Diez horas al Sur. II.
Relato romántico entre dos mujeres que a pesar de la distancia, supieron encontrar la manera de mantener vivo eso que construyeron sin saberlo y sin ningún tipo de etiqueta. Basado en utopías propias. Ni tan fantástico, ni tan real.
Despegó su boca de la mía, pero no sus ojos de los míos. Su mirada me resultó confusa, rara como todas las situaciones con ella. Me miró dos segundos y las comisuras de mis labios automáticamente se movieron hacia arriba. Me acerqué y esta vez la besé yo. El beso no fue corto, ni seco, ni sin sentido, todo lo contrario. Ella posó sus dos manos por debajo de mis oidos y yo no supé qué hacer con los mios, pero acaricié sus brazos. Supongo que lo único que nos pasaba por la cabeza en ese momento a las dos, era que no se parara el ascensor, que no subiera nadie más. Cuando se detuvo, se terminó el beso, se abrió la puerta. Bajo su mano derecha hasta mi mano izquierda, la agarró y me hizo saber que habíamos llegado al piso. Caminamos hasta la puerta y soltó mi mano. Buscaba algo dentro del bolso.
—¡Mierda! —La miré desde atrás divertida por su notable nerviosismo. Porque si yo me sentía nerviosa, ella lo estaba el doble.
— ¿Qué paso? — Se giró sin sacar las manos ni la mirada del bolso.
— No encuentro las llaves.
— En tu bolsillo izquierdo. — Contesté sin permitirme dejar de ver como sus mejillas se volvían de un segundo a otro, color rojo. Vergüenza. Se acomodó su pelo claro y corto y sacó las llaves de su bolsillo. Abrió y me hizo seña que entrará primera, "Qué caballero" pensé y entré.
Lo primero que noté fue que todo conbinaba, pero nada se parecia. A pocos pasos de la entrada se ubicaba una mesa redonda de madera con cuatro sillas del mismo material. Más adentro se encontraba un sillón cuadrado de tres cuerpos, de cuero blanco, una mesa de café en el centro con un par de velas sobre ella y un escritorio con más de dos cuadernos, algunas cajas y obviamente todo tipo de lapices para colorear. Pude notar muchas fotos sobre las paredes y sobre los muebles. Todo muy ordenado. Muy.
Entré y me quedé parada sobre la pequeña alfombra que había en el piso de la entrada. Sentí la puerta cerrarse y sus manos en mi cintura que me obligaba a avanzar. Caminé hasta el portaretrato que estaba sobre el escritorio, lo tomé y ella habló.
— Martín. Mi hermano.— La miré y sonreí. En la foto estaba ella en brazos de él, en esa posición cuando el novio carga a la novia, con el sol y la playa de fondo. Foto perfecta. Ella se acercó con otra foto. — La señora que nos interumpió. Mi mamá. — Tomé la foto y si no me hubiera dicho que era su madre, podría haber apostado que era ella con algún efecto de vejez.
—Sos igual a ella. — La miré y volví a mirar la foto. Le devolví el cuadro. Rosaron nuestras manos. Hizo cuatro pasos y se saco el bolso del torso, me miró desde esa distancia.
—¿Queres tomar algo? —Esta vez le pude mantener la mirada. Negué con la cabeza.— Busco unas cosas y vuelvo. Podes sentarte. —Sonrió y se perdió al doblar por un pasillo.
Miré a mi alrededor, las paredes eran blancas. Frente a mi había una gran ventana que sí corrias las cortinas de color verde, te dejaba ver la playa. Ella apareció.
—No vas a crecer más.— Dijo mientras dejaba una maleta al lado de la puerta de salida. Se acercó a la gran ventana.—Tenes cara de preocupada.— La miré y quise mirarme en un espejo para ver cuál es la cara de la preocupación. Sonreí.
—Estoy bien. — Me acerqué todo lo que mi cerebro le permitió a mis pies, ella se acercó lo que faltaba muy lentamente. Me besó. Con nuestras manos a los costados, nos besamos.
Intentó poner sus brazos sobre mis hombros en el mismo momento que yo ponía mi mano derecha entre su nuca y su corto pelo. Se dió cuenta de que iba a resultar incómodo y decidió que lo mejor era enredarlos por sobre mi cintura. El beso seguia y la respiración de ambas se escuchaba torpe. Sentí una de sus manos subir por mi espalda por arriba de mi remera, mientras yo subía a su cuello mi mano libre. El beso no terminaba y yo no solo sentía calor en mi cuerpo, sentía el calor de su cuerpo también. Mi inconsciente (Y las ganas) hizo que mi mano derecha bajara a su pecho y la sentí sonreír sobre mi boca. Vergüenza.
Por algún motivo se sintió con el derecho de poder tocar más y bajo su mano a mi cola, me apretó más hacía su cuerpo. No dije nada no por darle ese derecho, sino porque yo no tenía el derecho a decirle algo después de lo que había hecho. Despegó su boca de la mía, tomó una bocanada de aire e inmediatamente bajo su boca por mi barbilla, arrastrando su lengua por mi cuello hasta llegar debajo de mi oido. Cerré los ojos y me sentí desfallecer.
Ya no sabía que hacer con mis manos, estaba dura, agitada y ella lo notó. Su mano se despegó de mi cola, dejó de abrazarme por la cintura y con sus manos agarraron las mías, las llevó por detrás de su cuerpo y se acercó a mi oido.
— ¿Tú primera vez? — Susurró y se alejó lo suficiente para poder mirarme. Negué con la cabeza. — ¿Con una mujer? —Volví a negar y ella sacó junto con sus manos, las mías de donde estaban y me hizo caminar por aquel pasillo donde había desaparecido minutos antes.
Llegamos a la primer puerta del lado derecho y esta vez no me hizo entrar primera, ni me empujó por la cintura para que avanzara. Entramos a su cuarto. La cama era grande, con al menos 3 almohadones del mismo color que el cubrecama, anaranjado. La televisión en frente de la cama, pegado a la pared y debajo de este, otro escritorio, más cuadernos, más colores y una notebook. Por arriba de la cama una especie de lampara cuadrada que daba luz muy baja. Seguimos caminando hasta llegar a la cama, se subió de rodillas y no hizo falta que me pidiera que haga lo mismo. Nunca me soltó la mano derecha.
Me descubrí frente a ella, besandola con mis manos inquietas sobre sus costados, las suyas sostenían mi cabeza por los lados como si fuera a caerse. Acaricié sus brazos y no aguanté más, su remera estaba demás en esta situción. De a poco fui subiendo la prenda que más me molestaba hasta ahora, sus manos obligaron a mi cabeza irse hacía atrás y su lengua volvió a tener contacto con mi cuello. Cerré los ojos y acaricié su abdomen, sus pechos cubiertos por el corpiño y chau remera.
Despegó su lengua de mi piel, nos acostamos. Ella sobre mi. Metió sus manos dentro de mi remera apretó mis pequeños pechos y no pude evitar gemir y apretar su cola a la vez. Inmediatamente saco mi remera. Iguales, pensé y sonreí. Volvió a besarme la boca y con su pierna abrió las mías para acomodarse entre ellas. Sentí lo mojada que estaba cuando rosó mi sexo. La tiré a un costado y me acomodé yo arriba de ella. Sonrió. Hice un tour con mis boca, desde su boca hasta su abdomen, pasé por su pecho, por sus pechos que ya no estaban curbiertos por nada y sus pezones erectos me gritaban. Los besé, los lamí, los mordí. Pude ver su mano aferrarse a la cubrecama anaranjada. Volví a su boca y perdí mi corpiño, y mi pantalón dejo de estar abotonado. No sé cómo, ni en qué momento exacto, volví a quedar bajo su cuerpo, con sus manos sosteniendo las mías por arriba de mi cabeza. Sus repiración en mi oido y sus piernas entre las mías. Me besó, me besó el cuello, los pechos y bajó por mi panza. Pudé sentir su mirada cuando llego al borde de mi pantalón desabotonado. No me animé a abrir los ojos y ella volvió a mi boca por unos segundos. Sentí su pierna rosar mi sexo y luego su mano. Estaba empapada.
Mi pantalón había desaparecido junto con mi ropa interior. Acarició todo mi sexo, para luego darle mayor atención a mi clitoris. Sus movimientos aumentaron y con ellos mi respiración. No pude continuar el beso, me penetró con dos dedos sorpresivamente. Me sentí el mar. No le importo, ni dejó el movimiento que tanto placer me estaba dando, su boca se hizo amiga de mi lobulo derecho. De mar me volví un tsunami y de tsunami un glorioso orgasmo. Volvió a besar mi boca. Un beso tierno y suave. Enseguida la volví a girar, le quite su pantalón y con él su bombacha. Acaricié sus muslos, ella cerro sus ojos. Me apeteció besarla así, desnuda y con los ojos cerrados, toda para mi. La besé y volví a besar sus pechos ¡Qué delicia!. Bajé un poco, besé su ombligo, bajé un poco más. Besé su muslo izquierdo, lo mordí, gimió. Estaba entre las piernas de una mujer que acaba de conocer, si es que se puede decir que la conozco, escuchandola gemir, mirando como se contraian sus musculos muy de a poco. La penetré con dos dedos. El "¡Ah!" que salió de su boca, hizo eco en mi cabeza. Comenzó a mover su pelvis con mis dos dedos dentro de ella y mi lengua enredada en su clitoris. Soltó mi molesto pelo largo y se aferó a la cubrecama con las dos manos, después de unos pocos movimientos bruscos y de tener mi mano llena de fluidos la soltó, me tomó la cabeza para hacerme saber que subiera a su lado. Sonó su celular.
— Mi mamá. — Me miró y sonrió. Respiraba con dificultad. Se levantó en busca de su pantalón que estaba en alguna parte de la cama, sacó su celular de ahí y contestó.— Estoy yendo. Bueno, ahora salgo para allá.— Fue toda la conversación telefónica. —Volvió a mirarme y se sentó sobre mis piernas e hizo que me sentara para quedar a su altura. Nos besamos. — Esperame. Le dejo las cosas y vuelvo.— Me beso un poco más, se vistió y salió del cuarto.
Me quede tumbada en la cama. No me reconozco, pero no me arrepiento. Pensé en levantarme, ordenar la cama, vestirme e irme, pero no me sentía mal, ni incomoda. Miré el techo un rato cantando "All I Want" de The Cure.
Me levanté, pero no ordené la cama, ni me vestí, ni intenté irme. Desarmé un poco más la cama y me envolví con una sábana. Visité la cocina. Mesada, cocina, heladera del lado derecho, mesa cuadrada con dos sillas del lado izquierdo, paredes color rosa con una franja blanca a la atura de la cintura. Un pizarrón largo pegado en la pared donde estaba la mesada, la cocina y la heladera, con anotaciones y dibujos. Busqué agua en la heladera color gris, me serví en un vaso cuadrado que encontré sobre la mesa de la izquierda. Camine hasta la sala, donde estaban los sillones de cuero blanco y pude ver un equipo de música que no había visto antes. Lo prendí y sonó el estribillo de "Olivia" de Ivan Noble. Sonreí. Miré por la gran ventana, la luna de frente, vigilando el gran mar junto al cielo estrellado. Miré la hora, diez y cuatro.
Luego de un rato escuché el ascensor, seguido la puerta abrirse y entró como Julieta por su casa, con una bolsa y una caja de pizza. Estaba despeinada. Sonrió. Sonreí.
—¿Tarde mucho? — Preguntó mientras apoyaba la caja sobre la mesa y sacaba dos cervezas de la bolsa. Negué. Se metió en la cocina con la bolsa y volvió sin ella. — ¿Comemos?
—Me visto y comemos. — Empezaba a caminar hacía la pieza y me tomo del brazo.
— Estas bien así.— Acarició mi brazo hasta llegar a mi mano, la tomo y me llevo a la mesa. Nos sentamos y abrió las dos cervezas. Crusó sus piernas, yo me senté como indio e intenté enredar la sábana para no quedar desnuda. Me dió una porción.
—¿Vas a estudiar este año? — Alcanzó a preguntar antes de morder la pizza. Tragué.
—Psicología o Literatura.— Contesté y tomé un sorbo de cerveza. Me miró seria.
—Acá no están esas carreras.— Tomó cerveza y volvió a morder la pizza.
—No vivo acá. Estoy de vacaciones.— Sonreí. Me miró sorprendida.— Soy de Neuquén, no queda tan lejos.— ¿Por qué dije eso?.
—Conozco Neuquén. Tengo familia. La hermana de mamá.— ¿Por qué dijo eso? Silencio. Comió toda la porción de pizza que le quedaba y se sirvió otra, no sin antes tomar algún que otro trago de cerveza.— Me di cuenta que sos observadora. — Me reí por nervios. Me miró divertida.— Por las llaves lo digo.
— Por un momento pensé que lo decía por su escote. Me mandé al frente sola. Mordí la segunda porción. — ¿Cuánto tiempo más te quedas en Madryn?.
—Una semana más, quizás diez días.. No lo sé. — No lo sabía. Tome cerveza. Ella se levantó y cambió la música. Recordé tener ese Cd de Jarabe de Palo que acaba de poner, en casa. Sonreí y terminé la cerveza.
Volvió a la mesa, terminó su cerveza y tomo una porción más de pizza. Parece que tener sexo le da hambre. La miré comer, hubo una que otra pregunta de su parte como "¿Qué color te gusta más?" "¿Tenés hermanos?" "¿Cuántos sobrinos tenés?" etc, yo contestaba sin darle demasiada importancia. Terminó de comer y juntamos todo lo que había sobre la mesa.
— ¿Ahora sí me puedo vestir? — Pregunté mientras ella se volví a acercar al equipo de música, pero esta vez lo apago. Negó con la cabeza.
— Falta el postre.—Se acercó y por un momento pensé que me iba a besar, pero dobló en el pasillo y se metió a la cocina. Me acomodé la sábana y la vi sacar un pote de helado del freezer. La miré y sonreí. Busco dos cucharas en un cajón y se volvió a acercar a mi. Busco mi mano con su mano libre y me llevó a su cuarto. Apoyó las cosas sobre el escritorio que estaba dejabo del televisor y corrió el cubrecama mal ordenado a los pies de la cama, solo quedaba la sábana que cubría el colchón. Me sonrió para decirme que me sentara. Prendió el televisor, se pudo unos anteojos de marco negro, ni tan grandes ni tan chicos, agarró nuevamente el pote de helado y las dos cucharas y se sentó a mi lado. Me entregó una cuchara y quitó la tapa del pote. Cambió de canal unas ocho veces.
—Me gusta esta película — Sonrió y me miró atraves de sus anteojos . Justo metía la cuchara en mi boca. La película era Kill Bill Vol. I. "Qué romantica" pensé y sonreí. Miramos la película.
El helado se iba terminando junto con la película. Clavé la cuchara en el helado, no quería más. Estaba cansada, realmente cansada. Me miro mientras buscaba mi celular y cuando lo encontré miré la hora, once treinta y sies. Ella se paró, guardó sus anteojos y salió del cuarto con el helado y las dos cucharas. Volvió sin él, pero con la comisura derecha de su boca manchada. Sonreí y sonrió. Se sentó nuevamente a mi lado y la mire desde mi posición. Giró su cabeza para encontrarse con mi mirada y no pude evitarlo, tenía helado. La besé y luego pasé mi lengua por esa comisura manchada.
— Tenías helado. —Me excusé. Rió y volvió a besarme, y sin dejar de hacerlo hizo que nos acostaramos. Yo sobre mi lado izquierdo y ella sobre su lado derecho. Tenía mi mano derecha en su pelo ya despeinado y ella su mano izquierda sobre mi pierna cubierta por la sábana. De un momento a otro tiro de ella, de la sábana, y se enredo en ella conmigo. Me sentí con mucha desventaja, ella estaba vestida.
— Me dió frío. — Se excusó. Sonrió acarició mi cuerpo. Le saqué la sábana.
— Tengo que ir al baño.— Me miró indignada, sonreí. Me levanté y salí del cuarto.
Cuando volví al cuarto ella estaba acostada, tapada con el cubrecama anaranjado. Supusé que estaba dormida y busque mi ropa. No podía encontrar mi remera, intenté hacer memoría, pero lo único que recordaba era ese "'Ah!" con su voz. Me molesté conmigo misma por eso. Caminé al rededor de la cama con la esperanza de encontrarla, pero nada. La miré y tenía los ojos cerrados, y debajo de su almohada, colgando, estaba mi remera. Sonreí. Quisé agarrarla, pero ella abrió sus ojos y tomó mi brazo.
— ¡Mierda! —Grité. — Mi remera. — Dije todavía asustada. Sonrió y tiró de mi braso haciendo que cayera arriba de ella. ¿En qué momento nos dimos tanta confianza?. La miré seria.
—¿Te ibas sin decirme nada? — Tomo mi molesto pelo largo con sus manos, tirandolo hacia atrás. Negué con la cabeza.
— Pensé que querías tu sábana. — Me besó. Me besó la boca y después el cuello.
Soltó mi pelo e intentó bajar sus manos hacía mi espalda, pero alcancé agarrarlas y las llevé por arriba de su cabeza. Besé su boca, su cuello y lobulo derecho. Intenté bajar el cubrecama que le cubría el cuerpo con una mano, pero se me hizo imposible. Le solté las manos y ella misma bajó la molesta tela de color anaranjado. Estaba desnuda. Sonreí. Tiró de la sábana me cubría del pecho hacia abajo, para quedar en iguales condiciones.
— Vení. — Me dijo mientras levantaba la tela que hace minutos le tapaba el cuerpo. Me acomodé, me tapó. — Date vuelta. — Susurró y me comencé a preparar mentalmente para otra sesión de sexo. Me di vuelta y quedé con todos mis sentidos activados. Pude sentír como se pegaba su cuerpo a mi espalda, corrió el pelo de mi cuello y su mano buscó la mía. La tomó y la llevó, junto a la suya, hacia mi pecho. Besó mi cuello. — Descansa.
Quisé golpearla. Me tomó unos cuantos y largos minutos poder dormirme, pero lo logré.
No sentí cuando se levantó, ni sentí cuando sacó su mano de mi pecho, no sentí nada. Me desperté. Escuché la lluvia de la ducha, busqué mi celular y miré la hora. Ocho treinta y siete. Me acomodé nuevamente en la cama y tarareé Underneath It All de No Doubt.
Entró envuelta en una toalla blanca que le llegaba apenas por debajo de la cola. Me miró y sonrió. Su pelo corto totalmente hacía atrás, sus piernas bronceadas y aún mojadas embellecieron el paisaje. Corrió la cortina de color anaranjado muy suave de la ventana y entró el sol. Busco ropa en un placard que estaba a unos centimetros a la derecha del televisor.
—Buen día señorita. — Dijo metida en aquel placard. Vi la toalla caerse. Sonreí.
— Buen día. — Afirmé y ella me miró desnuda por sobre su hombro derecho. — Me podrías haber despertado. — Fotografié y guardé en mi memoria su cuerpo desnudo iluminado por el sol antes de que ella comenzara a vestirse.
— Quisé hacerlo, pero no supe cómo. — ¿Cómo no supo como hacerlo? Me quedé en silencio y ella termino de vestirse. Jeans ajustado azúl, zapatillas blancas, remera celeste. Sin escote.
— ¿Puedo bañarme? — Me miró, sonrió y asintió. Me levante y agarré mi ropa que estaba toda junta y ordenada sobre la silla del escritorio. Caminé hasta el baño y me duché.
Salí vestida y peinada. Me esperaba con una taza de café humeante en la mesa cuadrada de la cocina. Lo bebimos en silencio, pero con miradas fugases y algunas sonrisas. Cuando terminó su café se levantó y salió del cuarto donde estabamos. Junté las tazas y abrí la canilla para lavarlas. Apareció detrás mio y me abrazó pasando sus brazos por mi cintura. Primera vez que me abraza. La esponja ya tenía espuma y con mi dedo indice pusé un poco en su nariz. Besó mi cuello dejando la espuma de su nariz debajo de mi mentón. Volvió a salir y yo terminé de lavar las tazas.
La vi parada de frente a la gran ventana de la sala con su celular en la mano y su bolso cruzado como siempre, de derecha a izquerda y me acerqué. Quisé abrazarla como lo había hecho ella, pero no.
— Tengo que volver a casa. Y veo que vos tenes que ir a trabajar.— Quitó la vista del telefóno movíl y sonrió.
— ¿Puedo llevarte? — Recordé el su auto y el color.
— Porque sabes donde vivo. — Dejo de sonreír y asintió con un "ajam" de su garganta. — No estas bien.— Me acerqué y tome su mano para caminar hacía la puerta.