Dilemas

Me besó el cuello. Subió lentamente por mi mejilla. Mi nariz, y luego bajó a mis labios. Mi mente me decía que dejara eso cómo estaba y me fuera, pero mi cuerpo no pedía lo mismo. Metí mi mano entre su cabello y lo besé de la misma manera en la que él me estaba besando.

Alejandro

Era ya casi media noche. Estábamos a punto de cerrar el bar cuando un señor entró y me dieron ganas de golpearlo por desconsiderado. Me miró y comenzó a hablar sobre sus problemas con su mujer. De la manera más sutil, me dirigí a acomodar las sillas sobre las mesas y a barrer un poco. Me tocaba cerrar a mí y a Rebeca, mi amiga más cercana. Los otros ya se habían ido antes. Rebeca estaba contando el dinero en el cuarto de atrás por seguridad.

Comencé a sentirme mal por el hombre porque estaba a punto de soltar el llanto, pero había sido un día pesado y además era domingo, estaba muy cansado. Rebeca volvió a donde yo estaba y me ayudó a limpiar. El hombre se disculpó con nosotros, y se retiró amablemente.

−Pobre hombre, no es la primera vez que viene – dijo Rebeca mientras se quitaba el uniforme y se ponía ropa normal. Se puso su suéter, y me dijo que era hora de irnos.

Fui a la bodega a buscar mi mochila. Saqué de ella una playera blanca y después de quitarme la del uniforme, me la puse. Acomodé un poco mi cabello, y salí de la bodega. El novio de Rebeca había llegado por ella. René, era un tipo muy gracioso.

− ¿Listo? – me dijo y yo asentí. Caminé detrás de ellos, después de asegurarnos de que el lugar estuviese bien cerrado, nos subimos al auto.

René comenzó a hablar sobre una fiesta que iban a dar el viernes. Rebeca y yo sólo trabajábamos sábados y domingos en el bar, así que sólo salíamos entre semana con nuestros amigos.

Llegamos a mi departamento y me bajé del auto. Me despedí de ellos y entré. Sebastián ya  estaba ahí, vivíamos juntos. Era mi amigo desde secundaria. Estábamos ambos en segundo año de universidad. Teníamos dos años viviendo juntos. Cuando entré lo vi acostado en el sofá leyendo un libro.

−Te llamaron – dijo cuando me miró −, creo que era Eduardo – puso un gesto de asco después de decir su nombre.

Eduardo era mi ex novio. Estaba insistiendo para que volviéramos y ya me estaba colmando la paciencia. La verdad era que yo lo quería bastante, incluso estaba seguro de que si lo miraba un día frente a mí, me pondría igual de nervioso que la primera vez, por eso mismo lo evitaba.

−Está bien – dije solamente −, ¿qué lees?

−Estudio mi exposición de Patología – dijo quitándose los lentes y se sentó. Cerró el libro y lo dejó en la mesa. – Pero creo que ya es suficiente.

Sebastián estudiaba medicina. Aunque no era uno de esos estudiantes que se quejan mucho, sólo lo hacía de vez en cuando. Yo estaba estudiando Ingeniería Bioquímica. Lo cual nos beneficiaba a ambos, porque teníamos materias parecidas en algunos semestres.

Caminé a mi habitación y me desvestí. Sólo teníamos un baño, así que andar sin ropa ya era algo normal en el departamento. Entré al baño y me di una ducha. Quería dormir ya. Por suerte al día siguiente entraba tarde. Bueno, a las diez de la mañana, que comparado con el resto de la semana, era temprano.

Cuando terminé de ducharme, me puse un pantalón de pijama, y salí a buscar algo para cenar. Sebastián había comprado pizza, así que sólo calenté una rebanada y me la comí con un vaso de refresco.

−Alejandro – dijo en voz alta para que lo escuchara. Lo miré y asentí para que prosiguiera −. ¿Qué piensas hacer con Eduardo?

−No tengo ni puta idea, Sebastián, de verdad me tiene cansado. Quiero que deje de insistir antes de que vuelva a caer, ¿sabes?

−Bueno, tampoco tienes que hablar con él si no quieres– hizo una pausa–. ¿Estás bien?

−Claro – dije sonriendo – no te preocupes por mí.  Ya sabré qué hacer con él.

Por la mañana, escuché cuando Sebastián azotó la puerta de su habitación por accidente, y desperté  con el ruido. Se asomó a mi habitación y se disculpó diciendo que iba de prisa a la facultad  y había olvidado que estaba ahí.

Miré el reloj en mi buró, me di cuenta de que eran las 6:50 am y casi muero de  coraje porque se me había espantado el sueño.

Tuve que levantarme de la cama y hacer tiempo en otras cosas. Incluso adelanté trabajos, y me alisté para ir a la escuela antes de tiempo. Tuve que caminar hacia allá porque Sebastián entraba antes y no podía llevarme. Por suerte el clima estaba agradable, fresco y nublado.

Cuando llegué, me senté en el mismo lugar de siempre. Una chica estaba ahí, pero no recordaba cómo se llamaba porque habían entrado ese semestre de intercambio ella y otro chico.

−Buen día – dije educadamente.

−Buen día, Alejandro – respondió.

Le hice preguntas sobre su universidad, y comenzó a hacer una comparativa de la anterior y la actual. Al parecer la actual era mejor, porque se quejó menos de ella. Se llamaba Melisa. Y el otro chico se llamaba Diego, pero él aún no había llegado.

Eran las nueve apenas, así que teníamos otra hora libre. Diego llegó, y se sentó a su lado. Se quejó del hambre que llevaba y la invitó a la cafetería. Ambos me miraron y yo me levanté para ir con ellos. Era curioso porque aunque ellos eran los nuevos, era yo el que se sentía incómodo. Nos sentamos en una mesa. Diego había comprado unas papas fritas, y Melisa un emparedado. Yo no pedí nada porque no tenía hambre, así que sólo me limité a verlos.

Eran bastante graciosos los dos, y hacían bromas por todo, lo cual era genial. Estábamos en medio de una broma cuando sentí que alguien se sentaba para llenar la silla libre, y se inclinaba hacia mí.

− ¿Podemos hablar? – era Eduardo. Melisa y Diego clavaron su vista en nosotros y yo me puse nervioso.

−No tenemos nada de qué hablar, Eduardo – esbozó una sonrisa. Sólo yo le llamaba Eduardo, sus amigos le decían su otro nombre que en lo personal me parecía horrible.

−Yo creo que sí, Alex, no me gusta estar así.

−Bueno, no es el momento, ¿bien? Estoy con mis amigos −  lo miré molesto. Me miró fijamente, así que tuve que evadir su mirada. Sebastián me decía que Eduardo no era guapo, pero francamente, a mí me resultaba muy atractivo.

− ¿Vienes a mi casa después de la escuela?

−No. – Respondí fríamente.

−Bueno, entonces espérame cuando salgas y te llevo a tu casa, ¿qué dices?

−No sé a qué horas salgo – respondí, Eduardo miró a Melisa y ella respondió que a las 2 de la tarde.

−Perfecto, yo salgo a la 1. Te buscaré para llevarte a casa, ¿de acuerdo?

−De acuerdo.

Cuando se levantó sacudió mi cabello y le lanzó una sonrisa a Melisa. Diego ni siquiera volteó a verlo. Melisa se disculpó por haber respondido sin mi autorización pero yo aseguré que no había problema alguno. Y era verdad, no quería volver con él, pero al mismo tiempo no quería alejarme, era todo tan complicado.

Diego no dijo nada después de ver a Eduardo, parecía molesto con Melisa por ser tan imprudente y Melisa fingía no importarle. Yo intentaba no darle importancia pero de verdad me sentía nervioso.

Entramos a clases y me esforcé por poner atención a lo que mis profesores nos explicaban. Rebeca estaba sentada junto a mí y actuaba como si no se diera cuenta que yo estaba molesto. Aunque al parecer no soy muy buen actor.

A la hora de salida. Rebeca y yo nos levantamos, me despedí de Diego y Melisa y salimos de ahí. Rebeca estaba a punto de soltarme todas sus preguntas cuando Eduardo apareció y la saludó. Ellos eran amigos también, pero Rebeca sabía que lo mejor era que ya no estuviéramos juntos.

– ¿Nos vamos?  – Rebeca se puso rígida, y volteó a verme. Asentí y caminé detrás de él después de despedirme de Rebeca.

Cerré la puerta de copiloto y Eduardo entró lentamente hacia el auto. Le mandé un mensaje de texto a Sebastián para que no se sorprendiera si no estaba en casa cuando él llegara, porque presentía que no iríamos a casa. Me respondió y guardé mi celular. Eduardo ni siquiera había arrancado. Estaba mirándome.

Era alto, unos dos centímetros más alto que yo. No era muy delgado, pero tampoco era gordo. Tez blanca, cabello castaño y ojos color miel. Envidiaba su nariz, porque parecía que se había hecho alguna cirugía y no era así. Estudiaba lo mismo que yo, sólo que él ya estaba en tercero.

Puso su mano sobre mi pierna y comenzó a hablar.

–Alejandro, lamento mucho haber discutido contigo, no dejo de pensar en ti desde el momento en el que me fui de tu casa enojado.

–Me gustaría que entendieras que aunque disfruto mucho de estar contigo, Eduardo, no me hace bien. No puedo ceder todo el tiempo y no puedo tolerar que hayas… estado con alguien más.

– ¡Ya te expliqué! Estaba muy tomado… jamás lo hubiese hecho…

– ¡Lo hiciste, Eduardo! ¡Lo hiciste! Y eso es lo que importa.

Encendió el auto y tal como lo supuse, no me llevó a casa.  Íbamos a la suya. Me aseguró que tenía algo para mí ahí y que quería obsequiarme antes de que pasara lo malo. Le pedí que me llevara a casa pero se negó. No tenía muchas ganas de discutir con él, así que me dejé llevar.

Llegamos a su casa y me bajé dando un portazo. Él sonrió y eso me hizo enfadar más. Cuando entramos a su casa, miré en la sala un cuadro de la ciudad de  Roma dibujado a mano. Mi sueño era ir a Italia, y él lo sabía. Habíamos visto ese cuadro en una exposición de arte a la que habíamos asistido.

–Eduardo, es precioso– admití cuando lo vi.

–Es tuyo – dijo cerrando la puerta y caminando hacia la cocina para beber agua –. Puedes  tocarlo si quieres – dijo sarcásticamente.

–No, Eduardo, no puedo – dije más triste que enojado –, no puedo aceptarlo porque ya no quiero nada. No quiero sentirme comprometido sólo por aceptar esto…

–Oye, oye, no te estoy comprando. No voy a mentirte, quiero que me perdones y que volvamos a estar juntos pero…  mira… – metió la mano en su abrigo y me entregó un recibo cortado a la mitad –, es del cuadro, mira la fecha.

–Quince de agosto – susurré.

Asintió y se acercó a mí. Me abrazó y olía mi cabello mientras me acariciaba. Intenté apartarlo, pero de verdad me encantaba sentirlo. Estar en sus brazos era el lugar en el que prefería estar a cualquier hora del día.

–Eduardo, no.

–Sólo dame otra oportunidad – dijo en tono de súplica –. Prometo no fallarte otra vez.

–Eduardo… yo… podría amarte toda la vida, pero ya no sé si quiera.

– ¿Te das cuenta de que mencionas mi nombre cada que dices algo?– dijo en un tono muy bajo.

–Eduardo no me hagas esto… yo… no puedo… te quiero mucho pero…

–Sé que fui un idiota. Sé que tú jamás me hubieras hecho eso a mí, pero también sé que te necesito. Sé que no me siento bien si no estoy contigo.

No sé qué fue, no sé por qué, sólo sé que no pude negarme. Alcé mi mirada y le di un beso en los labios. Sus cálidos labios. Había besado a otros dos hombres en mi vida, y jamás había sentido algo así. Y no me imaginaba besando a otro hombre jamás.

–Gracias – susurró.

Me besó el cuello. Subió lentamente por mi mejilla. Mi nariz, y luego bajó a mis labios. Mi mente me decía que dejara eso cómo estaba y me fuera, pero mi cuerpo no pedía lo mismo. Metí mi mano entre su cabello y lo besé de la misma manera en la que él me estaba besando.

Puso sus manos heladas debajo de mi sudadera y mi piel se erizó completamente. Mi cuerpo no tardó en acostumbrarse y sentirse cálido nuevamente. Me sacó el suéter, y quedé expuesto ante él. Desabroché su camisa a cuadros, y la dejé caer al suelo cuando pude sacársela junto a su abrigo.

Acercó mi cuerpo al suyo y volví a erizarme. Sentía su respiración, sentía su calor. Metió sus manos debajo de mi pantalón y luego lo desabrochó. Le tomé de la mano y le pedí que fuésemos a su habitación. Aún tenía nuestra foto en su buró, lo cual me puso contento y quise hacerlo nuevamente.

Desabroché su pantalón, me quité mis botas, y él las suyas, teníamos las mismas. Dejó caer su pantalón y se lo quitó. Quedó en bóxer, llevaba uno negro ajustado. Me saqué mi pantalón y luego nos recostamos en su cama. Me quedé boca abajo y comenzó a besarme otra vez. Lamió mis tetillas, y luego bajó a mi abdomen lamiéndolo lentamente. Tomó mi bóxer y se deshizo de él.

Mi polla saltó de repente, la tomó entre sus manos y después de moverla arriba abajo una y otra vez, se la llevó a la boca. Gemí de placer y puse mi mano en su cabeza. Se movía lentamente de arriba abajo y se detenía en mi glande para lamerle la punta. Me retorcía de placer y me aferraba a las sábanas con la otra mano.

Se quitó el bóxer y se sentó sobre mis piernas. Tomé su polla y comencé a masturbarlo. Bajaba hacia mí y me besaba nuevamente. Se levantó de ahí, y sacó un lubricante de su buró, lo puso en su mano y me lo iba a poner directo en mi polla.

– ¿Qué haces? – le dije algo sacado de onda.

–Ya lo hemos hecho así antes.

–Sí, pero eso fue antes de saber que habías estado con alguien más. No pienso hacerlo sin condón.

–Alejandro, me cuidé – dijo mirándome a la cara molesto.

–Lo siento, Eduardo, pero no… yo tengo un condón en mi cartera…

–Ya no quiero nada – dijo levantándose de la cama. Se puso su bóxer, y me aventó su celular –, pide una pizza, iré a bañarme para bajarme esto.

–Eduardo – dije molesto –, no sé por qué te pones así. ¡Ponte en mi lugar! ¿Qué harías tú? Además no sé ni con quién fue.

–Está bien, te entiendo – se acercó y me besó la mejilla –, pero no quiero hacerlo así. Quiero que confíes en mí nuevamente.

Se dirigió a la ducha y mi erección fue bajando poco a poco. Me puse el bóxer y luego el pantalón. Iba a ordenar una pizza pero el celular estaba bloqueado. Intenté desbloquearlo con la antigua contraseña pero fue en vano. Dejé el celular en la cama y me coloqué el suéter.

Sentí que el celular vibraba y miré de reojo. Era un muchacho, Ignacio. Iba a pre visualizar el mensaje, pero no creí que fuese correcto, y no quería enterarme de algo que me haría arrepentir después. Salió del baño y sonrió.

–Ignacio te mandó un mensaje – dije acomodándome el cabello.

–Es un compañero – dijo entre risitas, puedes leer el mensaje si lo deseas.

–Te creo – dije casi convencido.

Tecleó la contraseña: 1221 y me mostró el mensaje. Le decía que llevara la exposición antes de tiempo para poder estudiarla. Francamente me sentí aliviado. ¿Qué tan difícil podía ser que volviera a engañarme?

–Aún me quieres, ¿verdad? – preguntó recargando su cabeza en mi hombro y rodeándome con su brazo izquierdo.

–Siempre – dije susurrando.

– ¿Me perdonarás algún día? – preguntó en un tono sincero.

–Espero que sí – respondí con el mismo tono.

–Esperaré hasta entonces – me aseguró.

Eduardo se levantó de ahí, tomó su celular y ordenó una pizza. Mientras hacia el pedido, recibí un mensaje de texto, me sorprendí al abrirlo porque era demasiado extenso.

“Alejandro, sé que fuiste a ver a Eduardo, y sé que lo quieres mucho, pero antes de que decidas hacer lo que decidas hacer, creo que debes de tener en mente la maravillosa persona que eres, y que no debes permitir que alguien te trate de una mala manera. Sé que de no ser Eduardo, habrá alguien más capaz de amarte completamente, sólo tendrás que esperar un poco  más, pero de ser Eduardo, tienes que exigirle que te dé tu lugar y que te ame y respete como debió haberlo hecho desde el principio. Rebeca me dijo, pero no la regañes, me agrada que lo haya hecho. Te quiero mucho. Sebastián.”

– ¿Quién es? – preguntó Eduardo sacándome de mis pensamientos.

–Ah… Sebastián. Quería saber dónde estaba.

–Creí que le habías avisado en el auto – se recostó junto a mí.

–No, sólo le dije que no llegaría a casa, no le dije dónde estaba.

–Bien – sonrió, se sentó rodeándome con su brazo, me besó la oreja, y susurró: – ¿dijiste que traías un condón en tu cartera?

–Sí… pero ya no tengo ganas – dije tratando de no sonar grosero y sonar sutil y tierno. – Lo siento, quizás mañana, tengo tareas que hacer.

–Vale, te ayudo – se ofreció,  se levantó de la cama, me tomó las manos y me encaminó a la sala de estar.

Bueno, este es el primer relato de esta pequeña serie. Espero de todo corazón que les haya gustado, y que si quieren y tienen algún comentario que quieran hacer de manera personal, me lo pueden enviar a mi correo: secretwriter4u@gmail.com en cuanto pueda yo se los respondería.

Como es el primero, no tenía pensado agregarle nada sexual, pero decidí agregarle esa pequeña parte. Sólo es una introducción al conflicto que se tratará.