Dile hola a tu cuñado.
Víctor y Sonya se acuestan a espaldas de la hermana de ésta, que cada vez sospecha más. Mientras tanto, tienen detrás a la policía y ni siquiera lo saben.
—Haga el favor de acompañarnos sin armar escándalo, señor – le dijo el policía, y Víctor notó las esposas en sus muñecas, y supo que se lo llevaban. Miró a lo lejos y vio a Sonya. Y le gritó. Y ella lloró y echó a correr.
18 horas antes.
—Bueno, niños, ¡hemos llegado! – anunció la voz de Raji, convirtiendo las eses casi en efes por culpa de sus grandes incisivos delanteros. Un largo suspiro de felicidad se escapó de los pechos de todos, había sido un viaje terriblemente largo. Aunque a intervalos había conducido también Víctor, el mayor peso se lo había llevado Raji, y estaba reventado. Al día siguiente, tendrían que montar el stand en ZocoCentro y empezar los tres días de venta; esperaba que las ganancias ameritasen el viaje, pero mientras llegaba el día de mañana, sólo tenía ganas de darse una ducha y acurrucarse en la cama calentita junto a Tasha, su mujer. De la que esperaba que también estuviese calentita.
Sonya y Víctor se soltaron de sus asientos y sonrieron con complicidad. Les esperaba una noche interesante en el motel. El día anterior se habían conocido y congeniado. Víctor se dedicaba a vender retroporno, y si durante el día le había dado una clase teórica a la joven, durante la noche habían tenido clase práctica. El ex soldado sabía que Sonya era mucho más joven que él, que a Tasha le daría un patatús si se enteraba de lo sucedido la noche anterior, y que era poco probable que la joven quisiese algo serio. Lo sabía todo. Pero después de dos días compartiendo el pequeño espacio de la parte trasera del camión, hablando, bromeando, y besándose y tonteando, se estaba empezando a ilusionar. Le daba rabia admitirlo, porque había que ser realistas; lo más fácil es que Sonya no hubiera pensado más que en divertirse dándose con él un par de revolcones, era lo más lógico. Pero él se sentía tan solo, tan inútil en su maldito esqueleto externo que precisaba para caminar, y ella había sido tan simpática y tan tierna, tan cariñosa y amable, ¡y follaba tan bien, y él llevaba tanto tiempo sin hablar con una mujer! Prefería no pensarlo. Prefería centrarse en disfrutar de la noche que tenían para los dos.
Los cuatro bajaron de la furgoneta, y Tasha cogió en un aparte a su hermana pequeña:
—¿Qué tal todo? – Sonya sonrió, sabiendo por dónde iba su hermana.
—Tasha… ¿el complejo de clueca otra vez?
—No me gusta que pases tanto rato a solas con él, ¡es un pervertido!
—¡Por favor, Tasha, ¿acaso Raji es un ladrón?! – Natasha fue a contestar, pero Sonya la interrumpió – No, no lo es; él sólo compra cosas sin preguntar al vendedor de dónde las ha sacado, y las revende después. Quizá sea un perista, pero no un ladrón. Con Víctor es lo mismo, él sólo vende porno pasado de moda y viejos juguetes eróticos, ya está, eso no le convierte en un violador. – la expresión de Tasha delataba que de eso, no estaba ella tan segura.
—Ya. El caso es que… la verdad, me sentiría mucho más cómoda si esta noche compartieras habitación conmigo. Raji puede dormir con Víctor.
—¡¿QUÉ?! – la pregunta salió de los labios de Raji al mismo tiempo que de los de Sonya, pero fue ella quien continuó – Tasha, no puedes hablar en serio, por favor. ¡Si se te ocurre hacer eso, me cojo yo un cuarto para mí sola, o me meto a dormir en el furgón!
—¡Oye! ¿Qué problema tienes con compartir cuarto conmigo?
—Primero, que estoy harta de que me tomes por un bebé, y segundo, ¡que me pasé haciéndolo doce años de niña y ya tuve suficiente! - bajó la voz – Víctor, no ronca.
Natasha se puso como la grana.
—¿Que qué? ¿¡No estarás insinuando que yo ronco, verdad?!
—Raji, díselo tú.
—Nenita, no roncas, sólo… respiras fuerte. – Raji era muchas cosas, pero no suicida. Tasha no estaba conforme, pero Sonya insistió en que no pensaba compartir cuarto con ella como si fuera una cría, antes que eso dormiría al raso. Tasha sabía que su hermana era tan cabezota como ella misma, y tampoco quería montar un número delante de Víctor, de modo que simplemente cedió con un indignado “haz lo que te dé la gana”, y salió la primera hacia la recepción del motel, mientras los demás se apañaban con sus propias maletas.
—Sí, verá, me preguntaba si podríamos tener habitaciones paralelas, no sé si me entiende… que nuestro cuarto, esté enfrente del cuarto de ellos, ¿sabe? – preguntó Natasha al chico del mostrador, y éste asintió.
—Sí, pero entonces acuérdense de echar las cortinas; se ve todo a través de las ventanas.
—Eso es exactamente lo que busco. – le alargó un billete de dos créditos – De esto, punto en boca. – El joven asintió una vez más. “¿Se lo digo, o me lo callo?” se dijo Tasha “Si me lo callo, podré ver si intenta algo con mi hermana. Pero tendré que cruzar todo el patio para llegar hasta el cuarto, y en ése plazo, vete a saber lo que le puede hacer, Sonya es tan inocente, pobrecita. Mejor que se lo diga, y así me aseguro de que se quedará quietecito”. Salió con las llaves de las habitaciones y dio a su hermana la que le correspondía. Apenas habían dado unos cuantos pasos, fingió acordarse de pronto de algo - ¡Oh, qué tonta, olvidé preguntar a qué hora servían el desayuno!
—¡No te preocupes, ya voy yo! – Tal como imaginaba, Sonya, deseando congraciarse con ella, se ofreció para ir en su lugar.
—Raji, adelántate un momento, ¿quieres? Victor y yo tenemos que hablar. – Víctor miró a su amigo casi suplicante, pero éste, al reconocer la Mirada en los ojos de su costilla, se limitó a decir “hasta ahora”, y enfiló sin mirar atrás. “Ratón. Gallina. ¡Judaaaaaaaaaaaaaaaaaaas!” pensó Víctor. – Iré al grano. Víctor, aléjate de mi hermana o te castro.
—Natasha, no sé qué…
—Lo sabes perfectamente – interrumpió. El soldado no sabía cómo, pero de pronto tenía algo en la entrepierna que le pinchaba. La mano de Tasha estaba pegada a su pantalón, y algo había en ella – He visto cómo la miras, y no me gusta un pelo. Te prevengo: vuestra habitación está justo enfrente de la nuestra, y a través de la ventana, veré todo lo que hagáis. Si se te ocurre propasarte lo más mínimo, si se te ocurre correr la cortina, me enfadaré. – Víctor era consciente de que estaba retrocediendo delante de una mujer de metro sesenta entrada en kilos, pero que tenía algo afilado muy cerca de sus cojones y era muy capaz de subir la mano desde allí a las tripas.
—Tasha, sé que no te caigo bien, pero, ¿en qué concepto me tienes? ¡Yo sería incapaz de hacerle, a tu hermana ni a ninguna mujer, nada que ella no quisiera!
—Por si acaso, tú procura no hacérselo ni aunque quiera. ¿Estamos? Para “esto”, no hay prótesis que valgan. – Retiró la mano. Víctor sintió el alivio como una corriente cálida que le bajaba por la columna a los muslos. “¿Mi deseo, o mis huevos?” se preguntó. Y cuando vio a Sonya llegar corriendo, toda sonrisas y pechos bamboleantes, tuvo que colocarse la bolsa frente al cuerpo para que Tasha no viera cuán difícil era la decisión.
En otro tiempo, en otro lugar, y en otro planeta…
—…Por consiguiente, y dado que en el condicionado aparecen especificados los daños eléctricos como cubiertos por la póliza, solicitamos la revisión de la decisión por ustedes tomada, a fin de corregirla y evitar así que, como clientes, tomemos otro tipo de medidas en consecuencia. – Trudy hizo una pausa para mirar a su jefe, que fumaba con la mirada un tanto perdida. Éste asintió y le hizo una seña para que siguiese leyendo – No sólo nos abocarían a abandonar la compañía sino que además, dado que no cumplirían sus propias condiciones contractuales, nos veríamos obligados a tomar medidas legales. Anticipándoles las gracias, se despide, etcétera, etcétera.
—Trudy, mi vida, me ENCANTA que mi ordenador se haya quemado por el corte de luz, si a cambio tú me lees toda la correspondencia. – Zacarías suspiró, y su mano delgada y llena de anillos devolvió el cigarrillo a sus labios. Trudy resopló, con los ojos en blanco. – Y ya si pudieras hacerlo un poquitín más despacio, y con un tono de voz así como si…
—NO. Señor Figuérez, que tenga que tomar nota de sus cartas y leérselas, es una cosa, porque es mi obligación, pero si quiere una charla guarra, llame a un 902.
—¿No querrás decir a un 806?
—No, en un 902 le dejarán más jodido, créame. – Gertrudis se levantó para ir a su mesa y allí pasar a máquina la carta, cuando de nuevo se fue la luz; últimamente esos cortes eran frecuentes y se estaban convirtiendo en un auténtica molestia, y más porque el despacho de Zacarías era interior, no tenía ventanas y no llegaba nada de luz de ninguna parte. – Oh, genial. Ahora, encima voy a tropezar con cualquier cosa y me la voy a pegar.
—Espera, no te muevas. – contestó la voz ronca de Zacarías. -Buscaré mis cerillas. Mientras tanto, agárrate aquí, es el brazo de la silla.
Hubo un largo momento de silencio. El suficiente para pasar de un apenas pronunciado “grac…” a una duda, una conclusión y una indignación. Y a eso le siguió el ruido inconfundible de una bofetada a mano abierta.
—¡Ay! – se quejó Zacarías, y en ese momento volvió la luz. Gertrudis se soplaba una mano y mantenía la otra lo más separada de sí que podía.
—Enseguida paso su carta a máquina, sr. Figuérez. Pero antes, voy a lavarme la mano con un cepillo de raíces y salfumán, si no le importa.
—¡No lo comprendo! – se lamentó Zacarías, sin molestarse lo más mínimo en disimular la tienda de campaña que le hacía el pantalón – Si a mí una mujer me dijera “agárrate aquí, es el cojín del sofá”, y resultase ser su pecho, ¡a mí me encantaría! ¿De verdad no te ha gustado ni un poquito?
—NO. Ni un poquito.
Zacarías suspiró. Su cara de tristeza hacía pensar en un pastel chafado. “Habrá que pensar en otra cosa”, se dijo.
Por el pasillo, camino a la habitación, Sonya se le iba comiendo con los ojos. Aprovechaba que su hermana y Raji iban delante de ellos para irle tocando el culo a cada paso. Víctor no sabía si abandonarse al gusto y la travesura o ser prudente, pero al fin llegaron a su cuarto; se despidieron de Raji y Tasha y se encontraron a solas en la habitación.
—¡Por fin! – gimió Sonya y se lanzó a por la boca de Víctor, pero para su sorpresa, éste la frenó.
—Tu hermana tiene el cuarto de enfrente. – dijo muy deprisa. Si no avisaba a Sonya de la situación cuanto antes, no estaba seguro de que él mismo pudiera detenerse.
—¿Qué? No… - miró por la ventana, y les vio llegar a su habitación. En el último momento, Tasha se volvió, y al distinguir a su hermana pequeña asomada a la ventana, saludó. Sonya forzó la sonrisa e hizo lo propio. Se apartó de la ventana y el semblante le cambió tan rápido que hubiera podido obligar a revisar la definición de la velocidad de la luz. - ¡Será… clueca! ¡Madrona, cotilla, dominanta! ¡Si no fuera por lo que es, si no fuera porque los palos te los ibas a llevar tú, ahora mismo metía a seis tíos aquí!
Víctor sonrió. Como estaban tras la puerta, fuera del campo de visión, aprovechó para abrazarla por los hombros.
—Tengo una idea. – Sonya le miró. En sus ojos había tanto esperanza como la travesura del niño que se dispone a hacer exactamente lo que le han prohibido – No quería decírtelo hasta ver si tú estabas de acuerdo, pero ya veo que lo estás. Verás…
—Nenita, ¿no te parece que exageras un poco? – preguntó Raji, ya acostado en la cama, en el lado más alejado de la ventana – A fin de cuentas, tu hermana es mayorcita… si quisiera divertirse con alguien, bueno, yo creo que estaría en su derecho.
—¡Cómo se nota que no es tu hermana la que está compartiendo cama con un viejo verde! – le reprochó. – No me importa que Sonya se acueste con alguien si lo desea, claro que no. Es sólo que teniendo a cualquier hombre que quiera, no va a hacerlo con ése. – Raji sabía que no era verdad; cualquier hombre o ente masculino que se acercase a su hermanita pequeña, sería de inmediato desagradable para Tasha. Nunca había aceptado a ninguno de sus novios, y todos le parecerían poco para ella. Pero se lo calló. Si había alguna esperanza de dormir sin calzoncillos esa noche, no era haciendo enfadar a Tasha como lo iba a conseguir. – Ya se van a dormir.
—¡Estupendo! ¿Podemos nosotros también…?
—Se acuesta él primero, frente a la ventana. – Raji resopló y, de mala gana, pasó otra página del libro holográfico que leía. – Ajá, le da la espalda. Y ella se acuesta también de espaldas a él. Bien. Me parece que Víctor entendió el mensaje. – su marido quiso de nuevo decir algo, pero Tasha continuó – Me quedaré vigilando un ratito más. Por si acaso.
Media hora más tarde, Tasha abrió los ojos, alarmada por un gruñido. Era Raji. Se había quedado dormido en mala postura y estaba roncando. Sonrió. Echó una última mirada hacia la ventana, y se sintió aliviada. Estaba muy oscuro, pero podía ver perfectamente las siluetas de Víctor y Sonya, inmóviles en la cama. Echó la cortina de su cuarto y se metió bajo las mantas calientes; intentó hacerlo con mucho cuidado, pero apenas se movió:
—¿Ya es la hora? ¿Hay que abrir? – saltó Raji, con los ojos pegados.
—No, cielo, duérmete. – el perista bostezó.
—¿Ah… ya te cansaste de espiar?
—¡Yo no espío! – se indignó Tasha – Yo sólo velo por la seguridad de mi hermana pequeña.
—¿Sí? Pues yo tengo aquí otra “hermanita pequeña”, y hace tres días que nadie vela por ella. – La mujer sonrió y le abrazó bajo las mantas; Raji la tomó de la mano y la llevó a su miembro, que ya empezaba a agitarse. – Mmmh… anda, nenita, mima un poco a tu ratoncito, eso es…
—Lleva mucho rato sin moverse – dijo Víctor; vuelto hacia la ventana, podía ver la silueta de Tasha. – Para mí que se ha quedado frita.
—¿Entonces, bajo ya? – preguntó Sonya, de espaldas a él, en el otro lado de la cama.
—Sí. Baja y mete las bolsas, enseguida voy yo. – Con una risita, Sonya se escurrió por el lado de la cama hasta el suelo y, amparándose en que el cuerpo de su amigo la tapaba por completo, metió bajo las mantas las bolsas de ropa para simular el volumen de una figura humana. Después, a gatas, llegó a la zona protegida de la puerta. Allí habían extendido la colcha y una manta térmica que había en el armario de la habitación.
Cuando oyó que Sonya se deslizaba hasta la zona segura, empezó a moverse él. En su caso, era una operación algo más difícil, porque sus piernas inútiles le estorbaban más que ayudarle, pero su amiga había tenido la idea de colocar los cojines de la cama y el sillón en su lado del suelo. Víctor se deslizó por el borde, pero en lugar de bajar las piernas en primer lugar, puesto que no podía servirse de ellas, se apoyó en los brazos y luego tiró de la cadera. Sus piernas cayeron sobre los cojines, que enseguida metió bajo las mantas para dar el pego. Sabiendo que la sombra de la cama ocultaría su forma, se volvió. La silueta de Tasha no se había movido un milímetro; estaba dormida, era indudable.
—Víc-toooor… - oyó el canturreo de Sonya y se arrastró hacia ella. Como la noche era muy fría, esperaba encontrarla envuelta en la colcha y tapada con la manta, pero lo que distinguió en la penumbra le hizo sonreír y abrir mucho los ojos. Ella le esperaba sobre las mantas, sólo con el camisoncito y las piernas abiertas. Se apoyaba sobre un codo, para verle llegar, y tenía la mano derecha en su sexo.
—Hmmm… Sierpe a base, divisamos objetivo. Preparados para atacar. – La mujer se rio en voz baja y un escalofrío se apoderó de ella cuando sintió los labios del soldado, y el fino vello de su barbita redonda, besar sus tobillos y lamer su piel, en sentido ascendente. Aquella boca cálida hizo un camino de besos por su pierna, hasta llegar al muslo, acariciando también la pierna izquierda con la punta de los dedos, haciendo cosquillas suaves. “Qué ganas de tocarte” pensó el antiguo militar “Qué ganas, qué ganas tenía de tocarte”. A besos y mordiscos cariñosos, llegó a la mano con la que Sonya se cubría el sexo. Estuvo a punto de besarla también, pero la joven le acarició con ella la cara, y a Víctor casi se le salió el corazón, ¡qué mano tan suave y cálida, qué caricia tan dulce! Sus ojos se cerraron de placer y le besó la muñeca, pero al abrir los ojos, los desorbitó: no llevaba bragas.
El soldado sonrió con picardía y miró a los ojos a su amiga. Ésta le abrazó con una pierna en medio de una risilla de timidez, y él dejó caer su boca sobre el sexo desnudo, y lo besó. Un beso corto, y un gemido. Un segundo beso, y empezó a mover su lengua sobre el indefenso clítoris, haciendo cosquillas en él, lamiéndolo y haciendo que Sonya se derritiera viva.
—Oooh… oooh, Víctor… sigueee… - pidió la joven. Su cuerpo, colmado de placeres, quería tumbarse por completo, pero a la vez no quería dejar de mirar cómo él le chupaba con expresión de deleite. Cuando no tenía los ojos cerrados de gusto, era para mirarla con lujuria. Sonya apenas podía aguantarle la mirada, esos ojos tan llenos de fuego hacían que su estómago girara, que su cara se pusiera escarlata hasta las orejas, que temblara como una inocente novatilla. El soldado lo sabía y por eso no era capaz de dejar de mirarla, estaba guapísima con esa carita de timidez, cada gemido suyo le partía el alma. Pescó el clítoris entre los labios y succionó. La mano de Sonya se crispó en sus cabellos grises y su pierna dio un temblor. - ¡Sí! ¡Mmmmh, más! ¡Por favor, más!
Víctor se moría de deseo, pero no pensaba parar, siguió chupando y una mano se perdió bajo su camisón, buscando sus tetas. Las acarició y apretó, pellizcó los pezones y tiró de ellos mientras sus labios abrazaban la perlita de su chica y su barba y bigote se frotaban contra su vulva. Sonya comenzó a temblar, y sus ojos se cerraban por más que ella intentase conservarlos abiertos. Su compañero gimió, de puro placer por darle placer a ella, y sus miradas se encontraron. En medio del indefinible gusto que sentía, ella vio la sonrisa en sus ojos; los dedos de Víctor reptaron desde el pecho hasta su sexo y se metieron en su intimidad. Hasta el fondo.
Fue fulminante. Sonya se estremeció, tembló, y sus ojos emitieron chispas, luchando por no apartar la mirada de los de su compañero, que ni parpadeaba. El placer la superó, el gozo dulce la invadió de pies a cabeza como una ola de calor que la hacía vibrar y retorcerse, y al fin la dejó satisfecha, con su coño palpitando en torno a los dedos de su amante y a los labios con los que él aún le besaba el clítoris. “Se ha corrido mirándome a los ojos” pensó Víctor, todavía con la boca pegada a su sexo, empapado hasta la barbilla de flujo, “He visto cada momento de su placer, la he visto poner carita de sorpresa, de desamparo, de placer, de tocar el cielo, de descanso… Nunca había visto nada tan bonito”.
La mujer se dejó caer por fin de espaldas, jadeante, sudorosa. Había sido increíble, delicioso, uno de los mejores orgasmos de su vida. Oyó cómo Víctor se limpiaba un poco la barba y la boca contra el vuelo de la manta, y manoteó hacia él. Su amigo se tendió a su lado, todo sonrisas.
-Víctor, ha sido superduuulce… - gimió. – Déjame chuparte a mí también, quiero darte mucho placer.
El soldado sonrió, encantado con la propuesta, y entrelazó los brazos en la nuca. Sonya le dio un besito en la cara, en la barba; él separó los labios, pero no le besó la boca, se apartó un poco, riendo. Con un gemido de protesta, Víctor sacó la lengua y aleteó con ella, quería su beso. La joven le acarició la lengua con la suya, primero sólo la punta, después se dejó besar y su lengua exploró la boca de su compañero. Éste saboreó el beso, la boca de Sonya sabía a menta dulce, a ternura, a pasión y a calor. Su pene estaba pegado a su tripa. La mujer le soltó la boca y con mucha suavidad, fue besando su cuello, su pecho desnudo cuyo centro estaba lleno de vello entre negro y gris, y su tripa redondita. Sabía que, desde su retiro, no estaba en muy buena forma, pero eso a ella no pareció importarle; la lengua de la mujer se deslizó por su barriga como por un tobogán, dejando un reguero de cosquillas y ganas, hasta sus boxers, y le despojó de ellos. Bajo la prenda, la erección de Víctor se alzaba orgullosa. Más ancha en el tronco que en el glande, con la base cubierta de fino vello gris, parecía exigir que se ocupasen de ella. Sonya la contempló por unos momentos, la abrazó con su mano y deslizó con mucha delicadeza la piel hacia abajo, hasta descubrir la rosada punta. Centímetro a centímetro, bajó su cara hacia ella, y sacó la lengua, acarició el aire sin apenas rozarla, y Víctor creyó volverse loco de deseo y frustración, pero cuando ella por fin le lamió, un gemido le vació el pecho. ¡Lemmy…! ¡Qué suavidad, qué gusto!
Oyó la risa de la mujer, y sintió de nuevo su lengua, haciendo cosquillas en su glande, aleteando sobre él como antes él hiciera con su clítoris. Un maravilloso picorcito recorrió todo su bajo vientre. Sonya le miró y sin dejar de mirarle, la alojó en su boca.
—¡Ooooh! ¡Mmmmmmmmmh… así, así! – pidió Víctor, incapaz de sentir otra cosa que aquélla húmeda y cálida boca que abrazaba su polla y se bebía su deseo. La joven empezó a subir y bajar, mientras con una mano le frotaba el tronco, le acariciaba los huevos y los muslos, y con la otra le abrazaba la barriga y le acariciaba el pecho. El soldado no pudo resistir aquélla manita haciendo cosquillas en su piel y la agarró con la suya, apretándola. Sonya le sonrió con los ojos, sin dejar de succionar su polla. El hombre sabía que no aguantaría mucho más, y se lo dijo – Sonya, por… favor. Quiero correrme. Por favor, déjame correrme en tu boca...
La mujer le miró con ternura, y comenzó a frotarle con mayor intensidad. Su boca se centró en el glande, aspiró de él mientras lo lamía con tanta pasión que la saliva le goteaba de los labios y se escurría por el tronco. Víctor se apoyó en un codo para mirar sin perder detalle, y conservó la mano de su amiga entre las suyas. Ahora entendía cómo ella se había corrido con tanta rapidez: mirarla a los ojos mientras ella te abrazaba la polla con los labios era una verdadera tortura, ¡pero deliciosa! Notó cómo el cosquilleo y el hormigueo crecían y se cebaban en su glande, querían estallar, y empezó a gemir de modo más evidente, mientras una sonrisa boba se abría en su cara. Sonya lo vio y le acarició con el pulgar la mano que él apretaba. Víctor la llevó a sus labios y la besó. Y en ese momento, ella bajó de golpe y se la metió hasta la garganta.
¡Víctor gimió, los ojos desorbitados de placer, y todo su cuerpo convertido en mantequilla! Una potente descarga de semen fue absorbida por la boca de Sonya, mientras él temblaba entre sus labios y notaba el feroz placer sacudirle entero, corriéndose a golpes que le tiraban de los riñones y le encogían los dedos de los pies. Haaaaaaaaah... ¡qué placer! ¡Qué placer! Una parte de sí mismo quiso dejarse caer rendido, pero otra más poderosa tomó a Sonya de los hombros y la hizo tumbarse con él en medio de un beso, estrujándola de los hombros y frotándose contra ella, abrazándola en un apretón casi desesperado. Oyó que ella se reía, complacida y con cierta sorpresa, y le pareció que su corazón se volvía del revés cuando ella le apretó a su vez y le dio un montón de besos.
Quería hablar con ella, quería ponerse tierno y decirle que le gustaba mucho. Quería sacarle una promesa, una esperanza de seguir viéndose cuando terminase el mercado, pero sus manos pensaron sin él, y se dirigieron a las nalgas de Sonya. Las apretaron y ella gimió y asintió. Su dedo corazón se perdió más allá de ellas, encontró un agujerito mojado y allí se metió a jugar, en medio de los gemidos sonrientes de Sonya. Antes de poder darse cuenta, ella le había montado y se frotaba en caricias lúbricas contra su polla, aún erecta.
—Todo el día suspirando por tu tranca. - susurró la joven – Todo el día soñando con acariciarme con ella así… - la tomó con una mano y la paseó por su coño húmedo y calentito, tan suave como la seda. Víctor sonrió, deseoso, sus manos paseándose por los muslos de su compañera. Esta se alzó y colocó su miembro justo en la entrada, y las manos del soldado apretaron la carne de la mujer. – Todo el día deseando ensartarme y brincar sobre ella, ¡todo el día cachonda como una perra y queriendo metérmela, joder!
El hombre se rió, pero la risa se convirtió en un grito de pasión cuando ella se dejó caer de golpe y se metió en sus entrañas. Una corriente de placer les hizo temblar, y cuando ella empezó a brincar, los gritos ya no fueron esporádicos. Víctor la tomó de las caderas y ella se apretó las tetas, saltando como una loca sobre su virilidad. El soldado acababa de correrse y podría aguantar un poco, pero ella estaba casi a punto, casi a punto... Víctor se lamió el pulgar y lo llevó al clítoris de su amiga.
—¡Síiiiiiiiiiiiii…. Sí, ahí! ¡Ahí! ¡Ahí! – gritó sin cortarse un pelo. Podía sentir a la vez un placer delicioso cebarse en su interior, y un cosquilleo dulcísimo torturar su exterior. Su gozo llegaba, y lo anunció – Me… me voy a correr… ¡me voy a correr! ¡Me estoy corriendoooooooooooooooh!
Si de Víctor hubiese dependido, lo habría grabado. Un fuerte apretón en su polla le indicó que su compañera no fingía, estaba gozando, ¡se corría en su polla! Sonya se frotó en círculos lentos y espaciados sobre el miembro del soldado, gozando, sintiendo los maravillosos escalofríos y las olas de gusto inmenso que nacían en su vagina y estallaban por todo su cuerpo; las cosquillas enloquecedoras de su clítoris que le ponían los ojos en blanco, la tierna sensación de calor y calma que la dejaba en la gloria. Con un gemido, se tumbó por completo sobre Víctor y le dedicó mimos. Las manos del soldado recorrían su cuerpo sudado en caricias ansiosas que le abrasaban la piel, y lentamente la fue colocando debajo de él. Quería saciarse, después de lo que había visto no podía parar.
Víctor se abrazó a los hombros de la mujer, y ella le apretó contra sí, entrelazando los dedos a su espalda, y enseguida acariciándosela, llegando hasta las nalgas suaves. Él empezó a empujar. Despacio. Las piernas no le brindaban casi ningún apoyo y tenía que tirar sólo de las caderas, pero no le importaba, lo prefería así, quería saborearlo. Quería correrse con ella debajo de él, abrazándole y mirándole con esa sonrisa tan tierna. Notó cómo ella le abrazaba con las piernas también, sus pies le acariciaban las pantorrillas, y sonrió. Su polla entraba y salía con toda lentitud de un sitio maravilloso, un lugar mágico, caliente y dulce, apretado y húmedo, que le abrazaba a la vez con cariño y con lujuria. Allí no importaba si él era un inválido, si tenía que usar esqueleto externo, si le habían licenciado del ejército, si estaba solo. Allí le aceptaban tal y como era, allí no había lástima ni compasión, allí no estaba solo. Se dio cuenta de que se estaba metiendo en un sitio mucho más hondo que su coño, y no era el único. Sonya le miraba con arrobo y las lágrimas brillaban en sus ojos.
—Sonya… - logró articular, y sintió que el placer le rendía, le derretía desde los riñones quemándole la columna. – Sonya, nena, Sonya, Sonyaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah….
Ella gimió y le agarró del cabello para besarle. Sus lenguas se entrelazaron en una caricia sedienta y se abrazaron con fuerza. Ninguno de los dos quiso pensar.
—¿Cómo que le vas a ayudar? – dijo Tasha – Se suponía que venías para echar una mano aquí.
—Vamos, Tasha… ya he venido otras veces, y al final me acabo quedando en un rincón, porque nunca hace falta que ayude en nada. Víctor me ha pedido que le ayude en su puesto, y me pagará. Si veo que estáis desbordados, vengo, ¿vale? ¡Venga, hasta luego! – y salió corriendo.
—¡Niña! Será… - Natasha se indignó, pero no podía abandonar el puesto para ir tras su hermana, así que no le quedó otra más que aguantarse, pero iba a ver luego esa cría, iba a tener una buena charla con ella. – Raji, si te estás riendo, te la ganas tú, ¿eh?
—¿Yo, nenita? – dijo el perista - ¡Pero si… pero si sólo es que... pfffh…! – y estalló en carcajadas. - ¡Reconoce que sabe torearte, ratoncita!
A la mujer no le gustaba admitirlo, pero tenía razón, y como estaba de buen humor por lo de anoche, también ella se rio.
Sonya llevaba un vestido, el único que tenía en su vestuario lleno de pantalones, y que se había traído por si algún día cenaban fuera. Víctor lo había visto y casi le había suplicado que se lo pusiera. Luego le había dicho si quería usar de nuevo la mariposa, tenerla puesta todo el día, y la joven había accedido. De eso hacía un par de horas, y el soldado estaba gozando como un loco viéndola despachar clientes en su puesto de retroporno mientras el juguete le daba gustito en el coño.
La joven se sentía como si flotara, ¡era maravilloso! Le parecía que cada vibración era mejor, cada suave pasada de los cepillos le daba más y más placer, y su rajita, incapaz de contener tanto gozo, goteaba de vez en cuando. Estaba toda roja, con los ojos brillantes, la mirada perdida, y una sonrisa tonta. Y eso fue lo que hizo que los agentes sospecharan que, como les había dicho el guardia del control, estaba drogada. Uno de los dos, el chico, incluso se había acercado a hacer una compra para asegurarse, y a pesar de que se la había quedado mirando un rato de más – para indignación de su compañera – había concluido que era verdad.
—Es un cuadro médico de los efectos de jump, mirada vidriosa, hilaridad sin motivo, aspecto de goce sexual… - dijo el joven.
—Sí, eso seguro que te ha quedado clarísimo, no le apartabas la mirada. – protestó ella.
—Oh, Pie, no seas pesada, ¡uno no es de piedra!
—Bien, la hemos tenido vigilada todo el rato, el único con el que ha estado desde hace horas es el dueño del puesto, ha tenido que pasárselo él.
—Vamos a por él.
Víctor se sentía feliz. Las ventas iban bien, pero eso no era lo más importante. Lo mejor, es que Sonya había elegido trabajar con él. Él apenas se lo había sugerido y ella había aceptado encantada; es cierto que no habían hablado nada acerca de algo a largo plazo, pero el que ella quisiese estar con él, le parecía muy buena señal. En aquél momento las ventas estaban tranquilas, y le sugirió a Sonya acercarse a por un par de refrescos si a ella no le importaba quedarse sola atendiendo. La joven aceptó, y él se fue; también podía estar tranquila respecto a la mariposa: alcanzado el tercer orgasmo, tardaría un buen rato en activarse de nuevo.
Llegó a la máquina de refrescos, e hizo ademán de sacar la tarjeta, pero una mano se lo impidió. Se trataba de una mano que empuñaba una placa de policía, así que era preferible prestar atención. El joven no sonreía cuando le preguntó su nombre, ni tampoco cuando él se lo confirmó.
—Va a tener que acompañarnos a comisaría, señor – dijo otra joven policía. Esta no era humana, su tono de piel entre rosado y verde la delataba como una herbos, pero sus palabras eran lo alarmante.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Es ahora delito vender retroporno?
—No, señor, es delito vender jump. Viene con nosotros como sospechoso de venta de estupefacientes.
—¡¿Qué?! – Víctor intentó resistirse - ¡Esto es un error, yo soy un militar condecorado, no un camello! ¡No perdí las dos piernas en Xaú-Biget para que ahora me arresten por menudeo!
El joven hizo un movimiento y el soldado notó la presión de un cañón en sus riñones.
—Haga el favor de acompañarnos sin armar escándalo, señor. – Víctor notó las esposas en sus muñecas y supo que se lo llevaban. Una acusación por tráfico de jump era seria, se trataba de una droga peligrosa y cuando la policía mordía algo así, aunque uno fuese inocente, tardaba en soltarlo, porque no se trataba de que ellos demostrasen tu culpabilidad, sino de que tú demostrases tu inocencia. En la mayor parte de los casos, era difícil para un detenido comunicarse con el exterior durante el tiempo que durase el arresto, que podía ser un mes, o un año. Se volvió y acertó a ver a Sonya, que le miraba con extrañeza, y se le cayó el alma a los pies. Sabía que no debía, si no quería meterla en el lío también a ella tenía que darse la vuelta y echar a andar, pero su corazón recordó y actuó por él. Alzó las manos para que ella viese las esposas, la pareja de policías tiró de él, y mientras le arrastraban, gritó:
—¡Sonya! ¡TE QUIERO! - Y la joven lloró y echó a correr hacia él. En su puesto, Tasha se quedó con un pastel de carne a medio camino entre el mostrador y el comprador. Estuvo a punto de dejarlo caer, pero en lugar de eso, echó a andar a grandes zancadas hacia el grupo, sin soltarlo, y el comprador se fue tras ella, intentando decirle que se lo diera, y Raji se fue tras los dos, para intentar parar a su mujer. Sonya llegó hasta Víctor y le besó, metiéndole la lengua en la boca, con las lágrimas cayéndole de los ojos. – Sonya, se me llevan. Espérame, ¿me oyes?
Pero la joven parecía a punto de tener un ataque de histeria, negaba con la cabeza, abrazada a él, y no dejaba de llorar, y por más que la pareja de policías intentaba separarla de él, ella no le soltaba. Cada vez más gente se estaba arremolinando en torno a ellos, y en ese momento llegó Tasha y le estampanó a Víctor el pastel de carne en plena cara.
—¡Cerdo violador! ¡Viejo verde! ¡Pederasta! – le insultó, mientras el hombre que había intentado comprar el pastel no dejaba de quejarse. - ¡Y usted váyase a la mierda con su pastel, tío pesao, ¿no ve que acaban de violar a mi hermana?!
—¡CÁLLENSE UN MOMENTO! – todo el mundo se sobresaltó, y la pareja de jóvenes policías se cuadró. Un tercer detective, no muy alto y pelirrojo, era quien había hablado. Parecía imposible que ese torrente de voz saliese de un cuerpo tan delgado y pequeño, aún más bajito que la propia Tasha, pero así era. El detective se puso a aplaudir con cinismo – Fenómeno, chicos, una detención de primera. Os habéis ganado un suspenso del tamaño de un anillo de Saturno. Usted – se dirigía a Víctor – Es sospechoso de haber drogado a ésta señorita.
—¿¡Drogado?! – se escandalizó Natasha, y Raji la tomó de las manos para intentar tranquilizarla y de paso, que no pusiera nerviosos a los demás.
—Señor, yo no he drogado a nadie. – contestó Víctor, chorreando grasa y carne picada – Soy licenciado con honores del ejército, con rango de capitán; combatí en las batallas de la guerra contra el jump, dejé allí las piernas, ahora me dedico a vender retroporno, ¡he dedicado toda la vida a combatir esa maldita droga, lo último que haría sería venderla! Y menos a ella.
El detective asintió.
—Señorita, yo mismo la he visto esta mañana, y tenía usted todos los síntomas de estar drogada, ¿puede probar que no lo estaba? – preguntó, dirigiéndose ahora a Sonya. Ésta se ruborizó. Claro que podía, pero no era así de fácil explicarlo. Miró a Víctor, y a éste se le escapó la sonrisa. Y a ella también.
—Sí, señor, puedo. – metió la mano bajo el vuelo del vestido y, ante el horror de Tasha, sacó la mariposa vibradora y se la tendió. – Llevaba esto puesto. E-es un estimulador sexual, me producía placer, y eso, pues… pues…
—No es necesario que continúe, señorita. – sonrió el detective, y le mostró el juguete a la pareja de jóvenes policías – Un juguetito para adultos. Claro, esto vosotros no lo conocéis, pero quizá vuestras mamás debieron tener uno en lugar de ir a enfangarse con un tío y traer a este par de cretinos al mundo. Cuando dije “aseguraos bien”, ¿se puede saber qué POLLAS entendisteis?
La joven era lo bastante juiciosa como para permanecer callada y aguantar el chaparrón. Su compañero, no.
—Señor… vimos que… ¡tenía todo el cuadro de síntomas!
—Y no se te ocurre ir y preguntar, directamente se te ocurre detener.
—Bueno, yo estaba seguro que…
—Estaba seguro, estaba seguro, ¡pues las seguridades te las metes por el ORTO! ¡PRUEBAS es lo que hace falta! – se volvió hacia Víctor – Señor, lamento la confusión. Este par de gilipollas todavía son polluelos. – le soltó las esposas, y Sonya respiró.
—Entonces, ¿no se lo lleva? – preguntó, y el policía sonrió.
—No, señorita. Pero otra vez, para usar en público estas cositas, casi mejor si se me pone un cartel, ¿sí? Porque les venimos siguiendo desde el control de equipajes.
Sonya se sonrojó. Tras ella, Tasha resoplaba. Ahora lo entendía todo…
—Raji, tráeme la olla grande, que yo a éste cerdo se la pongo por sombrero.
—Nenita, mira, ven un momento que hablemos, y luego lo discutiremos todo los cuatro con más calma…
—¿Qué calma, ni qué calma? – se lamentó Tasha, dejándose llevar pese a todo - ¡Voy a hablar yo con el policía ese, y lo va a detener por violación, por corrupción, por… por lo que sea, pero yo hago que lo detengan! ¿Pero tú has visto lo que le había puesto a la niña?
—Sí, cielo, pero una “niña” de, ¿cuántos años…? – a regañadientes, al fin logró llevársela y Víctor y Sonya se quedaron solos. La mujer le dio un lametón en la cara, entre risas, y se besaron.
—Creo que es el beso más rico de mi vida – sonrió ella. Se abrazaron y volvieron al puesto mientras Víctor se limpiaba con el pañuelo. Empringado de carne y grasa, con la camisa llena de migas y pimientos asados, y se sentía el hombre más feliz del mundo. Es cierto que cuando hablasen con Natasha habría que soportar su cabreo, es cierto que había ido a enterarse del juego que se traían de la peor forma posible, es cierto que habría reproches, sí, pero a cambio ya no había duda acerca de él y de Sonya. “He sido soldado, he matado a hombres cara a cara, luchado cuerpo a cuerpo, he visto a compañeros morir a mi lado, tomado objetivos en inferioridad numérica, ido sin chistar a misiones especiales donde sabía que podía volver sin vida… y a lo que más me ha costado enfrentarme, lo que más miedo me ha dado en mi vida, ha sido la respuesta de una chica. Un mundo bien extraño”.
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