Diez minutos
Rafael y su amigo interrumpen sus estudios para saciar sus irrefrenables ganas de tener sexo. Pero los muchachitos tienen apenas diez minutos para hacerlo antes que los descubran.
Diez minutos
Desparramados, ocupando todo el espacio posible, un desordenado conjunto de libros y apuntes cubre la mesa del comedor.
Sentados uno frente al otro, alternando entre la letra regular de las páginas impresas y los garabatos a veces ilegibles de los cuadernos, Rafael y su amigo Gustavo toman notas y hacen resúmenes para el próximo examen de Álgebra. Hace más de dos horas que dieron inicio a la farragosa tarea, y ni siquiera han llegado a cubrir la mitad de los temas que comprende la prueba.
Sintiéndose más aburrido que cansado, Rafael deja su lápiz y mira el enorme reloj de pared de la habitación. Después lleva su mirada hacia Gustavo, que con el mentón apoyado en una mano sigue muy concentrado en la lectura de apuntes. Rafael sonríe, y sus ojos recorren voluptuosamente la fisonomía de su amigo: su pelo renegrido, sus pestañas arqueadas, sus ojos azules, su nariz recta, sus labios carnosos. A través de la fina remera Rafael adivina el contorno del pecho fuerte y los brazos poderosos del muchacho, que con sus dieciséis años ya se insinúa como un hombre totalmente deseable.
Despacio, sin hacer ruido, Rafael descalza su pie derecho, y muy sigilosamente lo levanta hasta posarlo en la entrepierna de Gustavo, que se sobresalta ante el sorpresivo contacto.
" ¿Qué haces?!!. Estás loco!!. Tu madre está en la cocina!! ", murmura el chico.
Pero Rafael estira sus labios en una mueca lujuriosa, y en lugar de retirar el pie intensifica la presión sobre el paquete de su amigo. Sus dedos tantean las rotundas formas que tan bien conoce, las que estimuladas de esa manera ganan dureza segundo a segundo. Gustavo se agita, abre las piernas, entrecierra los ojos, y deja escapar una ronca protesta de su garganta.
" Guarro!! ".
Los ojos de Rafael brillan lujuriosos, y su sexo adolescente se encrespa debajo de sus pantalones. Pero unos pasos acercándose ponen en guardia a los jovencitos, y para disgusto de ambos deben interrumpir las lascivas caricias. Apenas un instante después, la madre de Rafael entra en el comedor.
" ¿Todo bien por aquí, chicos? ".
Los muchachos responden solícitos ante la amable mujer, que ya se ha ocupado antes de mimarlos trayéndoles refrescos y galletas.
" Bueno, si no necesitan nada, voy al almacén a buscar algunas cosas para la cena ", anuncia el ama de casa.
" ¿Qué te tardas? " le pregunta Rafael a su madre. " Digo, por si llama papá. Ya sabes que siempre pregunta. ".
" No sé. Son pocas cosas . . . diez minutos, como mucho. ".
La señora toma sus llaves y su monedero, y sale de la casa. A través de la inmaculada cortina que cubre el ventanal del comedor, los muchachos observan a la mujer mientras cruza la calle y se aleja rumbo a la despensa. Entonces Gustavo mira a su compañero con ojos fulgurantes, y levantándose presuroso le dice:
" Ahora verás! ".
El muchacho rodea la mesa hasta llegar junto a Rafael, lo alza de la silla y tomándolo de la cintura lo atrae hacía sí. " Grandísimo guarro!! ", le dice antes de devorarle la boca en un beso ardiente que su rubio amigo responde de inmediato. Es un batallar intenso de lenguas, sazonado por caricias y gemidos. Después Rafael descubre el torso de Gustavo, y mientras mordisquea arrobado las duras tetillas de su atlético compañero, sus manos buscan afiebradas la enhiesta virilidad de su amigo entre sus pantalones. Cuando por fin la durísima tranca del moreno sale disparada de su encierro, Rafael se agacha presuroso para saborear ese apetitoso bocado.
Durante unos cinco minutos, con las manos apoyadas sobre la mesa, la cabeza ladeada y los ojos entrecerrados, Gustavo jadea y se arquea de placer. Su miembro se endurece más y más con el acuoso masaje, y cuando se siente a punto de explotar detiene a su amigo y le saca de la boca la reata, brillante y satinada por la saliva. Entonces se ubica detrás de Rafael, le besa el cuello, le desabrocha los pantalones y con movimientos enérgicos se los baja hasta las rodillas junto con el slip, dejándole al descubierto el culo firme y redondo. Después presiona sobre la espalda del rubio muchacho haciendo que se recline, y poniéndose en cuclillas hunde su boca entre las nalgas blancas y carnosas.
Pasan tres minutos durante los cuales la lengua babeante de Gustavo hace maravillas en el apretado hoyito de su compañero, logrando que se abra como una flor ante el calor del sol. Rafael gime, extasiado, pero cuando mira el reloj de pared se inquieta y apremia:
" Anda ya!! ".
Gustavo se pone de pie, acomoda su durísimo miembro entre las nalgas de Rafael, y comienza a empujar. Bastan unos segundos para que la polla del adolescente se pierda en las entrañas de su amigo, y urgido por el deseo y la falta de tiempo inicia un desenfrenado bombeo. Rafael apoya sus brazos sobre la mesa, y abriendo la boca deja escapar roncos gemidos. Sus nalgas reciben impiadosas los golpes de pelvis de su amante, pero en lugar de pedir clemencia aprieta los dientes y exige: " No te detengas!! ".
Van dos minutos de furiosos embates, cuando a través del ventanal Gustavo ve a la madre de Rafael aproximándose por la esquina. " Mierda! ", gruñe por lo bajo ante la diligencia de la mujer, y acelera aún más sus estocadas arrancándole lastimeros quejidos a su amado. Rafael gira la cabeza, ve a Gustavo mirando ansiosamente por la ventana, y comprende en el acto lo que sucede. Y entonces exige:
" Vamos, dámela YA!! ".
Gustavo suda y jadea, y al tiempo que sus ojos siguen a la madre de Rafael cuando cruza la calle, entierra hasta la raíz su cipote en el delicioso culo de su amigo y se corre en medio de violentos espasmos. Después, mientras los latidos de su corazón recobran el ritmo normal, su mano derecha baja hasta la entrepierna de Rafael en donde encuentra la verga del chico a punto de estallar. Entonces jala, una, dos veces, e instantáneamente el capullo morado se hincha y comienza a escupir uno tras otro chorros de espesa lefa.
Apenas unos segundos después la mujer inserta la llave en la cerradura, y los muchachos se acomodan presurosos la ropa. Se escuchan los pasos en el corredor, y es entonces cuando Rafael descubre espantado la llamativa mancha blancuzca de su semen en el negro azabache de la cerámica del piso. ¡Carajo, y ya no hay tiempo para limpiarla!. Sus ojos se cruzan con los de Gustavo que lo miran ansiosos, y luego se posan sobre la mesa. Y entonces sonríe.
La madre de Rafael entra en el comedor, y extrañada ve a su hijo rodillas sacudiendo papeles mojados que saca de un lamparón de líquido. Justo en ese momento aparece Gustavo, que viene de la cocina trayendo un paño en la mano.
" ¿Qué pasó?! ".
Rafael levanta la cabeza, mira a su madre con ojos de borrego degollado y responde: " Se me cayó un vaso con refresco. ".
La mujer frunce el ceño, pensando en el reciente encerado estropeado. Después entrecierra los ojos, y con un fingido tono de enojo dice: " Pero que barbaridad!. Y fueron sólo diez minutos!. No quiero imaginar lo que hubieran hecho de haber estado solos toda la tarde!. ".
Los muchachos se miran, sonrientes. Ellos sí se imaginan todo lo que hubieran hecho.