mientras la miraba de arriba abajo y notaba su carita de vergüenza, bajó muy lentamente el tanga. Al igual que con el short, lo terminó de sacar solo con la punta de los pies. Se tapó inmediatamente su sexo estirando las manos sobre su cuerpo.

  • Está bien. Date la vuelta. Quiero verte.

Obedeció sin esperas, intentando que esa situación incómoda desapareciese rápidamente.

  • Quítate las manos de delante, quiero verte todo.

Separó muy lentamente sus manos. Su coñito rasurado del todo, con la marca del bikini por encima ofrecía una bonita vista. Los labios vaginales le sobresalían un poco, y más cuando le ordené que separase las piernas.

  • Acércate. Quiero verte más cerca.

Era una excusa perfecta para tenerla a mi lado. Apenas nos separaban 3 pasos. Se acercó a mí y la agarré por la cintura con ambas manos. Le di la vuelta despacio. Toqué tímidamente su trasero con la yema de los dedos, lo que hizo que su piel se erizara. Subí las manos por su espalda muy despacio. No veía su cara, pero la suponía. Al llegar a sus hombros, la seguí girando muy despacio. Comencé a descender apoyando en su piel la yema de los dedos de una de mis manos desde arriba. Con la otra la sujetaba suavemente por un hombro. Acaricié sus pechos y sus pezones se pusieron tiesos. De color más bien marrones oscuros, se irguieron unos centímetros. Seguí bajando muy lentamente por su abdomen y bajó hasta donde mi mano alcanzó por uno de sus muslos desnudos. Subí de nuevo y me detuve sobre su monte de venus. Acaricié la zona muy sensiblemente mientras ella comenzaba a cerrar los ojos y dejarse llevar por fin. Moví la mano muy despacio y fui introduciéndola entre sus piernas, sobre todo el dedo corazón, con el que descubría por primera vez el sendero que se marcaba entre sus labios gruesos. El roce de mi dedo con su sexo provocó un repentino gemido, lento y ahogado, pero que despertó a la chica de su vergüenza. De delante a atrás movía el dedo, dócilmente, como queriendo que sufriera un poco el placer que empezaba a darse en ella. Llegué incluso hasta su ano, lo redondeé varias veces y regresé a la parte delantera, deteniéndome en su clítoris, y masajeándolo con dos dedos, momento en el que ella pareció desfallecer y se agarró a mí. Aproveché el momento para besarla. Sus ojos seguían cerrados, pero su boca se abrió al contacto con la mía y buscó el juego entre nuestras lenguas. La vergüenza que había sentido al principio había desaparecido del todo. Sus manos empezaron a moverse por mi espalda, sobre el polo gris que llevaba puesto en ese instante. Noté como intentaba sacármelo. Separé un poco mi cuerpo del suyo y me la sacó, lo que llevó que durante un instante mi mano se apartara de su rajita de la que comenzaba a manar algún efluvio. Apoderado de nuevo de ese botoncito, aumenté el ritmo. Lo dejaba unos instantes para dedicarme a recorrer todo el sendero entre sus labios vaginales y a toquetear su ano, para luego meterle un dedito, seguido de otro y rápidamente, sacarlo para seguir el camino hasta el clítoris de Natalia.

Ella había posado sus manos en mi pecho, bajando hasta alcanzar mis pantalones, de los que desabrochó el cinturón y luego los botones para dejarlo que cayese hasta el suelo y apoderarse de mi polla por encima del bóxer negro.

Pero no estuvo mucho tiempo. Cada vez que le metía un dedo en su cuevita, hacía un gesto de placer que la llevó a despegarse de mí, y sentarme sobre la punta de la mesa. Se arrodilló y bajándome los bóxers, se apresuró a lamer mi polla en todo su esplendor, tiesa y dura desde hacía ya un buen rato. Con maestría, como casi ninguna chica me lo había hecho, lamió y chupó varias veces hasta que por fin la introdujo de lleno en su boca. Se notaba experta en el arte mamatorio, supongo que porque seguramente habría chupado pollas desde hacía bastantes años a sus novietes o rolletes. Introducía mi polla casi hasta su total desaparición, notando como la punta de mi glande tocaba las paredes más profundas de su boca.

Cuando hubo mamado bastante, se puso de pie. Me tomó por las manos, e intercambiamos posiciones. Abrió sus piernas apoyándolas en mis hombros y se dejó caer sobre el reguero de papeles de mi mesa. La cogí por la cadera, la atraje hacia mí e introduje mi polla hasta que los huevos tocaron sus nalgas. Nada de preámbulos. Un ritmo alto y bien llevado por los dos hacía que la mesa se estremeciese y los papeles y bolígrafos, así como la pequeña lámpara y el teléfono, saliese despedidos contra el suelo.

Mientras con una de mis manos la agarraba fuerte por la cadera, con la otra estrujaba sus pequeñas pero dulces tetas, las que probé en varias ocasiones tirándome sobre ella y lamiendo y mordisqueando sus pezones, mientras Natalia no dejaba de sobárselas.

No recuerdo el tiempo que estuvimos, pero en el momento en el que me corrí dentro de su coñito, ella sufrió un espasmo bastante violento que tuvo como conclusión una gran corrida, dejándome la polla bastante caliente con sus flujos.

Instantes después de terminar, le dije que se vistiese y lo mismo hice yo. Llamé a Sandra por el teléfono y enseguida se presentó. Le dije una pequeña mentira, aludiendo que era una prima lejana mía y que necesita trabajo, así que ella no puso ningún reparo y la acompañó para que conociese el local donde desde esa misma noche, comenzaría a trabajar.

Me tomé una copa que había pedido que me trajesen y luego bajé por la sala a ver a la nueva gogó, que sonreía y se divertía desde que subió a la barra y comenzó con su nuevo trabajo.

FIN.