Dinero, vejez y parodia

Una joven disfruta de una mesa, unos señores y mucho dinero.

Hola ;)

Soy hombre, tengo 37 años. En realidad escribo para mujeres: he descubierto que me relaja mucho y me encanta. Quien quiera saber algo más:

aseiscientos@hotmail.com

Me vendrán my bien vuestras críticas y valoraciones. Gracias.

Espero que te guste:

La tarde pasa muy despacio trabajando en el bar de un casino en el centro de ciudad, cuando dan las diez y algunos clientes todavía siguen allí. El tiempo se hace eterno.

Era el típico edificio monumental del siglo pasado, estilo modernista. El artesonado de madera era una obra maestra y las formas orgánicas de los muebles eran una verdadera delicia. La pena es que de casino sólo tenía el nombre, igual que el Ateneo literario que estaba en la planta de arriba. En realidad sólo servía para que los abuelos de la clase alta de la ciudad fueran a hartarse de vinos y cafés recordando los buenos tiempos, y para que se encaramasen en partidas interminables de dominó, de cartas, de jedrez

Ágata trabajaba allí desde hacía un año, desde que se mudó a esa ciudad, para poder pagarse los estudios.

Se están picando.

Su jefa, una sesentona muy pasada de rosca miraba apoyada en la esquina de la barra hacia el fondo del local. Un pequeño corro de gente se había apelotonado alrededor de una de las mesas, donde unos clientes fijos echaban su partidita de póker de los viernes por la tarde.

Qué quiere decir?

Que se están picando, que les ha salido un buena mano y ahora se van a dejar ahí hasta los restos y las tripas.

Espero que no sea para tanto.

¿Qué no sea para tanto?. – La miraba con una expresión agria, entre rabia y tristeza- ¿Por qué te crees que me tengo que levantar todos los días a las siete de la mañana?. ¿Por qué te crees que no tengo dinero ni para pagarme un estilista?. Por una mierda de partida como esa. Mi marido lo perdió todo. ¡Todo!.

Debía de ser cierto. A pesar de su edad y de su cara roída por el trabajo duro y el tabaco doña Cristina guardaba todavía los ademanes de la alta burguesía. Se movía con mucha elegancia, sabía ser perfectamente correcta y delicada en las conversaciones. Pero ahora con la autoridad y el poder que la había impreso tantos años de necesidad.

Sólo pasa una vez cada veinte años (continuó). Tiemblan hasta los cimientos. Menuda panda de idiotas. Si no fuera por la propina que dejan luego los echaba a patadas.

El resto del local estaba completamente vacío, excepto por esa pequeña mesa.

Vamos (le dijo a Ágata) no te pierdas esto. Sólo lo vas a ver una vez en la vida. Empezó a andar hacia allí.

Odiaba acercarse a las mesas y a esa en especial. Su jefa lo tenía todo bien calculado y sólo contrataba chicas de veintitantos y por encima de un metro setenta. Las obligaba a trabajar con una falda de tubo negra muy elegante, que marcaba todas sus curvas, y con una camisa entallada con pequeñas rallas verticales de color rojo. Más de una vez había tenido que quitarse una disimulada mano de algún viejo verde del culo.

Detestaba tener que limpiar las mesas, y sentir cómo todos los ojos del casino en ese momento estaban pendientes exclusivamente de sus posaderas.

Era póker descubierto. Sobre la mesa estaban las cinco cartas alineadas y un montón de billetes, un reloj de oro, algunas llaves de coches y varios cheques al portador. Le pareció muy excitante ver tanta riqueza junta. Era mucho más de lo que podía ganar en diez años.

Esta vez su llegada no fue nada aplaudida. Nadie reparó en sus pechos apretados bajo la camisa ni en sus curvas. Eso la relajó bastante, y pudo tranquilizarse para disfrutar de la extraña escena.

El aire podría cortarse con un cuchillo de tanta tensión. De los ocho jugadores sólo quedaban cinco. Mirándose sin inmutarse. Uno estaba escribiendo algo en un papel. Lo arrancó y lo echó encima de la mesa. Era un cheque al portador. Pudo leer perfectamente la cantidad de treinta mil euros.

El que hacía de banca repartió las cinco nuevas y últimas cartas, y cada uno de ellos levantó una de las esquinas para atisbar su suerte, tensos, desconfiados.

Todos se quedaron mirando al que estaba a la derecha de este último.

Tenía un manojo de billetes al lado. Seguramente se los habrían traído directamente del banco de la esquina para la ocasión. Contó varios de quinientos y lo soltó muy seguro de sí mismo sobre el montón del centro.

El siguiente sonrió:

Veinte mil y cinco mil más. Y dejó caer los billetazos en el montón del centro.

No era sólo una partida. Era una batalla y una cuestión de honor: La lucha por ganar por encima de la vida real en un simple juego de intuición y matemáticas que había trascendido con mucho su trivialidad. La fuerza de aquellos potentes arrestos de poder la estaban excitando.

Los veo.

Más dinero. Más excitación. Notaba que sus pezones se estaban endureciendo y no podía controlarlo. En otra situación le hubiera preocupado y se habría metido corriendo detrás de la barra, pero ahora todos estaban demasiado concentrados en la partida. Nadie la veía.

La apuesta era alta. Si se quería seguir habría que poner mucho dinero y aguantar una siguiente ronda mucho más elevada. El turno era de un hombre alto. En sus tiempos debía de ser muy guapo, y todavía conservaba un potente atractivo, el pelo blanco y la tez morena y arrugada lo potenciaban mucho más. Tenía aspecto autoritario, debió de ser algún cargo político o algún rango del ejército. Miraba hacia el tapete con una expresión casi triste. Levantó los ojos. La miró a ella fijamente, buscando un apoyo para pensar.

No podía ser. ¿Por qué coño no había mirado a otro sitio?, con la de gente que había rodeando la mesa. Un pinchazo de placer le llegó desde el estómago a todo el cuerpo. Se estaba humedeciendo.

Aquel hombre dejó de mirarla mientras acariciaba el bolígrafo con el que iba a firmar su próximo cheque al portador.

Se sentía hipnotizada por aquella situación. La respiración se le hizo más rápida. Intentaba por todos los medios que no se le notara.

Volvió a clavarle los ojos, pensativo, como si estuviera esperando una respuesta.

Nunca comprenderá por qué, ni las razones ni nada, pero se levantó la falda, cogió sus bragas y las puso encima de todo aquel montón de dinero.

¿Pero cómo? –dijo una mujer mayor que miraba desde el otro lado de la mesa-

¿Qué hace usted señorita? – le preguntó el que llevaba la banca-

¡Descarada! Debería avergonzarse

Yo sólo apuesto por él –respondió con una voz tímida-

Aquel hombre le regaló una amplia sonrisa. A pesar de lo extraño de la situación mantenía la compostura perfectamente. A saber a cuántas mujeres se había follado en bares, casinos, y donde hiciera falta hasta conseguir esa seguridad.

Le estoy muy agradecido por este gesto, pero espero señorita que comprenda la gravedad de la situación en la que se está implicando.

Asumo mi responsabilidad con mucho gusto. Quiero que la partida continúe.

Los hombres se miraban perplejos entre ellos. Las personas que estaban haciendo corro alrededor de la mesa se fueron espantados corriendo hacia la puerta.

Doña Cristina se le acercó y la cogió por el brazo, empujándola lejos de la mesa.

-¿Se puede saber qué estás haciendo loca?

  • No lo sé muy bien Doña Cristina... Sólo que quiero hacerlo.

Dejó pasar unos segundos, completamente quieta.

-¿Estás segura?

  • Sí, completamente.

  • Entonces, vamos.

Doña Cristina se dirigió a la mesa:

Señores, Ágata está completamente segura de apostar su cuerpo en la partida a favor del señor del turno. Acabamos de acordar el valor en treinta mil euros. Estoy segura de que ustedes están a la altura de las nuevas circunstancias.

Hubo un murmullo en la mesa. Cuchicheaban, hablaba uno, luego otro… hasta que al final la banca se levantó para exponer su veredicto y habló:

  • Aceptamos la apuesta, pero debe de estar donde le corresponde, sobre la mesa, en el lugar de las apuestas.

Sí. Lo estaba deseando. Doña Cistina sólo tuvo que ver la expresión de su cara para comprenderla. Ahora sí que todos tenían los ojos clavados en ella.

Empezó a desnudarse despacio delante de todos. Notaba las miradas intensas como pequeñas manos obsesivas que la recorrían. Algunos debían de llevar ya muchos años sin follar. Cuando estaba completamente desnuda se quedó de pie, quieta…. Mojada.

Uno de ellos se levantó de la silla, la aproximó a la mesa y le extendió la mano, muy elegante. Ella se acercó. Tomó la mano para mantener el equilibrio. Puso un pie en la silla para poder subirse a la mesa y se colocó en el centro. Había tantas cosas que para poder mantener el equilibrio sin pisar nada tenía que abrir las piernas, dejando entre sus pies el montón de cheques y llaves y billetes. No hizo nada por evitarlo, por evitar tener todo su pubis expuesto a sus ávidos espectadores.

En ese momento le hubiera sobrado con el más mínimo roce para correrse. Estaba excitadísima. Miró hacia abajo y contempló las caras de todos mirándole su entrepierna depilada y expuesta.

  • Muy bien caballeros. La partida sigue. – dijo la banca-

Tras unos segundos alguien dijo:

  • Los veo

Yo también

El tercero no dudó mucho. La partida iba subiendo de ritmo.

Los vuestros un diez mil más

Veo

Cincuenta mil….

Hubo una pausa.

Los veo

Yo también

Vamos….

Ahora tenía los cheques y los billetes encima de sus pies. Una inevitable gota de flujo le estaba resbalando por el interior de la pierna. Se estaba muriendo de placer. En ese momento hubiera dado cualquier cosa porque alguno de ellos levantara la mano y la tocara.

La gota le seguía resbalando hacia el pie.

Muy bien -dijo la banca-. Muestren sus cartas.

El de su derecha volteó las cartas sobre la mesa. Trío de ases. El siguiente soltó un gemido de horror, se levantó tirando la silla hacia atrás y se fue corriendo a la barra para hundir la cabeza entre sus brazos. Full nueves treses.

Su jugador era el último. Mantuvo las cartas unos segundos en las manos sin decir nada, muy tranquilo, hasta que las soltó encima de la mesa con una expresión triunfal. Se hizo el completo silencio. La polémica estaba servida. Por fin acabó la partida y empezó el desastre, y el triunfo, en silencio.

Aprovechando la pausa de la perplejidad, su jugador acercó un dedo a su pierna. Cogió la gota de flujo y se lo llevó a la boca.

Es el delicioso sabor de la victoria.

Tuvo un orgasmo. Sin que nadie la tocara. Intentó disimular como pudo los espasmos de placer que la querían hacer temblar.

La gente se levantó de la mesa. Otro de los jugadores se retiró y se sentó solo en una mesa alejada. Los demás seguían allí, perplejos, con la mirada baja pero manteniendo el tipo. Seguramente esos o tenían dinero a espuertas o tenían más arrestos que nadie.

Con una actitud exagerada, teatral y cómica su jugador se levantó de la silla, la acercó a la mesa y le extendió la mano mientras reía.

Mi dama, estoy a su completa disposición. Le agradezco enormemente su gesto sin el que no hubiéramos podido compartir este momento de triunfo.

Ella cogió su mano. Se agachó y se sentó en el borde de la mesa con cuidado, se recostó relajando su espalda sobre los billetes, sobre las llaves y los cheques. Dejó su coño completamente expuesto a su jugador.

Cóbrese su premio.

No es necesario… puede usted levantarse. De verdad que se lo agradezco infinitamente, tiene usted en mí un amigo incondicional. Pero ya ha terminado la partida.

¡Cóbrese su premio!.

El comprendió. Su forma de agradecérselo tenía que ser precisamente darle lo que ella misma había apostado. Volvió a sentarse en la silla y le puso la boca entre las piernas. Empezó a lamerle como nunca se lo habían hecho. Eso era saber. A saber cuántos coños se habían comido esos labios.

No tardó nada en llegar a un nuevo orgasmo, y se retorció gimiendo sobre los billetes que se le pegaban en la espalda, corriéndose a gusto en la boca de su jugador. Abrió los ojos, y pudo ver a los otros tres, los que todavía mantenían la compostura, sentados disfrutando de la visión de su joven cuerpo tensándose y disfrutando.

Doña Cristina permanecía alejada contemplando la escena.

Él se levantó. Ya había terminado todo. Satisfactoriamente y por todas partes por donde se mirase. Le ofreció la mano, alegre, a uno de los jugadores que estaban sentados.

Todavía no ha cobrado su premio caballero –le dijo ella-.

Con una risa nerviosa se quedó parado. ¿Quería que se la follara encima de la mesa? ¿Con sus amigos mirando?. No estaba dispuesto a mostrar su viejo culo moviéndose al son de sus caderas delante de sus amigos

O tal vez sí. Podía haber una solución:

Llegados a este punto estoy seguro de que a usted no le importará, es más, me atrevo a suponer que incluso desea que la comparta con el resto de mis compañeros. Usted será su premio de consolación… Nunca mejor dicho.

Los tres hombres se levantaron, no sabían muy bien qué hacer. Ella estaba tumbada en la mesa y podía ver sus caras observándola atentamente, tan educados, esperando una respuesta.

Sacad las poyas cabrones, y folladme hasta reventar. Estoy harta de tantas tonterías.

Uno de ellos bajó su cremallera y se la metió en la boca. La notó muy dura. Seguro que había estado tocándose por debajo de la mesa todo este tiempo. Otro se apresuró a ocupar el lugar de su jugador, y la penetró desesperado. El tercero se apartó, sólo quería mirar, como el resto.

Alguien le puso un dedo muy húmedo en el clítoris y empezó a acariciarle la punta descubierta, despacio. Era su jugador. Qué agradecida le estaba. La llevaba al séptimo cielo. Varias manos le acariciaban todo el cuerpo, le pellizcaban los pezones, Notaba besos en la barriga, lametones en las tetas… aquello era como una máquina de producir placer intenso por todas partes.

La primera explosión de semen le llegó a la boca. Era casi una eyaculación precoz, y es que ese pobre llevaría meses sin ver a una mujer desnuda. Estaba demasiado ocupada como para andarse con remilgos, así que se la tragó muy complacida. Otro orgasmo la reventó. Esta vez mucho más fuerte. Su jugador le había puesto dos dedos en su clítoris y lo estaba apretando fuerte, perfectamente conocedor de qué era lo que tenía que hacer y cuándo.

La verga en su coño iba a explotar de un momento a otro. Contrajo su vagina para que terminara pronto, y al rato notó sus explosiones, una tras otra. Le llegó otro orgasmo al mismo tiempo, acompasado con las últimas embestidas y las últimas hinchazones a reventar de aquella verga.

Se retiró y se quedó sola en la mesa. Pero su jugador seguía sabiendo bien lo que tenía que hacer. Le metió dos dedos en el y empezó a moverlos rápidamente hacia arriba. Le dio el tiempo justo para respirar profundamente para empezar a gritar como una posesa, corriéndose a placer. Se lo alargó todo lo que pudo, hasta que notó que su cuerpo se relajó extasiado. Nunca había tenido un orgasmo tan intenso.

Abrió los ojos y pudo ver la cara de su jugador mirándola complacido. Ella le respondió con una expresión inquisitiva.

Comprenda señorita que mi manera de disfrutar ha sido verla disfrutar hasta estos extremos. Le aseguro que me siento más que pagado.

Córrete.

Pero

Te he dicho que te corras.

Ahora era ella la que le estaba tocando a él, en el punto perfecto. Se desabrochó la cremallera y la tomó. Empezó a moverse como un poseso cogiéndola desde la cintura.

Vamos, quiero ver cómo lo haces.

Sí, me voy a correr.

En mis tetas.

Giró la mesa y empezó a masturbarse sobre sus tetas. Ella se las apretaba fuerte, se pellizcaba los pezones para darse todo el placer que podía caberle en el cuerpo. Ni se había dado cuenta y se estaba pajeando con la mano al mismo tiempo. Volvió otro, esta vez controlado por ella misma y mientras tanto los chorreones calientes de su semen le cayeron sobre las tetas.

Había sido perfecto.

Se incorporó completamente satisfecha. Doña Cristina corrió hacia ella y la besó muy fuerte en la mejilla.

Cariño. Todavía no sabes lo mejor. Este señor es todo un caballero: ¡Vais al cincuenta por ciento!. ¡Eres rica!.

Muchas gracias Doña Cristina.

A partir de ahora llámame Cristina a secas cariño.

Uno de los hombres inició un lento aplauso. En seguida el resto le siguieron, y pronto todos aplaudían en corro el final de la gran escena. Seguro que era la primera vez en su vida que su jugador recibía una ovación del público… con la poya fuera.

Y es que si lo piensas la vida es cómica, y el dinero también.

A.