Dioses del Cacao
Cuento brevemente el regalo que mi marido me hizo para nuestro aniversario de casados.
Dioses del Cacao
Mi marido me quiere. Me lo demuestra siempre que puede y siempre logra sorprenderme. Para decirme "te quiero" no necesita una ocasión especial; lo expresa gratuitamente. Por lo demás, como el resto del mundo, me hace regalos por nuestro aniversario. El de este año ha sido muy especial.
Félix, que así se llama mi marido, lleva años proponiendo que montemos un trío, hagamos un intercambio o algo parecido para fortalecer, encender y avivar nuestras relaciones sexuales. Yo le escucho atentamente y valoro sus propuestas, pero finalmente siempre me niego argumentando lo que yo creo oportuno. No niego que nuestra sexualidad haya rozado lo rutinario, pero no me he negado a realizar cosas que se hayan llevado a cabo en nuestra intimidad. Raúl no se enfada conmigo ante mis negativas, es comprensivo, lo que no impide que de vez en cuando vuelva al ataque e intente convencerme de nuevo sobre lo de las nuevas experiencias.
Mi marido es inteligente y debería haber sido psicólogo en vez de agente de ventas de unos grandes almacenes de calzado. El caso es que hace un tiempo fuimos al cine a ver una película americana de estas de grandes efectos especiales que tanto éxito tienen. No había demasiados espectadores porque era un pase a deshoras; dos o tres parejas aparte de nosotros, algún alma solitaria Al cabo de una media hora y dado el aburrimiento que me producía la película reparé en una pareja que estaba sentada un par de filas de butacas por delante de nosotros. Advertí en la penumbra que una chica de pelo largo se montaba a horcajadas sobre su novio y comenzaba a balancear su cuerpo de arriba abajo, en ese característico movimiento ascendente y descendente delator de un coito. Como me interesé por esto e incluso tome la postura más adecuada para observarles, mi marido captó ese interés y me dijo susurrando.
-¿Qué haces Felicia?
Creo que esa pareja está echando un polvo.
Bueno ¿y qué? Muchos chicos vienen al cine a eso.
Lo considero excitante.
¿Por qué? preguntó Félix.
No sé, verles ahí , sin que ellos sean muy conscientes de nuestra presencia.
¡Eres una mirona!
Mi marido encontró algo en mí insospechado después de años de conocernos. Yo me descubrí sola. El caso es que llegó el día de nuestro quinto aniversario y Félix ya me había hecho todo tipo de regalos en anteriores años. Era viernes y salimos a cenar. Esperaba que durante la cena me regalase cualquier joya o perfume, pero no sacó nada. Yo le regalé una simple cartera y dos entradas para la final de la Copa de fútbol que se jugaba precisamente ese mismo fin de semana. De regreso a casa me sentí un poco decepcionada; la cena fue excepcional, pero no hubo regalo.
Llegamos a casa y accedimos al salón comedor, donde el mobiliario estaba alterado. Me extrañé, sin embargo mi marido no. Es sofá permanecía en el mismo sitio de siempre, pero frente a él, en lugar de la gran mesa ovalada habitual, la cual no veía por ningún sitio, había una especie de camastro, no demasiado alto pero de un ancho y largo considerable, cubierto con sábanas blancas y con una almohada.
-¿Quieres tomar una copa? me preguntó Félix.
Era tal su aplomo que comprendí que aquello era plan suyo. Me reí y contoneándome le dije.
¿Con que esas tenemos? ¡Ponme un whiskey, que esta noche te vas a enterar!
No me dijo-, te vas a enterar tú.
Sus palabras me indicaron que algo no era como yo esperaba, pero en absoluto me asusté.
- Siéntate en el sofá, toma tu copa y disfruta. Sólo tienes que callar y observar, a nada más estás comprometida salvo que tú quieras. Este es mi regalo de aniversario, no te puedes negar si me quieres hacer feliz. Además, por aquello que nos pasó en el cine el otro día, este obsequio seguro que te gustará.
A continuación mi marido hizo una llamada telefónica en la que únicamente dijo "¡Adelante!". Esta vez si me asusté. Mi marido estaba sentado junto a mí y me abracé a él, dándole toda mi confianza y proponiéndome ser receptiva con lo que hubiese planeado. Me daba la sensación de estar montada en una montaña rusa y esperar a que el vagón comenzase a moverse. Oí la puerta de casa abrirse, y en pocos segundos aparecer ante nosotros tres personas. Me sobrecogí. Un hombre y dos mujeres de raza negra se plantaron delante de nuestros ojos. Mi marido me susurró al oído que no tenía de qué asustarme; eran buenas personas e inofensivos, pero que les prestase atención todo el rato.
Eran tres cuerpos magníficos, esculturales, las chicas bellísimas y él un adonis de ébano que quitaba el hipo. Una de las chicas tomó la palabra, tenía acento extranjero pero fui incapaz de determinar la procedencia, ¿americana, africana, del norte de Europa?:
- Buenas noches señores. Me llamo Cindy, mi amiga se llama Corina y nuestro macho se llama Coperfield. Relájense y disfruten de una noche que puede ser muy larga.
Los tres nombres empezaban por la letra "c", lo que podía ser un indicio de que eran pseudónimos, pero eso era irrelevante. Lo único que importaba ya es que Cindy se aproximó a Coperfield para besar su cuello, mientras Corina caminó lentamente hacia el interruptor de la luz para rebajar el reflejo hasta la penumbra. No quise imaginar qué sería lo siguiente en suceder, tan sólo miré.
Aquellos Dioses del Cacao nos ofrecieron a mi marido y a mí el mejor espectáculo que vimos en la vida.