Dilatada en el convento

Cristina María una joven ambiciosa y puritana comienza sus andaduras sexuales con la persona menos indicada

Cristina María, exuberante adolescente de 19 años, pelo ondulado que caía sobre sus caderas como una cascada de champagne dorado, y piel pálida como la fría nieve, aunque no es fría la palabra que irrumpe en la mente cuando se piensa en ella.

De raíces tradicionales, vivía reprimida bajo la estricta educación católica de su madre, lo que explicaba su intachable expediente académico pero empezaba a chocar con su incipiente curiosidad por conocer como sería sentir un hombre dentro de ella.

Las escenas sexuales que ya comenzaban a rozar lo pornográfico hacían divagar su mente. Esto provocaba una falta de atención que fue percibida por el experimentado profesor Fray Francisco (apodado por sus pícaras alumnas, conscientes de sus vergonzosas erecciones en las clases de educación física, “Franin el putero”) el cual, la citó en su despacho.

Tímida y temblorosa, picó tres veces en la puerta del clérigo. Este le abrió la puerta y le incitó a pasar con su voz profunda y relajante provocando que el subconsciente de la joven volara imaginando el poderío sexual que se podría esconder tras su voz penetrante.

Ya no había marcha atrás, había accedido al despacho de este y quería sentir su pene, ya erecto.

Se aproximó a su mesa desordenada y se sentó sin darse cuenta de que su falda dejaba al descubierto algo más que sus firmes muslos,  de hecho, sus puritanas bragas mojadas suponían un detalle difícil de obviar. Él, intenta reprimir sus instintos más primitivos centrando su mirada sobre la estatuilla de Santo Tomás de Aquino, la cual compró como símbolo de fé en el Dios que le ayudo a superar su adicción al sexo. Era tarde.

Sus miradas se cruzaron con tensión, sospechosos de que ambos querían lo mismo, solo faltaba la chispa que encendiera el Cirio Pascual. Estaban a punto, sus pieles empezaban a  transpirar como las chorreantes velas que ambientaban el despacho. La tragedia era inevitable. Cristina se debatía entre lo bueno y lo malo, la locura de yacer con un sosegado clérigo o el ir en busca de su ansiado primer orgasmo. Lo morboso de la situación la indujo a dejarse llevar, Francisco tomó las riendas y deslizando la mano por su muslo hasta su pelvis provocó un jadeo en la joven, asumiendo así el cura que Cristina María seguiría hasta el final.

Sin darse cuenta, estaban desnudos sobre el frio suelo, y solo unos centímetros separaban los labios del cura de los de María, pero no eran sus bocas las que se acercaban, y Fray, conocedor de los más oscuros deseos de la mujer, introdujo su dedo meñique en su cavidad rectal, mientras estimulaba el clítoris de la joven con su ágil lengua, para dirigirse a su principal fetiche, el ano femenino, al que se acercó sin apartar la lengua en el recorrido, y sobre el que se apresuró a delimitar con círculos de saliva.

Llegados a este punto, ella se incorporó, tan excitada que no se conformaba con ser la parte pasiva, y derribó todo lo que había sobre la mesa, lo empujó sobre ella, y se apresuró a agarrar fuertemente con sus manos sus genitales apoyados sobre la mesa, denotando esto su inexperiencia. A pesar de todo, el dolor no consiguió dilapidar la firme erección que ostentaba Fran. En un intento de compensar su error, e inducida por la excitación, acarició con su lengua suavemente la base del pene hasta llegar a la cima de la erección cuando rozó sugerentemente el glande con sus dientes como si no fuera esta la primera de sus felaciones.

Excitado, previno a la joven de su inminente eyaculación, y Cristina se apresuró a acercar el cáliz sagrado, que fue bendecido con la corrida del cura. Ante la sorprendida y aun morbosa mirada del cura, Cristina agarró decidida el cáliz, bebiendo su contenido mientras se tocaba, y finalizaba como nunca había imaginado en sus fantasías más húmedas.

Culminar en orgasmo le hizo volver en sí y ser consciente de la situación, por lo que recuperando su timidez cogió apresuradamente sus ropas y huyó del despacho.

Esta sería la aventura que dio inicio a su avidez sexual.