Dimos un espectáculo en un local liberal

Relato real de cómo dimos un espectáculo porno en un local liberal

Por diferentes motivos llevábamos más de un mes sin incorporar a nuestros juegos (para leer otras experiencias que hemos vivido podéis leer nuestros relatos a través del perfil) a una tercera persona pero nuestra vida sexual no había languidecido. Mi esposa y yo habíamos creado un perfil anónimo en redes sociales que permitía a mi mujer chatear con otras personas. Poco a poco había ido cogiendo confianza y aunque nunca desvelaba datos personales se empezó a animar a compartir fotos de contenido sexual y confidencias cada vez más íntimas. Eso dio pie a que desconocidos contactasen con ella en privado y que con alguno de ellos (con quien cogió más confianza) empezara a hacer sexting incluso intercambiando fotos en diferentes grados de desnudez y hasta masturbándose aunque nunca mostrando el rostro ni nada que pudiese identificarla. En esas estábamos cuando nos surgió un viaje y ya puestos decidimos aprovecharlo para acercarnos a un club liberal que había en la zona donde íbamos a coger una habitación de hotel.

El cambio de aires y el adentrarnos en lo desconocido alimentaba nuestro morbo. El hotel era regulero tirando a malo y encima nos costó encontrar un sitio para cenar algo. Por contra el local tenía muy buena pinta, con un amplio aparcamiento y el interior también era mucho más grande que el único club liberal que habíamos frecuentado hasta ese momento. Tenía zona de bar, habitaciones privadas, habitaciones comunes, jacuzzi, piscina, glory hole e incluso una mazmorra con una cruz de San Andrés. Mi esposa y yo estábamos bastante impresionados pero lo cierto es que no había mucho movimiento pese a la fama del sitio. Éramos apenas tres parejas y media docena de hombres ninguno de los cuales atraía mucho a mi mujer. Así que nos pusimos a un lado a tomar nuestras copas y charlar esperando que mejorase el panorama, porque sí, una cosa es que te guste el ambiente liberal y otra acabar follando con cualquiera.

No pasó mucho tiempo antes que se nos acercase un hombre joven a quien llamaré A. No llegaba a los 30 años, era más bajo que yo pero cuadrado, se notaba que debía ir al gimnasio. Ese tipo de hombre nunca fue del gusto de mi mujer, o eso decía ella, pero como nos dio conversación y nos pareció majo acabamos tomando algo con él. Nos contó que estaba vinculado al local en el que estábamos y que ayudaba allí de vez en cuando pero que ese día iba como cliente. Al margen de la charla (que se alargaba en demasía para mi gusto) era muy evidente que iba tras lo que iba, a follarse a mi esposa. Tampoco era para reprochárselo, está mal que yo lo diga pero mi mujer estaba impresionante aquella noche con una chaqueta oscura y un vestido palabra de honor blanco con lunares negros. Nos llevó de la barra de la zona de bar a las proximidades del jacuzzi donde había varias mesas en un entorno más íntimo. Y la conversación siguió. Yo empezaba a dudar que todo esto nos llevase a algún sitio así que aprovechando que nos dejó solos pregunté a R.

  • ¿Te gusta?

  • No está mal.

  • ¿Pero quieres hacer algo con él? - le pregunté de nuevo.

  • Sí – fue su respuesta.

El tío regresó y finalmente mi mujer se dejó de juegos.

  • Vamos a una de esas habitaciones privadas – dijo R y se levantó.

Los dos la seguimos. Mientras nos quitábamos la ropa en los vestuarios y nos cubríamos con unas toallas pensé que le daba corte follar delante de la gente y de ahí elegir una habitación privada. Estaba muy equivocado. Las dos habitaciones privadas estaban disponibles y eran muy parecidas: cuadradas, con una cama enorme, una silla, una puerta y dos ventanas muy grandes con cortinas que daban al pasillo. Tras pensarlo un momento R eligió la más luminosa de las dos habitaciones y cerró la puerta.

  • Dejad las cortinas abiertas – dijo mi mujer.

Me estremecí. Cualquiera que pasase por el pasillo iba a tener visibilidad total de lo que iba a ocurrir dentro de la habitación y ella lo sabía. Y me empalmé.

R se giró hacia el tío y empezaron a besarse y a meterse mano. Yo me coloqué detrás de ella y la besaba en su espalda y su cuello. Me di cuenta que ya se habían arremolinado varios espectadores al otro lado de los cristales para ver el espectáculo. R se separó un poco de nosotros y dejó caer su toalla muy sensualmente quedando totalmente desnuda y volvió a besarse con nuestro invitado mientras yo acariciaba su espalda y sus tetas.

Poco le duró el calzoncillo puesto a nuestro amigo (sí, para mi incredulidad se había dejado la ropa interior debajo de la toalla) y vimos emerger un buen pollón erecto que mi mujer no tardó en acariciar y empezar a masturbar. Ella le puso un preservativo y se echó en la cama mientras él estaba de rodillas y empezó a comerle aquella polla, acariciarle y lamerle los testículos a lo que él respondía con gemidos.

  • ¡Qué bien la chupas! - exclamó.

Mientras tanto yo comía el coño depilado de mi esposa que estaba muy mojado y levantaba de vez en cuando la vista para contemplar cómo disfrutaba con dos hombres para ella sola. En esa postura se corrió un par de veces. Luego nos apartó y le hizo echarse en la cama boca arriba montándose sobre él con su cuerpo de cara a los ventanales donde seis hombres ocupaban todo el espacio posible para no perderse nada de lo que pasaba allí dentro. Yo también me aparté para ver el espectáculo y me senté desnudo en la única silla de la habitación.

No sé si motivada por el público R empezó una monta espectacular clavándose aquel pollón hasta el fondo con sus tetas botando y mientras A no paraba de gemir mi mujer se corrió en varias ocasiones. Mi esposa me hizo una seña para que me acercase pero lo rechacé. Quería seguir disfrutando de cómo follaban. Ella lo entendió y cambiaron de postura. Con mi mujer echada sobre la cama él comenzó a follársela duro en estilo misionero con lo que R pronto estaba corriéndose de nuevo. Así estuvieron un buen rato en el que a veces mi esposa me miraba con ojos vidriosos de lujuria.

Un nuevo cambio de posición indicado por mi mujer acabó con ella montándole otra vez, en esta ocasión de espaldas a los ventanales con lo que se veía su espléndido culo subir y bajar y girar alrededor de la polla de su amante. Volvió a correrse en esa postura varias veces. Y de nuevo repitieron en estilo misionero con él follándosela y ella corriéndose.

  • ¿Puedo acabar ya? - preguntó a mi mujer.

Mi esposa miró hacia mí.

  • Ven – me pidió.

Esta vez sí me acerqué hasta ellos.

  • ¿Dónde quieres que le deje correrse? - me preguntó R con cara de puta.

  • En tu cuerpo o en tu cara estaría bien – respondí, con lo que él empezó a meneársela –, pero ha faltado que te folle a cuatro patas con lo que te gusta.

  • Tienes razón – coincidió R conmigo –, me apetece mucho. Venga – animó a su amante.

Cambiando de opinión mi esposa se puso a cuatro patas y empezó a chuparme la polla mientras aquel tío se la clavaba por detrás. Desgraciadamente A había llegado al límite de su aguante. Se corrió rápido en su coño y se apartó para quitarse el preservativo y limpiarse.

Mi mujer y yo empezamos a follar solos, con ella encima de mí. En esa posición le abofeteé las tetas y la cara.

  • ¡Puta! ¡Cómo te gustan las pollas! ¡No te importa de quién sean! - le dije.

  • ¡Sí, sí, me encantan! - me contestó ella con los ojos cerrados mientras gemía sin parar de montarme.

Su amante salió de la habitación. Allí fuera seguía nuestro público. A volvió un buen rato después pero nosotros seguíamos dale que te pego.

  • Un conocido está fuera y le encantaría pasar si estáis de acuerdo – nos dijo.

  • No, ya he tenido suficiente – le respondió mi mujer mientras me seguía cabalgando.

Tras la negativa A abandonó la habitación para ir a vestirse y nos volvió a dejar solos follando. Al poco la puerta se abrió y un hombre entró en la habitación.

  • ¿Puedo unirme a vosotros? - preguntó.

  • No, gracias – le rechazó amablemente mi esposa mientras seguía encima de mí.

El hombre se fue y finalmente su amante volvió para despedirse. Le dijimos adiós sin parar de follar. Me fijé que allí seguía el público en los ventanales, admirando a mi mujer, que se estaba mostrando como una diosa del sexo.

  • Avísame cuando te vayas a correr que me voy a tragar tu corrida – me dijo R mientras seguía subiendo y bajando sobre mi polla.

  • Prefiero que mantengas la corrida en la boca, te acerques desnuda a los ventanales y mirando para esos tíos dejes salir el semen de tu boca hasta tus pechos y lo esparzas con tus manos – le contesté.

Noté cómo su coño respondía positivamente a lo que le había dicho.

  • No, no me atrevo a hacer eso – me respondió. Me quedó la duda de si le echaba para atrás la vergüenza o el temor a que algunos de aquellos hombres no se resistieran y entrasen a la habitación y se la follasen.

Tras varios orgasmos más de ella le avisé que me corría. Metió mi polla en su boca y le lancé un buen número de trallazos. Incorporándose un poco R dejó caer el semen en mi pecho y cuello y luego lo limpió con su lengua. Una vez hecho esto y tras haber descansado un poco se levantó, se acercó sonriente a los ventanales donde seguían nuestros espectadores y corrió las cortinas.

Ya completamente solos nos adecentamos un poco, nos pusimos las toallas y ella me dijo que estaba muy cansada, que se quería marchar. Mi mujer llevaba tres horas follando. Fue lo que hicimos, salir de la habitación pero de allí hasta los vestuarios donde nos vestimos y luego hasta la puerta del local varios hombres se acercaron a nosotros, unos para pedirle follar con ella, otros para felicitarme por la mujer que tenía. Y así, con el ego por las nubes, salimos del club. Me quedé con las ganas de probar la cruz de San Andrés con mi mujer pero ella temía que después del show que habíamos dado la cosa se nos fuera de las manos y probablemente tuviese razón. Sólo de imaginarla desnuda y atada a la cruz todavía se me pone la polla dura.