Dinora

Cuando esas manos me tomaron por el talle, supe que sería infiel, y lo gocé intensamente.

Mi nombre es Dinora, y me cansé de la misma cantaleta... Me cansé de que constantemente me la metiera sin motivación, que se moviera un poco y me soltara su leche cuando le pedía un poco de variación; y me cansé de tal modo que le tuve que ponerle los cuernos, sin proponérmelo

Me encontraba trabajando pasada la hora de mi salida, eran las 6:30 de la tarde y mi jefe me había pedido que me quedara un par de horas, ya que le era necesario terminar unas presentaciones de contabilidad para el gobierno.

No sé por qué sentí que había cierta atmósfera sexual en el aire de la oficina; y cuando la otra secretaria se marchó, para entregar la documentación solicitada por esa Dependencia, y me quedé sola en la oficina, sentí miedo… Me di cuenta de que la puerta del despacho privado de mi jefe estaba cerrada y que en apariencia se estaba ocupando de sus asuntos. Bien, era verdad que en tres años nunca se había propasado conmigo... pero algo en su mirada siempre me dio a entender que le gustaba. Las mujeres sabemos de esto... por instinto.

Eran casi las 7:00 cuando me dediqué a colocar los archivos en orden, y para hacerlo tenía que trabajar de espaldas hacia la entrada, poniendo cada fólder en su lugar. Me absorbí por completo en la tarea, hasta que de repente sentí dos manos que, rodeando mi talle, acariciaban mis tetas apretando la tela de la blusa. Al mismo tiempo la boca abierta y caliente de mi jefe, comenzó a lamerme el cuello y la nuca. Sería tonto decir que me resistí, porque cuando sentí su verga apoyarse en mis nalgas, empujándome el trasero, tratando de penetrarme por la trastienda, perdí la noción de la vergüenza... Era lo que toda la vida había deseado, que me la metieran de espaldas, como si me estuvieran cogiendo por el culo.

Él, al ver que no oponía resistencia, me abrió con manos temblorosas los botones de la blusa, haciéndome brotar las tetas sobre las copas del sostén y comenzó a apretarlas espasmódicamente, haciendo que mis pezones rosados parecieran a punto de estallar. Se inclinó, siempre de espaldas, de forma que quedaba doblada sobre la mesita en que tenía depositados los expedientes: Mis tetas colgando sobre los papeles... temblaba toda de excitación cuando me subió la falda, enrollándola en mi cintura.

¡Qué culo... qué clase de culo, tienes puta!-, sentí que decía al tiempo que sus manos acariciaban mis nalgas sobre mi pantaleta y después, bajé el elástico de mi calzón.

Un shock eléctrico me recorrió la columna vertebral y sentí que mi vagina ardía cuando me llamó puta, jamás en mi vida me lo habían dicho y esa palabra me trastornó… Hundió sus dedos en mi encharcada papaya, donde de veras me sorprendí de lo empapada que estaba, pues sus dedos resbalaban en mis jugos y chapoteaban en la sopa que tenía en mis entrañas.

¡Qué caliente lo tienes, perra!... Así es como debe ser, para metértela rico-, decía.

Sin tiempo para quitarme las pantaletas negras, lo sentí que las apartaba a un lado y que su pene, grueso y largo me entraba como un ariete por mi hinchada raja, hacia arriba… Mi culo y mis nalgas comenzaron a menearse como si fueran una batidora. Nunca una verga me había llegado a los puntos que estaba tocando aquel hombre con su tremendo trozo.

¡Ohhh!... ¡Te necesitaba!... -, le grité extasiada.

Mi jefe me tomó las tetas, acariciándolas, y hundiendo sus dedos en ellas, mientras que me bombeaba sin cesar; embistiéndome con su verga por mi hirviente pucha, sepultando todo su falo hasta lo más profundo de mi ser, sacándolo empapado de mis jugos sólo para volver a clavármelo con más fuerza que la vez anterior. Al final, sus embestidas eran tan brutales que me levantaba en peso a cada golpe de su garrocha, y yo gozaba cada segundo de aquella salvaje verga, que me cogía a lo bruto.

¿Te gusta perra?... ¿Te gusta como te la clava tu padrote?... -, me decía mi jefe.

¡Papito, si... sigue... jódeme toda!... -, gritaba yo.

Sus manos recorrieron mis tetas y bajaron por los costados siguiendo las curvas de mis caderas hasta quedar crispadas en mis nalgas. Sus bombeos eran profundos y duros... Hasta que de pronto sentí que su leche me inundaba la vagina, que me subía como la espuma, bañándome toda la gruta, hasta repletarme la papaya, para después volver hacia atrás y chorrearme los muslos… Mientras que mi jefe, se estremecía en los espasmos finales de la corrida... y por supuesto... yo me derramaba a chorros interminables.

Me quedé como estúpida, con las nalgas levantadas, el semen escurría de mi cuca al piso y mis senos aplastados… Tenía vergüenza y me sentía sucia por haberme comportado de esa manera y dejarme coger por el único hombre que me había hecho vibrar… Él me acarició el cabello, y más tranquilos los dos, me hizo levantar y me estrechó en sus brazos. Recargué mi cabeza en su pecho y me sentí más estúpida; no pude contenerme y empecé a sollozar; me dolía haber sido infiel, aunque sé que mi marido lo merecía, mi educación no me permitía ser tan indiferente a lo que acababa de realizar.

Mi jefe me confesó que desde hace mucho me deseaba, que no había nada de maldad en nuestra relación y me dio el valor para seguir adelante con él; me quería y yo también lo amaba, a pesar de que ambos estemos casados con personas que egoístas a la hora de dar placer.